Invitación al banquete de la vida nueva, donde, entre otras muchas cosas, se improvisa la comedia (II).
Los estudios literarios insisten en que la Vita Nuova es un libro de formación, plagado de influencias provenientes de los maestros del dolce stil nuovo (Cavalcanti y Guinizzelli, sobre todo), e indicador de la entrada de su autor al universo de la alta poesía. A mí me gusta verlo como una novela con algunos pasajes escritos en verso. No rebato para nada que sea un experimento lírico basado en la emoción, pero posee una búsqueda psicológica en las interioridades del autor-narrador (el propio Dante), un reconocimiento de sí a través de la escritura, que le confieren el valor de antecedente ilustre de las grandes novelas psicológicas de Richardson. Y hasta de Henry James. Además, el empleo de la memoria como impulso inicial, como energía motriz del acto creativo cual forma de apresar el tiempo perdido, es una de las ganancias mayores de la literatura y la fuente de otros monstruos como Cervantes, Proust y Musil, por ejemplo. Eso para no hablar del niño que cuenta sus descubrimientos, terribles, por cierto, al entrar en el mundo de los adultos: intrigas, celos, bajas pasiones, burlas, van desfilando ante los ojos del lector y, a la vez, siendo trascendidas con mano maestra por la pureza de las abstracciones que Dante logra concretar en los textos, ya sean sonetos, canciones, baladas, o los fragmentos didascálicos o narrativos escritos en prosa. Esta vieja usanza tomada de Boecio (De Consolatione Philosophiae) y de los razós del cancionero provenzal, daría paso a la conceptualización de otro texto del mismo Dante: el Convivio y, de ahí, a muchísimos volúmenes hasta hoy (pienso con agrado en A Night among the Horses de Djuna Barnes y Poesía y prosa de Virgilio Piñera, entre otros).
Una característica determinante de la Vita Nuova es la fusión entre los elementos abstractos de la reflexión, en forma de alegoría, y los concretos datos autobiográficos del autor. Vida nueva significa vida juvenil, pero también vida renovada gracias al amor, gracias a la espontaneidad y sinceridad del sentimiento, entrelazadas en el intento de meditar, de forma teórica, acerca de la naturaleza del amor, sobre cómo nace y se desarrolla y en lo tocante a los efectos que causa. La novedad del Dante estriba en que reconoce el enriquecimiento conceptual, doctrinal y religioso, aparejado con la experiencia del amor, y en que obtiene los medios expresivos justos para describirla. Pero lo más importante, supongo, es el valor conferido por Dante a la figura de la mujer. Más allá de la tontería de considerarla un ente sexual, una diana donde acertar o errar con las pasiones, el vate menor de treinta años consigue indicarnos que la mujer es la experiencia ejemplar del conocimiento de Dios: beldad, filosofía y teología nos brindan a la mujer como representación absoluta fuera de la historia, como permanencia misma de la idea del amor. Esta trinidad, desde luego, no alcanzaría su cúspide hasta la composición de la Divina Comedia, donde dijo lo que nadie había dicho —ni ha vuelto a decir— de mujer alguna por bella y divina que esta fuese.1
El estilo de la Vita Nuova, en su parte en prosa, fue elaborado con minucioso cuidado. La constante elección de figuras retóricas le confiere un ritmo lento, casi solemne, tendiente a remarcar el compromiso del autor con una tentativa mayor en el plano literario: estar sentando las bases de la prosa artística en lengua vulgar. En la parte rimada, ya lo anoté a pie de página, subyace la influencia del Stilnuovo, en específico de Cavalcanti; aquí Dante acude a múltiples soluciones temáticas y propiamente estilísticas ya acuñadas por aquel, aunque sobrepasándolo muchas veces en profundidad de pensamiento y en galanura literaria, hasta alcanzar cimas tales la canción «Donne ch’avete intelletto d’amore» y el soneto «Tanto gentile e tanto onesta pare», sin titubeo de ningún tipo ubicados entre los mejores poemas de la humanidad por su equilibrio conceptual y formal.
También en su juventud escribió Dante algunas obras menores, en lengua vulgar, que contribuyeron a su formación: Il Fiore, Detto d’Amore y Rime. Es la primera un poema didascálico-alegórico, una corona en 232 sonetos escritos en vulgar, que reelaboran Le Roman de la Rose. Su protagonista, Amante, aconsejado por Amor, se somete a una serie de pruebas para conquistar la flor, la dama amada, en tanto varios personajes, celosos, intentan impedirle, sin lograrlo, vencer en la lid. Es un texto con claras alusiones a la Florencia del 1200 que, amén de marcas de estilo halladas por sus principales estudiosos, apoyan la tesis de la autoría dantesca. Los oponentes de dicha consideración alegan el excesivo empleo de galicismos y las inexactitudes métricas, aunque sospecho que tales contaminaciones pueden muy bien deberse al influjo del modelo francés y a la incapacidad del italiano de entonces para superarlo. Si consideramos este detalle, Il Fiore se erige en precursor de los manejos idiomáticos cultivados por Dante en la Comedia. El Detto d’Amore¸ a su vez, se trata de un poema didáctico, compuesto en 480 versos heptasílabos, reunidos en dísticos, y poseedor de un argumento análogo al de Il Fiore. En él, sin embargo, son fuertes los nexos con la escuela siciliana, con la poesía toscana y Guittone d’Arezzo y en especial con los poemas de Brunetto Latini aludidos en el comentario anterior. Las Rimas, por su parte, no fueron agrupadas por su autor ni por sus contemporáneos, sino por exégetas modernos, basándose en criterios de corte filológico alrededor de la lengua y el estilo de las mismas. Así, no se puede reconstruir un itinerario ni cronológico ni conceptual del conjunto, y se le denomina «rimas extravagantes», dividiéndolo en juveniles (las anteriores a o contemporáneas con la Vida nueva, o sea, pergeñadas entre 1283 y 1293) y posteriores (las escritas hasta 1308, aproximadamente). En las juveniles se evidencia el parentesco con los stilnovistas, aunque también, de modo sutil, en ocasiones se acerca a las enumeraciones placenteras de Folgore da San Gimignano. Las posteriores recogen controversias (con Forese Donati, la más conocida), junto a las llamadas rimas pétreas2, resueltas en un lenguaje refinado y rico, mas áspero, seco y duro cual el comportamiento de Petra, la dama objeto de ellas, y además textos como «Tre donne intorno al cor mi son venute», canción alegórica compuesta ya en el exilio, en la cual Dante reflexiona acerca de la fortuna de tres damas (la justicia universal, la justicia humana y la ley natural) y habla de la recuperación de las virtudes y los principios morales en tanto vía para construir un mundo mejor. Este poema sobresale por su capacidad para exponer conceptos complicados en un lenguaje de alta hechura literaria.
Según Francesco de Sanctis, Florencia se perdió dos privilegios: ser la tumba de Dante y la cuna de Petrarca, porque entre los blancos condenados al exilio en enero de 1302, iban juntos el mayor poeta del Medioevo y el padre del gran poeta anunciador del Renacimiento. Petrarca nació en Arezzo y, al parecer, el asunto de no ser florentino no tuvo para él (ni para su obra) mayor trascendencia. El destierro constituyó para Dante, en cambio, la eterna fuente de desasosiego generadora de una producción literaria subversiva y radical en sus valoraciones acerca del poder y la gloria. Güelfo por tradición, cambió el rumbo de su destino cuando se decidió a arrostrar la vida pública. En virtud de una oscura reyerta sentimental, la contienda entre negros y blancos se desplazó de Pistoia a Florencia y acabó con la paz en la ciudad. Dante, a la sazón convertido en una figura política, participó en una decisión fatal: desterrar a los jefes de ambos bandos. Entre los líderes del partido blanco se encontraba Guido Cavalcanti, quien enfermó en el destierro y Dante solicitó que, de manera excepcional, se le concediera la gracia de regresar a Florencia. Ganó esa pelea, pero perdió la credibilidad de los güelfos y comenzaron a cuestionarse su simpatía con la causa de los blancos. Para mayor desgracia, se había opuesto a algunas decisiones favorables al papa (guía de los güelfos) y esto trajo como consecuencia que se le empezara a tildar de gibelino. En 1301, los negros, deseosos de vengarse, se dirigieron al papa acusando a los blancos y al gobierno de Florencia de defender la causa del Emperador. Bonifacio VIII envió a la ciudad a su nuncio, el cardenal Mateo de Acquasparta, que no alcanzó a resolver el problema de la pacificación ni a cumplir su verdadera misión secreta: volver a colocar en el gobierno a los partidarios del papado. Por ello, Bonifacio puso la cuestión en manos del príncipe francés Carlos de Valois, conquistador de Sicilia. El príncipe entró en Florencia bajo el pretexto de restablecer la paz, pero dio carta blanca a Corso Donati (cabecilla de los negros y pariente, por si fuera poco, de Gemma Donati, la mujer de Dante) para libertar a los prisioneros de su partido y someter al pillaje las casas de los blancos, luego de expulsar al Gobierno de Palacio y exponer la villa al incendio y la masacre. Cinco días más tarde, Carlos de Valois principió con sus «reformas»: nombró gobernantes a Corso Donati y a Cante de’ Gabriell da Gubbio, otro connotado militante negro, y aprobó la deportación de los blancos. Dante, acusado de haber dispuesto ilegalmente de los fondos del Estado, fue sentenciado a dos años de exilio, siempre que pagara, antes de tres días, una multa de cinco mil florines. Arruinado y fugitivo, el poeta no pudo liquidar la deuda. Y fue condenado, entonces, a destierro perpetuo, y a ser quemado vivo si alguna vez caía en manos de las autoridades florentinas.
Dante no regresó nunca a Florencia. A partir de 1302 se convirtió en gibelino. Y ya sabemos que los conversos son siempre los simpatizantes acérrimos de la tendencia asumida y los más feroces enemigos de la causa abandonada. Dante no fue una excepción. Pero era un hombre honesto, y eso le hizo demasiado amargo el pan ajeno, y mucho más amargas aún las diferencias con sus compañeros de destierro. Un hombre honesto tiene pocas probabilidades de estar a la altura de las exigencias de cualquier partido en pugna con otro. Por tal razón, el poeta devenido político optó por fundar un partido por sí solo, con la particularidad de que, al no tener prosélitos, él mismo resultó ser su único afiliado. Devino un teórico, un doctrinario, un profeta, y se consagró a defender la tesis del Gobierno Universal.3 Baste decir que, desde el punto de vista pragmático de la cosa pública, no sirvió de nada. Desde la perspectiva de la literatura, le permitió escribir el más importante monumento literario de todos los tiempos: la Divina Comedia.
El proscrito vagó por gran parte de Italia (Arezzo, Lunigiana, Bolonia, Casentino), fue a París, volvió a refugiarse en el convento de Santa Croce di Fonte Avellana, en Gubbio, asistió al llamado de su amigo gibelino Uguccione della Faggiuola, que había tomado por las armas la ciudad de Lucca (donde se dejó consolar un poco por la señora Gentucca di Morli), llegó a Verona como huésped de Cangrande della Scala y, por último, se trasladó a Rávena bajo la protección de Guido da Polenta, padre de Francesca da Rímini, y allí murió en septiembre de 1321, cuando regresaba de una embajada en Venecia. Lo sepultaron en Rávena. Florencia, como consuelo, le ha erigido una estatua en la Plaza de la Santa Croce, a cuyo pie está inscrito el verso con que él designara a Virgilio en la Divina Comedia: «Onorate l’altissimo Poeta». Pero el altísimo poeta había rechazado en vida dos dudosos ofrecimientos. El primero, regresar a Florencia si pagaba su multa, permanecía un año en prisión y paseaba luego por las calles de la ciudad con el hábito de los penitentes a modo de expiación de sus culpas. El segundo, la corona de laurel que el escritor Giovanni del Virgilio le invitó a ceñirse en Bolonia como reconocimiento a su labor poética. En la ocasión inaugural respondió, en una de sus Epistole: «…Ese no es el modo de volver a la patria […] si acaso encontráis algún otro que no desdore la fama y el honor de Dante, lo aceptaré sin vacilar; pero si no existe un modo digno de entrar a Florencia, jamás volveré a Florencia […] ¿Acaso no puedo contemplar el sol y las estrellas en cualquier rincón de la tierra? ¿No soy libre acaso de meditar sobre las más altas verdades en cualquier sitio bajo el cielo, en lugar de mostrarme innoble, ignominiosamente, ante el pueblo y el estado de Florencia? » En la otra, dijo en una de sus Églogas: «¿No será mejor adornar mi cabeza y cubrir estos cabellos grises, que antes fueran dorados, si vuelvo alguna vez a la ribera de mi Arno natal, bajo las frondas?»
El Convivio, pieza inicial de Dante en el exilio, fue un intento por mostrar a sus contemporáneos un poco de aquello que tanto gustaban: las sutilezas filosóficas. Al principio proyectaba escribir quince libros, en poesía y prosa, donde la segunda sirviera de comentario a la primera. Los abandonó poco después de dejar la redacción del De Vulgari Eloquentia (un tratado en latín para alabar las virtudes de la lengua vulgar), quizá considerándolos fallidos ambos desde el punto de vista literario, quizá entusiasmado con los aciertos presentes en los cantos iniciales del Inferno. Su Banquete quedó a la altura del cuarto libro. Resulta una obra divulgativa, didáctica, pero tiene una particularidad esencial: es una indagación en el público lector, un atisbo de creación de un moderno sustrato cultural listo para recibir el mensaje de la labor literaria. Un verdadero hallazgo en el campo de la sociología de la literatura, como podemos comprender con facilidad. Para ese fin, era preciso emplear una lengua viva, creciente, al alcance de todos los italianos (presuntos lectores del producto) y, como el latín ya constituía un coto privativo a doctores y literatos exquisitos y elitistas, no quedaba otra opción que el empleo del vulgar (ya fuera el alto, el medio, y hasta el bajo) con tal de cumplir aquellos vastos fines. Y de consumar, a un tiempo, un cometido cismático: resquebrajar las bases de expresión lingüística de un pensamiento que Dante creía anquilosado en algunas de sus exposiciones fundamentales, el pensamiento escolástico medieval.
Influido por la Summa Theologiae de Tomás de Aquino, las Etymologiae de Isidoro de Sevilla, la Consolatione de Boecio, los comentarios tomistas a la Etica y la Política de Aristóteles, el De Amicitia de Cicerón, la obra moral de Séneca el Joven, las Confesiones de San Agustín y el aristotelismo de Alberto Magno, el Convivio trascendió, sobre todas las cosas, como un compendio sobre la ética y la retórica, es decir, sobre la ciencia de las costumbres y el arte de la persuasión. En este aspecto hay también un fuerte componente subversivo: Dante polemiza con Aristóteles y los escolásticos, pues expone la teoría de que la ética es superior a la metafísica. Si bien colocaba a la teología en el Empíreo, en el cielo inmediato inferior, el cristalino, ponía a la ética, y sólo en tercer lugar se ocupaba de mencionar a la metafísica. Con este orden, el florentino apunta la importancia de la vida terrenal del hombre, el cual llevaría a su grado cimero en De Monarchia, dividiendo con claridad los derroteros hacia los que la criatura humana debería de encaminar sus acciones: la vida eterna, la salvación del alma a través de la fe, y la misión sobre la tierra, determinada por el uso del libre albedrío, ajustando los actos a una línea moral trazada por la razón. ¿Cómo no habrían de acusarlo de herejía después de su muerte, condenar a la hoguera De Monarchia en 1329, y ponerlo en el Índice en 1554, si Dante arremete contra Aristóteles y Santo Tomás, los dos padres de la filosofía escolástica? Todavía en pleno siglo XX, Gilson alertaba sobre el peligro que representó para el pensamiento tomista esta teoría del ilustre poeta y prosista devenido filósofo, político y hasta teórico de la literatura.
Pero el gran sacrilegio de El banquete reside, a mi juicio, en anunciar lo venidero en el resto de la producción dantesca: la responsabilidad del escritor de decir la verdad (su verdad), aunque deba pagar por ella el más alto precio. Dante no era propiamente un noble, ni un burgués, ni un güelfo, ni un gibelino, ni un militar, ni un clérigo. Fue un poeta. Y lo supo siempre. Y supo que no podía ceder a la tentación del poder, la política, el compromiso clasista o partidista, porque eso le obligaría a hacer concesiones, a doblar la cerviz ante algún amo que, como sucede con los amos, no estuviese de acuerdo con las ideas de su servidor. Ahora bien, pese a tantas sediciones conceptuales y formales, el Convivio, de cierta manera, fracasó: Dante no se limitó a enunciar la necesidad de una nueva lengua, sino que quiso implantarla unificando lo más dinámico del latín con todos los dialectos de aquella Italia que, en tanto político, pretendía reunificar. No lo consiguió. No alcanzó a crear una nueva lengua, porque nadie, pese a su genio, puede crear una lengua in vitro desde la intimidad de su gabinete, o desde las múltiples posadas deparadas por el exilio, puesto que la lengua evoluciona al margen de su reflejo literario y, aunque la literatura la acoja, la acune, la asiente y hasta la impulse en muchas oportunidades, nunca la podrá fundar. Quizá, por esa causa, Dante abandonó El Banquete y se metió de lleno en la composición de la Comedia: a la postre, sí fue una verdadera proeza lingüística porque fijó el dialecto toscano como lengua literaria y consiguió que, luego, debido a su excelsitud artística en el manejo de la norma y del habla, la tradición fuera erigiendo dicho dialecto en lengua nacional de la Italia unificada.
Sin embargo, antes de llegar a la cumbre en la labor del poeta, quisiera detenerme en algunas de sus obras escritas en latín; pues en ellas Dante arrostra el desafío de confirmar la solidez de su formación y su dominio de la lengua de los doctos, aparte de utilizarla, al mismo tiempo, como un instrumento más de difusión para sus ideas lingüísticas, filosóficas, políticas y hasta científicas. Hace falta considerar un detalle: el ejercicio en el empleo del latín debe haberle permitido al autor afinar más su estilo personal al escribir en vulgar, ya que sabía perfectamente cuáles vacíos debía de llenar y a cuáles expedientes acudir para elevar el toscano hasta la dignidad de su lengua progenitora. De Vulgari Eloquentia fue redactado en latín porque iba destinado a un público culto, y aunque estaba concebido en cuatro libros, Dante lo dejó en el segundo, a la mitad del capítulo catorce. El tema principal del mismo es la defensa del vulgar mediante la demostración de sus valores afectivos y literarios, indicando los diferentes usos artísticos a los cuales puede prestarse. El tratado abre con la distinción entre lengua natural, aprendida sin norma alguna, por imitación, y lengua convencional o gramática, aprendida mediante el estudio. La inicial suele ser más noble, porque los humanos la aplican de manera espontánea, en tanto la secundaria tiende a resultar artificial. Durante los diecinueve capítulos del primer volumen, Dante analiza los orígenes de la lengua desde la hebrea original que se disuelve en la confusión babélica, una de cuyas comunidades, portadora de un lenguaje único, se establece en Europa, donde este se divide en tres variedades: germánica, griega y una tercera subdividida en tres ramas: el oc, el oïl y el sì; correspondientes al provenzal, el francés y el italiano. Luego pasa a examinar los dialectos italianos, aunque sin dotar a ninguno de los catorce con la investidura de idioma nacional. Para él, el idioma nacional debe ser ilustre (esplendente, ennoblecido para los usos del arte), cardinal (pues a su alrededor deben rotar los idiomas municipales), áulico (digno de ser hablado en una corte real) y curial (pronto para servir en una corte judicial). A esas alturas afirma la existencia del vulgar ideal, aun cuando este no se hable, y aduce como testimonio el idioma de los poetas precedentes, a quienes cita y comenta, desde los sicilianos hasta los stilnovistas, en lo que podría considerarse la historia inaugural de la literatura italiana. El segundo epígrafe aborda los problemas ligados al uso del vulgar ilustre, posesión de los grandes versificadores, plenos de ingenio y cultura, para tratar el valor de las armas, el amor y la virtud. Habla asimismo de las diferencias entre los estilos trágico, elegíaco y cómico, así como de las formas métricas, entre las que entroniza la canción, y de los tipos de versos, donde señala al endecasílabo los mayores méritos. Y ahí más o menos lo dejó. De Vulgari Eloquentia, a pesar de quedar inconcluso, resulta un volumen capital en la producción de Dante: nos enseña sus atisbos lingüísticos de alto atractivo filológico y sus agudos juicios críticos, hechos ambos que repercuten en su trabajo poético de manera decisiva.
De Monarchia es un tratado en tres libros en el cual Dante expone las posiciones políticas luego llevadas a su máxima expresión en la Comedia. En el volumen inicial sostiene la necesidad del imperio universal, fundado sobre la base de la paz y la justicia, el único capaz de garantizar el bienestar del hombre. Evidencia sus razonamientos con el ejemplo del nacimiento de Cristo bajo el poder de Augusto, demostración del deseo de Dios por reconocer la autoridad imperial. En el siguiente tomo sanciona que el pueblo romano basó su poder en el derecho, venido en línea directa de la voluntad de Dios, pues no habrían podido gobernar a otras naciones sin el consentimiento de la divinidad. El nacimiento y muerte de Cristo bajo el mismo imperio, nos dice Dante, confirma dicha tesis. El nacimiento, ocurrido en el año del censo romano, otorgaba validez al edicto y a sus promulgadores; la crucifixión reconocía la autoridad jurídica universal del imperio, que a través de la condena de Cristo se tornaba instrumento de reconciliación entre Dios y los hombres. En el tercer acápite, acomete el asunto de las relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual. Dante ratifica que ambos provienen de Dios y no deben obstaculizarse el uno al otro. El temporal concierne al emperador; el espiritual, al papa. El emperador precisa ser independiente del papa y su encargo está en guiar a los hombres a la felicidad terrena; al pontífice corresponde la responsabilidad de encauzarlos hacia la salvación espiritual. Este documento arroja bastante luz sobre las ideas políticas de Dante, a la sazón partidario del emperador Enrique VII y de sus ansias de unificar la península bajo su soberanía. Para el poeta, solo con el equilibrio entre vida civil y religiosidad alcanzaría el ser humano la paz en este mundo y la bendición en el otro. Como ya dije, los visibles fines políticos del tratado propiciaron que fuese quemado y vetado por herejía y no resurgió hasta el año 1881, en virtud de los buenos oficios del papa León XIII.
Las Epistole son trece cartas, también en latín, en las cuales hallamos una muestra del pensamiento humanístico, político y literario de Dante. Obedecen, cosa corriente en la época, a las reglas de la retórica al uso; estas conferían al género categoría de altísimo nivel intelectual. Se distinguen, por un lado, las tres misivas (V, VI y VII) relacionadas con la permanencia de Enrique VII en Italia, que exaltan la misión del emperador: una dirigida «a los senadores, duques, marqueses, condes y pueblos de Italia»; otra a los «malvadísimos florentinos que están dentro de la ciudad»; y la tercera al propio monarca, exhortándolo a actuar con la máxima firmeza. Otro cariz ostenta la epístola III, enviada a Cino da Pistoia a manera de consuelo para los males amorosos del amante de Selvaggia, a quien adjunta el soneto «Io sono stato con Amore insieme». Un manuscrito imprescindible lo hallamos en la carta XII, escrita a un amigo de Florencia, donde Dante rechaza el retorno a la patria porque no acepta las humillantes condiciones ofrecidas para ello. Y por último debo mencionar la número XIII, a Cangrande della Scala. Esta se divide en dos partes de diferente tenor: la que dedica la Comedia al señor veronés, agradeciéndole su hospitalidad y protección; seguida por una suerte de guía para afrontar la lectura de la obra desde su doble significado literario y alegórico.
Después, en respuesta a una invitación del gramático Giovanni del Virgilio, rector de la universidad de Bolonia, que le había pedido un poema en latín, único idioma, a su entender, capaz de expresar materias nobles y de asegurarle la corona de laurel, Dante compuso Egloge, dos textos inspirados en Virgilio. En uno aseguraba saberse digno de obtener, aun escribiendo en vulgar, la fama buscada; en el otro, declinaba la llamada del boloñés a acompañarlo en su ciudad, bajo el pretexto de tener allí enemigos hostiles. Los poemas son interesantes por el manejo que demuestra Dante del verso latino y de los temas pastorales y por la influencia acaso ejercida por ellos en zonas similares de la creación poética de Boccaccio y Petrarca. Por último, durante el período final de su vida, redactó Dante, también en latín, y con la finalidad de probar en la Universidad de Verona su conocimiento de los puntos de vista de la Iglesia sobre las cuestiones científicas de la época, un breve tratado aristotélico-tomístico, Questio de Aqua et Terra, tal vez con la esperanza de evitar posibles acusaciones de herejía.
Pero, de hecho, ya había concluido la mayor de sus infidelidades: la redacción de un libro único en su estructura y en su repercusión: la Divina Comedia. Fue en el Trattatello in laude di Dante, de Giovanni Boccaccio, donde primero se utilizó el adjetivo divina aplicado al texto que Dante nombró nada más Commedia. No obstante, no apareció como título de la obra hasta 1555, cuando Ludovico Dolce la publicó en Venecia. A partir de entonces todos la llaman de esa manera. Con justicia. Es divina. Pero no porque hable de la salvación del alma mediante la fe, sino porque las excelencias literarias que su autor consigue al concertar, a través de la poesía, la unión entre todos los aspectos del saber con sus convicciones civiles, filosóficas, morales y religiosas, nos dan un equilibrio entre razón y fe, entre cultura y sentimiento, entre cielo y tierra, entre vida y muerte, entre lo absoluto y lo relativo, que pocos poetas habían alcanzado antes y pocos alcanzaron después de él.
Dante se cree el profeta de Dios, investido con la misión de indicar los elementos que han corrompido al mundo de los hombres y proponer el remedio para conducirlo de retorno a la pureza originaria. Si bien, en la práctica, el proyecto político defendido era utópico, logró escribirlo como los ángeles, diciéndole al mismo público italiano que había pretendido educar desde las páginas del Convivio, que la verdad estaba en aquel viaje de purificación celebrado por él entre el Viernes Santo del 7 de abril y el día 14 de abril del 1300. La idea del viaje como experiencia, como búsqueda de perfección, como medio para medir la virtud moral, estaba ya presente desde la Antigüedad. Dante se nutre, sin dudas, de la Odisea, de la Eneida, de las Metamorfosis de Ovidio, de los Diálogos de Gregorio Magno, de la Legenda Aurea de Jacobo de Vorágine y hasta del Isra, cuento acerca del viaje nocturno de Mahoma a los reinos de Dios; sin olvidar, claro, Il Tesoretto de su maestro Brunetto Latini, uno de los personajes más importantes y conmovedores del Infierno. Y con todas estas fuentes e influencias y su experiencia vital, Dante cuenta, en primera persona, su itinerario personal hacia la salvación, para él consistente en contemplar, limpio de pecado, el misterio de la Trinidad y la encarnación de Dios.4
Pero el hálito divino no exonera a la Comedia de un fuerte aliento humano, de un realismo casi brutal en algunas de sus zonas. Erich Auerbach lo explica con claridad en el ensayo «Farinata y Cavalcante”, al cual remito como lectura casi obligatoria para abordar el aspecto materialista de la pieza. Quizá fuera demasiado el rencor del poeta, quizá demasiada su necesidad de ejemplificar el deterioro de las costumbres, de las virtudes, de la sociedad; lo cierto es que no pudo librarse de sus humanas pasiones (libre arbitrio) y colocar en el Infierno a sus enemigos, a todos los sujetos deplorables conspiradores, según él, contra la felicidad terrenal. Este es, asimismo, otro de sus grandes méritos artísticos: darle un rostro elevado a la mugre, formar también con ella la argamasa de una obra maestra. Mario Benedetti ha dicho en alguna parte, refiriéndose a Onetti, que un libro en contacto con demasiadas miserias está destinado a convertirse en una faena cumbre o en una bazofia. Comparto el punto. Y sé que Dante lo sabía, o lo supo mientras se arriesgaba a darle cabida en la arquitectura de su catedral a los sufrimientos y los placeres, a la lujuria y a la sapiencia, a la traición y a la teología. Y eso lo obtuvo poniendo en práctica el empleo de un lenguaje variadísimo, anhelante por conjugar la grandeza clásica de Virgilio con las expresiones populares caras al toscano medieval, y decirlas en este último para bien de las masas lectoras y de la futura lengua italiana, en la cual consiguió, además, improvisar variantes rítmicas luego convertidas en escuela y molde para el resto de los poetas de su idioma y muchos de los del resto del mundo.
Notas.
1. Como dato curioso, apunto la lectura de “Dante Alighieri y la filiación templaria de los Fedeli d’Amore” (www.spicasc.net) aparecido bajo el discreto seudónimo de Dr. Spicacs, donde se ofrece una interpretación de la Vida nueva, de la Divina Comedia y de Beatriz desde los puntos de vista del esoterismo y los vínculos de Dante con la doctrina de los Caballeros Templarios.
2. Petrose en italiano, porque estaban dedicadas a Petra, una dama que, como su nombre (piedra), tenía el corazón duro y azuzaba con su indiferencia al enamorado.
3. Como se verá más adelante en el párrafo dedicado a De Monarchia.
4. Y remarco este detalle de la primera persona para recalcar el grado de modernidad del experimento de mezclar autor y sujeto lírico (narrador), protagonista y testimoniante directo, que le permite, a un tiempo, versificar, narrar y hasta pontificar muy a menudo en contra o a favor de tal causa, personaje o acción. Similar conducta, al pasar de los años, nos la han propuesto los narradores modernos (Kundera en La inmortalidad y Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor, por ejemplo) como algo en extremo novedoso.
Visitas: 132
Deja un comentario