
Caroline o Karoline Friederike Louise Maximiliane von Günderrode, que usó el pseudónimo de «Tian» (Karlsruhe, 11 de febrero de 1780 – Winkel, 26 de julio de 1806) fue una poetiza alemana del Romanticismo. Ingresa, a los dieciséis años como pensionista, en el convento de Cronstett. Cinco años después conoce a Bettina Brentano. La relación entre ambas dará lugar a una apasionada correspondencia y a una novela que Bettina escribirá años después, con aquellas cartas Die Günderrode, que saldría a la luz en 1840. Un libro que Karoline nunca verá.
En el verano de 1806, el hombre al que ama, el filósofo Friedrich Karl von Savigny (1779-1861), decide regresar al lado de su esposa. Karoline, que tiene veintiséis años, se apuñala el corazón y deja su cuerpo a las aguas del río Rhin. Como correspondía entonces a los suicidas, no fue enterrada en tierra sagrada.
Como epitafio para su tumba, había dejado elegido unos versos hindúes que conociera por el poeta Herder.
Tú, tierra, madre mía, y tú, soplo, mi nodriza. Sagrado fuego, amigo mío, y tú, oh hermano torrente. Y mi padre, el éter, a todos con veneración doy gracias; ahí he vivido con vosotros. Y ahora parto al otro mundo, con gusto os dejo. Adiós, hermano y amigo, padre y madre, adiós.
Creuzer, un erudito renombrado en toda Europa, hizo todo cuanto pudo para evitar que se publicase su obra póstuma Meleté (Μελετή), una mezcla de verso y prosa donde Karoline relataba su romance con Creuzer, que aparecía bajo el nombre de Eusebio. Hubo que esperar cien años para que su obra fuera publicada en 1906.
Amor en todas partes ¿Puedo guardar en mi corazón tan cálidos deseos? Contemplar las coronas de flores de la vida, y pasar frente a ellas sin llevar yo ninguna, ¿y no debo, además, despertar a la desesperación? ¿Renunciaré, orgullosa, al deseo más querido? ¿Debo, temeraria, entrar al reino de las sombras, implorar a otros dioses otros placeres, acaso pedir nuevas delicias a los muertos? Descendí, pero incluso en el reino de Plutón, en el lecho de las noches la pasión arde; anhelantes, las sombras se inclinan ante otras sombras. Pues perdido está aquel sin fortuna en el amor, e incluso aunque descendiera a la laguna Estigia, en el fulgor del cielo, seguiría sin olvidar.
A Creuzer Ay, amigo, la tarde veo enrojecer más hondo en el Oeste, con una sonrisa sería, irse apagando con triste sonrisa; Oh, debo entonces preguntar por qué se vuelve todo turbio y oscuro. Pero guarda silencio y llora en mí burbujas de rocío.
Visitas: 19
Deja un comentario