Abelardo Castillo: todos los libros el libro
Creo haber dicho en otra ocasión, que la generación de narradores cubanos a la que pertenezco, tuvo (y tiene) una deuda permanente con Abelardo Castillo desde la aparición de Las otras puertas, mención (que debió haber sido premio) del Concurso Casa de las Américas 1961, y cuya lectura nos deslumbró, inolvidable sensación que compartimos muchas veces con Jesús Díaz, Luis Rogelio Nogueras y otros jóvenes narradores de aquel entonces. Admiramos no solo la prosa limpia y esa sorprendente pátina de emocionada ternura que la atravesaba, y que se comunicaba subterráneamente, en aquellos cuentos, con una crueldad estremecedora: operación de equilibrio literario que solo habíamos visto con anterioridad en algunos cuentos de Borges y Cortázar, sino el despliegue de los recursos técnicos en perfecta adecuación con los contenidos narrados: esos diálogos naturales y significativos que tras su aparente simplicidad ocultan y a la vez revelan magistralmente personalidades, conductas, conflictos, situaciones oblicuas, y que tienen la rara virtud de introducirnos directamente, sin subterfugios, en la intimidad de los personajes; esa voz narradora que parece hablarle al oído no solo del personaje aludido, sino del lector, en excelentes cuentos como «Conejo» y «EI marica»; mudas de los puntos de vista, como esa notable muda espacial del cuento «Hernán», que sorpresivamente convierte la voz narradora en primera persona, en la voz del propio Hernán, el protagonista, con lo que el poder de persuasión del relato se eleva considerablemente: en resumen, nos deslumbraba ese magistral manejo de las técnicas de narrar que mostraba el autor, y que no estaba muy difundido en aquella década de los sesenta, prodigiosa para la literatura y para la experimentación técnica y formal.
Algo de eso intenté decirle a Abelardo cuando hace unos años, y después de varios intentos fallidos, nos encontramos en su casa en Buenos Aires. Me recibió como si fuera un conocido de toda la vida, y yo, con voz un poco altisonante y acento levemente retórico, le solté casi un discurso en el cual lo llamaba «Mi Maestro», que me respondió entre risas y abrazos, y el maestro ya fue amigo desde entonces. Esa tarde hablamos de literatura y ajedrez, dos pasiones compartidas, mientras en otro lugar de la casa, la voz musical de Sylvia Iparraguirre respondía preguntas para algún diario bonaerense.
Comparto estos recuerdos con los lectores como preparando de alguna forma el terreno para comentar EI espejo que tiembla, un nuevo libro de cuentos del gran narrador argentino, que obtuvo el Premio de Narrativa José María Arguedas 2007, que otorga la Casa de las Américas a los mejores libros publicados el año anterior.
Once cuentos conforman el volumen que el autor ha subtitulado como el V de Los mundos reales, título bajo el cual ha reunido todos sus cuentos. «Hace años», dice en el posfacio de Las panteras y el templo, tercer volumen de la serie,
vengo sintiendo que, realistas o fantásticos, mis cuentos pertenecen a un solo libro. Y la literatura, a un solo y entrecruzado universo, el real, hecho de muchos mundos. Vasta y diversa región de la que no son ajenos, la reflexión sobre el destino del hombre, el puro amor por la palabra y sus esplendores, o el testimonio político; país cuyos límites naturales van mucho más allá de las tierras de la locura y el sueño.
Si los leemos con ánimo definitorio, los cuentos son de difícil clasificación: excluyendo «La mujer del otro», estrictamente realista, y tal vez «Cita en cualquier lugar», de un realismo neblinoso, cercano al absurdo, es decir, que pertenecen al nivel de realidad «real», el resto de los cuentos transita por esa zona o nivel de realidad que contiene lo mágico, lo onírico, lo mítico, lo milagroso, lo legendario, es decir, todo lo que pertenece a lo que comúnmente llamamos el nivel imaginario o fantástico de la realidad, niveles ambos (el fantástico y el real) que, como hemos visto, Abelardo Castillo agrupa en un solo universo que él llama «real».
Con «La Cosa» se inicia el volumen que me da la impresión de que define el tono general de todos los cuentos: he aquí un relato fantástico cuyo tono narrativo se ofrece como en sordina, al nivel de la más común y chata cotidianidad, como si el autor quisiera narrarlo en tono menor, sin estridencias, donde lo fantástico de la anécdota —la propia existencia de La Cosa— se acepta como parte de esa vasta realidad que vivimos cada día: leído a la manera realista cualquier lector pudiera decir que esa Cosa no es más que nuestros propios temores, angustias, ansiedades, que se asumen a partir de un símbolo o alegoría (como la cucaracha kafkiana). Sin embargo, ese final levemente siniestro alimenta una amenaza que volverá intranquilo nuestro sueño, como el del protagonista de La metamorfosis. ¿Qué pasará, nos preguntamos, cuando la certeza de que La Cosa está cambiando, en una forma más amenazadora, «no del todo simiesca, pero tampoco humana», se haga realidad? No lo sabemos, pero nuestra imaginación (un poco aterrada) lo intuye.
«La mujer de otro» es una pequeña obra maestra, un singular ejemplo de la maestría de Abelardo Castillo: un hombre movido por una morbosa curiosidad visita la casa del esposo de una mujer (fallecida) que fue su amante y ante los ojos del lector se despliega un diálogo inolvidable entre estos dos hombres, aparentemente intrascendente, pero con una carga emotiva, sentimental, que navega escondida en una corriente subterránea, como el iceberg hemingwayano, y que va contaminando todo el tejido narrativo y lo dota de un poder de persuasión irresistible. ¿Qué sentimos por el marido engañado? ¿Lástima, compasión, o sencillamente nos identificamos con ese conflicto que no es más que una de las facetas del amor de una pareja? Es un cuento perfecto técnicamente, con unas ligerísimas mudas temporales, y los diálogos están resueltos con una economía de recursos y una capacidad de sugerencia sencillamente incomparables.
Los cinco cuentos que aparecen a continuación abordan lo meramente fantástico desde varias perspectivas: «Noche de epifanía» es una muestra de la eterna contradicción entre el mundo infantil y el mundo de los adultos. ¿Cuál de ellos es el real y cuál el imaginario? La aparente ingenuidad del relato de Carola a «Jesús dios mío», resaltada por el lenguaje empleado, aumenta notablemente el poder de persuasión. EI final del cuento, que deja sugerido un dato escondido elíptico, ofrece los suficientes elementos para predecir sus circunstancias amenazadoras y la realidad de un desenlace trágico. En «La calle Victoria» asistimos a un encuentro donde dos dimensiones del tiempo, pasado y presente, se superponen en un relato en que la muda del nivel de realidad —de lo real a lo fantástico y viceversa— se produce de manera apenas perceptible para el lector. Otra vez los diálogos alcanzan una notable eficacia literaria. En el cuento el final de la conversación coincide con el final del conflicto. Solo quedan en el aire las interrogantes de siempre: ¿lo que contó Villari es un delirio de su imaginación, o simplemente vivió unos momentos en otra dimensión de lo real? ¿Andará todavía la dama antigua, con su sombrerito tipo budinera, en el Buenos Aires de Villari, y volverán a encontrarse en una nueva casa de la calle Victoria? Desde las páginas de Aura, Carlos Fuentes le hace un guiño a Abelardo Castillo.
«Fordham, 1994» y «Ondina» son sueños que se viven, fantasías, extrañas obsesiones que sorpresivamente un día irrumpen en la realidad cotidiana desde nuestra imaginación, mientras que «EI tiempo de Milena» es una construcción narrativa que se desarrolla en dos tiempos de desigual duración: cada personaje vive tiempos distintos que el narrador termina por aceptar y a los cuales, en el desenlace, se aferra, como una última ilusión de su vejez.
«Pava» es tal vez el único cuento de horror del libro, de final previsible, aunque de ejecución impecable: el narrador va cambiando de ámbito: de Marcela, a los niños, a los padres, a Marcela, a los niños, todo con el propósito plenamente logrado de ir dosificando, aumentándola, la carga de horror que va a estallar en el desenlace, hábilmente sugerido por el autor. EI lector siente, a lo lejos, la sombra de Horacio Quiroga y los vasos comunicantes que se establecen desde las páginas de «La gallina degollada».
«Cita en cualquier lugar» es también una pequeña joya: es la historia de una fatal equivocación, que tiene un resultado trágico. En este cuento, como prácticamente en todo el libro, la técnica del dato escondido, en la cual Abelardo Castillo es un consumado maestro, se despliega con suma eficacia: desde Hemingway, no conozco a ningún escritor que haya empleado con tanta originalidad y modalidades, la técnica del iceberg como Abelardo Castillo. A esto ayuda el empleo de un narrador en tercera persona (casi todos los cuentos del libro están escritos en primera persona, aunque el estilo indirecto libre sabiamente empleado, le otorga a los cuentos una dinámica, un ritmo narrativo que supera el peligro de la monotonía) quien va dosificando las hilachas de sentido que permiten descifrar paulatinamente las claves de la historia. La revelación del dato escondido elíptico final es una operación post-lectura: esa «última mirada de horror, de incomprensión y de locura» de uno de los personajes, se traspasa al lector que, de repente, se percata junto con él, de la espantosa dimensión de su error y su mortal consecuencia.
«EI desertor» y «La que espera», los cuentos finales del libro, están sólidamente emparentados: son profundas operaciones de buceo dentro del alma humana. Castillo quiere mostrarnos la génesis, la evolución y el desenlace de dos obsesiones. En el primer cuento, puede seguirse el proceso de formación y desarrollo de esa obsesión: el resto es puramente conjetural, como señala el narrador. La habitación que cada hombre Ileva dentro de sí, como nos señala Kafka en el epígrafe inicial del libro, tiene la puerta cerrada y el propio carácter absurdo de la supuesta decisión tomada por el protagonista, es lo que paradójicamente, le da verosimilitud y eficacia literaria al relato. «La que espera» le otorga carta de ciudadanía a una de las contradicciones de la conducta humana: lo inesperado, lo ilógico, lo aparentemente irracional es la clave del conflicto en eI cuento. «La vida es un misterio», podemos repetir con el doctor Cardona, mientras habla con Castillo, personaje que, a lo largo de toda la obra narrativa del autor, aparece como su alter ego y que a cada rato, nos envía unos guiños desde las páginas de sus cuentos.
No sé si mis deseos de pasar revista a las excelencias de EI espejo que tiembla han tenido éxito. Ruego al lector perdone mis deslices críticos: soy simplemente un narrador intentando reseñar un libro de uno de sus maestros, o mejor, de uno de los grandes maestros del cuento latinoamericano. Porque Abelardo Castillo es eso: creo que junto con Borges y Cortázar forma la tríada indispensable del cuento argentino contemporáneo. Yo solo dejo constancia de esa certidumbre.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, publicado por Editorial Oriente en 2018.
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