En la memoria de los cubanos, el 10 de octubre está inseparablemente unido a la figura de Carlos Manuel de Céspedes, el abogado bayamés que hace ya más de un siglo y medio se alzó en su ingenio La Demajagua por la independencia de Cuba. Mis pensamientos retornan ahora al parque con la estatua de Céspedes en medio y las notas del himno de Bayamo junto al busto de Perucho, y recuerdo mi infancia y juventud a la sombra de aquella estatua, que años después iba a seguir acompañándome en medio de otro parque, situado donde alguna vez estuvo una Plaza de Armas. Porque Céspedes es también un «misterio que nos acompaña», como dijera Lezama sobre Martí.
Muy cerca de la Plaza de Armas, en el Colegio San Jerónimo de la Universidad de La Habana, se presentó en octubre de 2017 la edición cubana de la novela El camino de la desobediencia, del joven escritor Evelio Traba (Bayamo, 1985), publicada por Ediciones Boloña y prologada por esos dos eruditos que son Eusebio Leal Spengler y Rafael Acosta de Arriba.
Hace bastante tiempo, cuando hablamos por primera vez, mi amigo Evelio me contó que él ya me conocía de antes, porque había estado en la presentación de mis Cartas de la nostalgia,[1] en la librería frente al parque Céspedes en Bayamo. «¿No te fijaste, al fondo de la sala improvisada en la librería, en un jovencito con uniforme de preuniversitario?», me preguntó. Y sí, me había fijado, y aunque apenas cruzamos palabras, ese primer encuentro quedó como semilla de una amistad que se ha afianzado con el paso de los años.
El jovencito de la librería estudió en la universidad, y al graduarse comenzó a trabajar en el Museo Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes, donde pudo profundizar en la vida y la obra de aquel a quien se llama con justicia el Padre de la Patria, y mientras indagaba en el archivo del museo y escribía poemas, se iba gestando en su interior una novela que ya cuenta con dos ediciones, la española por la Editorial Verbum de Madrid, en 2016, y la ya mencionada de Ediciones Boloña, en 2017.
No es esta la primera incursión de Evelio en el oficio de contar historias reales e imaginarias: su primera novela, La concordia, mereció Accésit en el Premio Alba Narrativa de 2012, y fue publicada en 2013 por la editorial cubana Arte y Literatura. Otra novela suya, El ritual de las cabezas perpetuas, obtuvo el Premio Iberoamericano Verbum 2016. La madurez alcanzada por el autor le ha permitido levantar un monumento literario a uno de los cubanos más ilustres de todos los tiempos en El camino de la desobediencia.
Me cuenta Evelio que trabajó en la narración durante casi cinco años, «obsesionado con estas peripecias», y que fue durante los últimos seis meses de escritura cuando el libro adquirió la arquitectura que me parece una de las mayores virtudes de la novela: la forma en que se van enlazando los pasajes para conseguir ese dinamismo que anima la extensa trama, en la que se alternan los tiempos y los puntos de vista narrativos, para dar al lector una perspectiva histórica y una visión lo más cercana posible a la realidad de esta figura fundacional que es Céspedes, y a la complejidad del contexto en que le tocó vivir.
Al concluir, emocionada, con las últimas páginas del libro, repasé los pasajes que más me impresionaron. Mucho me gustaron el parlamento de Ignacio Agramonte «desde la otra orilla de la vida», y el trabajador negro del cementerio que le rezó a Céspedes para pedirle suerte y después le llevaba flores como a un santo, y las descripciones de los viajes a Europa y a Constantinopla, en las que Traba logra una narración de viajes vivencial y auténtica.
La inevitable tristeza de la muerte solitaria y digna del Padre de la Patria en San Lorenzo, es compensada por ese final de la narración que se sitúa justo en el punto donde nuestra nación comienza, con la proclama de la independencia y esa foto, no sé si real o imaginaria, que perpetúa en las letras el retrato de los iniciadores.
Sean estas líneas un saludo al 10 de octubre y a la novela cespediana de mi amigo Evelio, cuya lectura nos acerca a un Céspedes que no es solo el «hombre de mármol» del que hablara Martí, sino un ser humano entrañable, con debilidades que no disminuyen su grandeza sino que la subrayan.
[1] Ediciones Bayamo, 2004.
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