Conocí a Samuel Feijóo a la edad de 10 años, cuando al entrar a la librería de mi localidad, Alamar, vi el libro Cuentos populares cubanos de humor y me lo llevé a casa. Desde ese instante, no paré de leerlo y de reírme. Cargué con él hacia la escuela y le mostré un cuento a una de mis amigas. Al otro día todo el mundo escondía el libro en su mochila, para ojearlo en el receso, en los horarios de autoestudio o en la misma clase; donde muchas veces alguna maestra nos lo quitó y otra compró el suyo.
Desde ese instante, he visto que eso ha sido Feijóo para muchos de los cubanos: un hombre risueño, un cómico, que podía escribir cuentos de «Pepito» con el mismo sonido del campesino, del negro congo; pero Samuel Feijóo Rodríguez es mucho más.
Si primero hubiera leído de él esto, sería imposible imaginarme lo otro, o viceversa:
Insistiendo sobre el tema viejo: mucho del estilo actual del mundo humano me daña. Mi persona se duele y oscurece del vasto, incesante crimen, de la fea ignorancia dominante, de la prensa impura, de los traidores, los serviles, los feos fanáticos, los crueles, de la mujer que se vende por hambre y del hombre que la compra, por hambre también, de los niños que mendigan…
Fina García Marruz lo define como un bosque que no hizo ningún tipo de diferencia entre una yerba y una flor. Afirma que Feijóo es uno de los grandes líricos de Cuba, de todos sus tiempos, comparable con el bayamés Juan Clemente Zenea. «Él solo era un instituto de folclor… –dijo en una entrevista-. Con una poesía extraordinaria».
Samuel Feijóo fue amigo entrañable de la pareja de intelectuales integrada por Fina y Cintio Vitier, desde joven hasta que murió. Vitier le dedicó un capitulo completo en el curso Lo cubano en la poesía que después se transformaría en un ensayo en 1958.
Considera Marruz que Feijóo es más difícil que José Lezama Lima debido a su obra desigual. No era partidario de las antologías de su propia obra, decía que su maestra era la naturaleza y por tanto escribía como ella. No pulía, y al decir de Marruz, eso le hizo mucho daño. Aun así, para ella, las cosas que debió discriminar también tenían un valor, siempre fueron auténticas.
Este intelectual fue fiel a su manera de ver la escritura: «amo, veo y defiendo lo que amo; sigo lo mío que veo, y crezco y perezco entre todos».
Montado en su bicicleta, recorrió los campos de Cuba y acopió el refranero popular, en el que se encuentran leyendas y tonadas campesinas, dicharachos, dibujantes, así como los pataquíes afrocubanos. Autodidacta, poeta, narrador, pintor, dibujante, antropólogo, publicista, editor y fotógrafo por oficio, es una figura trascendental de la literatura cubana.
Visionario como periodista, ya estaba vinculado a lo que hoy se llama el nuevo periodismo, pues relaciona la crónica con algunas avanzadas técnicas literarias. Colaboró con innúmeras publicaciones cubanas como Bohemia; también lo hizo con El Mundo, Juventud Nacionalista, Carteles, Rumbos; y fundó dos revistas emblemáticas en los estudios folclóricos cubanos como Islas y Signos. Desarrolló, además, una loable labor editorial en el Departamento de Publicaciones de la Universidad de Las Villas, en cuyo catálogo incluyó auténticas joyas de la literatura nacional.
En la entrevista era directo y honrado al formular las preguntas. Sabía cómo sondear al entrevistado para sacar de él lo inmediato en lo íntimo y en lo externo. Le gustaba poner a su interlocutor inquieto.
Como conferencista se valió del performance. Fue capaz de dar una charla en la Biblioteca Nacional José Martí, de espaldas al público y con un rostro pintado en un sombrero, que era el que miraba al auditorio. «Samuel Feijóo –dijo Cintio Vitier– es sorprendente».
A pesar de las numerosas condecoraciones que recibió: la Orden por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier, la Orden Félix Varela del Consejo de Estado de la República de Cuba…, no escapa del encasillamiento al que un día, con toda buena intención, lo sometió Nicolás Guillén al definirlo como un fascinante espectáculo. A su 107 de su natalicio hace falta volver a sus obras, porque estas merecen la diversidad de miradas críticas que hagan justicia a un creador de su estatura intelectual.
Si mi voz…
Si mi voz no es una llama muy alta,
erguida a lamer el viento final, junto a las estrellas, más allá…
no hallaré su música.
Se perderá como el rumor de una ola, lejana del viento en los oídos.
Tengo que poner mi nombre donde alumbre, ¿y cómo?
Tengo que ocultarme detrás de un árbol.
Tengo que ser y saberlo.
Por mis ojos ve la vida algo más que naranjos,
Algo más que la tierra nocturna.
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