
El líder de la nueva vanguardia revolucionaria, Fidel Castro, comprendió que la dictadura pretendía utilizarlo como moneda de cambio con las agrupaciones de la oposición para pactar un arreglo político que implicase un compromiso tácito con el gobierno. Ante semejante maniobra que comprometía sus principios revolucionarios señaló: «así hoy se pretende desmoralizarnos ante el pueblo o encontrar un pretexto para dejarnos en prisión».[1]
Atendiendo a que la ciudadanía quería evitar más derramamientos de sangre, tanto Fidel Castro como José Antonio Echeverría adoptaron una posición sabia ante el dilema en que se debatía la nación. Propusieron que la única solución cívica aceptable serían unas elecciones generales inmediatas sin Batista. Sabían que los partidos tradicionales al tomar un derrotero equivocado y adherirse a la fórmula de la Sociedad de Amigos de la República (SAR), fracasarían rotundamente y su descrédito se acrecentaría, momento oportuno para obtener el apoyo popular, emprender la lucha armada y liderar la oposición política a la dictadura golpista. Era la manera más juiciosa de lograr que la salida insurreccional fuese comprendida por las grandes mayorías.
Las gestiones de la SAR continuarían a pesar de las repetidas negativas de funcionarios del régimen a aceptar sus demandas. Batista, en el afán por desentenderse de los reclamos de la oposición oficial, señaló que dicha institución cívica no había demostrado ser neutral ni tener suficiente apoyo entre los partidos tradicionales. Los ejecutivos de la SAR respondieron con la convocatoria en noviembre del Acto del Muelle de Luz para demostrar el respaldo que tenían entre los partidos de la oposición. En aquella oportunidad la negativa del régimen no pudo ser más rotunda, el acto fue condenado de subversivo por el Senado y Batista expresó: «Estamos pensando seriamente si hacemos daño al pueblo en no ser dictadores».[2]
A partir de ese momento las vanguardias revolucionarias dirigidas por Fidel y José Antonio comprendieron que las gestiones mediacionistas debían cancelarse, puesto que el pueblo distinguía perfectamente que el momento no era político sino revolucionario.
No obstante, la SAR y los partidos adheridos a su gestión se mantuvieron insistiendo en sus demandas. En diciembre de 1955, ante el pujante movimiento de protestas del estudiantado y la clase obrera expresado en una imponente huelga azucarera, el régimen castrense aceptó dialogar con la oposición con el objetivo de abrir un dilatado período de conversaciones que les sirviera como pantalla para paliar las dificultades del momento. Tras vencer numerosos obstáculos, gobierno y oposición dieron inicio, en marzo de 1956, al Diálogo Cívico. Durante las conversaciones el gobierno, a la demanda de la oposición de elecciones generales inmediatas, respondió con la convocatoria a elecciones para una Asamblea Constituyente lo que era una maniobra dilatoria y engañosa. La SAR y los partidos de oposición no aceptaron la propuesta, necesitaban un arreglo político lo suficientemente amplio para inducir a la juventud revolucionaria a revocar sus planes de lucha armada y para ello necesitaban la renuncia inmediata de Batista. De cualquier modo la fórmula del gobierno tampoco les garantizaba hacerse del poder. El escenario estaba listo para la confrontación abierta entre los dos polos del conflicto cubano: la dictadura, desprovista de apoyo popular alguno, y la Revolución con un programa que integraba a los sectores y clases más humildes de la sociedad y con el mérito de haber tenido la frente en alto todo el tiempo. Mientras los políticos insistían en entenderse con el régimen, desde el exterior el Movimiento 26 de julio había preparado las condiciones para el reinicio de la lucha armada y el estudiantado lanzado a las calles estremecía el país de un extremo a otro. La Revolución tenía abonado el terreno para captar el consenso del pueblo, se había conformado un movimiento revolucionario de masas.
[1] Mencia, Mario: Ob. Cit. p.129.
[2] Ibarra Guitart, Jorge Renato: La SAR: Dictadura, Mediación y Revolución (1952-1955). Colección Pinos Nuevos. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1994. P. 73-74.
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