Cerca de veinte años lleva Duandy Oscar Gómez Otazo en el oficio de la escritura, un tiempo en el que a su decir ha transcurrido sin lamentos ni permitirse un día de retraso, ni llegar tarde al ejercicio literario. Sus libros, asegura, descansan por años. Los reescribe y trabaja mucho sobre ellos hasta donde se pueda y se logre el equilibrio entre oficio y frescura. Muchas veces, los destruye y se lava las manos como Poncio Pilatos. No tiene cargos de conciencia literaria. Y así, libre de culpas, llega ahora al Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara donde se ha alzado en el apartado de ensayo con el texto El huésped invisible.
El libro, cuenta Duandy, recoge una serie de rebeldías y preferencias literarias. Los autores y los temas —aunque son conocidos por algunos lectores, escapan a la mayoría—, incluso a muchos de los literatos.
Como expreso en el prólogo, los temas y autores pasan de la novela a la poesía sin establecer jerarquías ni prioridades ni un hilo conductor definitivo; tampoco, presumen una idea central, ya que provienen de predilecciones personales, omisiones y deslealtades por las que he transitado a lo largo de varios años y, sin ansias de provocación o vanidad, he querido reunir en forma de comentarios.
Autores como George Orwell —su novela 1984— conviven con otros como el poeta maldito Leopoldo María Panero, Melville, Hemingway o Yeats. Eso, aunque se crea lo contrario, no es una contradicción. Pensando en dimensiones, van un poco más allá de lo que, en su tiempo, fue la literatura y la llevaron a un plano otro. Por otra parte, los agrupa dentro de grupos que reaccionaron —directa o indirectamente— a lo común, a lo hecho por los contemporáneos, y por tal son recordados, han trascendido a periodicidades y circunstancias y quebraron moldes y concepciones epocales.
El huésped… asegura, expone que un libro de ensayos puede estructurarse de un modo arbitrario, haciendo prevalecer una línea de tiempo, un cuerpo de análisis, en fin, objetivos claros, sin que, con ello, nos resulte una tesis de grado.
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Una reseña biográfica de Duandy lo sitúa como poeta, narrador y ensayista. Ir de un género a otro puede ser para él un acto tan común como alimentarse o soñar. No hay en ello ningún dilema. Lo curioso sería entonces el modo en que acuden a él uno u otro.
Inevitablemente sé cuándo le toca el turno a uno. Cuando viene la poesía, se me concentra un calor en la cabeza y veo la realidad en metáforas; siento el ritmo; veo las metáforas; sudo, hay formas caóticas, no tengo espacio que me soporte porque ha entrado, de golpe y porrazo, el huésped invisible. Cuando escribo narrativa, hay una paz y un cosquilleo que no me deja vivir, pero todo es sosiego, disciplina, incluso, desdén. Hay un claro enfrentamiento entre el orden y el caos. Yo puedo pasar de un lado a otro de los géneros sin hallar muros ni extravíos. La poesía es mi completa celeridad, es el hijo pródigo, eso que se prefiere, aunque nunca esté o se aleje sin decirnos cuándo regresa. En mi caso, siempre dejo una llave bajo la alfombra de la puerta.
Pienso que todo surge de una necesidad expresiva. Escribir ficción y poesía es desdoblarse, es ir saltando de preocupación en preocupación. El ensayo es cosa del pensamiento lógico, de abstraernos, de esa caja de Pandora que vamos atizando con cada lectura, y se nos presenta una vez para decirnos cómo comprender mejor aquello que se lee y cómo lo debemos hacer llegar. Por eso, el ensayista debe pulir su lenguaje; no rebajarlo, sino hacerlo diáfano, comprensible. A la larga, cuando el lector lee un ensayo ejerce también la crítica, la que va del simple no me gusta hasta el qué bueno está.
Desde Cabaiguán, ese combustible que aviva su brasero —según sus propias palabras—, esa ciudad que también es su herejía, Duandy crea, se erige intermediario entre la literatura y los lectores que, al fin y al cabo, pondrán el punto final a la obra.
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MUCHAS FELICIDADES PARA DUANDY EN REALIDAD ESE TRABAJADOR INCANSABLE DEL ARTE