Hacia fines de los años 90 del pasado siglo asistí a una lectura de poesía de tres poetas de la generación del 80: Cira Andrés, Raysa White y Soleida Ríos, en la Fundación Alejo Carpentier. Recuerdo que, en medio de la lectura, alza su voz de manera inesperada, no recuerdo ahora si Raysa o Soleida Ríos, invitándome a leer algunos de mis poemas. A Raysa la conocía desde hacía muchos años porque pertenecíamos al taller de Marianao, cuyo asesor era Raúl Doblado. Yo era el más joven en aquel entonces, por lo que tenía motivos más que suficientes para visitarla con frecuencia, conversar, tomar té, y mostrarle mis poemas. Todavía conservo su poemario Tránsito, dedicado por ella en momentos en que, siendo tallerista, gana el Premio «13 de Marzo». Conocer personalmente a Soleida, creo, me venía de mi amistad con Ángel Escobar; los detalles andan borrosos en mi memoria. A Cira solo la conocía por referencia.
Pues bien, el asunto es que subo nerviosísimo, puesto que no me esperaba tal invitación, y leo algunos de mis textos (perdón: iba a decir poemas). Al término de la lectura se me acerca alguien, que desde mi timidez yo veía sentado en el público y a ratos creo que bebía jugo de naranja que se traía en un pomo, y me dice que de todo lo que había oído esa tarde lo que más le había interesado eran mis poemas. Juro que no lo podía creer. Pensé, por un lado, que lo decía porque ya los de sus amigas le parecían hartos familiares o, por otra parte, por ese asunto de estarle tomando el pelo a uno, o como manera de darle ánimo a alguien que se sentía lejos de imaginar que algún día sería publicado. No dije nada. Pero parece que no hizo falta porque algo debe haber visto en mi rostro a lo cual respondió: «lo digo en serio», y, acto seguido echóse a andar. Era, nada más y nada menos, que el trovador Alberto Tosca.
Tosca quisiera que comenzáramos hablando de tus comienzos: dónde naciste, cómo fue tu infancia, de la primera vez que diste con una guitarra, incluso de cómo ha sido ese influjo que no se ha detenido hasta hoy.
Comencé en mi andar artístico, si así puede llamársele, en el preescolar de la calle Chaple, entre Esperanza y Salvador, en el Canal del Cerro, cantando en actos públicos, fechas y celebraciones. Con cinco años, mi madre se deleitaba disfrazándome de payaso, charro mexicano y guajiro cubano. Yo prefería el de mariachi, porque mi madre me pintaba patillas y bigotes a lo ranchero, con su creyón de cejas negro, y eso me divertía cantidad al mirarme en el espejo con mis dientes chiquiticos, y hacía reír a los demás muchachos que se burlaban porque nunca se había visto en Cuba un mariachi negro. Mi padre me había comprado una pistolita de fulminante, con un mecanismo de martillo que percutía sobre unos lunares de pólvora y sonaba y echaba humo; yo les disparaba a los muchachos jugando y se hacían los muertos. Así que era muy feliz.
También con sombrero y traje de guajiro, y pañoleta colorá en el pescuezo, como decía mi abuela, bailaba el zapateo. Con una guayabera blanca, impecablemente almidonada con unos botoncitos de nácar, y una bataola de hilo blanca, bailaba con unos zapatos ortopédicos negros, ya que no habían botas ortopédicas blancas para mis pies enormes, el único estorbo para las danzas campesinas con niñitas preciosas calzadas con alpargatas con los labios pintados de rojo.
Luego en tercer y cuarto grado hicimos un cuarteto imitando a Los Zafiros, hasta que llegamos a la conclusión de que debíamos imitar a Pello el Afrokán, porque teníamos latas y cajones para ensayar.
Fueron momentos «gloriosos» de nuestra infancia artística, ya que el Pello estaba en boga, y estando a dos cuadras del Canal en el callejón del Resguardo teníamos un público asegurado. Y esto nos hizo combinar las «presentaciones» con rumba y guaguancó. Yo tocaba la tumba y el tres dos, y Orlando Frijolito, el director, nunca me dejaba fuera cuando el papá le trajo un quinto y una tumbadora.
Un día mi abuelo me sorprendió en los ensayos de la calle Resguardo, de noche descalzo y sin camisa, me reprendió por andar con aquella carga de negritos rumberos, y me prohibió rumbear. Por pura casualidad, mi hermana me lleva a casa de Caridad Allesta, donde había un Long play de los Beatles y todo mi mundo mental y espiritual cambió con respecto al arte: vi a esos peludos pulcros muy lindos y su música me electrocutó, abandoné mi ímpetu rumbero y la cogí con la guitarra hasta hoy en día.
Dice mi amigo Dagoberto Pedraja, excelente guitarrista de rock, que soy un traidor, que me viré con carta, porque empecé en «la perrera» con la guitarra en el rock y un buen día estaba virao pa´ la Nueva Trova.
Es que en la secundaria escuché por primera vez a Pablo y a Silvio, a Noel y a Vicente, y me ensañé con la Nueva Trova por los documentales cubanos del Grupo de Experimentación Sonora, filmados por el ICAIC, que tanto me calaron, si eso es traición entonces lo desmiento, porque seguí escuchando la «Doble Kiú» en el Cubanaleco, apegándome a los grupos roqueros de la época, Los Kent, Sección Oculta, Alma Vertiginosa, Los Dada, etc., brincando muros y cercas en casas particulares y círculos sociales para verlos y escucharlos, paradito en primera fila, sonar Chicago, Led Zepeelin, Grenfunk, etc.
A todas estas, acompañé a mi hermana durante todo su aprendizaje de piano bajo la tutela de la profesora Zenaida Romeau. Yo la custodiaba ida y vuelta por ser una adolescente, y me tuve que embutir todos los clásicos que ella montaba, cubanos y foráneos: Bach, Mendelssohn, Cervantes, Schumann, Lecuona… bajo la rígida y admirable conducción de su maestra. Fue así como empecé a escuchar en vivo un revoltijo de música que es el trasfondo de mi formación musical. Me embullé a estudiar guitarra clásica, pero en la prueba de admisión del Amadeo denegaron mi talento y musicalidad a los 8 años, un desastre emocional hasta los 15, cuando retomé la guitarra en la escuela al campo pa´ no soltarla más.
¿Cómo se da eso de escribir tus propias canciones?… Porque hay poesía en tus letras por todas partes.
Lo primero que escribí fue un himno para el campamento de la escuela al campo, de la secundaria Combatientes de América, donde René González, uno de los cinco héroes, me recordó recientemente que yo había tenido que componer ese tema bajo el encargo de Ruesca, el profesor de Historia. René me acaba de rememorar que en aquel himno yo defendía la causa justa de Vietnam frente a la guerra que libraba contra Estados Unidos: fue mi primera composición…y es canción protesta neta.
¿De qué año estamos hablando?
Fue en el año 69.
¿Entonces?
El asunto es que mi padre tenía una biblioteca personal con libros de las más variadas literaturas. Lo mismo leía a Kafka, que Los procesos de Núremberg, que Sthendal, Balzac, que a Dostoievski, Cervantes… Y a propósito de Cervantes, te cuento que el Quijote fue uno de los libros que me enganchó en la primera edición ilustrada que hizo la Revolución. Me atrajo mucho, lo leí antes que La Edad de Oro. Tenía nueve o diez años y por ignorancia y curiosidad, me espanté el Quijote, ya que mi papá tenía tremenda intriga con los libros, nos prohibía a mí y a mi hermana que los tocáramos, porque «esos no eran para jugar, para los niños muñequitos» y a mí me gustaban en la televisión y no teníamos, y entonces me parecía más entretenido y excitante robarle los libros rusos a mi papá, que era enfermo a Chapaev, Así se templó el acero, La Batalla de Stalingrado y un libro que adoraba y releía, Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet. Al leer este, me inspiro y compongo una canción, “Esclavo Cimarrón”, que mi papá un día me sorprende ensayando, y yo paro y él me dice: «sigue, sigue», y al final me pregunta: «¿de quién es eso?», y le digo que mío, y no me cree y entonces me la pedía a cada rato. Ahí descubrió que leía sus libros y me dejó leerlos. Entonces empecé con Malcom X, que era muy gordo. También de milagro leía el Manual de psiquiatría de la Habana, al psicólogo Williams James, Cómo detener las preocupaciones y disfrutar de la vida, de Darle Carnegie, pura psicología comercial, todo lo que compraba de Balzac, Sthendal; la verdad hice zafra, me convertí, igual que él, en un adicto enfermo a la lectura… Era un revoltijo de libros sin orden, pie ni cabeza, que mi padre iba comprando en las librerías de uso y yo curioseaba en ellos. No aparecía poesía por ningún lado. La poesía vino después, cuando leí de Guillén El Gran Zoo e Ismaelillo, de José Martí. Ahí empecé a desahogar mi vocación de primerizo enamorado. Nunca he detenido la lectura, porque en el servicio militar con 19 años, por suerte, tuve un tutor y guía literario: Mario Nieves de la Cruz, quien me facilitó un libro de Camila Henríquez Ureña: Invitación a la lectura. En la mochila del servicio siempre anduve con libros y cuando me daban un brei de descanso para los soldados, me ponía en cualquier sombra de árbol a leer. Entonces me decían «el loco», «te vas a quemar muchacho»…, y todas esas burlas de los que vivían jodiendo.
Sin embargo, tu llegada o tu acta de presentación ante el movimiento de la Nueva Trova fue como un trovador muy maduro; algo raro porque generalmente hay a quien se le da esa maduración con el tiempo.
Todo se lo debo a la lectura.
El trabajo con Xiomara Laugart…
Con la Negra no trabajé, me divertí, porque era una fuente inagotable de placer como mi mujer, maestra, como músico intuitiva y sabia y prodigiosa hasta para darme un hijo. Si soy quien soy es gracias a ella, la venero.
La Isla de la Juventud… Cuéntame del ambiente allá y en qué año se produjo.
De 1979 a 1981. La Isla fue el prodigio de salvación cuando yo y la Negra Xiomara dormíamos en el piso de tierra del Parque del Pescao, empezando la vida amorosa, artística y cultural de cantar y trashumar por casas, parques, centros culturales, nocturnos y gastronómicos, y fundamentalmente el Parque Almendares, alma mater de algunos trovadores.
La Isla fue la escuela que nos propició el encuentro con la verdad y la dura realidad de la vida. Cogimos, recogimos, sembramos y envasamos toronjas como obra de choque 3 años por la UJC, quien nos apadrinó socioculturalmente para que fuéramos albergados, trabajadores y artistas profesionales. Fue nuestro Playa Girón, el de la Patria y el de Silvio, La Gran Victoria.
Luego vino el disco. Fui de quienes nos quejábamos de que no estuviera lo más representativo tuyo hasta ese momento. ¿Corriste el riesgo de dar a conocer otros temas? Recuerdo que no era fácil grabar por ese tiempo.
Es que tenía un chorro de canciones, paría como un curiel. Ni yo mismo sabía cuáles eran las más importantes, no se sabía todavía…
La peña en el cine Riviera.
¡Esa fue la hecatombe! Me gustó porque hubo policía y todo pa´ entrar. Era excitante que amenazaran con suspender porque la gente no cabía y amenazaban con romper los vidrios si no entraban, demostraba la pujanza del trabajo que hacía con el grupo Zambra, un piquete que al piano tenía un hijo de Chucho Valdés y otro en la batería, en la percusión el hijo de Sagarra, el entrenador de Boxeo, el guitarrista Tony Matute, el hijo del director del grupo Batey, Tony Bravo, casi yo era el único hijo…Pero eran excelentes músicos y tenían la aprobación del público joven, que en ese momento gustaba del fonky y el rock, cosa extraña en la nueva trova, exceptuando a Síntesis y Mezcla. Yo me esmeraba en la poesía de los textos y eso hizo combustión y ¡echó candela!
Volviendo un poco atrás, quería preguntarte cómo fue que recibiste el impacto de que tus temas le pudieran interesar a otros intérpretes foráneos y del patio.
Todo el mundo se sirvió a sus anchas, nadie me pidió permiso, fue democrático, las canciones cayeron en tierra de nadie, se los agradezco por su cordialidad y el derecho de autor del que vivo.
¿Luego qué pasó? Tu ida a México. Muchos dejaron de seguirte el rastro. Fue como si te hubieras desaparecido del mapa.
Soñé un día que un tigre me devoraba y estando en su estómago resucité y ya estaba en México. Después Noemí Crosas, mi mamá espiritual, me mandó una imagen de La Virgen de Guadalupe en una cadena fraternal y me dijo que le pidiera, lo hice con devoción y fe y fui a dar a México, armándoseme un rollo que cuento en una novela, que no adelantaré ahorita, porque es inexplicable… Es una plática extensa que daré a conocer en su momento.
Ahí quería que te detuvieras porque tengo entendido que tienes libros escritos. Háblame de ellos.
Ya voy por un guion de cine, «Cubanaleco», y siguen sin publicarme una letra. Ni tengo apuro ni me quejo ni me interesa, no me gusta enumerar libros que he escrito porque parecería petulancia o ruego, solo pido al señor, que lo que he escrito Él lo sabe, lo disfrutamos juntos y eso tiene importancia. Yo sigo vibrando en resonancias devotas a mi circunstancia interior, no soy escritor y menos músico, solo un canal por donde fluyen y depositan calidoscópicas imágenes. A lo mejor me hacen caso cuando vean mi pintura, que es horrenda. Dice un amigo que las firme en grande, que por el nombre de trovadorcito las venderé rápido: ¡habría que tener cara! Dijo Delacroix que disfrutaras de tu talento, en una especie de refugio seguro, lo cual vale mil veces más que la febril persecución de la gloria, como citó Lezama, escribir el poema y fumarlo como papel de cigarrillo o disparar la flecha sin importar el blanco: soy ateo a la fama.
Tosca, ¿cómo ves el panorama trovadoresco actual en la Isla, los de las nuevas hornadas de trovadores, si has podido estar al tanto…?
Eso ha existido y existirá siempre, con una u otra calidad, sin que nadie ni nada pueda mediar. Es un fenómeno espontáneo, y la guitarra se presta para eso, es un instrumento manuable, transitable y popular. Lo que hace falta es que los chiquitos no se crean cosas y miren hacia lo alto, a los jerarcas, patriarcas, fundadores, salvajes, precursores, genios de la canción y respeten, y no estén esperando viajes y prebendas, cuando tendrían tanto que leer y que estudiar, a parte de estar en las peñitas ostentando ¿tremendo swing?
¿Y qué me puedes decir de Tosca hacia el futuro mediato e inmediato?
Cada vez me jala más el cine, la plástica y el ballet, y este que hago ahora quizá sea el último disco. Lo más importante es conocer a mi nieto, educar a mis hijos, pasear y jugar con ellos, acabarme de conocer a mí mismo, porque a veces me envalentono y otras me apendejo.
¿En fin, que…?
Nada. Fíjate que mi último poemario se llama Por si me voy del aire, y estoy pensando siempre en El Santy, cómo será y estará allá arriba…nada, pa´ descargar un rato.
Visitas: 21
Deja un comentario