
La obra literaria del gran escritor martiniqueño Édouard Glissant (1928-2011) es, en sí misma, el más poderoso canto a la diversidad de las culturas caribeñas, concebidas por él, en su conjunto, como una indiscutible civilización. La feliz circunstancia de haber dedicado todo un seminario a la atención de sus aristas principales, como es este encuentro convocado por la Casa de las Américas a través de su Centro de Estudios del Caribe, nos volcará sobre apreciaciones y enfoques propuestos por el poeta de Sal negra, heredero a la vez de un legado que compartiera con sus compatriotas Aimé Césaire y Frantz Fanon, cuyas ideas han contribuido a forjar no solo un espacio irreversible en el marco de los estudios socioculturales de nuestro continente, sino a estimular una disciplina que no podríamos explicar sin el concurso de sus principales postulados. ¿O acaso no son una realidad en las más exigentes universidades del mundo los llamados estudios poscoloniales cuya esencia nace precisamente de las obras de estos pensadores antillanos?
Pocas veces he visto y he sido testigo presencial de cómo la proyección de la obra de Glissant se vuelve palpable, asequible, mientras nos convoca al disfrute de una escritura excepcional junto a un cúmulo de reflexiones alertas ante los fenómenos culturales de esta época; imposible de ser definida si no tomamos en cuenta esa diversidad que no solo es un programa sino una revelación de la esencia de estos archipiélagos queridos y, por ello mismo quizá, lejos de ser descritos o definidos a través de recursos mínimos, se nos presentan en su más atractivo esplendor.
Cultivador como sabemos de los más significativos géneros literarios, la voz de Glissant se alzó primero en el concierto de los más exquisitos círculos intelectuales de las llamadas Antillas francesas y, luego, en la base de latitudes fundamentales de las Américas en casi todos sus ámbitos lingüísticos. Su vocación comunicadora marchó al frente de una incesante búsqueda de las claves de nuestras expresiones en los dominios del arte y la literatura. Esa búsqueda no cesó jamás, no se debilitó nunca sino que fue acrecentándose como los ríos en las islas tras un aguacero tropical; y en muchos casos desbordó los límites de la escritura para instalarse, por derecho propio, en los avatares de la docencia, de la investigación e incluso de la promoción cultural aplicadas, por supuesto, en forma colateral a toda su producción literaria. Prueba fehaciente de esta acción, no solo intelectual sino organizativa, fue la fundación del Premio Carbet del Caribe en 1990 y, tres décadas después, la del Institut Tout-Monde, adscrito a la Maison de l’Amérique Latine de París, que estuviera, desde sus inicios, a cargo de su viuda, la pintora Sylvie Glissant Sémavoine.
Édouard Glissant no solo fue un escritor de altos quilates sino, a su modo, un filósofo particularmente provisto de un imaginario popular que se convertía, a conciencia, en un eficaz luchador social al margen a veces del quehacer de los partidos políticos. Con una mano edificaba un reino inusualmente hermoso, lleno de valores inexpugnables; con la otra, los trasladaba a la vía pública, a la opinión de todos los sectores y a las fuerzas vivas de ese Caribe plural, multiforme en su condición territorial, étnica e histórica. Su labor consistía en establecer los puentes necesarios entre ambas manos.
A mi modesto entender y, a vuelo de pájaro, los temas constantes de esa labor podrían resumirse en tres grandes campos correspondientes a los de la lengua, la noción de la cultura criolla, es decir, creol, y la modernidad atravesada por la experiencia colonial del siglo XX.
Como escritor, Glissant defendió a capa y espada el derecho de cada creador literario a usar la lengua materna de cada quien, se encontrara en el punto de desarrollo en que se encontrara; fuera una lengua marcada por el modo coloquial del habla de un conglomerado; o fuera, como ha ocurrido en el panorama de las literaturas regionales, la imperiosa necesidad de una vocación literaria manifiesta en el cuerpo de las lenguas metropolitanas depositadas bien en estos archipiélagos, bien en Tierra Firme por los vastos procesos de transculturación, hijos a su vez de innumerables movimientos migratorios o de aquel desgarrador desplazamiento que fuera el tránsito violento y forzado de millones de esclavos negros traídos a la fuerza a tierras americanas desde el siglo XVI.
Glissant aceptó nuestro quehacer literario como una descomunal torre de Babel donde ninguna lengua era considerada superior a la colindante y en la que todas eran potencias artísticas capaces de expresar el denominador común de identidades en verdadera combustión. Para la periodista y escritora canadiense Lise Gauvin[i], el tema lingüístico atraviesa todos los ensayos de Glissant, quien defiende el principio de que ninguna lengua está sola, ni puede vivir aislada. Todas las lenguas, como las culturas, deben estar en perenne relación. Más allá de las connotaciones que este autor atribuyera a su célebre hallazgo de una poética de la relación, Glissant reverencia la esencia de las lenguas y el derecho de cada escritor para cultivar, según sus opciones, la lengua metropolitana o la lengua creol, para así estimular ese derecho de opción como un modo dinámico de favorecer la fusión de las producciones. Optimista como nadie, Glissant avizoraba el futuro de esas lenguas creoles como fuentes cuya ortografía estaría determinada a largo plazo por el concurso de sus cultivadores, es decir, de la sabiduría popular.[ii]
El término criollo, para Cuba y las islas del Caribe hispano, tuvo en el profesor y ensayista cubano José Juan Arrom un adalid que hiciera aportes fundamentales a su etimología y a su uso entre nosotros. No lejos de esos aportes, muy diferentes a los de nuestros vecinos, encontramos en el Caribe francófono y creol una intensidad conceptual, una vocación de filigrana por desentrañar sus orígenes y naturaleza no solo en el plano de las modalidades lingüísticas regionales sino en el de esos vastos procesos sociohistóricos que hacen de él un poderoso rey sin súbditos.
El debate, todavía vigente, que se produjo en las dos últimas décadas del siglo pasado en Martinica, Guadalupe, la Guyana llamada francesa y otros territorios aún coloniales africanos, alcanzó proporciones indiscutibles entre varias generaciones que colocaron la lengua como instrumento cultural en el vórtice de las reflexiones acerca de la identidad y de la filosofía de estos países. Reticente ante el empuje de la créolité,[iii] movimiento inaugurado por escritores de la envergadura de Patrick Chamoiseau (Premio Goncourt 1992 por su novela Texaco), Raphaël Confiant y Jean Bernabé, entre otros, Glissant iba a escoger otro término que implicaba una noción diferente de una misma experiencia lingüística. Se trata del término créolization, que me he atrevido a traducir como acriollamiento, aun aceptando su sesgo polémico. En sus postulados principales advertimos una experiencia histórica común que el ojo poético de Glissant describe como sigue:
La deportación de los africanos desde los inicios del siglo XVI, luego la de los hindúes a partir del XIX (al sur del archipiélago), la llegada incesante de los colonos europeos, de los comerciantes del Asia y del Medio Oriente, la violenta oposición de las condiciones sociales regidas por la esclavitud desde el establecimiento de estas colonias, introdujeron aquí complejos elementos de vértigo social y también cultural que han creado la particularidad de lo que en las Américas se ha dado en llamar la Neo-América (para distinguirla de Meso-América y de Euro-América, que fueron categorías establecidas por antropólogos suramericanos hace, creo yo, más de treinta años). Esta Neo-América incluye al Brasil y en sus demarcaciones todavía vacilamos en distinguir miles de sus componentes, polarizados como estamos entre una visión de conjunto y el análisis detallado, entre la necesidad instintiva de ser caribeños y la necesidad de combatir aquí y ahora, es decir, en cada sitio que esté precisamente amenazado y a cuyas realidades innombrables le haya sido negada la condición humana. O ¿es que estas exigencias son, en verdad, irreconciliables? En ellas mismas radica su vértigo. // Cada vez menos podemos divisar las crestas de las islas; ahora entramos de lleno a los suelos; caminamos entre palmeras y silbamos, no nos perdemos ni un ápice de los helechos gigantescos y desciframos con comodidad las huellas apenas levantadas por el tremendo viento sobre los troncos, y esto ocurre porque somos nosotros quienes hemos ido acumulando el cuerpo de lo que es el Caribe, y las Antillas, que son lo mismo, solemos llamarnos antillanos, caribeños, y todo es lo mismo, y es así porque –no piensen que ha sido sencillo o fácil, no– hemos aprendido a rastrear en el fondo mismo de los mares y en el levantamiento submarino de los volcanes que se hablan entre sí, una gran ruta de lava que corona y abre el círculo entre las Américas […] // […] vamos viendo inmensos territorios continentales que se desplazan entre nosotros, con Cuba y Trinidad y las islas de las Guyanas, por ejemplo; el continente nunca ha dejado de frecuentar las islas y se ha estrechado en un cordón vivaz que llamamos América Central, acercándonos mucho más a México, ese continente ha venido des- de los Andes para hermanarse con las arenas de las costas caribeñas, y por todas partes volvemos a encontrar los mismos volcanes que tanto en México como en Colombia, o en Guatemala, se han convertido totalmente en tierra, pues allí abandonaron los caminos submarinos de su fuego, y así, para nosotros, el Caribe es un círculo que se alarga y es un eco llegado de la tierra firme e infinita, una roca y un remolino, una montaña y un viento, un espíritu distinto y una fuerza desnuda inseparable de las islas así como de los continentes, un Prefacio a un Mundo Nuevo.[iv]
En un sagaz y breve ensayo, heredero de los ya mencionados aportes precursores de Arrom, el gran escritor dominicano Marcio Veloz Maggiolo logra captar la esencia del pensamiento filosófico de Glissant en función de su utilidad no solo para su isla de origen, la Martinica, sino para Santo Domingo y esa latitud hispanoamericana tan cara a la filología y al cuerpo literario creado a ambas orillas del océano Atlántico.
Refiriéndose a una entrevista sobre el tema concedida a la emisión Label France por Glissant a quien, por cierto, llama maestro, Veloz Maggiolo observa lo siguiente: «la criollización es un proceso universal, por cuanto en este momento lo criollo es aquello que representa un mestizaje en el cual entran no solo los elementos locales sino una mezcla de productos y hechos culturales que al ser adoptados o adaptados a la cultura local, la transforma generando un nuevo rostro para la misma».
Y más adelante:
Una de las opiniones emitidas por Glissant apunta hacia un hecho que los puristas de la cultura pasan por alto y es el de que diariamente nuestra identidad, de un modo u otro, es asaltada por la violencia, en nuestros días, un bombardeo cultural, insoslayable, que se produce de forma cotidiana a través de medios masivos muy sofisticados golpeando mientras va estremeciendo las viejas formas de entender el mundo que tenían nuestros padres y abuelos.[v]
Más cercano a Glissant que a los amigos de la créolité, el poeta y novelista guadalupeño Ernest Pépin, ganador en dos oportunidades del Premio Casa de las Américas, afinca su estética en estos presupuestos glissantianos a favor de una visión plural y diversa.
El tema de la modernidad es imprescindible al cuerpo de ideas de Glissant. Importantes y trascendentes han sido sus puntos de vista acerca de la mundialización, que no es otra cosa que la acepción del fenómeno de la globalización visto desde el desgarramiento de ciertas sociedades aún coloniales. Un mundo globalizado incluye en sus vísceras, como signos invariables de la desigualdad, elementos característicos de su paso agigantado a escala mundial. Afirma Glissant:
Lo que llamamos globalización –que es la uniformización pedestre, el reino de las transnacionales, la unificación, el neoliberalismo salvajes sobre los mercados mundiales–, para mí es el reverso negativo de una realidad prodigiosa a la que llamo mundialidad. La mundialidad es la aventura sin precedentes que nos ha sido dada vivir hoy a todos, en un mundo que por primera vez, realmente y de forma inmediata, fulminante, se concibe a la vez múltiple y único, e indescifrable. Es también la necesidad de cada cual de tener que cambiar sus conceptos de vivir, de reaccionar, en ese mundo.[vi]
Dejemos que el propio Glissant resuma sus reflexiones al respecto:
Hoy, el mundo entero es el más alto objeto de la literatura, de la poesía. La relación enlaza, releva, relata. No relaciona esto con aquello sino el todo con el todo. La poética de la relación complementa lo Diverso... La raíz única mata a su alrededor. La identidad- relación autoriza infinitamente... Te hablo en tu lengua y en mi lenguaje te comprendo. Puedo cambiar, estableciendo un intercambio con el Otro, sin extraviarme ni desnaturalizarme. Sin embargo, Escribo en presencia de todas las lenguas del mundo. No salvaremos una lengua dejando perecer al resto.
El deslumbrante valor no solo de los mestizajes culturales sino, mucho antes, de las culturas de mestizaje que nos preservan quizá de los límites o de las intolerancias que nos acechan.
Las interrelaciones culturales proceden mediante fragmentaciones y rupturas igual que por simbiosis. Son tal vez de naturaleza fraccional. De donde proviene que nuestro mundo sea un mun-do-caos.
La creolización[vii] es el mestizaje con resultados
imprevisibles.
El Mundo entero se vuelve creol.
Este seminario que aboga por la diversidad del Caribe convierte en realidad el sueño de Glissant y el de todos nosotros: existir, crear y promover las verdades más ciertas de nuestras culturas partiendo de un lenguaje único y diverso como es su propia entraña.
La Habana, 19 de mayo de 20
[i] Ver Édouard Glissant: L’imaginaire des langues. Entretiens avec Lise Gauvin (1991-2009), París, Gallimard, 2010.
[ii] Ver Glissant: Les Indes. Lézenn, edición bilingüe en francés y creol, texto compilado por Rodolf Etienne, París, Le Serpent à Plumes, 2005, p. 7.
[iii] Ver Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant: Lettres creoles, París, Gallimard, col. Folio/Essais, 1999.
[iv] Ver Édouard Glissant: «Acriollamiento, identidades y relaciones en el Caribe», en Casa de las Américas, No. 236, jul.-sept. de 2004, pp. 91-94.
[v] Ver Marcio Veloz Maggiolo: «Glissant y la criollización del mundo», en Mestizaje, identidad y cultura, Santo Domingo, Secretaría de Estado para la Cultura, 2006, p. 126.
[vi] Édouard Glissant: «Mundialidad», en revista Point d’Ironie, París, 2009. [Trad. de la autora].
[vii] El término, a mi juicio, tiene innumerables contextos similares al hallazgo del de transculturación que debemos al sabio cubano don Fernando Ortiz, explícito en su ya clásico Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), muy elogiado en su prólogo por el profesor de Yale, Bronislaw Malinowski. Quiere decir, el mundo entero se vuelve mestizo. Ojalá nos apropiemos de sus coordenadas más humanistas a favor del mejoramiento del planeta.
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Publicado en el no. 272 de la revista Casa de las Américas correspondiente a julio-septiembre de 2013.
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