En poco más de noventa páginas, la doctora Luz Merino Acosta (recientemente fallecida) aborda un tema considerado, por muchos, espinoso, pues se trata de valorar, analizar y hasta ofrecernos una generosa y extensa duda acerca de la relevancia de un destacado intelectual cubano como crítico de arte, pues desde el título mismo del libro —el cual resume lo publicado por este durante décadas del siglo XX— lo deja bien claro: Jorge Mañach ¿crítico de arte?
La figura de Mañach, desde la acuciosidad y la polémica, tuvo un enorme peso en los primeros sesenta años de la República de Cuba, al lado de otros, como Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Ramiro Guerra, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, José Zacarías Tallet (muy especialmente los miembros del Grupo Minorista), cuando estaba en proceso de formación esa esencial zona de nuestra cultura nacional, la llamada «alta cultura», cimentada, como se sabe, en la segunda mitad del siglo XIX al calor de las guerras de independencia. Las primeras décadas del siglo XX fueron propicias para sentar las bases de las más importantes instituciones sociales, culturales y de pensamiento en Cuba, fundamentalmente en La Habana, además de contribuir al surgimiento y consolidación de periódicos (en todas las provincias del país y en numerosos municipios), la creación de revistas especializadas, facultades universitarias y de la segunda enseñanza, asociaciones profesionales, museos, teatros, librerías, editoriales, estaciones de radio, academias de arte y de oficios, conservatorios musicales, orquestas de cámara y sinfónicas, coros.
Como nunca antes, había cristalizado un clima de indudable efervescencia cultural en casi todos los órdenes, pues hasta las más populares de nuestras expresiones llegaron a niveles nacionales e internacionales de sumo valor: recordemos el son, el mambo, el chachachá, la zarzuela, las orquestas de jazz band, un balbuceante cine dirigido a lo musical, un turismo enfocado en resaltar el valor de nuestras playas, y una publicidad gráfica notable para ensalzar algunos de los principales productos nacionales. Todo ello contribuyó a la creación de un ambiente propicio para el debate y la polémica, para el conocimiento y los saberes en discusión desde cada uno de tales estamentos y entidades. Supimos apropiarnos de lo más valioso de informaciones provenientes de diversas latitudes, pues circulaba abundante información, llegada al país por vías disímiles y gracias también a invitaciones a intelectuales y creadores extranjeros (Sarah Bernardt, Enrico Caruso, Isadora Duncan, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Nat King Cole, Jorge Negrete, Pedro Infante, Libertad Lamarque, Walter Gropius).
Abrirse paso, por ende, con opiniones propias en cualquier terreno de estos, y dada la cantidad de creadores cubanos dedicados a tantas expresiones de la cultura, no resultaba nada fácil para un crítico o ensayista, para un intelectual, hacerse escuchar o leerse en los medios de comunicación. A desentrañar parte de esta enredada problemática, donde ejerció su criterio Jorge Mañach, se dedicó Luz Merino con pasión y sapiencia extraordinarias.
¿Cómo enjuiciar las primeras vanguardias pictóricas, lideradas por Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Antonio Gattorno, Jorge Arche, Marcelo Pogolotti, y la aparición casi simultánea de una segunda generación a la que pertenecieron Amelia Peláez, Wifredo Lam, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Rita Longa, Agustín Cárdenas, junto a los diseñadores, dibujantes y humoristas Conrado Massaguer, Jaime Valls, Rafael Blanco, Enrique García Cabrera, más la aparición de rasgos notorios de una arquitectura cubana incipiente? Sin embargo, a eso se dedicó con ahínco y lucidez Jorge Mañach, en medio también de obligaciones en lo político y académico. Ahí estaba, a mitad de esa jungla… y décadas más tarde, a comienzos de este siglo XXI, Luz Merino Acosta, desde su magisterio universitario, conferencias, viajes, eventos de todo tipo, y cargos de dirección en instituciones de las artes plásticas, para revisitar su legado, su laberinto intelectual, como nadie había hecho hasta hoy.
Por entonces había que escribir y publicar con notable precisión, profundidad, rigor, profesionalismo si se deseaba participar de aquel ambiente y exponer las ideas con meridiana o alguna claridad. Más osado aún, pretender realizar un periodismo cultural que alcanzara a la mayoría de los potenciales lectores del país y satisficiera, a la par, las directrices de cada órgano de prensa tomando en cuenta sus orientaciones ideológicas e intereses económicos. La crítica de arte en Cuba no había desarrollado plenamente sus potencialidades, dada la necesidad de un periodismo ameno y asequible, más allá de los cenáculos y especializados círculos profesionales.
El terreno del arte tocaba muy de cerca a Mañach, ya que él presumía de pintor por estudios realizados y vocación innata; pero también sentía predilección por otras expresiones, y sobre ellas expuso sus criterios cuando el tiempo y sus obligaciones en determinadas instituciones lo permitían. Sorprende la cantidad de tareas y propósitos en los cuales estaba implicado, su multidisciplinariedad, debido quizás a esa visión poliédrica de la cultura y el mundo, que le permitía moverse en tanto pez en el agua.
De eso y más tuvo conciencia Luz Merino Acosta al abordar el específico campo de su periodismo especializado en las artes visuales, que agrupó bajo el paródico (tal vez irónico y con su pizca de sarcasmo) título de «La crítica no se hace de oídas»,largo estudio introductorio al cual hago referencia aquí antes de adentrarnos en los textos específicos de Mañach que ella compiló. Para ella no resultó fácil, como tampoco para Mañach, penetrar en ese terreno difícil, exigente y extremadamente específico por el caudal de conocimiento que implica desde que, siglos atrás, en el Renacimiento europeo, Giorgio Vasari se propusiera, por vez primera en la historia, comentar la obra y personalidad de tantos artistas italianos considerados relevantes en su época, ignorando que fundaba las bases de lo que hoy conocemos como crítica de arte. A él siguieron otros; decenas, centenas, principalmente desde que surgieron los primeros museos y galerías de arte a fines del siglo XVIII. Hoy se podrían contar en miles aquellos que practican ese ejercicio intelectual, aunque ya no resulten tan notorias sus implicaciones y consecuencias, como lo fue en el siglo XIX y a lo largo del siglo XX.
El período investigado por Luz Merino abarca cuarenta años (1922-1960), en el que pueden localizarse las casi doscientas treinta entradas, entre artículos, crónicas, glosas, que publicó Mañach (fungen como una suerte de crítica al uso, aunque no fuesen distinguidas todavía bajo ese nombre), y al que Luz Merino atribuye «una peculiar manera de hacer crítica». Ese es un eje esencial, fundamental, para apreciar lo que él hizo en esa esfera, ya que la duda siempre ha de permanecer, mejor que cualquier conclusión definitiva. Para algunos quizás se trate de una cuestión teórica o verbal, nominal, pues no es fácil llegar a acuerdos sobre si sus textos, finalmente, entran bajo la denominación de un término u otro. Pero no disminuye en nada la obra que realizó Mañach ni el acercamiento a ella que nos propone Luz Merino. Ella deja a los lectores tal distinción en una especie de propuesta democrática, elegante, sutil, para que seamos nosotros, en definitiva, quienes realicemos algún veredicto.
La autora divide la investigación en cinco períodos, que abarcan conferencias y publicaciones, ya fuesen en periódicos o revistas. Mañach no hacía distingos graves, pues para él cualquier medio era propicio para lanzar ideas al ruedo, lo cual le sirvió para desarrollar un periodismo muy «particular» y heterogéneo, no aferrado a fórmulas o preceptivas que podrían actuar, lo quisiéramos o no, en tanto camisa de fuerza. Luz Merino nos advierte de que lo importante para Mañach era el soporte donde el lector leería sus textos, además de a quién iba dirigido: de acuerdo con esas condicionantes, buscaba la manera de decirlo, de expresarse para una mejor comprensión. Se fijó hasta en las vidrieras comerciales de negocios dedicados al arte, ya que el asunto del gusto comenzaba a cobrar relevancia grande, pues el peatón, en su trasiego cotidiano, entraba en contacto directo con otras formas estéticas, con otros niveles de significación cultural (muy bien subrayados por él), nada despreciables, y que hoy continúan deslumbrándonos.
De manera curiosa, Luz Merino nos señala sobre lo publicado por Mañach en consonancia con el contexto de la época. Tomó en cuenta cada momento, cada tiempo en los cuales surgían o se destacaban ciertas tendencias en el arte, su predominancia, sus alcances: desde el vértigo de los años de 1920 hasta la quietud de la década de 1940, cuando Cuba entraba en una especie de modernidad en casi todos los sentidos y que cobró realmente vida en los años de 1950. Sus obligaciones como político en este último período (llegó a ser senador y ministro de Estado) y como miembro de importantes academias, no le restaron fuerzas para continuar publicando y asumir el nuevo lenguaje de la abstracción, que comenzaba a adquirir relevancia entre los pintores cubanos. Su pasión fue siempre intentar clarificar la pluralidad de tendencias que alcanzaba a casi todo el universo de la pintura cubana, lo lograra o no, pero sin claudicaciones intelectuales o morales, sin prejuicios estéticos.
Luz Merino indagó, investigó en sus textos periodísticos, en su correspondencia, en palabras para catálogos y exposiciones, hasta en programas de actividades culturales. Ello representa un levantamiento de información enorme, cuantiosa, dispersa en Cuba y otros países.No solo los puntos de vista emanados de los escritos de Mañach encontramos en el libro. También asoman con claridad muchos de los que Luz Merino tuvo acerca de ese autor y del arte en sentido general. Por tanto, no es una mera exposición de textos ordenados en el tiempo, a la usanza de antologías, recopilaciones, compilaciones anuarios, memorabilia, sino un comentario crítico de quien fuera una personalidad del arte y la cultura cubanas.
En ese estudio introductorio (no de oídas, sino de hechos concretos), la autora desliza, con cuidado en unos casos y con sutileza en otros, lo que ella pensaba de Mañach y del arte cubano moderno y contemporáneo. Y que por razones que desconozco no llegó a formalizar y pergeñar en un volumen que todos, pienso, hubiésemos deseado leer. Lamentablemente su deceso impidió organizar en el tiempo y el espacio sus propios ensayos y publicaciones en tantas revistas y periódicos dentro y fuera de Cuba. Así hubiéramos disfrutado de esa, su visión, también peculiar y personalísima, tal como con la que observó a Mañach. Estamos, pues, frente a un libro crítico y ensayístico por ambas partes, en un tú a tú sui generis, en un duelo sin vencedor ni vencido, sino todo lo contrario: es decir, objeto y sujeto aunados en un volumen que encarna una valiosa contribución al entendiemiento y divulgación de nuestras más que complejas artes visuales del siglo XX.
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Descarga de manera gratuita el libro Jorge Mañach, ¿crítico de arte?, de Luz Merino Acosta
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