Trinidad de cubanía (I)
Siempre me han llamado poderosamente la atención la condescendencia o el desdén con que la crítica literaria cubana –salvo escasísimas excepciones– se ha acercado a dos libros del camagüeyano Emilio Ballagas: Nuestra Señora del mar (1943) y Décimas por el júbilo martiano en el centenario del apóstol José Martí (1953). Y, aunque en sentido general, nuestra crítica ha sido ambivalente con Ballagas, dejando en la mayoría de las ocasiones la sombra de un ligero reproche, de una aceptación titubeante, en el caso de estos poemarios la actitud generalizada ha tendido a minimizar sus valores estéticos por el afán de supeditarlos a enfoques psicoanalíticos o sociologizantes, sin entender que, en última instancia, las relecturas sociológicas o psicoanalíticas tributan a la consolidación de lo estético, son parte indisoluble del complejo entramado de relaciones que el texto propone para resaltar su artisticidad.
Buena cantidad de esa bibliografía, asimismo, parece ignorar el peso, en un autor consciente de su trabajo, de la semántica de las formas. Es decir, del arribo a una decisión de carácter formal luego de haber meditado, o intuido, por qué ese y no otro es el continente exacto para el contenido que se necesita expresar. En verdad no me imagino a Ballagas abriendo su ventana y diciendo: «¡Qué hermosa mañana para escribir décimas!», y sentándose después a redactar, tras contar las sílabas con los dedos, por si acaso, los poemas que componen los breves cuadernos aludidos. Al contrario, estoy seguro, y es lo que intentaré argumentar en estas páginas, que la elección de la décima, nuestro metro popular por antonomasia, para cantarle nada más y nada menos que a la virgen de la Caridad y a José Martí, pilares si los hay de nuestra(s) construcción(es) identitaria(s),[1] son parte de una meditada estrategia que aúna la cuidadosa revisión de la tradición poética (tanto romance como anglosajona) con consideraciones de carácter social, político y cívico, en aras de proseguir la indagación en sí mismo y en lo cubano que ya había ensayado en las páginas de Júbilo y fuga (1931), Cuaderno de poesía negra (1934), Blancolvido(1932-1935) y Sabor eterno (1939).
Pero antes de adentrarme en las peculiaridades de los poemarios, me gustaría esbozar un leve panorama de los principales acercamientos críticos a la persona y la obra de Emilio Ballagas, para demarcar algunas de las posturas que, a mi juicio, han contribuido a lecturas parciales y reduccionistas de la producción literaria de este autor. Y nótese que antepongo lo de persona, pues no puedo zafarme de la sensación de que buena parte de la exégesis de su poesía descansa en la interpretación manipuladora de accidentes biográficos en buena medida coyunturales y no en el manejo simultáneo de sus poemas y sus ensayos y artículos críticos como una manera de acceder, a la vez, al cuerpo teórico del pensamiento poético de Ballagas y a los frutos de su praxis artística. Tampoco puedo librarme de la certeza de que tanto la persona Ballagas como su obra han sido víctimas de los vaivenes interpretativos que legan a la historiografía, a la crítica y a la academia los dimes y diretes de la agonística vida literaria con sus pugnas autorales y generacionales en la lucha por la conquista del poder cultural y en las sucesivas confecciones del canon.
Para nadie resultan secretos los sutiles ajustes de cuentas que sufriera la poesía de Ballagas bajo la óptica de sus sucesores los origenistas. Ya desde la nota de presentación del poeta en Cincuenta años de poesía cubana CintioVitier apunta la sensualidad verbal, la voluptuosa frescura e ingenuidad que aluden a un estado paradisíaco natural en Júbilo y fuga, así como la huida de la lógica y la huida de la historia. Luego, en referencia a Sabor eterno, habla de la caída teológica, para, finalmente, referirse a Nuestra Señora del mar y al por entonces inédito Cielo en rehenes como exponentes de un neoclasicismo de sesgo católico, un poco débil, que se resuelve en primores y sutiles regodeos.[2] Similar actitud, en líneas generales, persiste en su «La poesía de Emilio Ballagas», donde acota: «El catolicismo significa para Ballagas, en primer lugar –después de los excesos de un neorromanticismo que le han estragado la palabra–, claridad y norma. Por eso busca ahora las formas clásicas y cerradas, donde la palabra se somete a una disciplina que la ordena y purifica»,[3] aunque páginas más adelante reconoce la peculiaridad de su trayectoria vital y religiosa, desmiente su aparente ingenuidad y da noticia de su creciente curiosidad intelectual.[4] No obstante, el saldo crítico de Lo cubano en la poesía arroja el siguiente párrafo:
Temperamento impresionable, sensibilidad porosa e ingrávida, Ballagas parecía ceder al menor soplo de las modas poéticas de su tiempo. Su acento, además, blando e inasible, diríase demasiado exangüe para acuñar un estilo original. Y sin embargo lo tuvo en alto grado. Él es el misterioso poeta débil de su generación; el que se funda en lo imponderable de la voz; el que, cediendo siempre, emerge al cabo indefenso, pero intacto y distinto, con su silenciosa palabra soplada…[5]
Aquí parece sostenerse, a pesar de todo, la idea de un Ballagas endeble, que intenta reponerse del derrumbamiento pecaminoso en los desvaríos homosexuales a través de una poesía original casi a pesar suyo, alcanzada tras mucho pulsar las disímiles cuerdas de la lírica cubana y universal. Contra esta actitud, al menos en su aspecto moral, arremetió con violencia Virgilio Piñera, un disidente del origenismo, al enarbolar una defensa que poco ayudaba a la figura y la obra del poeta, sino que dejaba claras sus intenciones de polemizar con Vitier, y que publicó en la revista Ciclón.[6] «Ballagas en persona», cuando abre la puerta a la libre discusión de las preferencias sexuales del hombre, en el fondo reafirma las insinuaciones de Vitier y termina por concederles razón toda vez que señala el homosexualismo problemático del poeta como el móvil de su gran conflicto interior («cilicio síquico», lo denomina Piñera) y el puente hacia su religiosidad.[7]
Estas actitudes de Vitier y Piñera signaron casi toda la crítica que vino después, a despecho de filiaciones ideológicas y de admiraciones más o menos parciales por ciertas zonas de la obra de Ballagas, en lo fundamental Júbilo y fuga, Sabor eterno y Cielo en rehenes. Entre los que siguen una línea más apegada a Vitier descuellan Roberto Fernández Retamar, Enrique Saínz y Roberto Méndez, quienes de uno u otro modo insisten en que «la poesía de Ballagas, en su última fase, se mueve alrededor de los temas católicos, dentro de una dirección formal que podemos llamar neoclásica por el uso de las estrofas tradicionales (sonetos, décimas, liras) y la forma contenida de emplearlas».[8] Mientras tanto, los más conspicuos continuadores de Piñera son Alfredo Balmaseda, Pedro M. Barreda, Víctor Rodríguez Núñez y Jesús Jambrina.[9] De este grupo, destaco las apreciaciones de Rodríguez Núñez, que, aunque trabaja en lo fundamental con Cielo en rehenes, libro en el cual apoya sus tesis de Ballagas como insubordinado sexual y escritor marginal y marginado, también asienta certeros comentarios acerca de Décimas…, en los cuales me detendré más adelante. Como no me interesa en absoluto debatir aquí los vericuetos de la sexualidad de Ballagas, solo quiero resaltar la observación de Rodríguez Núñez de que el poeta «construye una identidad homosexual” mediante la legitimación poética de su comportamiento sexual fuera de la norma y de la condición de otros sujetos sociales subordinados,[10] porque me parece un argumento interesante para presentar al autor como un constructor o re-constructor de identidades, eje central de mi aproximación a sus dos libros escritos casi por completo en décimas.
No muy distantes de las posturas de Vitier y Piñera anduvieron los reproches ingeniosos o burdos que profirieron contra Ballagas algunos críticos de filiación marxista. Para Ángel Augier:
su refugio en la fe religiosa vino a ser para Ballagas una nueva fuga de la realidad, o hacia su realidad. […] Le repugnaba el ambiente de la Isla, […] presa de la corrupción y el crimen, pero él no era un combatiente. Herido en el espíritu y en el cuerpo, no encontró refugio mejor […] que el de la religión, en demanda de una serenidad que trasciende su poesía.[11]
Y de ahí en adelante poco aportaron otros repasos como los de Luis Suardíaz[12] y Osvaldo Navarro,[13] porque en el fondo sus apreciaciones no alcanzan a independizarse de una imagen del Ballagas demasiado pendiente de sus altibajos emocionales, presa de sus angustias y limitaciones de clase y falto de la entereza necesaria para cuestionarse con profundidad las problemáticas esenciales de su individualidad y de su tiempo histórico. Ni siquiera la magnánima opinión de Raúl Roa en Retorno a la alborada consigue pasar del todo por encima de estas dualidades, cuando afirma:
Fue, sin duda, un poeta mayor en tono menor. Su asombro alucinado, su júbilo huidizo, su grave inocencia, su gracia tropical y su congoja mística le infundieron a su verso, sabiamente construido, acento impar y egregias calidades. Pero los que frecuentaron su intimidad se ven inducidos a rendirle parejo tributo a la luminosa sustancia humana que ennobleció su poesía. Ese es mi caso. Poeta y hombre se disputan mi devoción […] Aquel tímido, recoleto y franciscano tejedor de nostalgias, melancolías y presentimientos, amaba entrañablemente la libertad y por ella peleó sin herir a sus enemigos. Era un arcángel con espada de lirio. Su biógrafo futuro ha de tener presente este heroico avatar de su breve y mansa vida externa.[14]
Por suerte, dos textos de Luis Álvarez Álvarez («Ballagas desde este fin de siglo»[15] y Emilio Ballagas un poeta neobarroco[16]) me alivian de polemizar encarnizadamente con buena parte de estas valoraciones críticas que acabo de referir. En ambos el ensayista propone una relectura de la poesía de Ballagas que supera la paradoja religiosidad-conflicto carnal y formula y justifica la visión de un poeta precursor y cultivador del neobarroco que, junto a figuras como Lezama, Alejo Carpentier o Severo Sarduy, abre el espectro de la literatura cubana hacia una dimensión americana y universal. Entre las numerosas virtudes de estos ensayos, me gustaría destacar que Álvarez hurga de continuo en la prosa reflexiva de Ballagas y extrae de ella las semillas que le permiten desmentir el aserto del copiador sin norte que se deja llevar por los vaivenes de las poéticas ajenas y de moda. Igual diálogo entabla Leonardo Sarría en «Fe y poesía en Emilio Ballagas»,[17] aunque, como su título indica, este es un sondeo en las complejidades de la religiosidad del autor y en los reflejos de esta en su obra poética. Como el trabajo de Víctor Rodríguez Núñez, descansa principalmente en Cielo en rehenes, pero inclina la balanza hacia las elecciones espirituales del camagüeyano y declara que estas exceden, «a la postre, el conflicto de su homoerotismo».[18] También anota algunas peculiaridades de Nuestra Señora del mar y de las Décimas del júbilo martiano…, que en el lugar oportuno glosaré.
Una vez hechas estas precisiones, retomo mi idea sobre la sabiduría estética de Ballagas y su plena responsabilidad de creador que elige la décima como metro ideal para acercarse a la virgen de la Caridad y a José Martí, no para resolver mediante las formas clásicas los desequilibrios de sus pulsiones homosexuales o de sus ambivalencias de fe, sino porque en esa tríada encontraba el molde idóneo para asentar sus nociones de lo cubano a través de tres de las grandes vertientes formadoras de la identidad: patria, religión y poesía. Es obvio que no cometeré el desatino de presentar a Ballagas cual un adelantado consciente a los descubrimientos de Bhabha y Anderson alrededor de las construcciones identitarias, pero al principio de este ensayo hablé de la intuición y no fue gratuito. Y cuando digo intuición no me refiero al chiripazo propio del burro de la fábula, hablo de una sensibilidad educada capaz de anticiparse a los mecanismos de la lógica o la erudición gracias a esa forma cognoscitiva especial que es la poesía.
[1]En este aspecto sugiero la lectura de dos volúmenes capitales para repasar la nación (y por ende su identidad o identidades) como un conjunto de narrativas y como la expresión de una comunidad imaginada: BenedictAnderson: ImaginedComunnities:ReflectionsontheOrigin and Spread ofNationalism, Londres, Verso, 1991; y HomiBhabha:Nation and Narration, Londres, Routledge, 1990.
[2]Ver CintioVitier: Cincuenta años de poesía cubana 1902-1952, La Habana, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1952. pp. 206-207.
[3] Cfr. CintioVitier: “La poesía de Emilio Ballagas” en Crítica 2, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2001, p. 203.
[4]Idem., p. 213.
[5]CintioVitier: Lo cubano en la poesía, Santa Clara, Universidad Central de Las Villas, 1958.
[6] Consultar: “Ballagas en persona” en Ciclón1-5, septiembre 1955, p. 41-50. Este texto igual puede ser localizado en la revista Matanzas, n. 2, mayo-agosto, 2008. Acerca de estas disputas entre los miembros de Orígenes y Ciclón, es interesante cotejar las opiniones de Víctor Fowleren Rupturas y homenajes, La Habana, Ediciones Unión, 1998. El ensayo “Retorno de Ballagas” de Lina de Feria, publicado en la misma revista Matanzas, mayo-agosto, 2008, y reaparecido en el volumen Espacios imaginarios, La Habana, Ed. Extramuros, 2010, aborda también aristas de la controversia Vitier-Piñera.
[7]El gran caudillo del origenismo, José Lezama Lima, tampoco fue muy caritativo con Ballagas. Alcanzaría una lectura superficial de “Gritémosle: ¡Emilio!”(en Imagen y posibilidad, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1981) para saborear la irónica prosa vindicativa de Lezama que intenta pintarnos un Ballagas ñoño y ramplón, epígono de Cernuda y Valéry, quien solo hacia el final de su vida se atreve a enfrentar, en sus sonetos que hurgan en la búsqueda de Dios, el drama de su “fatalidad” erótica. En este texto de 1959, Lezama defiende lo que aparenta ser una creencia común entre los origenistas (la falta de temple personal y artístico de Ballagas) y apunta, con timidez todavía, el componente homosexual. Más generoso resultó Gastón Baquero cuando afirmó, con un feliz tono profético: “Pertenece a la historia de la poesía cubana […] y son muchas las páginas de esta que se escribirán bajo su nombre, si se quiere escribirla con justicia y verdad… (Ver “En la muerte de Emilio Ballagas” en Boletín de Comisión Cubana de la UNESCO9, septiembre, 1954, p. 25-32).
[8] La cita es de Roberto Fernández Retamar: La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2009, p. 58. Para conocer el criterio de Enrique Saínz valdría la pena leer “Emilio Ballagas o de la poesía”, que sirve de prólogo de la edición de la Obra poética de Ballagas que editara Letras Cubanas en 2007. El artículo de Roberto Méndez en Palabra Nueva, n. 179, noviembre 2008, refiere la controversia Vitier-Piñera y alude a que el principal perjudicado de todo este asunto es, a la postre, Emilio Ballagas, pues cuando se le “exige homogeneidad absoluta al […] hombre, se traiciona su poesía contradictoria y multiforme, ejemplo de un difícil camino espiritual”.
[9]Alfredo Balmaseda: “Ballagas, el ángel culpable” en revista Letras CubanasLa Habana, n. 11, enero-juni, p. 208-243. Pedro M. Barreda: “Patriarcado, poeta, poesía: la lírica de Emilio Ballagas” en Revista Iberoamericana 152-153, jul.-dic., 1990. Víctor Rodríguez Núñez: “El cielo del rehén: la insubordinación sexual en los versos tardíos de Ballagas”, aparecido en la revista El Caimán Barbudo, en dos partes, en los números 306 y 307, septiembre-octubre, y noviembre-diciembre, respectivamente, en el año 2001. Jesús Jambrina: “No es una cuestión de orgullo” en La Gaceta de Cuba, marzo-abril, 2005. El volumen Ballagas en sombra (Ed. Capiro, Santa Clara, 2010) recopila una cuantiosa información sobre este y otros aspectos de la vida “íntima” de Emilio Ballagas, entrevistos a la luz de su correspondencia con el declamador Severo Bernal y bajo el prisma de un amplio y riguroso acopio bibliográfico.
[10] Víctor Rodríguez Núñez: El Caimán Barbudo 370, p. 28.
[11]Ver Angel Augier: “Prólogo” en Órbita de EmilioBallagas,La Habana, Ediciones Unión, 1972, p. 17.
[12] Consultar Luis Suardíaz: “Emilio Ballagas de otro modo” enCasa de las Américas, n. 139, julio-agosto, 1983, p. 27-37.
[13]Cfr. Osvaldo Navarro: “Ballagas, ni más ni menos” en Obra poética de Emilio Ballagas, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1984, p.5-40.
[14]Ver Raúl Roa: Retorno a la alborada, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1977, p. 529.
[15]Incluido en el volumen Saturno en el espejo y otros ensayos, La Habana, Ed. Unión, 2004, p. 109-168.
[16]Aparecido por Ed. Matanzas, 2008.
[17]Publicado en La Gaceta de Cuba 2, marzo-abril, 2009, p. 49-53.
[18]Ob. cit., p. 53.
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