
Mientras que el pueblo resolvía las cuestiones de honor a puñetazo limpio, y no faltaba quien acudiese a los tribunales en busca de apoyo, a sable, espada o pistola se batían políticos de la hora, médicos y abogados eminentes y funcionarios de relieve, y lo hacían con total impunidad, pues si bien el duelo no era en sí una figura delictiva, sí eran punibles su concertación y consecuencias, como la de cualquier riña callejera. Los periodistas eran de los más retados a duelo y figuraban entre los que más se batían. Había excepciones. Pepín Rivero, director del Diario de la Marina, se batió dos veces; una, a espada con Antonio Iraizoz, director de los cotidianos La Noche y Alerta, y que ocupó importantes cargos públicos y diplomáticos, y otra, a sable, con Alfredo Hornedo, fundador de la empresa El País-Excélsior, pero tuvo el valor reflexivo de rechazar, a partir de ahí, los numerosos retos que se le hicieron. Y Miguel Ángel Quevedo, director-propietario de Bohemia, rehusó batirse cuando el doctor Ramón Grau San Martín, ya presidente electo, lo retó por una información aparecida en la sección «En Cuba» de esa revista.
Más lejos fue el genial caricaturista Juan David. Ocurrió en la República un fraude colosal; de tales dimensiones que provocó una investigación por parte del Senado. Pero el senador Jorge Mañach, presidente de la comisión senatorial que investigó el asunto llegó a la conclusión de que no existió fraude alguno, y David, en su columna del periódico Información insertó la imagen de un chivo ante la cual el senador Mañach afirmaba categórico: «Efectivamente, no es un chivo». A la tarde siguiente apareció en la redacción de Información el comentarista político y crítico teatral Francisco Ichaso, a la sazón representante a la Cámara, que, como padrino de Mañach, retaba a David a duelo. «Mira, Paco, dile a Mañach que yo trabajo hasta las cinco de la tarde. Que cuando quiera me espere en la puerta del periódico para caernos a trompadas en la esquina». El incidente no pasó a mayores.
Filo, contrafilo y punta
En Cuba, el duelo es una institución anacrónica desde hace bastante tiempo. Todavía en los años 40 del siglo pasado bastaba con que alguien se sintiera ofendido para que planteara la llamada cuestión de honor. Designaba entonces a sus representantes, que visitaban al ofensor, y este a su vez designaba a los suyos. Los padrinos de una y otra parte se reunían para pactar las condiciones del lance: lugar, fecha y hora del encuentro, el arma con la que se dirimía el asunto y la forma en la que transcurriría el enfrentamiento.
El arma a escoger podía ser la espada o la espada francesa, el sable con punta o sin ella o con filo, contrafilo y punta… Una vez decidida el arma, establecían los padrinos a cuantos reprises sería el lance, lo que duraría cada uno de ellos y el tiempo de descanso entre uno y otro. Si se seleccionaba la pistola –el revólver estaba terminantemente prohibido- se fijaba el número de disparos que harían los contendientes y a cuántos pasos y si dispararían a discreción o una voz de mando. La cosa se ponía fea cuando se acordaba que el duelo fuera con todas las consecuencias o a todo juego, como se decía, pero aun así los duelistas debían obedecer las órdenes del juez de campo y acatar sin chistar su determinación de dar por finalizado el lance.
El duelo más sangriento
Duelista notable en el sector de la prensa es Desiderio Ferreira, director que fue de El Heraldo y que, por su pasado machadista, murió baleado en la puerta de su casa en el apacible reparto San Miguel, situado entre Lawton y Luyanó. Ferreira se batió a espada con el también periodista y maestro de esgrima Ramón Rivera Gollury, que utilizaba en seudónimo de Roger de Lauria, y le propinó una estocada en el vientre. Y al cronista social del periódico El Imparcial lo hirió de un balazo en el brazo derecho, pero el proyectil llegó al pulmón, lo que obligó a una delicada intervención quirúrgica.
No todos los duelistas se comportaban con hidalguía en el campo del honor y no eran pocos los que con pretextos ridículos rehuían el enfrentamiento. Gustavo González Beadville, de Heraldo de Cuba, de tan asustado que estaba cuando se batió con Ferreira, se le escapó un tiro antes de tiempo y se agachó cuando su oponente hizo su primer disparo. Cuando al fin se incorporó, Ferreira le coló una bala en el pecho, a un centímetro del corazón y no pudieron sacársela en Cuba ni en Europa. Vivió con ella desde entonces y murió de otra cosa.
Por nuestra cuenta, Iraizoz se batió 16 veces y salió vencedor en más de la mitad de sus lances. Fue protagonista del duelo más sangriento que registra la crónica republicana al batirse, en 1917, con el reportero Gustavo Rey en un corredor interior del teatro Alhambra. Dejó cinco heridos en total. Iraizoz, en el pecho, y Rey con una herida grave desde el hombro hasta la mano. También resultó herido grave el juez de campo al interponerse entre los contendientes y un espectador, cuando el sable de Iraizoz salió disparado hacia el público. Antes de comenzar el encuentro se había herido el médico que debía asistir a los duelistas. Se llevó la yema de un dedo al revisar las armas que cortaban como navajas.
Ramón Fonts consideró que el duelo más fuerte e interesante que ocurrió en Cuba fue el de Susini de Armas, hermano de Justo de Lara, y el maestro de esgrima Eduardo Alesson. Sucedió en 1916 en la sala de armas de la residencia del doctor Grau San Martín, en 17 y J, en El Vedado. El juez de campo fue Pio Alonso y en el combate De Armas recibió una herida de diez centímetros de largo en el hombro izquierdo y su rival una contusión en el cuello, una herida debajo de la oreja y múltiples escoriaciones en el tórax.
Curados ya los heridos, se suscitaron varios incidentes enojosos. De Armas pedía la reanudación del lance; algunos espectadores atestiguaban que Alesson había herido a su oponente después de haberse dado la voz de ¡alto!, y otros aseguraban justamente lo contrario. Zanjado este asunto, Alonso, erguido, arrogante, enérgico, pidió una reparación a Alesson por haber manifestado días antes que no lo quería como juez de campo. Y ahí no paró la cosa pues dos conocedores casi se van a las manos por su desacuerdo con la clasificación de las lesiones que recibieron ambos contendientes.
Viejo, por tu madre
Porque en un duelo en Cuba podía suceder cualquier cosa.
En 1918 tocó hacer su debut de espadachín intrépido al formidable humorista Miguel de Marcos, redactor por aquellos días del Diario de la Marina. Todavía en 1947 el autor de Papaíto Mayarí y Fotuto recordaba en una crónica los pormenores del encuentro, aunque no mencionara en ella el nombre de su adversario ni el porqué del desafío, lo que hace sospechar que hay en la página más ficción que realidad. Precisaba De Marcos que los padrinos que escogió no eran de espíritu moderado y pactaron con los representantes de su rival algo siniestro: un lance a sable, con guante corto, filo, contrafilo y punta. Tenía el escritor 24 años de edad entonces y su conmoción fue grande al leer el acta de concertación suscrita por los padrinos en la que solo faltaba acotar aquello de «Se ruega no envíen flores».
La noche antes del encuentro, ya muy tarde, Lucio Solís, jefe de redacción del Diario, conminó a De Marcos a que se preparara. Le recomendó que hiciera unos molinetes, tirase a fondo y diera brusquedad al sable. No lo había en el periódico y el duelista hizo su práctica con el arma que se le puso a mano: un espadón visigodo de 50 libras de peso y abrumador como el remordimiento.
El médico que lo asistiría, en caso de salir herido, sería el eminente cirujano Benigno Souza, pionero de la laparotomía en Cuba y, cosas de la cirugía general, especialista en trepanaciones de cráneo. El juez de campo, el maestro Pio Alonso, alto, magnífico, apuesto, con bigotes en batalla y una bondad inextinguible.
Comenzó el combate. Cuando los contrincantes se acaloraban y chocaban los sables una y otra vez, Alonso, fiel a su práctica, no solo intervenía con su bastón, sino que detenía con sus manos el enroscamiento de las armas.
Transcurrió el primer reprise. En el segundo De Marcos advirtió que su adversario, hecho a la esgrima trágica, quería sacarlo del campo con una estocada en el vientre y que en el tercero estaba dispuesto a liquidarlo de cualquier manera. Fue entonces que sintió un golpe mate y sordo en un antebrazo.
Ordenó el juez de campo la interrupción del lance y pidió al médico que examinase al herido. ¡Herida grave, imposibilidad de este contendiente de reanudar el duelo!, dictaminó Souza pasando por alto que en la zona afectada solo aparecía una mancha cárdena. Volvió a diagnosticar: ¡Bordes magullados!, y sin detenerse ni bajar la voz indicó el tratamiento que creyó oportuno: ¡gasa fenicada, sopa de tapioca, reposo absoluto! Y enseguida, bajito y mientras le apretaba con fuerza el moretón, dijo a De Marcos: «Viejo, por tu madre; haz un esfuerzo a ver si por lo menos sale una gota de sangre y damos esto por finalizado de una vez».
Póngale peso y medio
Cosas cómicas sucedían también en torno a los duelos.
El periodista Wifredo Fernández fue de nuestros grandes duelistas. Militante del Partido Conservador, diseñó en el Senado la política del cooperativismo que llevaría Machado a las elecciones de 1928 sin opositor y con el apoyo de los tres partidos políticos principales de entonces: Liberal, Conservador y Popular. Al caer la tiranía, su residencia de Reina y Escobar fue «visitada» por el pueblo y saqueada, mientras que Fernández era sacado del barco en que, provisto de un salvoconducto, pensaba salir al exterior e internado en las prisiones de la Cabaña, donde se suicidó.
En sus días de pobre debió batirse con el general Enrique Loynaz del Castillo. Como se trataba de un lance a todo juego, del que salió vencedor, mandó a afilar su sable viejo y mohoso. «El servicio le cuesta dos pesos con cincuenta centavos», dijo el amolador y Fernández, que no los tenía, no se amoscó por ello. Repuso sin vacilar: «Mire, amigo, póngale peso y medio que es lo que tengo».
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