Asumir la traducción de algunos poemas de Derek Walcott ha sido un viejo anhelo pendiente, que surgió en Turín, en 2001, cuando lo escuché leer sus versos en una sesión de la Feria del Libro. Un rato después, por esos azares que ha tenido mi vida para ponerme en sitios donde, en verdad, no debí del todo estar, la Fundación Grinzane Cavour me invitó a un almuerzo en el que compartí (es un decir, me mantuve callado casi todo el tiempo, en una esquina de la mesa, oyendo la conversación entre varios de los escritores que allí estaban) con Walcott, Chamoiseaux, LintonKwesi Johnson y otros caribeños y caribeñistas ilustres que acababan de terminar un panel sobre las rupturas en las expresiones literarias del Caribe contemporáneo. Los ecos del debate se extendieron al almuerzo, una verdadera torre de Babel en la cual sudé tinta para seguir el hilo de unos razonamientos que iban del inglés al francés y pasaban por el italiano, el portugués y, muy escasamente, el español, porque Mayra Montero, Miguel Barnet y Alexis Díaz Pimienta también habían participado en el evento.
El hablar pausado y cadencioso de aquel mulato de ojos azules cuyo nombre había escuchado por primera vez cuando la prensa cubana reprodujo la noticia de su Premio Nobel, y sus consideraciones, comentadas a manera de apostillas para una discusión a la cual había asistido desde el público y no como invitado a disertar, sobre una de las características (virtud para algunos, drama para otros) de la literatura caribeña, la de andar a caballo entre dos o más mundos expresados en dos o más lenguas conciliables en el espacio ficcional de la poesía para proponer una realidad nueva y una nueva literatura, me parecieron altamente provocadoras y pensé enseguida incorporar la lectura de sus textos a mi larga lista de tareas intelectuales siempre pospuestas por una u otra circunstancia.
A pesar del entusiasmo, me resultó difícil acceder a sus libros. Aquí y allá conseguí fragmentos, fotocopias y transcripciones, hasta que alrededor del 2011 la narradora Aida Bahr me regaló un ejemplar de Omeros en inglés, y prácticamente el año pasado, una amiga puertorriqueña, Claudia Becerra (nieta de Luis Palés Matos), me obsequió otro de The Bounty, traducido al español por Áurea María Sotomayor. En ese ínterin, claro, Internet se había convertido en una bendición para aquellos que necesitamos actualizar nuestras bibliotecas, y ya me había hecho de varias ediciones de su poesía, tanto en inglés como en español, y de bastantes materiales críticos como para afrontar la ardua tarea.
El detonante lo puso, sin embargo, la invitación de Haydeé Arango y Camila Valdés para engrosar las filas del número de 2018 de Anales del Caribe. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. El gran inconveniente estuvo en la selección. ¿Debía, en honor a las características de la revista, centrarme en aquello que Patricia Ismond ha denominado, en su libro Abandoning Dead Metaphors, “la fase caribeña en la poesía de Derek Walcott”? ¿O tal vez, haciendo un homenaje a aquella tarde italiana, sería más razonable elegir poemas en que se evidenciara esa corriente múltiple de influencias que lo acosa e incluye a Césaire y a Sédar Senghor, pero también a Eliot y Stevens, y, por supuesto, a Marlowe, Shakespeare y Milton? ¿O podría lanzarme en las aguas profundas de Omeros (algún fragmento, faltaría más…) y sumergirme en una épica que reformula la herida de la historia poscolonial, según Jahan Ramazani en su ensayo “The Wound of Poscolonial History: Derek Walcott’s Omeros”, con la oposición al imperialismo inglés por un lado, y el empleo de su lengua y de su sólida tradición poética para reparar injurias del colonialismo y la esclavitud por el otro? ¿O debería adentrarme en lo que Paul Breslin califica en su Nobody’s Nation como el poeta post-homérico de The Bounty y Tiepolo’s hound (periodo al que podrían añadirse otras colecciones posteriores al libro de Breslin como The Prodigalso White Egrets)?
En realidad, hubiera sido tentador. Pero ello requeriría de un tiempo y de un espacio superiores a estas páginas; de elaborar una generosa antología en la que no podrían faltar textos tempranos como “A City Death by Fire”, “As John to Patmos” o “A Far Cry for Africa”, cuyos versos finales, debido a la importancia que revisten en la poética de Walcott, no me resisto a traducir aquí:
Yo, envenado con la sangre de los dos,
¿Hacia dónde debo volverme, dividido hasta las venas?
Yo, que he maldecido
Al oficial borracho de la ley inglesa, ¿cómo elegir
Entre esta África y la lengua inglesa que amo?
¿Traicionarlas a ambas, o rechazar sus dones?
¿Cómo puedo hacer frente a esa matanza y estar sereno?
¿Cómo darle la espalda a África y vivir?
Y también hubiera sido necesaria la inclusión de momentos capitales como “The Castaway”, “Nights in the Gardens of Port of Spain”, “Exile”, “The Gulf”, fragmentos de Another Life, “North and Souht”, “The Man Who Loved Islands”, “The Fortunate Traveller”, varios cantos de Midsummer, “Culthe Sac Valley”, “Gros-Ilet”, “The Light of the World”, “The Arkansas Testament”, una copiosa muestra de The Star-Apple Kingdom, de The Bounty y de Omeros, así como múltiples instantes de esa identificación con otro exiliado y outsider como Camille Pissarro que es The Tiepolo’s Hound, y, por último, secciones de The Prodigaly White Egrets. Es decir, haría falta un volumen que propusiera un viaje por la(s) poética(s) de Walcott, desde sus búsquedas iniciales con las problemáticas del Caribe en un intento de fusionar sus divergencias en un nuevo todo, y su indagación en los recursos lingüísticos del inglés y el francés creolizados que conoció en su infancia (pesquisa que se va incrementando a medida que los sujetos líricos de los poemas de Walcott se alejan de las Indias Occidentales y comienza a aparecer en ellos la vida y el paisaje de los Estados Unidos, Europa y otras zonas del mundo), hasta esas curiosas depuraciones sincréticas que alcanzan una gallardía barroca típicamente americana y caribeña a medida que se hacen más europeas y universales (The Star-Apple Kindong, The Arkansas Testament, Omeros, The Tiepolo’sHound), más certeras en esa tarea hercúlea que, al decir de Edward Hirsh, entraña la obra de Walcott, la de trascender la historia y volver a nombrar el mundo.
De ese mundo que recomienza sin cesar, siempre nuevo y excitante, propongo por ahora cuatro pequeñas piezas que recogen, a mi juicio, instantes cumbres de la visión de Walcott: la obsesión por el paso del tiempo y su peso en la vida de los individuos, el parangón entre la antigua Europa y el más reciente pero no menos mítico y poético Caribe, el nacimiento perpetuo de universos y civilizaciones que se cruzan y se superponen en la nostálgica visión que el poeta ha ido adquiriendo del cosmos, y la aceptación y el gozo de esa especie de panteísmo que la poesía concede al espíritu.
El amor después del amor
El tiempo vendrá
cuando, con gran alegría,
saludarás al tú mismo que llega
ante tu propia puerta, en tu propio espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Amarás otra vez al extraño que fuiste.
Brinda vino. Brinda pan. Devuelve tu corazón
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien has ignorado
por otro, a quien te conoce de memoria.
Recoge las cartas de amor del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu propia imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
Loveafter Love
The time will come
when, with elation
you will greet yourself arriving
at your own door, in your own mirror
and each will smile at the other’s welcome,
and say, sit here. Eat.
You will love again the stranger who was your self.
Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes,
peel your own image from the mirror.
Sit. Feastonyourlife.
Archipiélagos
I
Al final de esta frase, comenzará a llover.
Y al filo de la lluvia, una vela.
Con lentitud, la vela perderá de vista las islas;
hacia la niebla partirá la creencia en los puertos
de una raza entera.
La guerra de los diez años se ha acabado.
El cabello de Helena, una nube gris.
Troya, un pozo de cenizas blancas
por el mar donde llovizna.
La llovizna se tensa como las cuerdas de un arpa.
Un hombre de ojos nublados toca la lluvia con los dedos
y tañe el primer verso de la Odisea.
Archipelagoes
At the end of this sentence, rain will begin.
At the rain’s edge, a sail.
Slowly the sail will lose sight of islands;
Into a mist will go the belief in harbours
Of an entire race.
The ten-years war is finished,
Helen ‘s hair , a grey cloud.
Troy, a white ashpit
By the drizzling sea.
The drizzle tightens like the strings of a harp.
A man with clouded eyes picks up the rain
And plucks the first line of the Odyssey.
10
Nuevas criaturas nacen de la tierra, con los ollares mordisqueando el aire,
las ardillas abundan y se repiten como interrogaciones,
los gusanos continúan inquiriendo hasta que las hojas corean quiénes son,
pero aquí poseemos escasamente una sucesión sin estaciones,
y no hay historia, que es el hastío interrumpido por la guerra.
La civilización es impaciencia, un frenesí de comejenes
rodea los hormigueros de Babel, antenas que señalan
y mensajes, pero aquí el cangrejo ermitaño se acobarda cuando encuentra
una sombra, y detiene incluso a la del ermitaño.
Un miedo oscuro de mi espaciosa sombra, eso lo admito,
cuando este cangrejo escribe “Europa” ve a ese niño en cuclillas
por un sucio canal en Rimbaud, chimeneas y mariposas, viejos puentes
y oscuras manchas de resignación alrededor de los ojos de carbón
de esos niños que miran como Kafka. Treblinka y Auswichtz
pasan río abajo junto al humo de las barcazas industriales
y la prosa de una página a la cual le sacudo las cenizas,
los túmulos de los huecos de cangrejo, el reloj de arena de las edades
traídos hasta esta bahía como el polvo de Harmattan
de nuestras golpeadas tribus en dispersión sobre las islas,
y la luna que eleva su búsqueda cual linterna de Diógenes
sobre la esfinge y el promontorio, en pos del equilibrio y la justicia.
10
New creatures ease from earth, nostrils nibbling air,
squirrels abound and repeat themselves like questions,
worms keep enquiring till leaves repeat who theyare,
but here we have merely a steadiness without seasons,
and no history, which is boredom interrupted by war.
Civilisation is impatience, a frenzy of termites
round the anthills of Babel, signaling antennae
and messages; but here the hermit crab cowers when it meets
a shadow and stops even that of the hermit.
A dark fear of my lengthened shadow, to that I admit,
for this crab to write “Europe” is to see that crouching child
by a dirty canal in Rimbaud, chimneys, and butterflies, old bridges
and the dark smudges of resignation around the coal eyes
of children who all look like Kafka. Treblinka and Auschwitz
passing downriver with the smoke of industrial barges
and the prose of a page from which 1 brush off the ashes,
the tumuli of the crab holes, the sand hourglass of ages
carried over this bay like the dust of the Harmattan
of our blown tribes dispersing over the islands,
and the moon rising in its search like Diogenes’ lantern
over the headland’s sphinx, for balance and justice.
25
Estos versos que escribo ahora, carentes de sal y movimiento,
estas ramas carentes de color, asombro, olor,
no son menos que los pasillos de las olas en su devoción,
o que los estampidosamedrentadores del bucayo.
Anchura, y luz. La bendición pronunciada con suavidad
de árboles musitando cuentas, de bambúes inclinados sobre bancos de iglesia,
su sacramento centellea otra vez con la ignición de la aurora
de anaranjadas llamas en los grandes pouisde Santa Cruz,
el frío camino más allá de la capilla clausurada, los bosques de cacao
todavía oscuros, las colinas empiezan a iluminar sus crestas
y, para agotar la metáfora igual que el demasiado rezo
nos agota, los responsos murmurantes de los jejenes
zumban su letanía, resonando en el presbiterio de la cabeza
mientras tú caminas en el amanecer glorioso de la seca estación
recitando los nombres en las lápidas de los muertos que aumentan,
y que se hallan ahora más allá de la pregunta, del roto corazón, de la razón,
e incluso de la perplejidad mientras la región superior
del firmamento es un techo de anaranjado pálido, cúmulos
de azafrán y cirros índigo, y esa legión seráfica
cruza norteando hacia más islas que despiertan, después del sufrimiento
que llega en esas horas muertas anteriores al alba. Abre la puerta.
La luna alada está prendida a su cortina como una mariposa nocturna,
y el corazón se arrodilla ante la luz del mar. ¿Su tarea? Adorar
ante el amplio y desgastado fleco de encaje de la vestidura del altar.
25
These lines that I write now, that lack salt and motion,
these branches that lack colour, astonishment, smell,
are not less than the aisles of the waves in their devotion,
or the heart-starling explosions of the immortelle.
Width, and light. The mildly pronounced benediction
of trees saying their beads, the bamboos bent over their pews,
their sacrament Hares again, from the dawn’s ignition
of orange flames in the great pouis of Santa Cruz,
the cold road past the closed chapel, the cocoa-groves there
still dark, the hills start to lighten their ridges
and, to exhaust the metaphor in the way that too much prayer
exhausts us, the murmurous responses of midges
drone their litany, echoing in the chancel of the head
as you walk in the glorious morning of the dry season
reciting the names on the stones of the increasing dead,
who are past questioning now, past the cracked heart, past reason,
and even bewilderment as the upper region
of the sky is a ceiling of wan orange and saffron
cumuli and indigo cirrus, and that seraphic legion
crosses north to more waking islands, after the suffering
that comes in the dead hours before dawn. Open the door.
The winged moon is pinned to its curtain like a night moth
and the heart kneels to the sea-light. Its task? To adore
atrhe wide and chafing foam-fringed altar-cloth.
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