«Si hemos de encerrar en breves y apretados conceptos nuestra impresión de lo que significa don Fernando Ortiz en el proceso cultural de Cuba, nada lo definirá mejor que estos, tomados de su propio vocabulario: humanismo y racionalismo científico», escribió José Antonio Portuondo.
«Tan ancha y honda fue la tarea de don Fernando que puede cargar, sin pandearse, el título de tercer descubridor de Cuba, en comprometida secuencia con el genovés temerario y Humboldt, el sabio», afirmó Juan Marinello.
«No podremos olvidar nunca a don Fernando Ortiz, que puso al servicio de los discriminados por el régimen colonial y la república mediatizada los recursos de su genio incomparable para arrancar de raíz el arrastre de la barbarie esclavista», opinó José Luciano Franco.
Tal fue, es, el cubano cuyo aniversario 140 de su nacimiento, celebramos este 16 de julio, fecha que, en honor a la justicia, deberíamos nombrar Día de don Fernando como reconocimiento al pensamiento y contribución a la cultura de un cubano cuya obra es inabarcable en extensión y trascendencia para la mejor comprensión de «lo cubano».
Tuvo don Fernando muchas virtudes ciudadanas, pero una —en opinión nuestra— lo singulariza: su empeño, su capacidad para convertir la sabiduría acumulada por las lecturas e investigaciones, por los análisis propios y audaces y la interpretación de la historia de la sociedad cubana, en palabra escrita, en materia para ser leída y enriquecer, cuando no esclarecer, el proceso —el cocido, el ajiaco, en sus palabras— de la formación de nuestra nacionalidad.
Antropólogo, jurista, arqueólogo, musicólogo, periodista, criminólogo, etnólogo, lingüista, folclorista, economista, historiador, geógrafo… He ahí, reducidamente, el quehacer de don Fernando. La multiplicidad de sus estudios, la interrelación que establece entre estos, las conclusiones a que después arriba, la audacia investigativa, asombran entonces y ahora. Él es, además, capaz de asumir la dirección o fundación de publicaciones, instituciones culturales, proyectos de significación social, de reclamos ciudadanos de carácter político. Si para Publio Terencio «nada humano le es ajeno», a don Fernando «todo lo cubano le concierne». Es el mejor ejemplo de laboriosidad que podamos encontrar. Humano y humanista, accesible y colaborador.
A él debemos (agradecemos) el término transculturación —hoy generalizado— y que explicó así:
Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque este no consiste solamente en adquirir una nueva y distinta cultura, que es lo en rigor indicado por la voz inglesa acculturation (…), en todo abrazo de culturas sucede lo que en la cópula genética de los individuos: la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos. En conjunto, el proceso es una transculturación, y este vocablo comprende todas las fases de su parábola.
De este ilustre e indispensable cubano expresaría Rubén Martínez Villena:
Mañana cuando triunfen los buenos (los buenos son los que ganan a la larga); cuando se aclare el horizonte lóbrego y se aviente el polvo de los ídolos falsos; cuando rueden al olvido piadoso los hombres que usaron máscara intelectual o patriótica y eran por dentro lodo y serrín, la figura de Fernando Ortiz con toda la solidez de su talento y su carácter quedará en pie sobre los viejos escombros y será escogida por la juventud reconstructora para servir como uno de los pilares sobre los que se asiente la nueva República.
Enhorabuena, don Fernando, a la sombra de tu árbol nos seguimos cobijando, de tu savia seguimos nutriéndonos, en tu ejemplo encontramos nuevos rumbos.
Foto tomada de Trabajadores
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