
La pintora, poetisa y ensayista cubana Dulce María Borrero nació el 10 de septiembre de 1883 en Puentes Grandes, La Habana, y formó parte de una familia culta. Era hija del Dr. Esteban Borrero, notable hombre de ciencia y educador, cuya casa llegó a ser el centro del modernismo naciente en Cuba, por lo que desde niña Dulce María fue educada en las letras.
Su hermana, Juana Borrero Pierra (1877-1896), fue también una figura imprescindible de las letras cubanas. En 1895, se trasladó a Key West con su familia y allí publicó sus primeros versos en la Revista de Cayo Hueso. Regresó a Cuba en 1899, después de terminada la guerra de independencia.
La bibliógrafa, poetisa y pintora fue miembro de número de la Academia Nacional de Artes y Letras desde su fundación en 1910 y codirectora, con Miguel Ángel Carbonell, de los Anales de la Academia Nacional de Artes y Letras. En 1935 ocupó la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación y fundó la Asociación Bibliográfica de Cuba (1937). Trabajos suyos en aparecieron en publicaciones de la época como Cuba Contemporánea, Revista Cubana, Revista Bimestre Cubana y El Fígaro.
Entre sus obras se encuentran: «Horas de mi vida», (poemas), 1912, «La poesía a través del color», 1912, «El matrimonio en Cuba», 1914, «El arte característico y su libre desarrollo fuera de la tiranía escolar», 1917, «Discurso leído en la sesión pública inaugural celebrada por el Club Femenino de Cuba en la Academia de Ciencias el 3 de julio de 1918», 1918, así como dos discursos. «El magisterio de la Mujer: su actual significado; su misión ulterior», 1935 y «La mujer como factor de la paz», 1938.
El remanso
Bajo el arco fresco del ramaje umbrío, de los arrayanes que bordan la orilla entre la guirnalda florecilla, brilla como una pupila de esmeralda el río. Y es la transparencia de sus aguas puras, inmovilizadas, tan serena y honda, que se unen la fronda sonora y la fronda del cristal, formando dos grutas obscuras. Del airón altivo de una palma enhiesta oculto en los flecos, con trinos de fiesta modula un sinsonte sus claras octavas, mientras doblegados amorosamente, con leve murmullo besan la corriente los penachos líricos de las cañas-bravas.
Visión azul
A mi madre
Por el blanco sendero solitario que el ocaso en sus sombras envolvía, bajo la leve túnica sombría de los sauces —melancólico sudario que cubre el amplio campo funerario—, iba con mi dolor, y el alma mía en alas del recuerdo, se perdía en un mundo de luz, imaginario... La cruz de tu sepulcro, negra y muda, sin una flor, y trágica, desnuda, me abrió los brazos y al caer de hinojos a sus pies, de amargura el pecho lleno, miré allí, florecidos sobre el cieno, los tristes miosotis de tus ojos.
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Poemas tomados del sitio Poeticus
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