De los ilustres hermanos Henríquez Ureña, a saber, Pedro, Max y Camila, es Pedro, el mayor, el menos conocido para los cubanos, pero sucede que es quien más se conoce internacionalmente por la generalización de su obra en Hispanoamérica. Sin embargo, es Pedro quien menos «vive» en Cuba y es esa la razón acerca de su menor presencia en los medios intelectuales cubanos. En Pedro nos detendremos porque murió el 11 de mayo de 1946, de esa fecha se conmemoran justo ahora 75 años y el asunto merece cuando menos un recordatorio.
En realidad, unos más y otros menos, los hijos del matrimonio dominicano integrado por Salomé Ureña —poetisa— y Francisco —pedagogo, abogado, escritor y también presidente de aquella república— fueron todos lumbreras de la intelectualidad latinoamericana y mantuvieron una estrecha relación con Cuba, ya se nombraran Max, Camila o Pedro.
En el caso de Pedro Henríquez Ureña fue, como ya expresamos, el de más profundo arraigo en el contexto de la cultura continental y su quehacer como poeta, ensayista, escritor, filólogo, crítico, periodista y hombre de pensamiento ha estampado una huella hoy palpable en la utilidad de su obra toda.
Nació en República Dominicana el 29 de junio de 1884 y recibió una privilegiada formación intelectual desde la infancia. Su tío Federico fue amigo de José Martí, quien lo llamó «mi hermano», y en el ambiente de la familia fue presencia frecuente la del prócer independentista puertorriqueño Eugenio María de Hostos. Así, Pedro nutrió su espíritu con el ejemplo de ilustres maestros.
Los estudios secundarios los cursó en Estados Unidos, ejerció la docencia en México, hizo visitas de trabajo a España, a Francia (allí publicó), vivió en Argentina, donde murió. Y entre tantos vaivenes signados por el ajetreo de una vida intelectual muy intensa y una fecunda obra literaria, se detuvo en varias ocasiones en Cuba, donde se le admiró y tuvo amigos entrañables.
Se conoce que en 1905 llegó a Cuba, que lo acogió dentro de su contexto cultural. En la Isla publicó el primero de sus libros, titulado Ensayos críticos, revelador de su adhesión a la corriente del Modernismo, pasando después, en 1906, a México, donde permaneció por varios años.
Las publicaciones periódicas cubanas también lo contaron entre sus colaboradores en diversas revistas y en la oriental ciudad de Santiago tuvo casa, como el resto de la familia Henríquez, amén de voz en las tertulias, pues la vida cultural de la Isla le hizo espacio para relacionarse con América Latina y Europa.
Otra de las fechas que marca su presencia en Cuba es el año de 1914. Entonces destaca y define las que para él deben ser las cualidades de un buen crítico: un erudito flexible, que sepa situarse en cualquier punto de vista. Aunque insiste en algo importante: ha de conocer el espíritu de la época y del país que trata, y será siempre tributario de los valores de la sociedad a la cual pertenece, así tenga que luchar contra ellos, en todo lo cual estará presente su sentido de la flexibilidad.
La obra de Pedro Henríquez Ureña comprende los libros Horas de estudio (París, 1910), Nacimiento de Dionisios (1916), En la orilla: mi España (1922), La utopía de América (1925), Apuntaciones sobre la novela en América (1927), Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936), Sobre el problema del andalucismo dialectal de América (1937), Plenitud de España (1940) y Corrientes Literarias en la América Hispana (1941), entre los títulos más trascendentes.
Tuvo de amigos a varios ilustres contemporáneos: Ramón Menéndez Pidal, Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Amado Alonso, Alfonso Reyes… Este último comentaría que don Pedro «enseñaba a ver, a oír y a pensar, y suscitó una verdadera reforma de la cultura».
Murió en Buenos Aires el 11 de mayo de 1946, a la edad de 61 años. Su huella en la pedagogía mexicana es notable en la organización de la Universidad Popular, en la reorganización de la Escuela de Altos Estudios y en la estructuración de la Escuela de Verano.
En la prensa cubana, de la cual fue colaborador, puede hallarse su pensamiento filosófico y educacional. Su espíritu iberoamericanista hizo escuela. En Cuba, la noticia de su fallecimiento el 11 de mayo de 1946 estremeció hace tres cuartos de siglo no solo a sus muchos amigos en la Isla, también a la intelectualidad toda que vio en él y en sus hermanos Max y Camila, importantes contribuyentes a la promoción de la cultura y la enseñanza.
Foto tomada de Ecured
Visitas: 85
Deja un comentario