Vivir en la poesía: un vistazo al ejercicio crítico de Enrique Saínz
Hace unos meses, en un breve apunte sobre la obra poética de Sigfredo Ariel, hacía notar la cantidad de amigos escritores que han muerto en los últimos años. El más reciente de ellos, muy cercano a mí, fue Enrique Saínz de la Torriente. Nuestra amistad tuvo un origen poético y se mantuvo en esa tesitura hasta el final, aunque se fuera incrementando por el camino en otros órdenes que la convirtieron en una relación fraterna. En el año 2000 yo había concluido una breve antología de poemas de John Donne y pensé en Enrique para que la prologara; un amigo común me allanó el camino hasta él y aquella visita, sazonada con una larga conversación sobre poesía, fue el inicio de veinte intensos años de intercambio de libros, ideas, chistes, comidillas y cuanto imaginarse pueda al compartir dos oficinas próximas en el edificio de Ediciones Unión y múltiples proyectos literarios y personales.
No quiero abundar demasiado en el temperamento de Enrique, pues de seguro antes y después de mí otros asumirán esa enredada tarea. Su adusta apariencia pública de crítico literario célebre y de bautista íntegro podía transmutarse en el plano privado en la de un cubano de a pie que se desternillaba con un cuento de relajo o perdía la calma y hasta la objetividad cuando se adentraba en los siempre pantanosos terrenos de la política, sobre todo si el diálogo derivaba hacia cómo esta influye y condiciona el arte y la cultura. Y es que el arte y la cultura, y en lo fundamental la poesía, eran el sostén de la existencia de Enrique Saínz. Por eso no encuentro mejor manera de homenajearlo que revisar las que son, a mi entender, sus virtudes como ensayista y crítico literario y sus contribuciones al estudio de la lírica nacional (aunque igual resultó uno de los escasos audaces que se arriesgó a extender sus inquisiciones más allá de nuestras fronteras).
Durante varias décadas, Enrique trabajó como investigador del Instituto de Literatura y Lingüística. Fruto de esa labor son sus primeros libros: Silvestre de Balboa y la literatura cubana (1982) y La literatura cubana de 1700 a 1790(1983), sendas monografías en las cuales el autor explora esos inciertos años de formación de la literatura nacional. Esta, de por sí, es una faena engorrosa: poco hay que señalar de vistoso en esos períodos si se comparan no ya con la literatura europea de la época sino con la misma de América. Saínz, sin embargo, supo sacar provecho de esas pesquisas semiarqueológicas y brindarnos un armonioso paseo por los orígenes de nuestra poesía, como demuestran, aparte de los dos títulos mencionados, los capítulos inaugurales del primer tomo de la Historia de la literatura cubana, que son de su autoría (como también lo son otros períodos y autores notorios en nuestra historia literaria: los años iniciales de la República, Regino Boti, José Manuel Poveda, Agustín Acosta, Mariano Brull, Emilio Ballagas, Eugenio Florit, Eliseo Diego o la poesía cubana de la emigración posterior a 1959).
Una de las virtudes que hallo en esa etapa primigenia de su ensayismo es la de reconocer la autenticidad del Espejo de pacienciade Silvestre de Balboa y, siguiendo sin duda a Cintio Vitier (a quien le unió una amistad entrañable y por quien sentía una profunda admiración intelectual), señalar la presencia de rasgos autóctonos de insularidad en el balbuceo económico, social y político que el raro poema épico deja entrever. Notoria resulta también su oposición a las voces que tildaban de precoz sentimiento patrio y de reclamo de autonomía ante España la reacción de los vecinos criollos contra los piratas, acciones que enmarca en su contexto como propias de las relaciones colonia-metrópoli-otras potencias de Europa mezcladas en el conflicto.
Esta peculiaridad de no abandonar jamás los vínculos de un autor y de su obra con los contextos históricos y sociales fue sin duda uno de los grandes aportes que hizo a la labor crítica de Saínz la educación marxista que recibió en sus estudios universitarios. Este detalle, para muchos críticos una losa cuyo peso nunca atinaron a desmontarse de la espalda, devino en Saínz alimento nutricio para discernir intensos conflictos filosóficos, teológicos y estéticos que condujeron a los escritores a posicionarse de maneras muy particulares ante la época, la tradición literaria y el lenguaje. Tal vez su contradicción personal entre la fe cristiana y la ideología marxista imperante de modo un tanto abstruso en sus años de formación y de ejercicio inicial de la crítica literaria le facilitó las herramientas para, en vez de anquilosarse en el reduccionismo filosófico que lastró la apreciación de muchos de sus coetáneos, encontrar una manera aglutinante de razonar y de ensayar que ya no le abandonaría durante el resto de su producción intelectual y que se iría enriqueciendo con la adición y revisión de las nuevas corrientes críticas procedentes de Europa y de los Estados Unidos en las postrimerías del siglo XX y los inicios del XXI.
Hay otras monografías en las cuales quiero hacer hincapié: Trayectoria poética y crítica de Regino Boti (1987), La obra poética de Cintio Vitier (1998) y La poesía de Virgilio Piñera (ensayo de aproximación)(2001). Estos volúmenes, más allá de disensiones siempre posibles en el terreno ensayístico que alguien pueda tener con ellos, son esenciales para abordar a tres de nuestros mayores y más polémicos poetas. A Boti, Saínz consigue leerlo mediante agudos enlaces entre la obra poética de este y el enjundioso ensayo «Yoísmo», prólogo a su perturbador poemario inicial Arabescos mentales. El analista deja clara la que vendría a ser, a la postre, una de las principales virtudes de Boti: el eclecticismo en el fondo y en la forma. Eclecticismo que, ya lo insinué antes, marca de igual manera a Enrique Saínz. En lo relativo al plano formal, además, recalca la idea del guantanamero acerca de la relevancia de conseguir un estilo personal, que conduzca a la originalidad, única vía para sacar a la poesía cubana del marasmo que la asolaba por entonces y abrir nuevos derroteros en su expresión. Resulta importante apreciar la insistencia de Saínz en las concepciones de Boti sobre el arte como reflejo de la realidad y su manifiesto repudio al arte trastocado en instrumento de propaganda política y social, actitud que Boti consideraba fallida en algunos poetas de la vanguardia cubana, cuyo exceso de expresión implícita de lo sociológico termina por lastrar el texto artístico. Por último, Saínz le concede un lugar preponderante dentro de la poética del autor de «Yoísmo» a la idea de que el creador necesita lograr conciencia de sí, definirse, autorreconocerse en su doble carácter histórico (la tradición) e individual (el yo perceptivo). A partir de ahí, Boti se inserta en una tradición de poetas pensadores del poema y, también, de muchas aristas de la identidad nacional (José María Heredia, José Martí, Julián del Casal, José Lezama Lima, Cintio Vitier, y un largo etcétera), que constituyen el núcleo fundacional de nuestra lírica, y anuncia el advenimiento de la gran revolución que sería en la literatura en lengua española, y por ende en la cubana, el grupo Orígenes.
Cintio Vitier es, quizá, el ascendiente intelectual más poderoso en las concepciones literarias de Enrique Saínz.[1] Confesa resulta la influencia en él de Experiencia de la poesía, ensayo de 1944 que habla este género como compromiso ontológico, como un diálogo entre lo inminente y lo trascendente en la vida del poeta. Historia, destino, alma, escritura, van a ser conceptos que plaguen, desde entonces, no solo las páginas de Cintio y las de Enrique sobre Cintio, sino el resto de las que dedicará Saínz a cuestionarse otras estéticas por disímiles que fuesen. Saínz se suma, sin duda, a una cadena intelectual y espiritual que, proveniente de Cintio, incluye a Lezama, a María Zambrano y a Juan Ramón Jiménez, escritores con cuyas obras y poéticas dialogó de manera dialéctica en sus ensayos, al extremo de que, para muchos conforma, junto a Jorge Luis Arcos y Roberto Méndez, la tríada de estudiosos mayores del origenismo y sus figuras fundamentales.
Esta sería, sin embargo, una visión sesgada del asunto. Saínz revisó, es cierto, otras voces notables de Orígenes como Eliseo Diego y Fina García Marruz, pero lo mismo hizo con autores de las generaciones precedentes (Dulce María Loynaz, y otros) y, sobre todo, con la falange disidente del origenismo, la que abrió otras nuevas sendas en la historia de la poesía cubana, encabezada por Virgilio Piñera y Lorenzo García Vega. Por esa razón, el volumen La poesía de Virgilio Piñera (ensayo de aproximación)puede leerse como un parteaguas en su labor ensayística, pues a partir de él comienza a manifestar una manera más abierta de apreciar el hecho literario y a dar entrada en el análisis de las poéticas y de los poemas a elementos desautomatizadores tanto en lo conceptual como en lo estilístico que no abundaban en sus abordajes anteriores. La contaminación de la poética y del poema con la ironía, la parodia, el juego intertextual, la carnavalización de la realidad, la alteración y casi destrucción del lenguaje, el uso del habla popular, y otros resortes característicos de Piñera primero y de García Vega después, permearon las concepciones de Saínz y le permitieron, a partir de sus recopilaciones de ensayos subsiguientes, abandonar la zona de confort analítica anterior y aventurarse en propuestas más actuales y revolucionarias en el devenir de la lírica nacional.
Si bien es cierto que el ensayo sobre Piñera adolece de algunas visiones próximas al orbe vitieriano, sobre todo en lo concerniente a temas espinosos como la sexualidad, el enfoque de género, la cuestión racial o la apreciación de los registros del habla popular en la poesía, para los cuales la sensibilidad católica de Vitier y la bautista de Saínz tal vez no estuviesen del todo listas, también lo es que al Enrique abrir su prisma a nuevas maneras de pensar y escribir la poesía fue comulgando con enfoques menos trascendentalistas, más signados por los cambios de signos del discurso posmoderno, y se dedicó a indagar en el grupo de poetas nucleados alrededor de la revista Diásporas, a los cuales consideraba el gran revulsivo para la poesía cubana en la última década del pasado siglo y los primeros lustros del presente. Nombres como Rolando Sánchez Mejías, Pedro Marqués de Armas, Carlos Alberto Aguilera, algunos de los protagonistas de esa empresa cultural, se hicieron muy visibles en sus textos; también los de otros poetas que orbitaban cerca de esas posturas cuyos gestos vanguardistas le resultaban tan inquietantes (Juan Carlos Flores, Antonio Armenteros, los antedichos Caridad Atencio y Rito Ramón Aroche, Ismael González Castañer). Saínz fue prologando o reseñando muchos de sus cuadernos, e incorporando esos estudios a los volúmenes que luego publicó: Diálogos con la poesía, Las palabras en el bosque, Ensayos en el tiempo, Ensayos inconclusos, Las palabras precisas. Estas voces coexistieron en esos libros con relevantes poetas cubanos de otras promociones a los cuales dedicó exámenes capitales para entender sus universos líricos y para colocarlos en un sitio de alta visibilidad en el devenir de la poesía cubana (Fayad Jamís, César López, Mario Martínez Sobrino, Pedro de Oráa, Lina de Feria, entre otros).
Como dije al inicio, Enrique Saínz resultó uno de los pocos críticos nacionales que nunca dejó de abordar la poesía foránea, vista casi siempre en su interacción con la nativa. Preparó antologías de Garcilaso, Quevedo, Rilke, fray Luis de León, santa Teresa, san Juan de la Cruz, y prologó esas y muchas otras provenientes de diversas culturas y lenguas. En los libros que antes mencioné incluyó ensayos sobre poetas medulares (casi siempre de expresión francesa, lengua podía leer con naturalidad) como Valéry, Claudel, Saint-John Perse, y otros, con una prosa de alta factura que descuella por el equilibrio entre la agudeza conceptual y la galanura formal con que interpreta y explica el desarrollo de las diferentes poéticas o etapas en la producción de los creadores que juzga, rasgo privativo de los ensayistas mayores, aquellos con los cuales en muchas ocasiones tal vez no coincidamos en absoluto, pero quienes nos compulsan a mover el pensamiento, a vivir en la poesía, ese diálogo que camina.
[1] Me atrevo a arriesgar la tesis de que Saínz, a lo largo de toda su producción ensayística, aspiró a reescribir y enriquecer ese monumento que es Lo cubano en la poesía. Piénsese en cómo su curiosidad exegética se mueve desde Espejo de paciencia hasta poetas muy cercanos a su entorno (Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio), pasando por casi toda la historia de la poesía cubana.
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