Domingo Figarola-Caneda fue uno de los bibliógrafos más importantes de la historia de la cultura cubana. Se desempeñó como periodista en diferentes diarios habaneros a lo largo del siglo XIX así como en importantes publicaciones periódicas en España, Estados Unidos y Francia. Colaboró con Francisco Calcagno en el Diccionario biográfico cubano que apareció en 1878. Formó parte de notables sociedades bibliotecológicas en Inglaterra y Francia. A él se le debe tanto la edición de los manuscritos de la Biblioteca Nacional de Cuba a partir de 1909, así como también la publicación de textos como Memorias inéditas de la Avellaneda, que vio la luz en el año del centenario de la poetisa, y también los tres primeros tomos del Centón epistolario de Domingo del Monte (1923- 1926). Trabajó en textos que hoy son de capital importancia como la Bibliografía de Antonio Bachiller y Morales, el Diccionario biográfico cubano, entre otras investigaciones bibliográficas importantes. Su obra no ha vuelto a ser editada y apenas se ha conocido su innegable y amplio aporte al estudio de la cultura insular. La Guía oficial de la exposición de Matanzas [Imprenta «La Nacional», Matanzas, 1881] es un texto exhaustivo que explica los orígenes de aquella exposición, de la cual ya Matanzas había llevado a cabo una en 1872. No obstante, poco se conoce no solo acerca de estas exposiciones, sino también de todo lo concerniente a la organización, salones expositores, juntas organizativas, transporte y otros rubros a pesar de que constituyen hoy importantes indicadores económicos, sociales, históricos y culturales de dicho evento y de la ciudad que lo llevó a efecto. Por eso, considero de interés llamar la atención sobre ciertas aristas del libro en cuestión.
No se limita el autor a recoger todo lo concerniente a la exposición, sino que incluye textos sobre Pueblo Nuevo con sus calles, iglesias, paraderos, mercados, etc. Lo mismo lleva a cabo con Matanzas y su barrio de Versalles. El autor quiso dejar una memoria escrita que derivara con el tiempo en un importante documento histórico que fuera más allá del mero hecho expositivo:
Al acometer la empresa nos propusimos escribir el libro indispensable a todo el que visita una Exposición, enriqueciéndolo con cuantos datos nos fuera posible, para mayor ventaja del mismo visitante, que indudablemente lo consideraría mucho más útil, cuanto más crecido fuera el número de noticias y detalles que él encerrará. También nos propusimos formar la guía de Matanzas, Pueblo Nuevo y Versalles, primero por ser un libro no poco necesario y del cual hasta ahora se ha carecido, y segundo, porque de ese modo nuestra obra, a más de servir después de la clausura de la Exposición como objeto de recuerdo o libro de consulta, sobreviviría a dicha clausura para seguir prestando más utilidad. Por ese motivo también hemos incluido un directorio y otros muchos datos puramente comerciales, que siempre a tantos interesa.[1]
Resulta interesante abundar, al menos someramente, en la importancia de estas exposiciones en Cuba. Antes de esta en Matanzas, ya se habían efectuado otras en La Habana en 1847 en el local que ocupaba el convento de San Felipe Neri. Fue en los años 1853 y 1856 que volvieron a repetirse tales eventos en esa ciudad con un objetivo esencialmente comercial. No obstante, todo parece indicar que las primeras exposiciones de carácter agrícola y ganadero tuvieron lugar en Puerto Príncipe en los años 1843 y 1844 y fueron su principal escenario. Pero estas últimas no llegaron a tener el alcance de la referida aquí por Figarola-Caneda.
Los datos aportados por el autor permiten entender por qué a Matanzas se la denominó en el siglo XIX la «Atenas de Cuba». Las secciones de esta exposición de 1881 fueron no solo de agricultura y comercio, sino también de ciencias y bellas artes. Es importante destacar el carácter internacional, como se diría hoy, que tuvo dicho certamen. Participaron expositores parisinos, londinenses, dominicanos, mexicanos y belgas de Amberes. España estuvo presente con una buena parte de sus provincias. Lo mismo ocurrió con Estados Unidos porque allí estuvo la presencia de expositores no solo de Nueva York, sino también de Nueva Orleans y otros lugares. Por la Isla hubo representación de diferentes lugares, entre ellos, Santiago de Cuba, Baracoa, Sancti Spíritus, Nuevitas, San Juan de los Remedios, Guanajay y muchos más. Es notable la ausencia de la ciudad de Puerto Príncipe que para esa fecha aún se recuperaba de las consecuencias de la gesta del 1868 que dejó prácticamente devastada a la región. Las referencias a los orígenes de tal exposición y las sociedades culturales participantes constituyen punto de reflexión que también sirve para conocer a las familias más importantes y a los principales grupos de poder formados por cubanos y peninsulares que gestaron con tesón y apoyaron desde el punto de vista económico y cultural este evento.
Como se puede observar este es un libro que ofrece múltiples lecturas que van desde lo histórico, lo urbanístico, lo antropológico entre otras de una región tan cara para la cultura cubana.
Otro dato de atracción para el lector contemporáneo es el conocer que el presidente efectivo del gran jurado de aquella exposición matancera fue ni más ni menos que el gran intelectual Antonio Bachiller y Morales, lo que indica la estatura cultural de aquel evento; y entre sus vicepresidentes estuvieron el polígrafo cubano Enrique José Varona y el destacado pintor Miguel Melero. Por otra parte, se imprimió un texto que recogía buena parte de la obra en prosa y verso del poeta matancero José Jacinto Milanés. El libro se llamó Álbum Milanés y se vendió durante la exposición. La idea era que con el dinero recaudado se erigiera una estatua al poeta en el cementerio de San Carlos.
La guía de la ciudad de Matanzas no se limitaba a señalar los principales lugares de la ciudad, sino que establecía las calles, sus nombres y las coordenadas donde estaban situadas. Era todo un estudio urbanístico que incluso reflejaba las escuelas por su tipología, a saber, públicas y privadas, la cantidad de estudiantes por sexo y color racial. Debió de haber seguido el modelo de Bachiller y Morales; empero fue mucho más allá porque colocó las asignaturas que recibían los alumnos y en qué horarios. No faltan las direcciones de las escuelas y los nombres de quienes estuvieron al frente de ellas.
La guía, por supuesto extensa e inmensamente interesante, recoge todo el sistema de gobierno, la red de instituciones y dentro de ellas sus respectivas directivas, caracteriza hospitales, cárceles, plazas, los nombres de los gobernadores; en fin, nada parece faltar allí. No deja de referirse, y lo mencionamos aquí como dato curioso, a la leyenda del aura blanca que recogiera en sus obras Gertrudis Gómez de Avellaneda:
Es probable que muriera la ilustre poetisa camagüeyana ignorando que en 1861 fue comprada al hospital de Puerto Príncipe y regalada al naturalista Francisco Jimeno, para que formara parte de su museo. En 1864 murió el aura blanca y fue disecada, continuando en dicho museo hasta que pasó a formar parte del gabinete de historia natural del Colegio de San Carlos.[2]
Basta decir, por último, que esta obra tiene una enorme importancia para estudiar diversas aristas de nuestra cultura, no solo desde el punto de vista de la historia regional, sino también nacional. Volver sobre el siglo XIX con una lectura crítica es, desde mucho, una necesidad para la historia de la cultura nacional. Un libro como Guía oficial de la Exposición de Matanzas así lo demuestra.
[1]Domingo Figarola-Caneda: De la Exposición de Matanzas. Imprenta «La Nacional», Matanzas, 1881, p. 1.
[2] Ibídem, p. 21.
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