¿Pude ganarme el pan y hacer el verso?
¿Pude ganarme el pan? Vamos a ver:
escribí contra el polvo. Estoy inmerso
en la furia del polvo, desde ayer…
Mi torcida raíz, la respondona,
la horrible huérfana de su pronombre,
cuánto sufre el dolor que se arrincona
en la fe desgarrada. Soy un hombre
que en el poema debe suicidarse;
uno que busca (pertinaz, esquivo)
fundir las voces para no callarse,
torcer el rumbo con un gesto altivo.
No hay otra forma humilde de entregarse:
cálido, insomne, inmensamente vivo.
«¿Pude ganarme el pan y hacer el verso?» Esta paráfrasis martiana nombra el poema anterior, antesala de una invitación literaria a conocer la creación de Domingo Peña González, cubano oriundo de Guáimaro, provincia de Camagüey, quien incluyó las pasadas líneas en su volumen publicado por la editorial D’Mc Pherson en 2020, bajo el título de La torcida raíz. A este libro le anteceden otros volúmenes líricos como Óyeme con los ojos (2000), Luna de mi soledad (2001), Estudiante de melancolía (2003), La ceniza de los días (2007) y Las implacables mansedumbres (2012), todos a la luz por la editorial Ácana, y Con el gesto del bufón (2018), por la casa editora Sanlope, de Las Tunas. Sus obras le han merecido galardones como el Premio Nacional y el Premio Iberoamericano de la Décima, y el premio Puerta de Papel, del Instituto Cubano del Libro.
Sonetos, décimas y cuartetas, escritos en ocasiones sin respetar su formato tradicional, participan en las páginas de La torcida raíz. El volumen se encuentra dividido en tres partes, tituladas a su vez como: «Espinas de cardo secas», «Breviario del ofendido», «Quién le dijo que yo era», y «Los empujones negros». En ellas relucen citas, intertextos y alusiones a más de un creador cubano y universal, consagrado o poco (re)conocido, y a su obra. Incluye, además, poemas donde el autor dialoga directamente con muchos de ellos. Percibimos trazos estilísticos cercanos a César Vallejo, Antonio Machado, Pablo Neruda, entre otros nombres ilustres, por momentos…
La vida escucha, atenta, lo que ya no le dices.
Sabes que es una broma su larga mordedura.
Aparece en tus labios absolutos, distantes.
La vida es un anhelo cobarde en mi cintura.
He querido al silencio que te amenaza. Afuera…
el polen de tu angustia sobre mi frente, abjura.
Antiguos ademanes de pródigos difuntos
conversan en tu almohada. Todo se transfigura.
Todo es posible. Todo crecerá y es pasado,
mi breve nube blanca sedienta de grisura.
Espérame en la risa que nombra y da consuelo
para entender el susto. Espérame y espera
el retorno difícil de la flor y el sonido
cuando estalle la vida como una primavera.
La torcida raíz, título del libro de Domingo Peña González que le proponemos hoy, contiene treinta y nueve poemas donde el creador expresa sus más íntimos estados emocionales ante el amor, la duda, la existencia, el dolor físico y espiritual, la enfermedad, la lejanía o la muerte. Comparte así con quien pretenda hacer una lectura interesada, los más intrínsecos pensamientos que lo atormentan o le provocan felicidad, donde disímiles situaciones humanas pueden verse reflejadas; y más de un conocido, familiar o amigo cercano puede encontrar referencias a la vida personal del poeta, nacido en Sibanicú en MIL 973.
Según palabras del autor en una entrevista realizada recientemente: «Siempre queda algo por decir amparado en el lirismo, en la melancolía. El lirismo y la melancolía son formas de asumirme y de resumirme. A través del humo de un cigarrillo pasan las imágenes, asoman rostros de poetas muertos que se entronizan en lo creado, letra a letra, hasta el éxtasis y la salvación». Y éxtasis y salvación encontramos también en La torcida raíz, un libro escrito y dedicado, al decir del creador: «para académicos o para limpiabotas». Constantemente el poeta se cuestiona a sí mismo su obra e incluso, su razón de existir, su lugar en el mundo y su posibilidad de ser comprendido/reconocido a través de ella:
Arrogancia del ser: duro combate,
cabeza helicoidal sin pensamiento.
Pernocta en el blanquísimo aposento
donde abunda el pudor y el disparate.
El villano eres tú, meditativo,
con bufones adentro del armario.
Te dieron un papel (el secundario).
Eres un muerto; mas… un muerto vivo.
Y te devora sopesar quién huye,
quién ha dejado tempestad y escombro.
Y la razón a la razón diluye.
La poesía es la sombra del asombro.
Por el camino que tu verso intuye,
la angustia pasa con su angustia al hombro.
A juicio de Diusmel Machado Estrada, coterráneo, colega y amigo de Peña González, en sus páginas existe «un discurso poético que goza de rara libertad: el poeta es culto, y su voluntad es libre de prejuicios. (…) el lenguaje oscila con auténtica naturalidad entre los extremos de la retórica y la llaneza». Domingo es «un hombre de la cultura, conocedor de muchos buenos libros y del arte universal, pero en el mismo cuerpo, es un humilde guardián de las nochecitas de Cuba, que custodia los bosques y sabanas del apacible y minúsculo Sibanicú»… Así, comparte «un añejo noviazgo con la noche que lo acuna y espanta, y que asoma sus claras oscuridades en la duermevela de sus versos».
Lo demás… Íntimo silencio roto.
Fragmentada la ternura, carcomida.
Dictadura de mi reloj. Otra foto
(en sepia) donde es remoto el júbilo.
Ortografía de una mano (mano mía)
que arroja al viento su lastre.
En fin, yo soy mi desastre;
lo demás, es la poesía.
Domingo Peña González le escribe versos a su amada, a su familia, a sus amigos, a su propia existencia. Se autodefine en su propia poesía, dialoga consigo mismo y recrea entre el detalle y la inmensidad, entre la obviedad y la metáfora, una realidad que le inspira constantemente las más variopintas ideas sobre el tiempo, el bien y el mal, la verdad y la bondad, el recuerdo y el pasado, las posibilidades que otorga el futuro, o sencillamente, el olvido. Destacan en ella sus más nobles sentimientos de humildad, transparencia y sencillez como poeta de su terruño. Recrea el acto de creación como salido de sus mismas entrañas y rechaza vanas pretensiones. Sin embargo, elabora una rima culta, enmarcada en el uso minucioso del lenguaje, brillante en toda su magnitud, donde se interroga a sí mismo como creador, y discurre sobre el rol universal de los poetas y la poesía en el mundo actual, sin escatimar recursos de disímiles corrientes estilísticas pasadas: modernismo, romanticismo, simbolismo, barroco, se unen en original mixtura literaria en sus versos.
Donde parece que todo va a terminar…
Es bueno sentir el punto…
final, como un latigazo.
La pausa admite un abrazo.
Detenerme… es otro asunto.
En la carcajada, adjunto
sanciones… ¿Cuánto pudor
se diluye en el sudor
de la prisa? No me agito.
No callo. No entiendo. ¿Quito
la pompa del rimador?
La inspiración martiana es palpable en el empleo de frases literales, citas que recontextualiza sin traicionar su significado intencional primigenio, mientras en otros giros recuerda a Góngora y a Quevedo. El recurso bien dosificado de la ironía y el evidente barroquismo de sus construcciones sintácticas contribuye a esta filiación con el Siglo de Oro español.
La obra de Domingo Peña González se percibe orgánica, integrada a un presente donde sobresale por el buen arte de su estructura y la solidez de su armazón. La atrevida proposición de sus metáforas e imágenes es quizás un reto para quienes pretenden que ya la rima no está de moda, o que un hombre de la naturaleza más que de las letras, no debe meterse con la poesía más culterana. Juicios tales son desmentidos con esta y otras tantas obras del creador: algunas ostentan ya merecidos galardones en el ámbito nacional. Esperemos que sigan brillando como las estrellas que iluminan las noches de los bosques cubanos que este poeta cuida con celo.
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