A pesar de que Edgar Lee Masters fue un autor de cuantiosa producción, sostenida de modo casi ininterrumpido desde la década del ochenta del siglo xix hasta los años cuarenta del xx, su reputación descansa en un solo título, Antología de Spoon River, sin duda su mayor obra y una pieza singular de la poesía contemporánea, a la altura de La tierra baldía de T. S. Eliot o los Cantos de Ezra Pound. Precisamente este último, en enero de 1915 —apenas unos meses después de aparecer, en mayo del 14 en la revista Mirror de William Marion Reedy, los primeros poemas de la Antología..., bajo el seudónimo de Webster Ford— apuntó: « ¡Por fin! ¡Por fin América ha descubierto un poeta!»,[1] al percatarse del vigor y el alto grado de modernidad de aquellos textos puente, dentro de la tradición literaria norteamericana, entre Hojas de hierba de Walt Whitman y las búsquedas que él mismo venía realizando desde Personæ y que culminarían en los Cantos.
La Antología de Spoon River, publicada en forma de libro en 1915 por la casa MacMillan de Nueva York, enseguida se convirtió en un suceso: tuvo diecinueve reimpresiones y ya en 1940 andaba cerca de las setenta ediciones; aparte de haber sido luego representada en el teatro y la ópera, y de alcanzar traducciones a unas quince lenguas. Su autor, en poco tiempo, se alzó a los primeros planos de la literatura del país, y fue reconocido entre las figuras cimeras del llamado Renacimiento de Chicago, junto a Vachel Lindsay y Carl Sandburg. Masters, además, está considerado el iniciador de la corriente bautizada como «la rebelión de la aldea», cuya resonancia se extendería a otros géneros (básicamente a la narrativa, en ciertas zonas de Theodore Dreiser, Sherwood Anderson, Thornton Wilder y William Faulkner), y a otras literaturas, deudoras del poderoso influjo ejercido por la norteamericana en el resto del mundo a lo largo del siglo xx.
No obstante, la Antología de Spoon River también tuvo numerosos detractores, escandalizados por el empleo del verso libre (más revolucionario, en el caso de Masters, en cuanto a la contaminación con la prosa y el uso de la lengua coloquial, que los versículos de Whitman o de Sandburg), y por el tratamiento recurrente de temas «inmorales», sobre todo de carácter sexual. También animaba a muchos de sus opositores una profunda suspicacia ante el éxito de la colección, escudados en la peregrina idea de que este no podía conciliarse con la alta literatura. La oscilación de apologistas y censores ha llegado casi hasta hoy, aunque ya parece imponerse, dentro de la historiografía y la crítica literaria norteamericanas, el consenso de que Edgar Lee Masters fue un poeta de primera magnitud y es preciso reconocerle, incluso, una poderosa influencia entre los autores surgidos después de la Segunda Guerra Mundial y entre los cultivadores del «realismo sucio» y algunos exponentes del espíritu de lo posmoderno, cuyas deudas con Masters en el acercamiento a lo marginal y a las minorías étnicas y sociales, en el gusto por la sátira y la parodia, en el tono lúdico fácilmente asimilable por la cultura popular o cultura de masas, y en la contaminación intergenérica, son muy evidentes en una simple lectura.
A manera de provocación para esa lectura deben atenderse estas páginas, donde quisiera esbozar algunos juicios sobre la profunda originalidad de la Antología..., y su relación de herencia y ruptura con la tradición literaria occidental desde los griegos hasta determinadas escuelas de vanguardia. Pero antes de abordar ese diálogo incesante y nutritivo cuyo principal beneficiario fue Masters, me gustaría señalar ciertos aspectos biográficos de suma importancia para el mejor conocimiento de su ideología y de su pensamiento poético. Edgar Lee Masters nació en Garnett, Kansas, en 1868, del matrimonio entre el abogado Hardin Wallace Masters y Emma Dexter. Su infancia y primera juventud transcurrieron en varios pueblos de Illinois (Petersburg, Lewinstown), al sudeste de Chicago, en la zona de las Grandes Praderas. Desde pequeño fue un ávido lector, y luego cursó un año de estudios superiores en el Knox College; allí aprendió griego y alemán, y después, presionado por el padre, matriculó derecho y, a la edad de veinticuatro años, se trasladó a Chicago con el proyecto de hacerse periodista. Este camino, pronto lo descubrió, no era el ideal para acercarse a la literatura, y Masters cedió a las presiones económicas y se buscó un empleo como cobrador de la compañía Edison. En aquel tiempo vivía en pensiones alquiladas y, debido a las particularidades de su trabajo, se codeaba con diversos ambientes y tipos sociales, muchas veces de abismal sordidez, de los cuales extraería innúmeros personajes de los que pueblan la Antología de Spoon River. En 1893, logró establecer un bufete con un socio y a partir de esa fecha se dedicó al ejercicio de la abogacía de forma profesional hasta 1923, en que movido un poco por sus triunfos como escritor y otro poco por el hastío de su carrera jurídica y de su matrimonio, decide emprender una nueva vida, se divorcia, renuncia a la toga y se traslada a Nueva York con la pretensión de vivir exclusivamente de la literatura.
La práctica de la jurisprudencia, en la cual alcanzó un relativo prestigio pese a sus ideas liberales y anarquizantes, la entendió casi siempre como un asunto de honor, en el que las ganancias financieras podían ser escasas o nulas, y asumió la defensa de huelguistas, inmigrantes, sindicatos, anarquistas y otros «casos» de difícil victoria en los tribunales; en ellos reafirmó sus creencias de que la ley era un instrumento inútil en la tarea de llevar a cabo reformas políticas y sociales. Lleno de escepticismo y de una buena dosis de cinismo, intentó convertirse en juez y aprovechar el tiempo, entre sentencia y sentencia, para borronear poemas; pero esta tentativa igual fracasó, y Masters volvió a defender camareras en paro, mientras escribía en horario extralaboral la mayor parte de su producción de ese período. Esta dicotomía de abogado-poeta (en verdad, sería más justo decir poeta-abogado) marcó profundamente la vida y la obra del autor: aunque había publicado sus primeros trabajos en revistas y periódicos de Chicago y otras pequeñas ciudades de la zona, tenía terminadas siete obras de teatro compuestas con la esperanza de ganar dinero sin hacer demasiadas concesiones,[2] y había logrado sacar a la luz varios libros (poemas, artículos, ensayos, teatro), a los cuarenta y seis años Masters seguía siendo un literato de provincia cuya escasa notoriedad se debía, en lo fundamental, a textos de carácter político. A esa edad comenzó la Antología de Spoon River, nacida, al parecer, bajo dos impulsos distintos: el primero, la lectura, sugerida por su amigo William Marion Reedy, de la Antología palatina, una colección de epigramas, dedicatorias, epitafios y otros textos griegos datados en el período comprendido desde el siglo IV a.n.e. hasta la edad bizantina; y el segundo, una serie de conversaciones con su madre, las cuales le hicieron revivir momentos de su infancia y adolescencia en el Medio Oeste, y revisar sucesos y biografías de viejos conocidos, luego evocadas en los poemas. El mismo Masters cuenta, en Across Spoon River. An Autobiography,[3] que luego de despedir a su madre en la estación de trenes de la Calle 53, regresó a su casa y redactó de un tirón el poema «La colina», una especie de proemio del libro, y varios retratos más de los contenidos en la Antología de Spoon River.[4] A partir de ahí, inició un trabajo enfebrecido, ocupante de todo su tiempo libre, ya fuera en el bufete, en la casa, o en trenes, restaurantes, pausas durante los juicios o improductivas conversaciones telefónicas con clientes inoportunos. Su desempeño como abogado le resultó muy útil para reflejar en su obra maestra ambientes, situaciones, y tipos sicológicos y morales que había palpado de primera mano en aquel medio hostil y angustioso.
Otro gran conflicto vital de Masters fue el matrimonio. Se había casado en junio de 1898 con Helen Jenkins, una joven presbiteriana, casi victoriana, procedente de una familia más o menos acomodada y escéptica ante aquel lazo de su hija con un librepensador poco inclinado a la religiosidad, fumador, bebedor de ocasión y partidario del amor libre. En breve, las contradicciones de la pareja dieron al traste con el amor inicial y Masters pasó muchos años acariciando la ilusión del divorcio, mientras en verdad continuaba sobrellevando convenciones sociales y económicas, había tenido tres hijos y cada día disponía, absorto por las exigencias familiares y monetarias, de menos tiempo para la literatura. Una unión conyugal de ese cariz condujo a Masters a buscar alivio en otras mujeres; entre 1909 y 1911 sostuvo una relación con Tennessee Mitchell e intentó divorciarse, mas Helen Jenkins no lo consintió. Finalmente, en 1926, tres años después de separarse de su primera esposa e irse a residir en el Hotel Chelsea, en Nueva York, Edgar Lee Masters se casó con Ellen Coyne, treinta años más joven que él, y con ella vivió hasta su muerte, ocurrida en una residencia para enfermos en Melrose, Pennsylvania, última de una cadena de instituciones similares donde pasó los dos años finales de su vida, desde que su estado de malnutrición y su pésima salud le obligaron a abandonar el Hotel Chelsea. De estos avatares sentimentales también se nutre en abundancia la Antología de Spoon River, como veremos más adelante cuando nos detengamos en la presencia de los temas del amor y del sexo en el poemario.
Antes de adentrarme en detalle en el análisis del mismo, quisiera referirme a la otra paradoja enorme para Edgar Lee Masters: el éxito de la Antología de Spoon River. Aunque después de ella escribió y publicó numerosos volúmenes, entre los cuales descuellan los poemarios The New Spoon River (una especie de remake, ampliado, del texto anterior) y Lichee Nuts, la novela en verso Domesday Book (el propio Masters la consideraba su mejor creación; en ella esboza una alegoría de la decadencia y corrupción de los Estados Unidos) y las biografías de Abraham Lincoln, Mark Twain, Walt Whitman y Vachel Lindsay, ninguno alcanzó la resonancia que su autor esperaba en el público ni en la crítica. De hecho, los críticos, al comentar los nuevos títulos, de modo invariable aludían a su jerarquía menor con respecto a la obra maestra, procedimiento a través del cual fueron convirtiendo a Masters en el autor de un solo gran libro. Yo lo considero suficiente, pero tal vez el poeta no. Incluso, uno de sus más acuciosos detractores, Michael Yatron, implacable en la crucifixión de cualquier intento de literatura socializadora, lo pinta en su American’s Literary Revolt como un hombre enfermo, sin dinero, medio hambriento y colmado de resentimiento contra los Estados Unidos por su ingratitud con los poetas.[5] A lo mejor así era, pero nada ni nadie podía quitarle el privilegio de haber diseccionado hasta las heces, a partir del pretexto de un oscuro cementerio de provincia, los prototipos, costumbres e inescrupulosidades de un país que amaba como patriota, pero de cuyo sistema de gobierno dudaba como ciudadano y como intelectual.[6]
Lo primero que llama la atención en esta obra de Masters es su curioso título: Antología de Spoon River. En verdad, no se trata de una antología en el sentido estricto del término, porque no es una muestra de versos escritos por autores conocidos o no, sino una recopilación de voces de muertos, que nos dicen, a través del papel de médium desempeñado por el poeta, los supuestos epitafios grabados en sus lápidas. Y digo supuestos pues, en el fondo, los poemas vienen a ser autorretratos, síntesis autobiográficas, descargos, testimonios, de los seres enterrados en el cementerio del imaginario pueblo rural erigido en algún punto del Medio Oeste, cerca del río Spoon, afluente del Illinois. Según apunta Jesús López Pacheco en su introducción a la versión española publicada por Cátedra:
El libro viene a ser una colección de revisiones de «casos» ante un Tribunal Supremo de la Vida, pero de «esta» vida. Las voces de los muertos son pensamientos y recuerdos materializados en murmullos, suspiros, lamentos, protestas o gritos. Son voces rebeldes a menudo, y lo primero contra lo que suelen rebelarse es contra el epitafio «oficial» que les han puesto: reinterpretan sus frases o los motivos escultóricos de su tumba, unas veces con amargura, otras con ironía o sarcasmo…[7]
En esta peculiar antología encontramos un amplio espectro social que incluye la mayoría de las profesiones y oficios, salvo los de barbero, molinero, zapatero, sastre y mecánico de automóviles; muy diversos estratos sociales, desde próceres políticos y religiosos de la comunidad hasta prostitutas, ladrones, asesinos, borrachos, locos y estafadores; así como múltiples componentes raciales (indígenas, chinos, negros, irlandeses, rusos, galeses, alemanes) para conformar un macrocosmos símbolo de la nación y también del mundo, sobre la base del microcosmos ubicado en la colina del inexistente pueblecito norteamericano. Y todo eso contado en doscientos cuarenta y seis poemas, de los cuales doscientos cuarenta y tres narran historias personales (el primero «La colina» es una suerte de prólogo que descansa en la vieja pregunta poética del ubi sunt, el penúltimo, «La Spooníada», una intentona de poema épico compuesto por uno de los fallecidos; y el último, «Epílogo», una curiosa variación teatral de Masters sobre el Paraíso perdido de John Milton y un cierre cargado de resonancias metafísicas y ontológicas), aglutinadas en esta curiosa novela que conduce, al unísono, diecinueve subtramas de amor, muerte, pasión, crimen, locura, adulterio, celos, envidias, fracasos, triunfos, conversiones y cuanto pueda haber de humano o de divino en el universo.
Notas.
[1] Ezra Pound: «Webster Ford» en The Egoist, vol. II, núm. 1, enero de 1915, pp. 11-12.
[2] Estas obras no fueron estrenadas, aunque varias recibieron elogios de la crítica. The Trifler fue la única que, por un momento, pareció poder subir a escena, pero a última hora la actriz protagonista rechazó el papel porque su tema, el adulterio, le resultaba desagradable y amenazaba el éxito de la puesta y su propia moralidad.
[3] Across Spoon River. An Autobiography, Farrar & Rinehart, Nueva York, 1936, p. 286.
[4] Esta anécdota me hace recordar al joven Dante escribiendo de golpe el primer poema de Vida nueva y, presa de una suerte de trance, muchos de los restantes del volumen.
[5] Ver Michael Yatron: American’s Literary Revolt, Books for Libraries Press, Freeport, Nueva York, 1959. Aquí me gustaría apuntar que Masters había recibido, en la década del 40, algunos premios literarios importantes, quizá como reconocimiento a la labor de toda una existencia feraz, quizá para hacer más llevadera la dura situación económica de su vejez.
[6] Con la intención de abundar en el pensamiento ideopolítico de Masters, recomiendo leer la «Introducción» de Jesús López Pacheco a Antología de Spoon River (edición de Jesús López Pacheco, traducción de Jesús López Pacheco y Fabio L. Lázaro, Ediciones Cátedra, Madrid, 2004), en especial el acápite IV. Esta obra me parece el acercamiento más integral en lengua española al texto del norteamericano, gracias a la abundancia de notas y referencias bibliográficas con que cuenta.
[7] Op. cit. P. 14.
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