La historia de la literatura francesa, a primera vista, parece una curiosa sucesión de escritores malditos que van pasándose la antorcha de la rebelión ética y haciendo patente eso que en otra parte he llamado la indisciplina de los sentidos;es decir, el recurso mediante el cual los autores socavan la autoridad ideológica, política y religiosa de turno gracias a la indagación en los más oscuros resortes de la sexualidad que los conduce (de consuno con los lectores, y aquí reside de veras lo imperdonable para el poder) a buscar nuevas libertades conceptuales y sensoriales que terminan por ser originales interpretaciones en los terrenos de la ideología, la religión y la política.
Mencionar los nombres de Villon, De Nerciat, Sade, De la Bretonne, Baudelaire, Flaubert, Apollinaire, Colette, Bataille, Genet, Pauline Réage y Cyril Collard, sería suficiente para refrendar la anterior tesis. Pero, si miramos bien, el poder no permaneció inerme, y también pudiéramos leer la historia de la vida literaria francesa como una sucesión de procesos judiciales y de condenas en las que la obscenidad, la pornografía y los presuntos atentados contra la moral fueron las puntas de lanza para coartar una actitud casi intrínseca a la gran literatura: la de romper los esquemas de pensamiento anquilosados y buscar, como modo de expresión para las ideas novedosas, recursos estilísticos y lingüísticosinéditos o recontextualizados (que es, al cabo, una manera de ser inéditos) que les sirvan de soporte.
Uno de los pilares de esa conducta resulta, sin duda, Jean Genet: hijo de padres prácticamente desconocidos, abandonado a la caridad estatal con apenas siete meses, y con una vida plagada de entradas y salidas en orfanatos y familias de acogida, primero, y comisarías, juzgados y cárceles, después, que ha contado en cinco novelas en las cuales la autoficción erótica desempeña un papel determinante. Estas piezas narrativas —Notre Dame des Fleurs(1944), Miracle de la Rose (1946), Pompes funèbres(1947), Querelle de Brest (1947) y Journal du voleur(1949), calificada a veces como autobiografía–, algunas escritas, según reza la leyenda, en papeles de desecho robados a otros reclusos en las numerosas prisiones que lo acogieron en Albania, Yugoslavia, Checoslovaquia, Austria, Italia, Polonia y Francia, sacudieron con crudeza el ambiente literario francés y le granjearon el apoyo de los connotados intelectuales Jacques Cocteau y Jean Paul Sartre, cuyas intervenciones ante los tribunales y hasta ante el mismo presidente de la República consiguieron librarlo de la amenaza de una cadena perpetua que se cernía sobre él.2
Gracias al propio Cocteau, quien le presentó a su editor Paul Morihien, Genet había conseguido publicar sus dos primeras obras, aparecidas sin sello editorial en aras de evadir la censura. En 1947, de la misma manera, vio la luz la primera edición de Querelle de Brest, acompañada de veintinueve agresivos dibujos de Cocteau, también sin firmar, que muestran a jóvenes marinos desnudos en actitudes amorosas de carácter mayoritariamente homosexual. Luego, en 1953, la editorial Gallimard la volvió a publicar, expurgada de los dibujos, y así fue saliendo cada cierto tiempo en Francia, aunque en español no tuvimos una edición íntegra de aquella versión inicial hasta el 2003, cuando la casa hispana Odisea Editorial la imprimió con una traducción de Felicitas Sánchez Mediero y Santiago Roncagliolo, un prólogo de Eduardo Mendicutti y el atractivo adicional de restituir las ilustraciones de Cocteau.
Querelle de Brest es la única de las novelas de Genet que no está contada en primera persona por un relator que simula ser el propio autor. En ella, el narrador se vuelve una presencia omnímoda que se adentra en la psiquis, en el alma de los personajes, y nos pone al desnudo, mediante una narración densa, plagada de unas a veces farragosas descripciones de atmósferas y estados de ánimo que atentan contra cualquier norma clásica de narratividad, la compleja psicología del marinero Querelle, un hombre tan salvaje en su masculinidad que solo encuentra satisfacción sexual –y también una curiosa forma de expiación— teniendo sexo con otros hombres que lo sodomicen y lo ayuden a limpiar su espíritu del peso de múltiples crímenes que van desde el robo al asesinato, pasando por el chantaje y la traición.
Esta homosexualidad en estado puro, primitivo, manifiesta en diversos estadíos en casi todos los personajes de la novela (Querelle, Nono, Mario, Gil, Roger, Dédé, Théo, el teniente Seblon) fue la piedra angular de la narrativa de Genet. Desde Notre Dame des Fleurs había poblado sus novelas con caracteres gaystan singulares como la dragqueenavant la lettre Divine, los presidiarios Harcamone, Divers y Bulkaen de Miracle de la Rose, el Adolf Hitler sodomita de Pompes funèbres, o los amantes criminales del personaje Genet, Armand y Stilitano, en Journal du voleur. Todos son, en definitiva, variaciones del mismo tema: encarnaciones de una homosexualidad próxima al ambiente delictivo, carcelario, en los cuales se rinde culto al crimen, a la delación, a la traición y a cualquier actitud que, al decir de Mendicutti, resulte perversa para las mentalidades acomodadas. Porque, en esencia, una de las grandes obsesiones de Genet era descoyuntar la conveniencia hipócrita de la moralidad imperante en un sistema social que detestaba. Y para ello, nada mejor que la brutal ética de la delincuencia, siempre a contrapelo de lo políticamente correcto, siempre conteniendo una suerte de primaria heroicidad que desborda lo realista para adentrarse en los provocadores territorios de lo esotérico.
Este procedimiento conceptual es heredero, a mi juicio, de las antiguas Ballades en jargon de Villon, una de cuyas posibles lecturas reside en describir los juegos homosexuales en que incurren los moradores del bajo fondo que pueblan los poemas. A nivel lingüístico, Genet acude a un recurso similar al de Villon: emplea el habla callejera de los soldados, los marineros, los albañiles, los ladrones, los chulos y hasta los policías caídos en el bandidaje, e instaura un argot lleno de códigos para burlar la persecución de las autoridades y solo asequible, de cierto modo, a los iniciados, pero también sujeto a constantes cambios provenientes de la velocidad de la vida cotidiana y de la renovación necesaria de claves y resortes comunicacionales en sentido general. Este uso peculiar del lenguaje en Genet, que piensa y se expresa como un marginal y un excluido de las normativas heterosexuales que han marcado históricamente a la cultura dominante, le sirve a Elizabeth Stephens para, en su libro Queer Writings. Homoeroticism in Jean Genet’sFiction(2009), enunciar la teoría del escritor como creador de la escritura homosexual, partiendo de la idea de escritura femenina de HélèneCixous y del concepto del parler-femme de Luce Irigaray. Para Stephens, Genet representa un tipo de discurso peculiar de lo queer que desafía y desautomatiza el discurso heteronormativotípico de la literatura hasta entonces y lo convierte en un lenguaje otro que contiene y significa un mundo también otro (el de sus experiencias homoeróticas y el de la autoconstrucción de su identidad como sujeto homosexual emancipado) hasta entonces no removido a ese grado por la literatura.
El razonamiento me suena perturbador, pero no lo comparto del todo por un detalle: a pesar de su rareza, y tal vez a causa de ella, el narrador Genet no parece posicionarse en una postura militante con respecto a lo homosexual pues, aunque este es el meollo de su pensamiento artístico, no comulga con determinados matices de la ortodoxia gay, como apunta Mendicutti en el prólogo a la edición citada. En la sexualidad indómita que Genet evoca y promueve no hay espacios para la construcción de un universo homosexual mimético del heterosexual, no hay compasión para con “las locas” y su algazara y refinamiento (nótese en el pasaje del asesinato del armenio en Querelle de Brest, por ejemplo), ni lugar para lo que el narrador llama, a veces con cierto dejo despectivo, “maricones”. Este amor griego recontextualizado se produce siempre entre hombres que hablan un lenguaje duro y distinto al del empoderamiento hetero, pero también diferente del que pueden hablar los más ortodoxos sectores de la comunidad queer, aunque esto no indique que cuando comenzó el verdadero proceso de empoderamiento de esta Genet no se haya convertido en uno de sus modelos favoritos acerca de cómo mirar la realidad y relatarla.
Fue tal vez esta singularidad del lenguaje el escollo más complejo para adentrarme en la traducción de Querelle…Genet hace un uso muy personal del argot que, a su vez, como ya apunté arriba, suele cambiar con una rapidez de pesadilla. Para paliar esos problemas terminológicos preferí traducir las frases a una suerte de argot cubano que cubriera el espectro de los últimos veinte años y pudiera ser comprendido por la mayor cantidad de lectores. Con respecto a las palabras de índole sexual explícita, opté por equiparar la agresividad del término en el español de Cuba con el empleado por Genet en el original. Para algunas “buenas conciencias” puede resultar chocante, pero es el único modo de someternos al efecto Genet, a su peculiar proceder de unir la poesía, la vulgaridad y lo cursi en un tono narrativo que lo convierte en uno de los escritores más peculiares no solo de la lengua francesa sino del siglo XX.
Otro de los grandes escritores del siglo, Jean Paul Sartre, escribió un ensayo de setecientas páginas, Saint Genet, comédien et martyr(1952), como prólogo a la edición de las obras completas de su colega en Gallimard. En su texto “El dispositivo Genet/Sartre”, Juan José Saerarriesga varias ideas atractivas centradas en esa inaudita complicidad entre autores que podrían ser las dos caras de una moneda: el filósofo y narrador de prosa aguda y concisa y el vagabundo a ratos preso y a ratos prostituto, sin profesión ni domicilio fijo, cultivador de una prosa tremendista, obsesiva, verbosa en más de una oportunidad. Para el argentino, Sartre se alimenta de Genet como este se alimentó de su propia biografía, y ambos se complementan tan bien porque, en el fondo, provienen de mundos extraños a la literatura: Sartre, de la filosofía, y Genet de los abismos de la marginalidad. En el libro, Sartre analiza el caso Genet como una metamorfosis que posee tres mutaciones: el malvado, el esteta y el escritor, y nos va llevando del encomio a los paseos más brutales por los vericuetos biográficos y psicológicos de Genet, al tiempo que despliega un análisis brillantesobre la producción narrativa tal vez más transgresora de su época.
Para muchos, este enjundioso acercamiento impresionó tanto a Genet que le provocó una crisis creativa y un silencio de varios años. Pero son comentarios de envidiosos y resentidos. Sus dos biógrafos más celebrados, Edmund White (Genet: A Biography, 1993) y Stephen Barber (Jean Genet, 2004), coinciden en que entre 1949 y mediados de los 50, el desclasado recién convertido en escritor famoso se dedicó a vivir con intensidad su nuevo estatus y a mantener relaciones más o menos estables con dos o tres jóvenes heterosexuales con antecedentes de delincuencia, fascismo o prostitución, a los cuales intentó reeducar, casarlos y fabricarles casas en las que siempre se reservaba para sí una habitación que jamás usaría. También se acercó al universo del cine y rodó el corto Un chant de amour en 1950. Desde 1947, además, había dado inicio, con Les Bonnes, a una carrera de dramaturgo que sería, quizá, la parcela más conocida de su obra, que incluye, entre otras, piezas como Haute Surveillance(1949), Le Balcon(1956), Les Négres(1958) y Les Paravents(1961), representadas con éxito en múltiples escenarios y poderosamente influyentes en el destino del teatro contemporáneo, como intentan demostrar Clare Finburgh, Carl Lavery y Maria Shevtsova en su compilación Jean Genet: Performance and Politics (2006), que reúne un conjunto de aproximaciones al empleo del humor, la teoría del performance, la perspectiva sociológica y la alegoría en la producción dramática de Genet.
Esta edición cubana de Querelle de Brest es una traducción de la original de 1947, que presenta a Genet en todo su esplendor y en toda su desmesura. Ojalá sea la puerta de entrada al universo de un autor controvertido hasta la médula (no solo en lo moral; pues igual se desató una cruda polémica cuando Éric Marty lo acusó de nazismo y antisemitismo), que a partir de mayo del 68 fue radicalizando sus posturas políticas a favor de la causa de los Panteras Negras o de los refugiados palestinos, para seguir añadiendo aristas complejas a una biografía y a una obra artística iluminadas por la belleza del mal y por la dialéctica de la transgresión y el desafío, como corresponde a un maldito de pura cepa.
Notas
1. El presente texto es el prólogo a la edición cubana de Querelle de Brest, que preparó el sello Ediciones Santiago en 2018.
2. Sobre cómo un corpus literario subversivo y casi clandestino cuyo eje central sea la filosofía pornográfica puede, en oportunidades, articular procesos ideológicos, formar corrientes en la opinión pública y precipitar acontecimientos sociales convulsos, trata el curioso libro de Robert DarntonThe Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France (W. W. Norton & Company, 1998).
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