Escribo con el filo de mi sangre
porque sé que la poesía no es un adorno,
es un puñal clavado en la garganta de los cobardes.
(Fayad Jamís)
¡Qué cosas del oficio! ¡Qué joya la amistad! He sido desafiada a hablar sobre el poemario Efectos secundarios (Cubaliteraria, 2024), de Leymen Pérez. Me preceden la propuesta, en octubre de 2024, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, realizada por el poeta y Premio Nacional de Literatura 2025, Waldo Leyva, para nuestro espacio Letra digital; además, la sapiencia de Roberto Manzano al definir el libro como un «vigoroso conjunto de textos», de «indiscutible coherencia artística», en el prólogo de su versión en papel. Me amparan la reseña de Cira Romero, sobre otro de sus poemarios, Subsuelos, publicado por Letras Cubanas en el 2023 y la nota de contracubierta de la poeta, narradora y editora, Damaris Cárdenas, que giran sobre los grandes temas asociados al cáncer: el dolor, el terror, la asfixia, la muerte. Porque estas son las escalofriantes asociaciones que establece el autor, una de las más terribles enfermedades contemporáneas nos asola, en lo individual, en lo privado, mas su correlato social es este cuerpo colectivo carcomido.

Ante mí, en la pantalla, se abre la portada del poemario digital Efectos secundarios. Aparece «Buscando algo para amar». Es una obra hermosa, es un intento desesperado por lograr el equilibrio; es del excelente artista matancero Javier Dueñas. Y nos invita a agradecer, a no cejar, a resistir. Esa pértiga, quizás, puede salvarnos del hundimiento total: la ha donado para ilustrar el texto del autor, su amigo, el poeta Leymen Pérez. ¡Tropos y amistad!
El poemario se estructura en 3 partes lógicamente definidas: «Causas», «Efectos» y «Efectos secundarios». El primero de los bloques consta de 27 textos. «Efectos» posee 23 y «Efectos secundarios», 27. Extraña sintonía impar. No, no es un azar la sintonía extraña. Es la pulsión poética desesperada gritándonos: ¡basta!, ¡¿hasta cuándo?! ¡¿hasta dónde?! Es nadie respondiendo. Nadie responde… cuando las causas del sufrimiento quizás se hallan lejanas en la esclavitud ominosa, en el colonialismo, en la neocolonia, en cualquier ismo que pusimos sin que nos dejáramos pedazos de la piel ¡mucho menos del alma!
Yo pudiera decir que es este un alegato político. Por la deconstrucción de la historia. Por la denuncia de la corrupción, la demagogia, las incompetencias. Porque aquí no se sufre solamente, sino que van cayendo las lágrimas a la par del ácido que ha corroído las paredes, los muros, las aceras, las calles, las hendijas. Y creo escuchar al Maestro diciendo: «Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche…», y sé, presupongo, al sujeto lirico de estos versos clamando a nadie para oírle, en el asfalto: «La patria es tierra muerta». Los poetas tienen ese don, es decir, esa capacidad de darnos en un fulgor, un rayo o un plumazo todo un horizonte de vivencias:
Por eso en «Dos mujeres huyendo de sí» reza:
(…)
como el país que perdió su savia su lenguaje
O en «El sistema del dolor»:
los humanos que son como un cáncer.[Pero]
No sabemos cuándo comienzan a apagarse las cosas dentro de nosotros. Afuera sí…
Mientras «Nosotros los matanceros (aquí pueden poner cubanos) cuando cantamos lo hacemos con ritmo alegre y buen compás y todo aquel que nos escucha se pone alegre…».
Y sigue goteando el suero que pesa demasiado, menos que el peso de la Isla:
Todo suena a tronco hueco vida hueca hierba mal cortada Mi patria está en la palabra depresión en la boca amordazada bajo la Palma Real.
Pero no. Acá también se sufre vallejianamente. Y nos dice en «Apenas una respiración»:
No hay violencia en mi país. Hay violencia en mi poema.
(Y sin embargo)
El poema es un sol que me acompaña.
Y en «La mejor vena»:
Tú no tienes cura —dijeron Lo que te duele es el País. Calla y traga, traga, trágate la manguera, los barbitúricos y las oscuras sustancias.
Sin embargo, no hay mutismo posible; acá hay un coro de voces que vienen desde lejos, desde antes, acá hay gritos, chillidos, mudas advertencias; hay una intertextualidad avasalladora. Las citas, las referencias explícitas o veladas, los títulos, las dedicatorias, crujen en nuestra piel, trituran nuestros sentidos, nuestra comprensión, Apollinaire, Samuel Beckett, Ezra Pound, Gilles Deleuze, Dostoievski, Kavafis… Y también Benito Juárez, el Apóstol Pedro, Heráclito, Nietzsche, José Kozer, José M. Espino…
La apropiación de frases, temas y personajes: el Óscar Matzerath, de Günter Grass y su Tambor de hojalata; Marguerite Duras y su «El dolor es una de las cosas más importantes de mi vida»; Virgilio (Piñera); Akira Kurosawa; El sastre, de Giovanni Battista Moroni, Buda… los referentes de la cultura popular más nuestros, son desencajados de sus sistemas y, como feroces agujas, se nos clavan:
[Con Teresita Fernández]dame una mano y danzaremos
dame una mano y me amarás
como una sola flor muerta seremos
como una flor
y nada más.
Con Nicolás Guillén:
No sé por qué piensas tú,
recluso, que te odio yo,
si somos la misma cosa,
el mismo silencio, yo, tú.
¿Es el país que se nos viene abajo, o es la patria extraña, oscura, o es solo un efecto secundario de la mente embotada por la enfermedad?:
Y los verdaderos bárbaros son los que hablan una lengua civilizada mientras beben vinos de Burdeos y comen caviar de Kalix mientras los demás quieren huir, pero no hay hacia dónde. Le han saqueado a todos la sangre, los sueños, la respiración. Han dejado vacíos los mercados y en ruinas el poder. Esperando a los bárbaros nos dejamos convertir en otros. Más bárbaros.
Quisiera recomendar la lectura del libro. Pero desconozco el vigor de cada espíritu lector. Si ud. se siente frágil no lo lea. Déjelo para dos o tres años más allá cuando su alma esté curtida, pues es verdad, uno queda sajado, disecado, extravasado —mejor de poesía que de Zometa—. Pero si ud. es un cobarde, ya querríamos proponerle un libro colorido, un libro aliento fresco: Lo siento, no se puede. Estos poemas duelen, te parten el hocico, impíos…
Son los efectos secundarios de leer Poesía.
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