Enseguida uno piensa en Dante, quien ya desde su temprana Vida nueva había apostado por la mezcla entre los géneros y que en la Divina Comedia nos regaló una auténtica galería de personajes y situaciones pecaminosas o virtuosas, estrictamente orquestadas en esa sin par novela enmascarada tras la apariencia de un texto épico-alegórico. Masters, de forma consciente, organiza las voces de los muertos en una escala ascendente desde el punto de vista moral: primero, los tontos, los borrachos, los fracasados, los asesinos, las prostitutas; luego, la gente de mentalidad unilateral, los llegados al mal por buscar el bien, o aquellos cuya búsqueda del bien no fue lo suficientemente tenaz para ascender al escalón más alto del espíritu humano; y por último, los iluminados, los héroes, los ánimos preclaros cuyas conductas en vida les permitieron, en la muerte, alzarse hasta la luz.[1]
Pero hay un detalle en el que el norteamericano supera, a mi juicio, al florentino: la profundidad sicológica de sus personajes. Si bien, al igual que Dante, Masters ubica en su libro enemigos, amigos, colegas, conocidos, casi siempre —excepto en los casos de Chase Henry, William H. Herndon, Anne Rutledge y Hannah Armstrong, creo— les cambia el nombre, los ficcionaliza,[2] juega todo el tiempo con las diferencias entre apariencia y realidad y penetra, a través del desentrañamiento de sus profundos enigmas, en regiones y matices de la sicología humana más epidérmicos en los habitantes del poema italiano. Desde luego, Masters no tiene en su Antología… ningún carácter de la talla del personaje Dante, ni de Beatriz, ni de Virgilio, ni de Ulises, mas, al comparar los conjuntos, muchos de los hablantes del cementerio de Spoon River se sienten más vivos, más seres humanos, que muchos de los moradores de los tres reinos dantescos, demasiado arquetípicos en su grandeza o en su mezquindad, demasiado sujetos a las pasiones políticas y teológicas de su progenitor.[3]
Masters, sin embargo, no desaprovechó la enseñanza: su Antología… está repleta de alusiones al acontecer político e histórico de la nación. Hallamos referencias a batallas y acontecimientos de la Guerra de Independencia (Valley Forge, Yorktown) y de la Guerra de Secesión (Missionary Ridge, Vicksburg, el Fuerte Sumter); menciones a la Guerra anglo-estadounidense de 1812 a 1815, a la Guerra hispano-cubana-norteamericana de 1898, a la intervención militar en Filipinas en 1898 y al ahorcamiento de los anarquistas en Chicago en 1886. De igual modo, es altamente notable la cantidad de próceres, patriotas, militares y dirigentes políticos de los Estados Unidos convocados en los poemas (Abraham Lincoln, William Jennings Bryan, el Líder sin par, John Peter Altgeld, Philip Danforth Armour, John Hancock, William Lloyd Garrison, Ulysses Grant) junto a magnicidas como John Wilkes Booth, Mary E. Surrat (el asesino de Lincoln y su presunta cómplice) o Charles Guiteau (el homicida de James A. Garfield), sufragistas y feministas como Tennessee Clafin, o empresas, sindicatos y asociaciones como los Ferrocarriles Q o los Caballeros del Trabajo. Y por si no bastara, Masters prosigue su inventario del saber humano tan próximo al de la Divina Comedia con la inclusión en el libro de una multitud de filósofos, economistas, científicos, historiadores, abogados, poetas, músicos y pintores. Y, por supuesto, una copiosa cantidad de citas y reminiscencias bíblicas desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pasando por Proverbios, Mateo, Marcos, Lucas, Hechos de los Apóstoles y Hebreos. Un dato curioso: ya hacia el final del poemario, Edgar Lee Masters, también bajo el influjo de Alighieri, realiza una fusión, en algunos de sus personajes, entre los profetas bíblicos y sus artistas favoritos: Isaiah Beethoven junta a Isaías con el compositor alemán bajo cuya impronta Masters escribió los poemas finales del volumen;[4] Elijah Browning, a Elías con Robert Browning, poeta inglés cuya técnica del monólogo dramático que ahonda en la profundidad sicológica de los personajes debe de haber marcado bastante la poética de la Antología de Spoon River.
La otra gran deuda de Edgar Lee Masters con Dante reside en el empleo de las referencias poéticas y de diferentes niveles de lenguaje. La Divina Comedia es, amén de otras muchas cosas, un manual de crítica literaria: son encumbrados Homero, Virgilio, Ovidio, Lucano, Estacio, Sordello de Goito, Arnaut Daniel; son juzgados con cierta severidad artística y moral Guido Guinizzelli, Guido Cavalcanti y Brunetto Latini; y Bertrand de Born, Guittone d’Arezzo, Bonaggiunta de Lucca o Pier della Vigna salen bastante malparados en el plano ético y en el estético. Masters, menos soberbio y agresivo que Dante, no llega tan lejos. Se limita a dejar testimonio de sus autores predilectos, tanto en las menciones de los mismos como en la inserción intertextual de títulos de libros y poemas, o de pasajes de su obra, en una selecta lista de lecturas excelente como curso délfico para cualquier literato principiante: Homero, Ovidio, Dante, François Villon, Geoffrey Chaucer, Christopher Marlowe, William Shakespeare, John Milton, Alexander Pope, William Wordsworth, Percy B. Shelley, Lord Byron, Alfred Tennyson, Robert Browning, Matthew Arnold, Ralph Waldo Emerson, Henry W. Longfellow, Edgar Allan Poe y Walt Whitman. Sí emula Masters con su maestro Alighieri en el reflejo del lenguaje, pues insiste en manejar, dentro de su microcosmos que aspira a ser el macrocosmos, múltiples niveles del inglés norteamericano. La propia polifonía del libro —armado sobre la base de al menos doscientos cuarenta y tres yoes distintos, todos hablando en primera persona, y procedentes de disímiles estratos sociales, geográficos, raciales, laborales— casi le obligaba a hacerlo. Esta antología sui géneris nos lleva por los más insospechados matices de la norma y del habla de la época: el inglés de un romanticismo trasnochado de los poetas pueblerinos, el engolado inglés clásico de los retóricos (periodistas, oradores políticos, ministros religiosos), el inglés del mundo legal (jueces, fiscales, procuradores, abogados defensores), el inglés de la banca y el comercio del capitalismo creciente, el inglés de los científicos, los místicos, los espiritistas y ocultistas, y el inglés coloquial del campesino, el obrero, el lumpen, el inmigrante. Y aquí reside uno de los mayores méritos de este poemario: su apertura a la pluralidad lingüística de la poesía moderna que, según Octavio Paz, mezcla idiomas y dialectos, del slang al sánscrito, y habla el lenguaje de la urbe cosmopolita.[5] Spoon River, recordémoslo, no es en apariencia la urbe cosmopolita, sino un pueblito de nada en medio de las Grandes Praderas, pero en realidad aspira a ser —y ya lo hemos visto— el país y el universo. Alude Paz también a que la poesía moderna, por ser citadina, suele ser antipoética. La Antología de Spoon River cumple igual con esa condición porque cualquier obra poética satírica y poseedora de una visión irónica del mundo para fustigar la hipocresía y la estupidez humanas, tendrá inevitablemente altas dosis de los mecanismos desautomatizadores de la antipoesía, tan viejos como la propia literatura; Cátulo, Dante, Chaucer, Villon, el Arcipreste de Hita dan fe de ello, y Masters tenía algunos de esos nombres entre sus predilecciones literarias.
De esas predilecciones y de los préstamos y reformulaciones con los cuales se enfrentó a la tradición, quisiera seguir hablando. O al menos de sus ligaduras con cuatro autores que me parecen imprescindibles en la formación de Masters y en la concepción y escritura de Antología de Spoon River: Chaucer, Villon, Milton y Whitman. Los Cuentos de Canterbury de Chaucer, inspirados en el Decamerón, relatan, en verso, las peripecias de un grupo de peregrinos cuyo derrotero es la tumba de Santo Tomás Becket; a estos viajeros Chaucer se une y, para contrarrestar las penalidades del viaje, participa con ellos en la narración de historias del más variado jaez y desde las más disímiles perspectivas. Este es, supongo, el mérito cardinal de Chaucer: aglutinar diversos tipos (el caballero, el escudero, el párroco, el erudito, el doctor en medicina, la priora, las monjas, el bulero, el intendente, la comadre de Bath) y hacerlos hablar en sus respectivos matices del inglés, para que expresaran en ellos sus sicologías individuales. Es innecesario abundar en las reminiscencias de Chaucer en la obra de Masters desde este punto de vista.[6] Ahora bien, aparte de ese microcosmos de la sociedad inglesa, la otra brillante aportación de Chaucer radica en la romería como medio de reunión. En tanto los personajes de Boccaccio permanecen encerrados en un palacete de las afueras de Florencia, los de Chaucer se desplazan en el paisaje, van cambiando de ámbito a medida que caminan hacia la catedral de Canterbury. Como señala Pedro Guardia Massó, este libro tiene posibilidades de interpretación a distinto nivel: la vida humana es peregrinaje; Canterbury, la meta, el cielo.[7] Algo similar sucede en Antología de Spoon River: las almas de los muertos viajan, conversan, rescriben las historias de sus existencias y buscan todas, afanosamente, un modo de ascender, de salvarse en el Juicio Final ante el Tribunal Supremo de la Vida, a la postre, un muestrario de variaciones de Dios en cuanto Poder Superior u Orden Universal, Luz para enfrentar el Caos.
Chaucer, además, amalgamó en su obra numerosos géneros literarios (vidas de santos, relatos de amor cortés, cuentos alegóricos, y otras mezclas propias de su cosecha), convirtiéndose en el precursor no solo de la poesía sino también de la novela y el cuento ingleses. Y con un manejo de la ironía del cual sin duda Masters bebió hasta saciarse, en lo fundamental en el uso de términos con doble sentido para referirse a asuntos de connotación sexual. Al describir al Monje en el prólogo general, Chaucer lo cataloga como amante de venerie (la caza), pero este vocablo igual significa «venéreo» o «placer sexual»; la comadre de Bath alude a que ha agotado en sus maridos purse y cheste, y estos términos, aparte del sentido de «bolsa» y «armario», tienen el valor de «testículos» y «potencia sexual»; en el «Cuento del Erudito», la expresión secte, amén de «secta», equivale a «sexo», y courage tiene la acepción dual de «energía» y «pene».[8] Veamos brevemente los juegos similares de Masters en Antología de Spoon River. Los personajes Willard Fluke, Aner Clute y Homer Clapp pueden servir de ejemplo: Fluke tiene una hija ciega de nacimiento, al parecer a causa de una gonorrea congénita adquirida por el padre en sus andanzas extramatrimoniales; Aner Clute, una de las putas del pueblo, quizá incluso contagió a Fluke; Homer Clapp es el novio formal de Aner Clute, quien no consiente siquiera en darle un beso de despedida en la puerta de la casa, pero le pone los cuernos con varios hombres del poblado. Ahora bien, clap es una variante de «gonorrea», padecimiento acaso no adquirido por el personaje porque, al llamarse Homero, sugiere la ceguera, o sea, no ve lo ocurrido ante sus narices en materia de infidelidad; Aner, para seguir con el retozo, quiere decir «hombre», «varón», en griego —de donde procede Homero—, y Clute puede tener relación con clutter («desorden», «confusión»), lo cual nos retrata a la muchacha: una desordenada ante los varones, o una que causa confusión en el hombre; mientras William Fluke nos coloca ante will («voluntad») y fluke («chiripa», «racha de suerte»), es decir: alguien que, por carambola, en un encuentro amoroso casual, contrajo casi voluntariamente la enfermedad culpable de la ceguera en su hija.[9]
La última deuda de Masters con Chaucer reside en las frecuentes alusiones al debate matrimonial. El inglés centra su atención en la pugna de fuerza entre los cónyuges en aras de mostrar quién manda en el matrimonio. Desde el principio del texto presenta mujeres mandonas, lascivas o humilladas, mas todas triunfan al fin sobre los esposos, ya gracias a su arresto o gracias a su paciencia. La comadre de Bath nos relata las angustias de sus cinco casamientos y el modo en que, sexo, astucia o contundencia de por medio, logró dominar a sus diferentes consortes. El Anfitrión, autoritario él mismo con los peregrinos, tiene un miedo cerval a su señora. Al cabo, la conclusión es una: el hombre se somete a la mujer.[10] En Spoon River también tendremos muchos matrimonios así: Ollie McGee se regodea en la muerte de haberse podido vengar a la larga de un hombre que la torturó en vida; Benjamin Pantier muere en su sucia oficina, en compañía de su perro, pues su mujer lo ha echado de la casa porque no cumple sus expectativas espirituales ni sexuales; la señora Purkapile espera durante un año la vuelta a casa de Roscoe, quien retorna con el cuento de que lo han raptado unos piratas del Lago Michigan, ella lo perdona y lo hace seguir tirando de la cadena de una unión indeseada y punitiva; Amos Sibley detesta a su esposa arpía y libertina, mas no puede separarse de ella: tendría que abandonar el ministerio religioso, y ella, entretanto, disfruta la soltura económica del pastor, mientras se hace fecundar por otros hombres.[11] Masters, incluso, sobrepasa a Chaucer: Harold Arnett mata a su compañera hastiado de sus continuas broncas y lamentaciones; Barry Holden ultima a la suya porque no puede dejar de parir y ya van para el noveno hijo con la granja hipotecada; Elmer Karr asesina a Tom Merritt, enloquecido de amor por la hembra de este; Roy Butler es víctima de un enredo en el cual la pareja de su vecino sirve como señuelo sexual; otros personajes efectúan casorios de conveniencia que los atormentan (los Bliss, Ida Frickey, Searcy Foote, Lilian Stewart). En todo esto, sin duda, resuenan los ecos de la biografía de Masters. Se hace difícil leer estos poemas y no pensar en el poeta recién cazado por Helen Jenkins, inmerso en sus continuas promesas de reforma, sin conseguir el consentimiento para divorciarse y librarse de aquella carga; y hasta fácilmente uno imagina al abogado acariciando la idea del crimen y desechándola en el fondo ante la posibilidad de darle rienda suelta a su amargura en las vidas de sus personajes.
La comparación entre Masters y Villon la hizo muy temprano Ezra Pound, en su ya mencionado comentario en The Egoist. Allí afirma:
Por fin el Oeste americano ha producido un poeta lo suficientemente fuerte como para aguantar el ambiente, capaz de afrontar la vida directamente, sin circunloquios, sin resonantes frases sin sentido. Dispuesto a decir lo que tiene que decir, y a callar cuando lo ha dicho. Y que logra tratar a Spoon River como Villon trató al París de 1460.[12]
Claro, Pound fue un lector excepcional y pudo captar cómo otro lector excepcional (Masters) había visto el trigo de la modernidad en la poesía del francés y había aprendido a plantarlo en la suya. El valor literario de Villon reside en los versos reunidos en El legado o pequeño testamento, El testamento y algunas otras piezas sueltas entre las cuales descuella la archiconocida «Balada de los ahorcados». Estas composiciones recogen episodios presuntamente autobiográficos y son un vivo fresco del cambio social acaecido gracias al ascenso de la burguesía durante el siglo xv francés; los personajes de sus baladas y rondeles (prostitutas, artesanas, bandidos, comerciantes, estudiantes y curas pobres, él mismo) enseñan sus miserias con el desparpajo subjetivo y el sentido del humor de quien no tiene nada que perder y sí ganar el carpe diem, única forma de sobrevivir en mundo tan injusto. Y, lo más importante, este muestrario es ofrecido en un lenguaje elíptico, de un fuerte corte popular que, en ocasiones, emplea hasta la germanía buscando pulsar nuevos resortes comunicacionales y desautomatizar la retórica de la poesía cortesana del período (proveniente de Chrétien de Troyes y personificada, quizá, en Charles d’Orléans) para abrir paso, con sus ganancias (subjetividad, humor, prosaísmo y autenticidad a todo trance), a la poesía moderna. Masters, a su vez, estaba tratando de desautomatizar varios discursos, unos por estimarlos tan raigales que ya merecían una superación (la musicalidad de los versos de Poe, la euforia fundacional de Whitman) y otros tan vanos para la salud literaria de los Estados Unidos que era preciso aniquilarlos (pienso en la retórica huera de los epígonos de Longfellow y James Russell Lowell, es decir, en los defensores de la «tradición refinada» del grupo de Boston, con Thomas Bayley Aldrich a la cabeza). De ahí su experimento democratizador: a un tiempo releer a Whitman y epatar el ambiente «exquisito» de los seguidores de los bostonianos.
Notas.
[1] Consultar Edgar Lee Masters: «The Genesis of Spoon River» en American Mercury, vol. XXVIII, núm. 109, enero de 1933, pp. 38-50.
[2] Los múltiples personajes históricos o célebres que aparecen en el libro siempre son referidos: se citan sus apellidos, sus doctrinas políticas, filosóficas, estéticas, pero nunca son los protagonistas de ningún poema. Incluso, cuando los textos llevan por título el nombre de alguno (Percy Bysshe Shelley, Robert Southey Burke, Jonathan Swift Somers, Voltaire Johnson, J. Milton Miles) de modo general se trata de caricaturas, parodias de sus notables homónimos a escala de bolsillo. De otra manera sucede con «Theodore el poeta», donde Masters rinde homenaje a su amigo Theodore Dreiser, y se esfuerza por sintetizar la poética del novelista, cuyo realismo había impresionado mucho al creador de Antología de Spoon River.
[3] En el aspecto de la creación de personajes, Masters está más próximo a Shakespeare —la otra cima del canon occidental según Harold Bloom—, o quizá a Balzac o Tolstói, al decir de Enrique Luis Revol en su Panorama de la literatura norteamericana actual, Editorial Assandri, Córdoba, 1945, p. 89: «…Masters se revela como un observador de caracteres de la misma talla que Balzac o Tolstói. Y en las vidas de todos los que están ‘durmiendo en la colina’, la comedia humana surge nítida y a veces feroz: allí desfilan, en efecto, desde el poetastro hasta la prostituta, todas las luchas y frustraciones inherentes a la condición de hombre, sin dejar de lado los chismes y rencillas…»
[4] Lo cuenta el propio Masters en «The Genesis of Spoon River».
[5] Cf. Octavio Paz: «Una de cal…» en Papeles de Son Armadans, año XII, tomo XLVII, noviembre de 1967, p. 181.
[6] Masters apunta en Acroos Spoon River, p. 373, que el crítico inglés John Cowper Powys lo llamó alguna vez «reencarnación de Chaucer». En «Spoon River Revisited» Ernest Earnest dirige la atención a las semejanzas entre ambos poetas en cuanto a la creación de caracteres y cómo estos se relacionan. Ver: Western Humanities Review, núm. 21, 1967, pp. 59-65. La cita en la página 63.
[7] Consultar Pedro Guardia Massó: «Introducción» a Cuentos de Canterbury, edición y traducción de Pedro Guardia Massó, Ediciones Cátedra, Madrid, 2001, p. 33.
[8] Ver Pedro Guardia Massó, op. cit., p. 55.
[9] Consultar Jesús López Pacheco, op. cit., p. 116.
[10] En el «Cuento del capellán de monjas», el gallo Chantecler se deja engatusar por la gallina Pertelote y el zorro lo caza. El paralelismo entre Chantecler-Adán y Pertelote-Eva resulta harto evidente.
[11] La concreción lingüística y el nivel de sugerencia de este poema sobre la señora Sibley siempre me han recordado los versos de Emily Dickinson, autora que, aunque Masters no cita, sin duda debe haber conocido y apreciado.
[12] Op. cit.
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