Notas de interpretación a la poesía de Ricardo Riverón (II)
A estas alturas podría razonarse, asimismo, sobre la existencia del neoposmodernismo en su obra, si entendemos este como una tendencia literaria y no como posmodernidad. Se trata de una poesía que insiste en la decantación formal de las ganancias del neomodernismo (sobre todo el soneto y la décima) y se vale de ellas para expresar la ciudad de provincia, la vida cotidiana en la «suave» patria, entre el polvo fatigado del municipio, desde donde se alzan las más amplias indagaciones en y hacia el universo. En estos poetas predomina la mirada urbana, generalmente de tono intimista y hay en ellos rasgos de humor, muchas veces irónico, pero que puede llegar hasta el grotesco y la escatología. Me parece muy comprensible si colegimos que el posmodernismo tradicional (el de finales del XIX y principios del XX) se cimentó en la fusión de refinaciones de los excesos románticos y modernistas con los primeros atisbos de las vanguardias en Leopoldo Lugones, Ramón López Velarde, Luis Carlos López, Porfirio Barba Jacob y León de Greiff, entre otros. Ahora, de igual manera, varios poetas cubanos, fundamentalmente del interior (y la denominación no encierra sesgos peyorativos, sino geográficos y sociológicos), probaron a reconciliar las bondades del tono conversacional y la corriente coloquialista, con un depurado lirismo a ratos tropologizante proveniente del neomodernismo y con algunas moderadas indagaciones en el universo de la neovanguardia, aunque sin caer casi nunca en la radicalidad de los autores provenientes de Diáspora(s) o cercanos a su órbita. Entre los principales exponentes de esta tendencia podemos hallar al Roberto Manzano de El hombre cotidiano, al José Luis Mederos de El tonto de la chaqueta negra, al Yamil Díaz de Apuntes de Mambrú, Soldado desconocido y Fotógrafo en posguerra, al José Luis Serrano de Aneurisma y El yo profundo, y al Carlos Esquivel de Los epigramas malditos. Y, por supuesto, al Ricardo Riverón de los libros escritos en décimas y de casi todos los posteriores a Otra galaxia…, incluyendo parcelas de este. Algunos de ellos, como Manzano y Esquivel, han sido más feroces en sus mutaciones y han alcanzado cotas de alta intensidad neovanguardista en empeños poéticos posteriores; otros, entre los que entreveo a Riverón, han preferido sostener exploraciones menos definitivas, que no supongan un autodevorarse tan dinámico que les obligue a partir de cero en el próximo intento.
En el mismo 2005 la editorial Betania publicó en Madrid Lo común de las cosas, escrito a lo largo del año anterior, en que el autor permaneció casi por completo en España. Tal vez el tema central de este volumen sea el exilio, la diáspora que, aunque transitoria, permite a los sujetos líricos mirar desde otra orilla la realidad nacional, replantearse aristas históricas, ideológicas, políticas y releer el presente a partir de una visión heterodoxa del pasado y de las causas que movieron la Historia hasta el punto donde se halla en ese momento. Desde el inicial «Poema de la partida» hasta el conclusivo «Poema del regreso», estamos ante un cuaderno de viajes sui géneris: a un tiempo se deja fluir la nostalgia y se recrea, gracias a la intertextualidad con Antonio Machado (las secciones intermedias se titulan «Ojo porque tú lo veas» y «De la rabia y de la idea»), un diálogo de cierto sabor poscolonial en el que se debaten asuntos de Cuba y de España, de la literatura y de la participación cívica, del pasado, del presente y del porvenir. Estoy seguro de que diálogo sería la palabra ideal para definir Lo común de las cosas, máxime si apreciamos que Riverón incorpora en él epístolas y paneles en los que el dialogismo, la plurivocidad que se hace explícita por vez primera en su producción lírica, se convierten en el aporte básico del cuaderno. Este recurso guarda un matiz que apunta hacia el neovanguardismo que se verá reforzado en Días como hoy (Letras Cubanas, 2008).
En efecto, ahora Riverón ensaya un nuevo resorte de la neovanguardia: el empleo de máscaras que difuminen el yo poético y marquen una distancia entre este y el yo empírico del poeta, aquel que parece hablar (cantar) en los poemas. En la sección «Uno y otros» se apropia de algunas voces célebres a través del recurso de la intertextualidad: Chéjov, Juan Ramón Jiménez, Shakespeare, recrean episodios de la vida de la dama del perro, Platero, Romeo y Julieta, que junto a otros personajes literarios (Paris, Helena) o procedentes del mundo del cómic (Lois Lane, Clark Kent), multiplican los sujetos líricos en busca de otros caminos para la expresión de las angustias existenciales del autor. Días como hoy posee, además, incorporaciones de carácter conceptual: la primera, el valor que en él se le concede a la duda para emprender el conocimiento del mundo, pues crea una polisemia de verdades posibles que contradicen y a la vez complementan a las verdades obvias y evidentes con las que se construyen los imaginarios colectivos y termina por poner en crisis el dialéctico, relativo y escurridizo concepto de verdad; la segunda, la aparición del tema de la vejez y la reflexión acerca de cómo se dilata el dolor cuando crecen el descaecimiento y el escepticismo. Este es, no quepa dudas, un poemario de madurez, donde los códigos constantes que atienden a lo lírico y a lo vivencial se mantienen y en el que Riverón rescata la narratividad de La luna en un cartel, ahora reforzada con un lenguaje parabólico, alusivo, que facilita los desdoblamientos del yo y el sentido connotativo y polisémico de cada poema y del cuaderno en general.
A la altura de 2011 Ediciones Unión puso en circulación la antología personal No me quieras matar, corazón, que recoge el fruto de treinta años de labor sostenida en el ejercicio de la poesía. Los textos, extraídos de sus colecciones originales, sufren una resemantización provechosa y dan testimonio visible, ya sea en lo conceptual, ya en lo formal, del viaje que he venido comentando. No obstante, evitaré detenerme en esta muestra por las obvias razones de que ya he analizado sus fuentes. Las novedades que incluye el poeta en este libro, están más bien en la zona de los entonces inéditos, textos que luego agrupó y publicó por Letras Cubanas bajo el título Morir con otras almas en 2016.
En este arriba a varias primicias temáticas y estilísticas. En ese sentido, desde la primera sección («Extraños en la noche»), y una vez más apoyado en la referencia intertextual, Riverón ensaya voces «ajenas», lo mismo de poetas «reales» (Gastón Baquero, Juan Clemente Zenea) que de personajes literarios (uno de los Karamazov, Florentino Ariza, el inspector Javert de Los miserables), esta vez pulsando los mecanismos del apócrifo y el heterónimo, táctica de filiación vanguardista empleada por Fernando Pessoa, Ezra Pound y T. S. Eliot, entre otros grandes. Para mi gusto, la zona de mayor altura lírica e intelectiva del libro está en el acápite «Calamo currenti», en la cual hay un ajuste de cuentas con poéticas anteriores, una reflexión dialéctica sobre su propia evolución como poeta y, además, un conjunto de inquietantes observaciones acerca de la credibilidad y la ininteligibilidad de la poesía y, a la postre, acerca de su fuste como vehículo de comunicación y como instrumento cognoscitivo. Aunque en Morir con otras almas subsisten el soneto y el verso libre, predomina el poema en prosa en una palpable demostración de que el poeta ha identificado la libertad de esta forma anfibia que ofrece mayores posibilidades de ensanchar el horizonte conceptual y exige un menor acatamiento de los dispositivos tradicionales de la lírica, demasiado ortodoxos muchas veces con respecto a los requerimientos de las nuevas ideas.
También aprecio un resumen de temas anteriores y constantes (el lamento elegíaco, el rescate de la adolescencia y la juventud, el replanteo de los conflictos entre padres e hijos, la relevancia del viaje para universalizar las miradas y las voces del poeta) y una depuración estilística en la que cada vez se consigue decir más con menos. Se consolida la relación de los sujetos poemáticos con el entorno rural, con la naturaleza y el paisaje, digno entronque con una tradición que tuvo su cima en la obra de Samuel Feijóo, con cuya labor de editor, antropólogo y gestor cultural, Riverón guarda más de una coincidencia.
Y aquí me detengo, después de haber apuntado, creo, las principales pautas estéticas de un autor que se ha movido por las tendencias primordiales de nuestra lírica en los últimos cuarenta años y lo ha hecho con el rigor y la honestidad privativos de quienes trabajan a despecho de la adversidad del medio, del reconocimiento hipócrita y del aplauso circunstancial. Otras profundizaciones, ya lo dije al inicio, requerirían un tiempo y un espacio que me exceden. Sirvan estas palabras de modesto homenaje a quien no tenemos cómo retribuirle la generosidad de legarnos su prosa y su poesía.
Ver también Ejercicio 71
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