El ensayo titulado Ariel, del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), publicado el 10 de enero de 1900 en el periódico bonaerense La Nación y dedicado «A la juventud de América», tuvo una enorme repercusión en la América Latina. En él se propuso un análisis de la cultura de esa zona geográfica en los umbrales del siglo pasado, pero además, como ha expresado Belén Castro Morales:
(…) emprende la defensa de lo que llamó «la alta cultura», la cultura humanística y universalista, frente a los peligros que la acechan: el «mal gusto», el utilitarismo, la especialización y otros valores degradantes que trae consigo el fenómeno finisecular de la modernización y la extensión de las formas burguesas de vida en las ciudades más desarrolladas.
Escrito bajo el lema «enseñar con gracia», Rodó ficcionaliza su ensayo mediante un discurso de rasgos orales dirigido por un emisor ficticio, Próspero, a sus discípulos, argucia novelesca que le otorga al texto una enorme fuerza expresiva. Aun en nuestros días, Ariel continúa siendo un testimonio inapreciable para entender el proceso intelectual de nuestro continente cuando se iniciaba el proceso de modernización y mantiene una asombrosa vitalidad que algunos estudiosos han estimado «profética».
La influencia de este ensayo rodosiano llegó a nuestras costas y de este título se sirvieron para nombrarlas dos revistas cubanas, ambas habaneras, publicadas, respectivamente, en 1928 y en 1936. La Ariel del primero de estos años se subtitulaba «Revista mensual artístico-literaria» y apareció hacia el segundo semestre, dirigida por Gumersindo Martínez Amengual y Felipe Munilla Aguirre. El primero, nacido en 1901 y fallecido en 1972, fue un connotado antimachadista; además, perteneció al Partido Comunista entre 1934 y 1937, y en 1961, obtuvo mención en el género de Ensayo en el concurso convocado por la Casa de las Américas con el título Estímulos y obstáculos para una revolución social en América. En igual concurso obtuvo premios con Presencia de la reforma agraria en América (1962) y Subdesarrollo y revolución en Latinoamérica (1963). Fue también destacado ajedrecista y publicó obras sobre esa materia. Al parecer la interrupción de la revista a finales del propio año 1928 impidió que el físico Manuel F. Gran y el filósofo Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro —que se propusieron para integrar su cuerpo de dirección, según se anuncia en uno de los números revisados—, pudieran cumplir esa encomienda.
A pesar de que fue una revista que no gozó de los adelantos que por entonces alcanzaba el proceso de impresión en Cuba, tuvo nombres relevantes entre sus colaboradores, entre los que se encontraban poetas, cuentistas, críticos literarios y ensayistas. Así, figuraron en sus páginas nombres como los del poeta guantanamero Regino E. Boti, y el ensayista y narrador Rafael Esténger. El primero publicó «Campanas en mi corazón», que meses antes había dado a conocer en la revista manzanillera Orto. Leamos un fragmento:
Campanas de alegría, milagrosas campanas de alegría que te anuncian con voces de añoranza y de futuro. Las siente en su silencio religioso mi corazón. Amada, nuevamente, ante mí tu arrogante gallardía! campanas de alegría que te anuncian. […] Campanas de alegría, milagrosas campanas de alegría ¿qué otro bronce mejor que el de mi carne, amada mía, para inmortalizar tu epifanía? ¡Oh, campanas, campanas de alegría!
Ariel, de 1936, apareció en la villa de Guanabacoa en febrero, con periodicidad quincenal. En su número inicial apuntaba: «Ariel en el mástil de una revista literaria quiere ser: espíritu y cultivo. Espíritu para llevar adelante con ánimo seguro una empresa difícil. Cultivo para atender la urgencia de cultura en nuestro medio y en nuestro ser».
En sus páginas aparecieron cuentos, poesías, artículos de divulgación artística e histórica, así como cuestiones obreras y notas de sociedad. Como la anterior, tuvo importantes colaboradores: José Elías Entralgo, Agustín Acosta y José Ángel Buesa, el gustado —y controvertido— poeta neorromántico, que dio a conocer algunas composiciones recogidas en su primer libro, La fuga de las horas (1933). Del poeta de La zafra dieron a conocer varias composiciones como «Torno a la luz», de las mejores composiciones suyas dadas a conocer en esos años, de una acabada sonoridad lograda en versos de catorce sílabas:
Torno a la luz secreta de tus ojos sagrados, de tu mirada buena, de tu llanto de ayer… Surges, entre mis viejos amores olvidados, solo por tu inefable ternura de mujer. Cómo se ha marchitado mi corazón que un día se dio fragante y puro a tu imposible amor…! si lo viera tu alma lo reconocería solo porque tú vives en él hecha dolor. Cuándo dejé de verte? Cuándo, mi vida, cuándo? No oyes en estos versos algo que está llorando? —Un temblor que solloza, un dolor sin enojos—, Me verás en tu viejo recuerdo todavía? Yo soy aquel que un día vio la gloria en tus ojos y no ha podido nunca olvidar ese día…!
De José Elías Entralgo dieron a conocer algunas de sus conferencias, como las dedicadas a Domingo del Monte y su época, y a Luisa Pérez de Zambrana, así como trabajos sobre Sociología e Historia. En estos últimos se constatan sus aproximaciones al pensamiento rodosiano inspirador de la revista, donde reivindica la necesidad de inyectar un alto ideal en los organismos sociales para que su fuerza material se convierta en fuerza civilizadora.
De esta manera, la figura de José Enrique Rodó encontró eco en la intelectualidad cubana del momento, que supo, al igual que el uruguayo, reivindicar el hispanismo y ver la historia como un proceso dinámico que conduce hacia la perfección del universo cultural del hombre moderno.
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