A propósito del cuento «La noche de los Djins»
Para los lectores del fandom de la ciencia ficción y la fantasía siempre es motivo de jolgorio el descubrimiento de un nuevo autor… más aún si este llega, a los predios del combate literario, armado con el poder de una buena historia. Es este el caso de Ragnar Wilfredo Robas, un joven escritor que compone sus historias desde Guantánamo, desmintiendo así la falsa idea de una supremacía habanerocentrista de lo que sido nombrado movimiento del fantástico cubano.
Ragnar, como otros autores con los cuales comparte espacio y generación, no muestra un apego textual al cuerpo mítico y temático de una supuesta «realidad» cubana ficcionalizada en los textos, sino que apuesta por el estudio antropológico, religioso y cultural de las civilizaciones orientales, fundamentalmente las musulmanas: soplo de aire fresco, quién lo duda, para el género fantástico gestado en el patio, donde muchas veces, propuestas estéticamente semejantes y fundamentadas en un mismo patrón de escritura proliferan entre los diversos autores.
Desde una periferia temática y genérica, Ragnar apuesta por lo novedoso, si bien no renuncia a gadgets propios de la ciencia ficción que conservan un especial hálito de homenaje al ciberpunk. No obstante, no se queda paralizado en el ciberpunk de sobras conocido, que ya ha dado resultados en los ámbitos del patio —y que, según mi opinión— poco de nuevo tiene por ofrecer escrituralmente, sino que deriva hacia el imaginario oriental (elemento apenas esbozado en la historiografía de nuestra literatura fantástica) y, por ende, sus manifestaciones en la escritura. ¿Resultado?: un cuento como «La noche de los Djins», suerte de tour de force que parece anticipar sagas posteriores —ojalá una novela, predica mi deseo de lectora— y el desarrollo de un universo cargado de referencias, personajes, genealogías, guerras intestinas.
Estos Djins, remedo de superhombres demonizados o espectros de poderes increíbles, parecen obedecer al deseo del autor de conquistar otros territorios del fantástico, en este caso, los universos Z. Si bien los Djins de esta historia pertenecen, por momentos, al ámbito de lo espectral, su condición de criaturas no vivas y a la par, tampoco muertas, nos hacen recordar —en una línea de pensamiento paralela— a los zombies, seres mucho más cercanos al imaginario cultural occidental gracias a cierta contemporánea tendencia de prostitución/comercialización cinematográfica que ha dejado el saldo de contadas obras memorables. No obstante, el lector no debe esperar que este cuento le muestre las usuales carnicerías gore del mundo Z: sus conquistas son contadas con ciertas dosis de sutileza —y hasta poesía— de voz y mano de la joven Fatimiya, una muchacha atrapada en un búnker, custodiada también por las tradiciones de su cultura patriarcal, por un padre castrador y una madre loca. Su única salida al mundo del amor y la ternura llega gracias a un hermano, desaparecido en la Primera Oleada. Desde los rebordes del incesto se construye la historia, matizada por cierta sensación de claustrofobia y por un fatum que el personaje narrador percibe desde los comienzos de su narración.
Locura, amores prohibidos, la caída de un imperio son los grandes ejes temáticos de esta historia. No obstante, pese a su singular calidad como escritura, «La noche de los Djins» se construye sobre una realidad estructurada en escenas, a grandes saltos que permiten vislumbrar, sotto voce, la enorme capacidad de este amplio mundo, incapaz de ser constreñido en las pocas páginas de un relato. Quizás, más que un cuento, «La noche de los Djins» promete ser capítulo de novela, cuadro de una trilogía, parte de un universo superior que comienza a orquestarse desde lo micro hacia lo macro, como toda buena historia debe hacer.
Recae siempre, sobre el autor del fantástico, cierta dosis de pesimismo, cierta culpa cuando otros escritores supuestamente «serios» señalan con el dedo la obra y el género en que esta ha sido escrita. Ragnar, desde la defensa de un fantástico que se ajusta a su mano de escritor como pieza de orfebre, rompe el estigma, la ecuación matemática de que ciencia ficción+escritura es igual a literatura de segunda categoría. Más que la muestra de este solo relato —que será siempre la esencia truncada de un proyecto mayor y tal vez aun inconcluso— es preciso imaginar la estructura completa, el edificio soberbio de una escritura culminada bajo la forma de un libro. La noche de los Djins nos advierte que no toda la buena literatura se escribe en los supuestos epicentros de un cuestionado maistream literario, made in la capital. Es preciso expandir el universo de referencias, abrir los ojos hacia el también cuestionado concepto de la periferia. La literatura no tiene capitales ni obedece a reglas geográficas: Ragnar nos ha abierto las puertas del búnker de su escritura y, ¡oh, Creyente!, ¿qué descubrimientos no te esperan una vez que pises sus umbrales?
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Ragnar Wilfredo Robas. Graduado de la Academia Profesional de Artes Plásticas de Guantánamo, especialidad pintura. Colaborador del periódico Venceremos. Guionista Radial. Actualmente trabaja como Especialista de Literatura de la Casa de Cultura Regino E. Botti del municipio Imías. Participó en la V Edición del Evento de Literatura La isla en Peso, Guantánamo 2015; delegado a las ediciones 22 y 24 de las Romerías de Mayo, Holguín; Premio en Poesía categoría Adultos en el XXXVI Encuentro Debate Provincial de Talleres Literarios para Adultos, 2016, Premio en los géneros Poesía y Cuento en el Salón de Arte Erótico, Guantánamo, 2017; Premio en el Concurso para los Lectores del Periódico Venceremos, 2017.
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Tomado de País de fabulaciones, texto de Elaine Vilar Madruga publicado por Cubaliteraria en 2019.
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