Memorias del desarrollo: El placer de las ruinas
Edmundo, primero que todo, muchas gracias por aceptar esta entrevista. Te confieso que desde que nos conocimos en la «8th Annual Comparative Literature Conference: Cultures of Evil and the Attractions of Villainy» celebrada en la University of South Carolina este año (2006), he pensado mucho sobre el impacto que tu novela, Memorias del desarrollo, podría tener una vez que se publique. Estoy seguro que tú también. Pero, antes de hacerte preguntas sobre esa novela, quería volver al texto que leíste en tu conferencia, «On Becoming Evil». En ese texto diste la impresión de autoevaluarte como un escritor fracasado. ¿Fue esa en realidad tu intención; entendí mal, o fue un juego literario?
Sí y no. No es tanto mi éxito o mi fracaso individual. Es que creo que ha ocurrido un derrumbe, una ruina del escritor como conciencia de la sociedad. Durante más de doscientos años, a partir del siglo XVIII, el escritor se constituyó en tábano de la sociedad. Su función consistió en cuestionar valores, revelar los horrores y las sutilezas de la mujer y el hombre. Desde la Ilustración hasta los años setenta del siglo pasado la cultura tenía una misión utópica. La literatura era una forma de conocimiento. Ahora es una forma de entretenimiento, una mercancía, un vehículo de información práctica —está al servicio de la economía de mercado. La única vía que tiene el escritor de integrarse a las élites es haciendo una fortuna como Dan Brown o como J.K. Rowling. Ya no hay genios, solo celebridades. Ya no hay grandes novelas, solo grandes triunfos. La cultura al servicio del poder no es nada nuevo, lo nuevo ha sido su función crítica. Durante el Renacimiento los grandes pintores jamás pintaron cuadros críticos de la iglesia. Cuando Paolo Uccello pintó su Profanación de la hostia, pintó una serie de imágenes antisemitas. Todo el arte del antiguo Egipto es propaganda imperial. El arte de hoy ha vuelto a su función de siglos: la propaganda comercial, el entretenimiento, la información sobre las posiciones eróticas más cómodas y exóticas o la reparación de la porcelana de una taza del inodoro, sin olvidar los arreglos florales del budismo zen japonés. Hace cincuenta años era una preocupación, ahora es una realidad. La hegemonía de esta función de la cultura continuará mientras reinen las leyes del mercado y nos deslumbre el consumismo. […] Por eso me siento un escritor fracasado. Quiero entretener como el tamanduá que introduce su lengua en una sociedad de hormigas: dulce al contacto y cruel en la digestión. He tenido la suerte, sin embargo, de ver mi novela revivir después de cuarenta años de su publicación original. Una editorial joven, Mono Azul, de Sevilla, me buscó y me encontró y me publicó. La publicidad se hizo a partir de la novela y nunca de la película. Fue una decisión del editor, Javier Pizarroso. En Cádiz encontré varios escritores jóvenes que habían adquirido en La Habana y con dólares, ejemplares manoseados y manchados de la edición príncipe de Memorias del subdesarrollo. La voz del narrador era, como la letra de un bolero, su misma voz. Hemos vuelto a la Edad Media, a los monasterios; las universidades van a preservar el disturbio de la literatura y la exploración de la condición humana mientras dure la hegemonía del consumismo.
No creo en el «happy ending» introducido por la sociedad de consumo, no creo en los poderes de Superman o la sonrisa de Barbie. Creo en la tragedia, la mortalidad como destino, Don Quijote y Hamlet y Don Juan y Fausto fracasaron para salvarse. Durante mi visita a Sevilla me sentí cómodo, vulnerable ante las vírgenes con las cejas arrugadas en agonía y el rostro cubierto de lágrimas y los Cristos me desnudaron con el cuerpo vestido de heridas. No en sentido religioso sino existencial: la Macarena, no Barbie; el Santo Cristo de la Caridad, no Superman. Creo que nuestra felicidad siempre será un cuerpo herido bañado en lágrimas. Reconocer nuestra mortalidad es un placer libertador. In ictu oculi.
Pero, ¿crees que hay escrituras exitosas o escritores que tienen éxito?
Creo que «escrituras exitosas o escritores que tienen éxito» es un concepto de mercadeo, el éxito comercial puede ser índice de fracaso espiritual. «Yo le decía a veces a Stéphane Mallarmé…». Paul Valéry le aseguró a Mallarmé que en cada pequeño pueblo de Francia existía un lector que se estremecía leyéndolo. Yo vivo conversando como esos monstruos, esos dioses; para mí la literatura es una forma de salvación semejante a la religión, la comunión amorosa, la política radical o la ciencia.
Para intentar hacer preguntas sobre Memorias del desarrollo, me resulta indispensable volver a tu obra publicada. Seguramente la versión cinematográfica de Memorias del subdesarrollo hizo que se conociera más su versión escrita. De hecho, esa novela contó con ediciones en Cuba, México y Argentina. Sin embargo, nadie habla de tus novelas anteriores, como No hay problema (1961) y El cataclismo (1965). ¿Qué opinión te merecen hoy esas novelas? ¿Las consideras rescatables o desechables?
Mis dos primeras novelas fueron una búsqueda a través de los muchos; estaba convencido, a partir del sueño de la revolución, que sólo presentando una visión colectiva, un fresco de la sociedad revelaría el mundo que me rodeaba. Son dos novelas retóricas, epidérmicas, inclusive la primera se publicó en Hungría, la Unión Soviética (con prólogo de Boris Polevoi) y hasta en la China de Mao. Cayeron en el vacío del realismo socialista. El que mucho abarca, poco aprieta. Luego descubrí que solo puedo hablar, sentir, escribir con mi lengua, mis vísceras y mis manos. La subjetividad es la única objetividad.
¿Crees que la versión filmada de Memorias del subdesarrollo opacó la versión escrita?
No creo que exista en toda la historia del cine una colaboración más estrecha que la que existió entre Titón y yo mientras escribíamos el guión y durante la filmación de la película. El logro de la película se debe a la subjetividad de mi narración encarnada en las imágenes que Titón tradujo con absoluta fidelidad. Creo que la película tiene ángel, tiene duende porque creó una armonía entre literatura y cine. Además, fue un momento histórico decisivo: nuestra subjetividad y la realidad histórica se fundieron. Cuba era un centro de atención mundial. Duró solo unos años.
¿No te parece que tu libro Memorias del subdesarrollo le dio a Gutiérrez Alea una visibilidad que no tuvo tu novela propiamente?
Sí. Gutiérrez Alea nos dio una visibilidad que no tuvo la novela, pero la novela le dio la oportunidad de traducir, crear «Memorias del subdesarrollo» (considerada por la crítica una de las cien películas más importantes en toda la historia del cine). La novela no hubiera llegado a un público tan amplio, pero sin la novela Titón no hubiera podido lanzar a Sergio al mundo. La preocupación por el subdesarrollo cultural, la conciencia individual, el discurso creador de espaldas a lo real maravilloso y a todo color local son cosas que me pertenecen. Son los temas de mi ficción y también de mis ensayos.
Memorias del subdesarrollo ha aparecido nuevamente en Cuba (2003) y en España (2006). ¿Por qué la necesidad de reeditar el texto, primero en Cuba, y luego en España?
No sentí la necesidad de reeditar el texto, abandonar la revolución me resultó bastante doloroso; se publicó por iniciativa de Letras Cubanas cuando […] las inquietudes de una nueva generación que empezó a identificarse con la voz del narrador, con su visión del ambiente. Fue el año en que me invitaron, después de 22 años de exilio, a formar parte del jurado de novela del premio Casa de las Américas. Ejemplares destartalados circulaban entre los jóvenes que veían el texto como la expresión de sus inquietudes reprimidas. Y algo parecido ocurrió en España. El prólogo de Pizarroso, un joven escritor vasco, me rescató del olvido:
Creo que Memorias del subdesarrollo es un libro que vive y revive en cada lectura y en cada época y desde la situación de un lector español, europeo, aparte de las resonancias propias y concretas al lugar y a la situación donde está enclavada esta novela, existen otras referencias tanto o más universales que hacen de este libro un perfecto cuchillo en movimiento contra uno mismo, contra las palabras, a este lado de las palabras y al otro.
¿Por qué no reeditaste el texto antes, por qué dejaste que pasara tanto tiempo?
[…] «Lo clásico es lo vivo», como dijo Juan Ramón Jiménez. Y la vida, en literatura, nos viene de los otros. Inclusive ahora una joven de Toulouse está traduciendo por primera vez la novela al francés. No es cosa de éxito entre los muchos y mucho menos de pingües ingresos. Es solo un gesto de reconocimiento que me llega de los pocos, los «unhappy few».Has hablado mucho sobre la ambigüedad de Memorias del subdesarrollo. ¿Consideras la ambigüedad un elemento estético?
La ambigüedad es, para mí, una manera de decir polisémico. La ambigüedad tiene muchas semillas. Mucho espacio incierto. Está en la naturaleza trágica, y deliciosa, de ser mortales. La certidumbre es algo para las piedras. Nosotros somos agua. «¿Sabes por qué las piedras tienen tan larga vida?» —se preguntaba Cesare Pavese—, «porque nada sienten».
Hablando, ahora sí, de tu manuscrito, ¿cuánto tiempo llevas escribiendo Memorias del desarrollo?
Llevo diez años garabateando mis nuevas anotaciones de diario, mis memorias, una mezcla de experiencia y ficción: esta es mi definición de realidad, un concepto tan inexistente como Dios. Lo novela trata sobre envejecer, sobre el placer de las ruinas; sobre Estados Unidos como piel plástica; la mujer como lo otro deseado antes de desaparecer.
¿Hay algún código escondido de lectura?
Tiene algo de roman a clef, la mitad de las cosas me ocurrieron, la otra mitad les ocurrió a otros y una tercera mitad se derramó de mis dedos golpeando el ordenador o la computadora. A veces era hembra y a veces era macho. Es un intento por consolidar la visión de mi subjetividad. Quiero demostrar que no «toqué la flauta por casualidad», que Memorias del subdesarrollo no fue la melodía tocada accidentalmente por un burro. Espero que los lectores de este siglo aterrado y distraído, que no es el siglo que me parió, me encuentren neurótico, machista, carcomido, tedioso y palabrero. Por eso te envío para su publicación el primer capítulo y el epílogo de mi nueva novela. El primer capítulo es mi vida fantasmal e intensa en Nueva York. El epílogo es la experiencia de mi hija literaria, mulata y habanera, durante los últimos veinticinco años que llevo ausente de la isla. Una hija que ni siquiera el narrador sabía que existía. Él muere en sus brazos y ella escribe: «Te sigo…».
¿Cuál crees tú que es la principal búsqueda estética en esta novela?
La expresión de una subjetividad intensa. Mi respuesta a lo real maravilloso y al barroco cerrado de los demiurgos del boom, contra la confusión latinoamericana entre sabiduría y arrogancia, entre lo grotesco y lo profundo. El exceso de imaginación es una forma de esterilidad, de mundo cerrado. Quiero un mundo abierto, siento la vida como un ensayo balbuciente…
El tiempo le da una ventaja y una desventaja a todos los seres humanos, ¿qué ventajas y desventajas piensas que has acumulado para escribir Memorias del desarrollo?
Yo no creo en el escritor profesional que se levanta cada mañana y escribe, aunque tenga muy poco que decir aparte de repetirse constantemente, durante cuatro horas de oficina. Escribo cuando vivo y descubro algo nuevo, algo que debo definir para no ahogarme. Escribo por encantamiento, por necesidad, por deficiencia, y no por oficio. No tengo vocación, solo tengo mi angustia, mis sentidos y mi mortalidad. Antes de morirme quiero echar mis fetos del alma. Son 25 años de exilio sin sentirme superior por mis raíces cubanas, sin encontrar refugio en el arco iris de la imaginación latinoamericana. He tratado de entender las cosas del vasto país que habla inglés a mi alrededor, mundo que trato de entender en español sin ninguna posibilidad de penetrar su resbaladiza superficie de resistente cerámica.
También existe una versión cinematográfica, en producción, de Memorias del desarrollo. ¿No crees que pudiera pasar lo mismo que pasó con tu novela anterior; que la película sea más popular y conocida que la novela?
Espero que ocurra lo mismo que con la traducción al cine de la novela anterior. Esto es: que la superficie luminosa lleve una carga de profundidad en las entrañas. Hoy en día la vida en librerías de una novela es de solo unos meses; el cine, a pesar de la fugacidad del arco iris de luz, da eternidad. La luz es eterna y el papel se autodestruye. Muchas personas, inclusive familias, se están deshaciendo de sus libros y creando bibliotecas de numerosos volúmenes en DVD. La verdad es que no espero ese milagro, nunca segundas partes fueron buenas…
Yéndonos ahora a cuestiones más cotidianas, ¿qué libros lee Edmundo Desnoes, algún escritor en particular?
Escucho boleros y tangos. He vuelto a mi adolescencia, a mi juventud. Fueron las letras de las canciones populares las que me llevaron a escribir poemas y cuentos y finalmente novelas. Hace poco descubrí el texto completo y el autor de unos versos que nunca he olvidado, que me asaltan por lo menos una vez a la semana: «El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde.» Lo encontró Miguel Coyula, el director de Memorias del desarrollo, y piensa utilizar la canción en la banda sonora de la película. Es Hastío, de Agustín Lara —todavía no entiendo el verso pero me conmueve la metáfora. Gardel y Agustín Lara y Bola de Nieve cada día cantan con más intensidad y más verdad expresiva. Creo que Silvio Rodríguez es el gran poeta de la revolución cubana, el más importante después de Lezama Lima. Leo la poesía de Quevedo y San Juan de la Cruz, los cuentos de Raymond Carver, La prisonniere de Proust, la novela gráfica de F.C. Ware, The Adventures of Jummy Corrigan, y siempre la prosa y la poesía de don Antonio Machado.
En la conferencia citada, te mostrabas escéptico con respecto a las nuevas tecnologías. ¿Piensas que Memorias del desarrollo podría ser víctima del desarrollo mismo, y quede como una pieza del olvido?
Yo espero que, aunque no estoy seguro, mientras exista la isla de Cuba, aquí y allá un hombre y a veces una mujer me leerán. Será la única supervivencia que tal vez tenga cuando muera. Es una esperanza ridícula, arrogante, porque ni siquiera me voy a enterar. En el fondo, sinceramente, no me importa si el mundo se acaba para la flora y la fauna cuando yo me desplome.
De niño me atormentaba la idea de que mi madre seguiría viviendo si yo hubiera muerto cuando un tranvía por poco me descuartiza una mañana camino de la escuela. Después de nada, pues nada.
¿En el mundo tan convulso que vivimos, crees en realidad que vale la pena recordar?
El yo soy está formado por una telaraña de recuerdos.
Muchas gracias Edmundo. Estoy seguro de que todo lector interesado espera con entusiasmo la publicación de tu novela.
Muchas gracias.
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Tomado de A Contracorriente
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