Justo una década después, en 1953, Ballagas publicó su otro cuaderno en décimas, dedicado a conmemorar el centenario del natalicio de José Martí. Algunos críticos (Vitier, Saínz) apuntan, al paso, el hecho de que este libro fuese premiado en un certamen literario, lo cual, para ellos, redunda en su carácter ocasional y en que resuenen en él los acordes «del obligado canto cívico»[1] que lo convierten en «un puro ejercicio retórico».[2] Para Leonardo Sarría, la sencillez de este libro, próxima a la de Nuestra Señora…, se ve «entorpecida por una mesiánica retórica civil que ya tenía larga data en nuestra poesía y donde las equivalencias entre Martí y Cristo […] se habían repetido hasta el cansancio».[3] Virgilio Piñera, a su vez, considera que Ballagas «no hizo nada importante después de Cielo en rehenes».[4] Curiosamente, Osvaldo Navarro, valora mejor el cuaderno cuando afirma que estas décimas «[…] son algo así como el testamento político del poeta, un último intento por dejar constancia de su gran amor hacia Cuba y de su esperanza en el porvenir del país, en el mismo año en que Fidel y la Generación del Centenario asaltaron el Cuartel Moncada declarando que José Martí era el autor intelectual de aquella acción.»[5]
Aunque no me cabe duda de que las consideraciones de Navarro estuvieron movidas por un afán politizador ajeno a la esencia de la exégesis literaria, no le falta razón. Y conste que no pretendo convertir a Ballagas en un precursor de la Revolución Cubana, sino llamar la atención, como ya lo ha hecho con tino Luis Machado Ordertx, sobre el nexo de este volumen poético de Ballagas y los textos ensayísticos que a la sazón escribió,[6] los cuales me parecen un modo eficaz de probar que las Décimas… no son, tampoco, el fruto casual del trabajo de un poeta emocionado por competir en el jubileo nacional por el nacimiento de Martí, sino el resultado artístico de un proceso de maduración cívica e intelectual expresado en su ensayística. Es decir, reforzar mis argumentos en contra del Ballagas desnortado e inconsecuente que se refugia en la fe y en el discurso patriotero para huir de sus «blanduras» morales y de su temperamento cambiante.
Hay dos trabajos de Ballagas en los que quiero detenerme: «Martí, traductor de Thomas Moore» (publicado en el Diario de la Marina, en enero de 1952) y «Conciencia martiana» (aparecido en el mismo periódico en febrero de 1953).[7] En el primero, se dedica a indagar en las «afinidades electivas» de Martí en el terreno literario y a tratar de explicarse por qué traduciría un poema en apariencia tan lejano de su estética como Lalla Rookh. Al respecto concluye:
El romanticismo de Martí, que no era de superficie, que tenía una honda raíz vinculada a la etapa en que el romanticismo europeo se sumaba a la fe en la libertad y en el progreso, tenía que sentirse imantado por el romanticismo de un hombre que como Thomas Moore, muerto ya antes de que naciera el Apóstol, representaba esos ideales de libertad si no en su manera más vigorosa sí en su forma más divulgada. El sentimiento nacionalista irlandés de Moore, hijo de una isla agraviada y rebelde, tenía que tener necesariamente resonancia en un patriota como Martí, el hijo de otra isla agraviada y desoída mil veces, una isla con hijos dignos y en pie de lucha, que si carecía de seculares cantos nacionales, ensayaba el modo de crear su humilde lírica nacional en las voces de Fornaris y Nápoles Fajardo.[8]
Hay aquí dos asuntos cruciales, a mi modo de ver: la detección del elemento de identidad asociado a la idea del estado-nación, propio del romanticismo y típico de los próceres de la independencia americana, que ha sido una constante en el discurso identitario cubano prácticamente hasta nuestros días, por una parte, y, por la otra, la identificación (errónea o no) de los nombres de Fornaris y Nápoles Fajardo (cuyo modo esencial de expresión fuera la décima) con los orígenes de la humilde lírica patriótica nacional. El razonamiento siguiente es previsible: si Martí resulta el arquetipo de la defensa del nacionalismo independentista, nada mejor que la décima, molde con que la tradición lírica cubana se ha ocupado de lo épico, lo cívico y lo autóctono, para entonar un canto que, en su hora, ensaye el rescate del legado martiano como manera de oponerse al zafarrancho politiquero en que se ha convertido la República.
Tales especulaciones sonarían peregrinas si no tuvieran la confirmación de «Conciencia martiana». Ballagas inaugura el artículo cuestionándose «la eficacia real» del ideario martiano sobre la conciencia del pueblo de Cuba. En tal sentido advierte:
En este aspecto de la influencia de Martí sobre su pueblo, uno puede sentirse un momento pesimista cuando solo mira los datos materiales e inmediatos del complejo caso cubano; cuando contempla desmayar la economía de la nación sujeta a una sola fuente de riqueza; se duele de que al lado del político cívicamente publicano existe el reverso de la medalla en el político fariseo que ayuna en público y en público se golpea el pecho hueco con puño catoniano.[9]
A renglón seguido, explicita su lectura del ejemplo de Martí parangonándolo con Cristo a través de las enseñanzas de San Pablo acerca de la ley y el pecado, y argumenta que, como decía San Pablo de Cristo, a medida que el ideario de Martí se hace más accesible a todos los cubanos, cualquier equivocación de un cubano en los asuntos que atañen a la Patria «es cercana vecina de la malicia».[10] Y termina con un párrafo rotundo que no me puedo privar de transcribir:
Tener un hombre de la estatura espiritual de José Martí por fundador y rector de una nación es sin duda alguna la más alta gloria a que un pueblo puede aspirar, pero implica también el más inviolable compromiso de su memoria. A la luz de esa conciencia martiana el camino erizado de dificultades se nos hará, si no menos difícil, mejor alumbrado. La meta distante nos parecerá cercana porque identificar a Martí con la estrella de nuestra bandera es apenas una metáfora, es visión de una realidad intangible pero segura.[11]
Sobre los aspectos esenciales de estas meditaciones se sostienen las Décimas por el júbilo martiano…, veinte espinelas encadenadas que indagan en los vínculos Martí-Patria, Martí-hombre y Martí-otra versión de Cristo, fundamentalmente. Alrededor de la primera arista dice en la espinela número 6, donde matrimonia a Martí con la Patria:
Dialogo, Patria, contigo;
Martí, contigo converso,
descalzo y desnudo el verso,
maduro y abierto el trigo,
partiendo con gesto amigo
el fraterno pan candeal.
Oh! Martí, padre leal,
en la Patria redimida
eres blanca sal de vida
y Ella el sabor de la sal.
Pero ya a la altura de las números 9 y 10 Ballagas se adentra sin ambages en lo político-identitario, en la misma relación historia-poesía-pueblo de Cuba que había abordado en Nuestra Señora del mar.
En el filón Martí-hombre, Ballagas logra, en la décima 8, uno de los momentos líricos más intensos, a mi entender, en la copiosa poesía dedicada al Apóstol prácticamente desde el día posterior a su muerte hasta este minuto:[12]
¿Cómo era su voz, cómo era?
¿Qué lucero ardía en su frente?
¿Qué arcángel adolescente
guardián suyo iba a su vera?
¿Quién puso a su cabecera
el lábaro vencedor?
¿Quién el diamante en temblor?
¿Quién la flamígera espada?
¿Quién le puso en la mirada
tanto cielo y tanta flor?
En cuanto a la en verdad archiutilizada –antes y después de Ballagas– comparación entre Martí y Jesucristo, debo decir que no por manida tiene que ser, inexcusablemente, infeliz. El valor de la figura de Cristo como ser sacrificial, la pervivencia de sus ideas, su labor como padre de pueblos y predicador del amor y del perdón, hace sencillo el paralelo. Pero hay más: el investigador Rafael Almanza en su ensayo Los hechos del Apóstol[13] nos ha mostrado un descubrimiento a mi juicio extraordinario, el de las coincidencias entre la vida de Cristo y la de Martí, y, sobre todo, el de cierta conciencia martiana alrededor del asunto. Acerca de este polémico particular, concluye Almanza:
Y he aquí, por lo menos, estos hechos, en toda la locuacidad de su misterio: que un niño obediente (Abdala significa «siervo de Dios») obedeció a su patria como a Dios, que conoció a Cristo en el hombre sufriente por la injusticia, que dedicó su vida a luchar contra ella, que el Cristo puramente humano de su época no le pareció enteramente hermoso, que siguió buscándolo de muchas maneras difíciles, secretas y asombrosas, que reconoció la Providencia de Dios que haría cambiar sus previsiones para hacerlo desembarcar en su patria justo a tiempo para comenzar su obra de justicia un Viernes Santo, que permaneció escondido en una cueva durante todo el tiempo profano que permaneció Cristo en el sepulcro, que salió de allí en la mañana del Domingo de Resurrección curado de sus enfermedades de siempre y dotado de una energía inverosímil, y que dijo entonces: «Ya entró en mí la luz». La había esperado, la había esperado mucho. Siempre había sido un iluminado, pero ahora habitaba en la luz, estaba en la luz. Luchando por el amor del mundo se había liberado de la cárcel del mundo, había recuperado la paz de su niñez. Era un hombre entero y feliz que sufría, y solo le faltaba dar la vida un domingo por sus amigos, como Cristo, para mostrarnos su Amor.[14]
Muchos años antes, y en versos, había alertado Ballagas, desde la décima 8 de su composición:
Y otras veces canto a solas
entre imponentes palmares.
O a la orilla de los mares
viendo jugar a las olas.
Recojo en las caracolas
aquel inefable acento
con que conmoviera al viento
el Cordero de Dos Ríos.
Infundo así nuevos bríos
a mi lírico instrumento.
Para rematar su poema con una décima que traduce, al lenguaje poético, el párrafo final de «Conciencia martiana» e insiste en la pervivencia cristiana del Apóstol:
Que aún vive Martí, mirad!
resurrecto como Cristo,
con un fulgor nunca visto
vive en nuestra libertad.
A Cuba le dice: «Andad!»
Y Cuba se transfigura
mostrando en la frente pura
la estrella que alumbra y mata,
fanal de límpida plata
que en la bandera perdura.
Ya lo decía en prosa: el parangón de Martí con la estrella de la bandera era más que una metáfora, era el conocimiento de otra construcción identitaria que ha servido a todos los cubanos –a despecho de sus credos religiosos, sus preferencias sexuales, su raza, su género o sus inquietudes políticas– para realzar los deberes y el sacrificio patrios.
Pero el poema tiene, aparte de estos méritos, sutilezas literarias que aspiro a dejar sentadas: las décimas 13, 14, 15 y 16 apelan al recurso de cederle la voz al propio Martí, lo cual le permite al sujeto lírico colocarse una máscara, hacerse otro, y acercarse a los modos de los Versos sencillos, como ya había notado Vitier.[15] Este, a su manera, también es un ejemplo de cita torcida, de recontextualización que aproxima las Décimas… a las búsquedas neobarrocas que Álvarez ha señalado en la poesía de su coterráneo, y que constituyen una de sus máximas transgresiones estilísticas.
Víctor Rodríguez Núñez, desde sus exploraciones más psicoanalíticas, también aporta enfoques interesantes:
En su espiral poética Ballagas ha dejado atrás no sólo el cristianismo conservador como norma ideológica sino también el neoclasicismo culterano como norma estética. En estas décimas –que bien podrían ser consideradas, como propuso Navarro, «el testamento político del poeta»– se da una rotunda afirmación estilística de lo popular. Ubicado en el reino de lo histórico-concreto, Ballagas puede establecer un verdadero diálogo con sus semejantes, hablarles claro y en su misma lengua. En vez de «desbrozar el camino a determinados modos de hacer poesía en Cuba y, en particular, a la avalancha tropologizante» de Lezama Lima y sus seguidores [aquí VRN polemiza con los criterios de Luis Álvarez en «Ballagas desde este fin de siglo»], nuestro poeta señala la ruta a la poesía “conversacional” que alcanzará su cima con la Revolución.[16]
Como vemos, es tanta la polisemia de la poesía de Ballagas que resiste sin desmoronarse (más bien enriqueciéndose) disímiles puntos de vista (religioso, marxista, psicoanalítico, conceptualista, formalista) y diversas catalogaciones (neoclásico, neobarroco, conversacionalista). Todos, sospecho, llevan alguna razón, porque un gran poeta suele ser, a la vez, la suma de múltiples poéticas, de variados aciertos o fracasos en su lidia con el pensamiento y con el lenguaje. Un gran poeta suele ser, además, un transgresor, no solo en sus concepciones estéticas y en sus prácticas artísticas, sino también en su manera de leer, que es, al cabo, una manera de proponer cómo le complacería ser leído tanto por sus coetáneos como por los receptores del futuro. Complementar la lírica de Ballagas con sus ensayos y artículos periodísticos arroja luz, sin duda, sobre estas propuestas que el lector Ballagas proyecta desde sus páginas hacia el porvenir.
Hacia el porvenir de la poesía cubana que le sucedió igualmente lanzó algunas proposiciones, aparte de las que notifican Álvarez y Rodríguez Núñez acerca de tropologización y conversacionalismo. En el prólogo a Confluencias, compilación de ensayos de José Lezama Lima, Abel Prieto, refiriéndose a la sección «Sucesiva o las coordenadas habaneras» de Tratados en La Habana, enumera los aspectos fundamentales sobre los que Lezama trazó su estrategia comunicativa con el lector cubano del Diario de la marina: «la ciudad, la tradición, la religión y la poesía son las caras del tetraedro delineado en las “Coordenadas habaneras”: el emblema que puede simbolizar uno de los más curiosos esfuerzos conocidos por dotar de un programa a la conciencia nacional cubana».[17] Esas mismas caras aparecen anunciadas en los poemarios finales de Ballagas unos años antes que en los Tratados… de Lezama. La ciudad, en las imágenes cubanas que pueblan Cielo en rehenes en lo que Luis Álvarez define como «un neobarroco magistral»;[18] la religión, en las alabanzas a la Virgen y en la mirada hagiográfica que plantea al homenajear a Martí; la poesía, en la elección de la estrofa nacional para abordar dos temas esenciales de su visión de la nacionalidad, y la tradición al fundir en una exaltación conjunta esa misma estrofa, la Patrona de Cuba y el prócer más alto de la historia patria.
En el prólogo al estudio de Olga Portuondo, Jorge Ibarra comenta un suceso llamativo: «en la vasta obra y prolija correspondencia de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí, no aparece mencionada una sola vez la virgen de la Caridad».[19] Líneas después, él mismo discurre acerca de los motivos de esa ausencia: la filiación francmasónica de los fundadores de la nacionalidad, la falta de credibilidad de estos en la Virgen como símbolo representativo del sentimiento nacional o simplemente una forma de obviar a la Iglesia Católica, enemiga de la independencia de Cuba. Fernando Ortiz, por el contrario, había acopiado, bajo el acápite «La Virgen mambisa», una serie de anécdotas y testimonios orales y escritos alrededor de la presencia de la Virgen en la vida de Céspedes, Fermín Valdés Domínguez y Antonio Maceo, entre otros.[20] Estas dos actitudes, complementarias más que contrapuestas, van a tener una solución simbólica en la convivencia de la Virgen y Martí en las décimas de Emilio Ballagas, que supo celebrar las nupcias entre nuestra Madre y nuestro Padre y salmodiarlas en el metro y en la lengua con que nuestro pueblo canta.
[1] Cintio Vitier: Crítica 2, p. 212.
[2] Enrique Saínz: ob. cit., p. 25.
[3] Leonardo Sarría: ob. cit., p. 52.
[4] Virgilio Piñera:«Ballagas en persona» en Ciclón, p. 50.
[5] Ver Osvaldo Navarro: ob. cit, p. 39.
[6] Luis Marchado Ordetx: ob. cit., p. 114-115.
[7] Ambos en Prosa; el primero p. 409-411; el segundo, p. 415-416.
[8] En Prosa, p. 410.
[9] Emilio Ballagas: Prosa, pp. 415-416.
[10] Ídem., p. 416.
[11] Ibídem.
[12] Para este tema sugiero la antología de Carlos Zamora y Arnaldo Moreno El amor como un himno. Poemas cubanos a José Martí (La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2008), donde aparece buena parte de la poesía dedicada al Apóstol. En el prólogo los compiladores señalan, entre las características de la misma, «la persistencia en el tono marcadamente elegíaco, sobre todo en los textos de los primeros años; el carácter laudatorio, muy cercano a la apología y la idealización, que a veces destila cierto sabor formalista, oficialista; la referencia biográfica; el símil con personajes de la mitología, la literatura, la historia y la religión, particularmente con la figura de Jesucristo; el tono patriótico, en ocasiones de arenga política; el tono invocativo, con referencias a la época en que se escribe el poema, a veces a la manera de padrenuestros; el tratamiento coloquial, que puede llegar hasta el desenfado», p. 11.
[13] Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2005.
[14] La cita en la página 51.
[15] Cintio Vitier: ob. cit., p. 212.
[16] Ver Víctor Rodríguez Núñez: El Caimán Barbudo, 307, p. 28.
[17] Confluencias (selección de ensayos), selección y prólogo de Abel Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1988, p. xxxiii.
[18] Luis Álvarez: Emilio Ballagas, un poeta neobarroco, p. 128.
[19] Consultar Jorge Ibarra en prólogo a La virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía, p. 12. He de confesar que discrepo: hay un poema de Martí titulado «Virgen María», de difícil datación y ubicación, pero hallado entre sus manuscritos y colocado por Manuel Isidro Méndez en Obras completas de José Martí, Ed. Lex, La Habana, 1946, p. 1430-1431. En la edición crítica de su Poesía completa, 2 t. (La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2001), preparada por Cintio Vitier, Fina García Marruz y Emilio de Armas, el poema se ubica en la página 158 y la nota aclaratoria en la página 180 del segundo tomo. Aunque es verdad que Martí nunca dice «virgen de la Caridad», la llama Madre y le implora por la libertad de la Patria. No albergo duda alguna sobre el particular de que esta virgen es la del Cobre y no la típica Virgen María de la Iglesia Católica.
[20] En Fernando Ortiz: La Virgen de la Caridad del Cobre. Historia y etnografía, pp. 250-257.
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