
La fundación de la Biblioteca Nacional estuvo matizada por la falta de experiencia entre sus especialistas, donde las herramientas para trabajar no eran otras que la buena voluntad y la colaboración de algunos compañeros. Otro factor en contra era la escasa o nula preparación técnica y profesional de aquellos que laboraban en las bibliotecas, por lo que Figarola Caneda también tuvo que enfrentarse con estos obstáculos al tomar las riendas de la naciente institución.
Tal parece que las buenas intenciones de los fundadores de esta institución no sirvieron de suficiente acicate para que la biblioteca alcanzara el respeto de los gobernantes cubanos y norteamericanos que legislaban en la isla, factor fundamental para que una entidad pública, de carácter nacional, repercutiera adecuadamente en la sociedad. Resulta evidente que sin ayuda económica y moral de las autoridades poco podían hacer los intelectuales que defendían y apoyaban a la biblioteca.
La apertura de la Biblioteca Nacional estuvo estrechamente relacionada al nombre de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, que junto a Néstor Ponce de León, Vidal Morales, Manuel Sanguily, Diego Tamayo y Enrique José Varona, hicieron las gestiones para la creación de esta institución desde los finales del siglo XIX.
El fundador de la Biblioteca Nacional, Gonzalo de Quesada, y Domingo Figarola Caneda se conocieron en París, en 1900, donde Caneda vivía de las traducciones que hacía para las casas editoras de Garnier y Viuda de Bourget. Las dotes de bibliófilo y la vasta cultura de Caneda sugirieron a Quesada la idea de proponerle el puesto de director de la naciente institución. El único documento que avala este nombramiento, según Lilia Castro de Morales, es el suscrito por Vidal Morales, Jefe de Archivos de la Isla de Cuba, el 25 de noviembre de 1901:
Hago constar que el día 18 del mes de octubre próximo pasado, se presentó en esta Oficina a mi cargo el señor Domingo Figarola Caneda acompañado del señor Gonzalo de Quesada, quien comisionado por el General Wood, me puso en conocimiento de que el señor Figarola Caneda venía a hacerse cargo de uno de los salones de este edificio a donde se instalaría la Biblioteca Nacional , para cuya dirección había sido nombrado; tomando por lo tanto posesión desde el mencionado día el señor Figarola Caneda del citado puesto.[1]
El anuncio oficial del nombramiento de Caneda como director de la Biblioteca Nacional fue publicado en la Gaceta de La Habana, órgano oficial del Gobierno Interventor, con fecha del 31 de octubre de 1901 con una Orden No. 234 y fecha del día anterior, con efecto desde el 18 del propio mes.[2]
Figarola Caneda, aunque durante tres meses fungió como Delegado Oficial de Cuba en los congresos internacionales de bibliografía y biblioteconomía en París, en 1900, tenía pocos conocimientos sobre el mundo de las bibliotecas. Por eso, consciente de la responsabilidad asumida, según Gerardo Castellanos[3], le pidió un poco de tiempo a Gonzalo de Quesada para estudiar el tema de la Biblioteconomía en la Biblioteca del Museo Británico.
Según apuntó el propio Caneda, entre 1892 y 1900 él había adquirido alguna experiencia al respecto, y realizado trabajos en varias bibliotecas de París, como: Nationale, Arsenal, Carnavales, Mazarine, Sainte–Geneviéve, Conservatorio Nacional de Música, Opéra, Cardinal, Archivos Nacionales y Sorbonne.[4]
La primera acción que realizó Caneda como director de la Biblioteca Nacional testifica sobre su carácter abnegado y su deseo de contribuir al desarrollo de la principal biblioteca del país: donó su colección personal para engrosar los fondos de la institución. A lo largo de los años de su dirección, en numerosas ocasiones, Caneda pagó el dinero necesario para el completamiento de la biblioteca de su propio bolsillo.
El núcleo del fondo estaba constituido por los donativos que él logró reunir en Europa durante casi dos años: mil títulos solamente de impresos, más de 8 mil 500 retratos, unas 15 cartas geográficas y planos gráficos estadísticos, varias medallas, algunos centenares de monedas antiguas y un buen número de ciertos objetos unos históricos y otros no, pero todos ellos documentos de mayor o menor interés para los diversos estudios.[5]
Caneda no sólo puso a disposición del público su propia colección, sino que se dio a la tarea de reunir en el exterior cuanto libro, objeto y documento en general pudieron ofrecerle para conformar el fondo de la Nacional. La primera colección que se compró con estos fines fue la del Conde de Fernandina, la segunda fue la de Vidal Morales y Morales y la tercera, la de J. Tadeo Laso J.
Su preocupación por la biblioteca dio como resultado que su fondo se enriqueciera además con las colecciones de Bachiller y Morales, Francisco Sellén, Francisco J. Cisneros, Pérez Beato, Ponce de León, González Llorente, José María Heredia, Guiteras, Suárez y Romero, José Luis Alfonso y muchas otras de altísimo valor. Decía Caneda que: «La B. Nacional de La Habana debe poseer todas las bibliografías francesas»[6], frase que muestra el bibliógrafo nato que era y su gran amor por la cultura de ese país europeo.
En menos de un año, Figarola Caneda mostró sus dones organizativos y administrativos, y logró resultados que están reflejados en un informe detallado, dirigido por él, al General Wood sobre todo lo concerniente a la Biblioteca Nacional desde la fecha de su nombramiento hasta el 19 de mayo de 1902: amueblado del local de la biblioteca parecido a lo visto en la Biblioteca Nacional de París y en el Museo Británico, donativos cubanos y europeos, nombres de los donantes, máquinas, catálogos —incluidas sus medidas en centímetros, resúmenes estadísticos y la magnitud del fondo, que en aquel momento llegaba a la cifra de 10 328 volúmenes.[7]
Emilio Roig se refería al modo en que Figarola Caneda siempre estuvo al servicio de la sociedad, y señalaba que este, a pesar de mantener una biblioteca privada, se aseguraba de que cada libro de ella tuviera un ejemplar en la Biblioteca Nacional para la consulta del público y si le obsequiaban alguno, pedía otro para el fondo de la biblioteca. Si no podía conseguirlo, donaba el suyo propio porque no se permitía que faltase en la biblioteca mientras él lo tuviera.[8]
[1] Castro de Morales L.: «Biografía de la Biblioteca Nacional», Revista de la Biblioteca Nacional, 2da. Época 1957; (3): 12.
[2] Ídem.
[3] Castellanos G.: «Cuba 24», Revista de la Biblioteca Nacional, 2da. Época; 1952; (3): 64.
[4] Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901-1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Roig de Leuchsenring E.: «Homenaje al Ilustre habanero Domingo Figarola-Caneda: en el centenario de su nacimiento», en Cuadernos de Historia Habanera, 1952; (52).
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