Hace solamente unos días que Daniel Chavarría me pidió que presentara su última novela, y enfrascado en innumerables presentaciones de libros en esta X Feria Internacional, y apenas sin tiempo para nada, les confieso que terminé de leerla a la una y treinta de la tarde de hoy. Mis reflexiones, pues, están recién sacadas del horno.
Yo necesitaba responderme una pregunta, que seguramente asaltó a mucha gente desde que el año pasado el jurado de novela del Concurso Casa de las Américas le concedió por unanimidad el Premio Casa. ¿Una novela policíaca Premio Casa? No tengo que decir que el nombre de Daniel está asociado a lo mejor de la narrativa policíaca de nuestro país desde hace más de veinte años, y toda nueva obra suya ya la enmarcamos a priori en el catálogo del popular género.
La interrogante era justificada. Para nadie es un secreto todos los prejuicios que existen contra el género policial (también contra la ciencia ficción): muchos los consideran subgéneros o géneros menores en comparación con la otra narrativa, la seria, «la normal». Cuando alguna novela policial o de ciencia ficción recibe un premio en concursos no especializados en ambos géneros, una especie de corrientazo recorre todo el mundillo intelectual. Eso ocurrió sobre todo con la primera experiencia de este tipo: en 1978, Luis Rogelio Nogueras obtuvo el Premio UNEAC de novela con Y si muero mañana, con un jurado presidido por José Soler Puig, quien poco después me confesó que él traía bajo el brazo la novela de un santiaguero que pensaba proponer como premio, pero la alta calidad de la novela de Wichy lo había conquistado. Unos años después, en 1993, Leonardo Padura repetiría el galardón con Viento de cuaresma, con un jurado en el que se encontraba quien les habla.
Estos fueron, por supuesto, antecedentes. Pero recuerdo que cuando el año pasado EI rojo en la pluma del loro obtuvo el premio Casa, un escritor me comentó: «Que Wichy, con una novela policíaca se haya ganado el UNEAC en los setenta, pasa; que Padura, con otra novela policíaca haya repetido el UNEAC en los noventa, vuelve a pasar; pero que ahora Chavarría, con otra novela policíaca, se gane nada menos que el Casa, es más de lo que puede pasar».
Pero sucede que esta novela de Chavarría comienza, en primer lugar, por hacer realidad lo que pedía Chandler (si no equivoco la referencia): es decir, una novela policial debe ser, ante todo, una buena novela.
He empleado dos términos que me parece necesitan aclaración: una «novela policial», una «buena novela».
EI rojo en la pluma del loro, ¿es una novela policial? Yo respondería que sí, y a la vez que no. Digo que sí porque el ritmo de la narración, la composición de los personajes, la estructura episódica de la novela, los recursos técnicos empleados, como siempre lo hace Chavarría, de mano maestra, y la trama múltiple, sabiamente trenzada, son los propios de una novela policial. Y digo a la vez que no porque la técnica que llamamos del «dato escondido», base de toda novela del género, aquí se diluye, o mejor dicho, va penetrando el tejido narrativo, integrándose a él, con el propósito de hilvanar un relato que supera el mero propósito o esquema policíaco: crimen-investigación-solución del caso, para trascender a objetivos más enriquecedores desde el punto de vista narrativo: más que una novela policíaca esta es la novela de una venganza: el lector sabe y el autor no lo oculta, que ante sus ojos se está desplegando una historia de sangre, de odios aparentemente trascendidos pero que siguen golpeando con su carga de infamia y de dolor los vericuetos de la memoria de las víctimas; dolor que se vuelve deseo de venganza; venganza que se va haciendo realidad en un proceso que nos hace cómplices por solidaridad. Y sirviendo como telón de fondo de esta extraordinaria madeja argumental, La Habana de este fin de siglo, con sus personajes típicos, con su respiración sincopada, con su problemática cotidiana donde la sobrevivencia económica es casi una profesión de fe. Creo que estas consideraciones pueden aclarar ese primer término: «novela policial».
EI segundo, «buena novela» es, a mi juicio, de más fácil precisión: todos los elementos de una buena novela están aquí presentes: personajes verosímiles, «redondos» como quería Forster, no hechos de una sola pieza, sino llenos de claroscuros, ángeles y demonios al mismo tiempo, que es la materia de la que estamos hechos todos; un lenguaje, en perfecta adecuación con el contenido que narra, en el que sorprende y admira el absoluto dominio que tiene Chavarría de los giros coloquiales cubanos, tan presentes en los notables diálogos; los puntos de vista espaciales y temporales desde los que el autor narra su material: esas mudas del narrador entre la segunda y tercera personas que permiten entrar y salir constantemente de la intimidad de los personajes y enriquecen la trama argumental que se va desplegando magistralmente con todos los condimentos necesarios para ir acrecentando el interés del lector. Chavarría posee el secreto de los grandes narradores, muchas veces difícilmente explicable, de ir ganando territorios psicológicos, de ir despertando una huella aquí, un recurso acá, una frase allá, una especie de deseo de continuar la lectura, porque de repente no podemos dejar el libro sin terminarlo. Con esta novela ese fenómeno es evidente: no es posible soltarla; se te aferra con los garfios de acero de este extraordinario fabulador de historias, hasta que la última palabra no ha sido dicha.
Yo quería, además, subrayar cómo el narrador omnisciente de Chavarría goza de la más absoluta objetividad. Es un narrador muy moderno que jamás hace uso de todo el poder demiúrgico que podría ejercer por su posición privilegiada. Por el contrario, este narrador objetivo sencillamente narra, no hace reflexiones, juicios morales o éticos, no perturba el tejido narrativo con sus intromisiones, con lo que ayuda notablemente a aumentar el poder de persuasión de los personajes. Chavarría parece decirnos: «Ahí están, son seres de carne y hueso, como nosotros, con las virtudes y defectos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en este aquí y ahora, en esta Cuba de hoy».
No cometeré el lamentable error de contarles la historia de El rojo en la pluma del loro porque ni Daniel ni ustedes me lo perdonarían jamás. Terminaré diciendo que fue una verdadera suerte que los miembros del jurado del Concurso de Novela Casa 2000 fueran escritores que dejaron atrás los ridículos prejuicios contra la llamada «novela policial». Estoy seguro de que ellos también se guiaron por el criterio de Chandler, y cuando terminaron la lectura de esta obra, unánimemente supieron que estaban ante esa buena novela, la mejor de las presentadas a concurso.
Los invito a leerla.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, publicado por Editorial Oriente en 2018.
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