La primera en el tiempo fue la de Santiago de Cuba, aparecida entre 1928 y 1929; la segunda, cuyo título se extendía a «Una voz de tierra adentro para el continente», apareció en Caibarién, antigua provincia de Las Villas, hoy Villa Clara, en 1943.
La que vio la luz en la capital oriental fue filial de la Institución Hispanocubana de Cultura, que había nacido en La Habana en 1926, teniendo como objetivos fundamentales procurar el incremento de las relaciones intelectuales entre Cuba y España por medio del intercambio de hombres de ciencia, artistas y estudiantes. Dicha institución tuvo también dependencias en Matanzas, Manzanillo, Camagüey, y Cienfuegos, entre otras ciudades cubanas, aunque todas disfrutaron de total autonomía y tampoco obedecieron completamente a los intereses de la habanera, pues hincaron más sus propósitos en los autores de sus respectivas zonas geográficas.
La revista santiaguera fue dirigida por el intelectual dominicano, radicado en Cuba durante muchos años, Max Henríquez Ureña, a cuyos esfuerzos personales se debieron importantes hechos culturales, uno de los cuales, su valioso Panorama de la literatura cubana (1963), sigue siendo texto de consulta obligada para los estudiosos de nuestras letras. De carácter mensual, Archipiélago salía el último día de cada mes. En el primer número del año 1929, aparecido en abril, se presentó como órgano oficial de una institución llamada también Archipiélago, y dedicaba parte de su espacio a reseñar las actividades de la misma, así como a reproducir las conferencias que bajo sus auspicios se celebraban, lo cual evidencia cierto desgaje de la surgida en La Habana.
Tuvo varias secciones fijas, como las tituladas «Páginas antológicas», donde aparecieron pequeñas colecciones de poesías de autores hispanoamericanos de la época como Alfonso Reyes, y «Hojeando revistas», que publicaba noticias sobre arte, ciencias y literatura, generalmente extraídas de publicaciones periódicas extranjeras. Además de las numerosas conferencias y estudios sobre literatura, música, historia y arte, aparecieron composiciones poéticas de autores cubanos. Asimismo Max Henríquez Ureña publicó en sus páginas sus «Bosquejo de la literatura cubana» y «Tablas cronológicas de la literatura cubana», donde, en esta última, establece ese método cíclico para informar acerca del desarrollo cultural, y en particular del literario, que brinda la posibilidad de captar de manera rápida y sucinta, sobre la base puntual de figuras y obras citadas, aquellos aspectos considerados por el autor los más relevantes para aquilatar el desenvolvimiento de nuestro ámbito cultural. Aún resulta de gran utilidad, aunque en tanto procedimiento ya ha sido superado. La revista patrocinó, bajo su propio nombre, la publicación de libros. Entre sus colaboradores se destacan José María Chacón y Calvo, Elías Entralgo, Enrique José Varona, José Antonio Ramos, Luis Felipe Rodríguez, Agustín Acosta y Camila Henríquez Ureña, entre otros. También estuvieron presentes en sus páginas autores latinoamericanos y españoles.
Del maestro Varona publicó algunos de lo que él mismo denominó «Comprimidos» y «Nuevos comprimidos», que funcionan a modo de reflexiones del autor:
«Como acicala ese escritor su estilo; ni un periodista adornaba así sus lindos garabatos».
«Cuando yo era joven, me encantaba Víctor Hugo; hoy con dificultad leo una página suya. ¿Condenaré al gran romántico? Sería necedad. No es mérito del poeta el que ha disminuido; sino la temperatura de mi cerebro la que ha bajado».
«Shakespeare no improvisaba. Beethoven no improvisaba. El repentista se va de falondres al lago sin olas de la mediocridad».
«Nada hay tan flexible, tan maleable como la palabra. Desde Montesquieu, desde Gibbon, hasta Nietzche, hasta Ferrero, cuántos ditirambos en honor del imperio romano, are perennius. Habría que oír al paño algún pastor del Danubio en aquellos felices tiempos».
«Fecundador de almas, eso fue Martí. ¿Será estéril la tierra en que regó las simientes de la vida?».
De Agustín Acosta publicó poemas como el titulado «Los caminos», donde hallamos la impronta del movimiento modernista, ya por entonces en franco declive para dar paso a una poesía imbuida de ecos vanguardistas. Leemos en su primera estrofa:
Es una encrucijada lóbrega de caminos...
Dijérase la áspera rosa de los destinos
humanos, que se abriera en medio de la vida...
En cada senda hay boca desconocida
que dice unas fatales palabras misteriosas...
Esas palabras tienen la clave de las cosas.
Todos saben que existe la misteriosa clave,
pero lo que ella encierra... eso nadie lo sabe...!
Archipiélago. Una voz de tierra adentro para el continente fue una publicación mensual aparecida en marzo de 1943. Uno de los integrantes de su consejo de redacción fue el poeta Antonio Hernández Pérez (1909-1975), que aunque había publicado un libro de versos en 1947, Vientos sin pausa, fue después del triunfo de la Revolución que su obra alcanzó mayor difusión con los títulos De pronto sales con tu voz (1971) y Los árboles (1975).
La revista estuvo dedicada enteramente a cuestiones culturales y literarias, y dio preferencia a la publicación de poesías, no solo de la ciudad de Caibarién, sino del país y del resto del continente. Colaboraron en sus páginas Onelio Jorge Cardoso, Dora Alonso, Francisco de Oráa, Adolfo Menéndez Alberdi, Marcelo Salinas, Fernando G. Campoamor, Jesús Orta Ruiz y Raúl Ferrer, entre otros, la mayoría de los cuales consolidaron su obra con posterioridad al triunfo de la Revolución.
En momentos distintos, pero con intereses similares, las revistas Archipiélago cumplieron sus propósitos de llevar adelante el movimiento cultural cubano, en especial el literario, y muchos de los nombres que en ellas se asentaron hoy constituyen figuras emblemáticas de nuestro acervo nacional.
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