Del 1 al 3 del pasado mes de junio se celebró en Varadero el XXII Congreso Mundial de la Federación Internacional de Traductores (FIT). Fundada en 1953 en París, la FIT es una organización internacional sin ánimo de lucro, reconocida por la UNESCO, y agrupa a asociaciones de traductores e intérpretes de todo el mundo, incluida nuestra ACTI. El Congreso Mundial es el principal evento convocado por la organización, y en él se reúnen las más de 80 asociaciones miembros de la FIT, para debatir temas pertinentes a los traductores e intérpretes, quienes procuran perfeccionar su oficio, crear redes con colegas internacionales y colaborar en la búsqueda de soluciones a los retos globales que enfrenta la profesión.
En el XXII Congreso, el primero de la FIT realizado en un país latinoamericano, fueron 382 los participantes: 207 provenientes de otros países y 175 de Cuba. Asistieron traductores e intérpretes, usuarios de servicios lingüísticos y otros interesados, con el interés de establecer relaciones profesionales e intercambiar ideas sobre los últimos avances en esta área. Al final se anunció que el XXIII Congreso de la FIT tendrá lugar en San José de Costa Rica en 2023.
Anteriormente, durante los días 30 y 31 de mayo, se realizó también en Varadero el Congreso Estatutario de la FIT, en el que se analizaron propuestas de miembros plenos u observadores y modificaciones a los estatutos, y se aprobó el idioma español como tercera lengua oficial de la institución.
La Asociación Cubana de Traductores e Intérpretes, anfitriona y organizadora de ambos eventos, ha sido merecedora de varios premios otorgados por la FIT. Durante la ceremonia inicial del XXII Congreso en Varadero, el pasado 1 de junio, se entregaron los premios FIT 2022. Entre los premiados hubo dos cubanos: Olga Sánchez Guevara, quien recibió el premio Aurora Borealis en la categoría Literatura de ficción, y Luis Alberto González Moreno, que lo recibió en la categoría Traducción científico-técnica. En años anteriores habían sido premiados por la FIT otros tres cubanos: Lourdes Arencibia Rodríguez, Rodolfo Alpízar Castillo y Julia Calzadilla Núñez.
Comparto con nuestros lectores la ponencia que presenté en el XXII Congreso de la FIT.
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Apuntes personales sobre traducción literaria
1. Traducir literatura
Recién graduada de Licenciatura en Lengua Alemana, en 1977, fui enviada a trabajar en el Departamento de Traducciones de la Empresa Editoriales de Cultura y Ciencia, una de las fases por las que transitó el Instituto Cubano del Libro antes de llegar a su actual estructura y nombre. Uno de los primeros encargos que recibí en el Departamento fue una compilación en alemán de escritos y cartas de Rosa Luxemburgo, cuya versión al español sería publicada por la Editorial Arte y Literatura en 1981 y reeditada en 1985, bajo el título Escritos sobre arte y literatura. La edición cubana estuvo al cuidado de Evaristo García Álvarez, un español llegado a Cuba tras la guerra civil en su país, quien fue uno de los fundadores de nuestra Imprenta Nacional en 1959, y desarrolló una meritoria labor de edición de libros durante largos años.
No sabía yo entonces que un editor debe consultar con el traductor, como autor que este es de una obra derivada, cualquier variación que proponga en el texto traducido. A pesar de mi juventud e inexperiencia, Evaristo analizó conmigo cada una de sus propuestas de cambios en varias sesiones de trabajo, de las que surgió una relación amistosa perdurable. Sus consejos me han acompañado a lo largo de mi carrera: con él aprendí que para lograr una buena traducción no sólo es importante el tan llevado, traído y discutido concepto de fidelidad al original, sino además escribir bien en la lengua de llegada; y que para escribir en buen español hace falta leer libros escritos originalmente en español, clásicos y contemporáneos. También aprendí que el oficio de traductor requiere tenacidad y dedicación permanente, estudio y disciplina.
Al emprender cualquier tipo de traducción, pero más aún la de textos literarios de cualquier género, lo primero que debe hacerse es una lectura despaciosa del texto (mejor aún si se hace más de una). Se ha dicho alguna vez que el escritor va «descosiendo» las obras mientras lee; la frase es atribuida a Hemingway, pero sea suya o no, ese es precisamente el tipo de lectura que se necesita antes de comenzar a traducir una obra literaria, y deberá ayudarnos a descubrir la tesis de la obra si la hay, el valor que le da el autor al lenguaje, los diferentes planos y puntos de vista, las características del estilo: en fin, nos proporcionará el profundo conocimiento del texto de partida que es una de las claves para una buena traducción.
Hace algún tiempo me preguntaron dónde termina la libertad del traductor en su relación con el original. Se pueden dar respuestas diferentes a esa pregunta; para mí, existe una especie de frontera, una delgada línea entre la libertad del traductor y la fidelidad al texto de partida, y esa línea casi nunca es recta, sino que va describiendo curvas mientras el traductor realiza su trabajo. Es responsabilidad de quien traduce mantener un respeto hacia el original, pero sin dejarse atar por ese respeto, más bien partiendo de él para intentar reproducir el texto base en la lengua de llegada con la mayor naturalidad y elegancia posibles.
Los textos narrativos nos colocan ante problemas traduccionales que se relacionan con características específicas del género. Vista la narración como encadenamiento de sucesos, en ella existe (o debería existir) un fluir temporal. El traductor deberá mantener en el texto de llegada el ritmo de la prosa original, así como los tiempos, modos y formas verbales empleados por el autor y, dentro de lo posible, las peculiaridades sintácticas relacionadas con los aspectos temporales del texto de partida. Por otra parte, dentro de un texto narrativo se pueden ocultar «sorpresas» como referencias a clásicos, paralelismos con éstos, fragmentos poéticos, citas, intertextualidades, que implicarán también búsquedas bibliográficas y consultas en obras de referencia.
2. Traducir obras teatrales
Si pensamos en nombres claves para la comprensión de la dramaturgia alemana actual, hay que mencionar a tres autores: Brecht, Müller, Bernhard. Y es oportuno recordar, aunque parezca obvio, que sin las versiones de sus obras a varios idiomas estos autores no tendrían el renombre y la repercusión internacional que han alcanzado.
Mi «estreno» en la traducción para el teatro fue Unschuld (Inocencia), de Dea Loher. Considero esta como una de sus piezas más logradas, y fue incluida en la selección Teatro alemán en Cuba, que publicó Tablas-Alarcos en 2006. Con Dea sostuve por correo electrónico un animado intercambio de ideas mientras iba traduciendo, y luego nos encontramos varias veces en La Habana y Berlín. Posteriormente traduje otras dos piezas suyas, Ladrones y Junto al lago Negro.
Al asistir a la lectura dramatizada de Inocencia, realizada en 2005 por el grupo Teatro Escambray, en presencia de la autora y de un grupo de espectadores interesados y atentos, descubrí una nueva dimensión de mi trabajo: las palabras que había traducido adquirían de repente una vida propia y distinta. Fue como una iluminación. La narrativa y la poesía también pueden ser leídas en público, pero en ninguna de ellas las palabras cobran vida como en una pieza teatral.
Un caso especial es la pieza de Darja Stocker Nacidos con ira, que llegó a mis manos como una work in progress de la cual realicé tres versiones. La última de ellas fue para la presentación de la pieza en La Habana por un grupo teatral alemán, bajo la dirección de Armin Petras. Sobre una pantalla situada encima del escenario se proyectaron los diálogos en español, que después de traducidos debieron transitar por una adaptación similar a la del subtitulaje fílmico, para poder cumplir las exigencias del tiempo y espacio de proyección.
3. Traducir poesía
Algunos afirman que la poesía es el género literario más difícil de traducir. No creo que lo sea más que otros géneros en un sentido absoluto, porque me parece que la dificultad de una traducción radica más en las características y complejidades del texto base que en el género al que este se adscribe. Pienso, por ejemplo, en el Ulises de Joyce, en la monumental tarea que ha debido ser traducirlo, aunque es un texto en prosa.
Cuando se traduce del alemán al español, tan diferentes en muchos sentidos, o del portugués al español, dos lenguas muy cercanas en casi todo y cuya cercanía pone zancadillas al traductor, realmente abundan las situaciones difíciles. Por ejemplo, quien conozca la lengua alemana y haya leído a Rilke sabrá de lo que hablo. Rilke es un poeta complicado, de contenidos muy profundos y a veces con una gran carga filosófica, y que además usa la rima en muchos de sus poemas. En él, forma y contenido son igualmente importantes, por lo que sus traductores se ven ante un gran problema: intentar mantener la rima, o sacrificarla en aras de no alterar el contenido. Traducir a Rilke es un reto al que también yo he querido enfrentarme, como tantos otros. Del poema «La pantera» había leído varias versiones; ninguna me dejaba satisfecha y decidí hacer mi propio intento. Para no forzar el contenido del poema procurando la rima, opté por una versión en lo que por acá llamamos prosa poética, y que en alemán se llama prosa breve. Pero al terminar me di cuenta de que el texto de llegada tenía un ritmo propio que me permitía dividirlo en versos, y así lo hice. Y parafraseando la canción de Pablo Milanés, no es la traducción perfecta, pero se acerca a lo que me propuse.
La pantera
Viendo pasar las rejas se han cansado tanto sus ojos, que nada retienen. Ya es para ella como si mil rejas hubiese, y tras mil rejas ningún mundo. El suave andar de fuertes pasos ágiles gira en mínimos círculos, cual danza de fuerza en torno a un centro donde se halla, adormecida, una gran voluntad. Sólo a veces se alza, sin ruido, la cortina que cubre la pupila. Entonces una imagen entra y va por la tensa calma de los miembros a extinguirse en el corazón.
La discusión sobre la posibilidad y utilidad de traducir poesía es de larga data. Como se sabe, sobre este tema abundan las opiniones contrapuestas de poetas y estudiosos. El lingüista y semiótico ruso Roman Jakobson afirmó que «la poesía, por definición, es intraducible».[1] Y es famosa la frase de Robert Frost: «La poesía es aquello que se pierde en las traducciones». (Traducir los versos de Frost a diversos idiomas ha sido una dulce venganza para los profesionales del gremio; en Cuba, la camagüeyana Editorial Ácana publicó la poesía de Robert Frost en versión de la colega Isabel Serrano.)
Me gusta pensar en la traducción de poesía como un juego de ecos, donde lo dicho en una lengua es repetido en otras lenguas por otras voces. Una piedra lanzada al agua origina incontables círculos concéntricos; una imagen poética va suscitando infinidad de otras imágenes en un proceso interminable. En el año 2000, los organizadores de la expo mundial de Hannover convocaron a escritores de diversos países para que tradujeran a sus respectivas lenguas el poema «Anna Blume», escrito por el alemán Kurt Schwitters en 1919, y luego escribieran un poema en respuesta. El resultado fueron 154 versiones diferentes de un mismo poema, procedentes de 137 países y recogidas en un volumen titulado Anna. En Anna Blume und zurück (Anna Blume y de vuelta) se publicaron, junto a sus versiones en alemán, más de cien poemas respondiendo al original de Schwitters en distintos idiomas. Estos dos libros evidencian la repercusión que pueden alcanzar un texto poético y sus traducciones.
[1] “On Linguistic Aspects of Translation”, 1959.
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