Uno se describe a sí mismo persiguiendo lo fatal. Esta idea de Braque recorre toda la obra poética de Jesús Lozada que ha sido reunida y publicada, ahora que el poeta cumple 60 años. En Hablar la noche son supremos el amor y la muerte, pues solo a través del amor es que transcurre. Solo por el amor a la muerte:
¿IR DÓNDE A qué armonía? ¿Para qué corrupción Fuimos llamados? Vana existencia que aprendió A nacer Raza ¿Qué diremos Cuando el cirio de muerte Cuando los antiguos Sientan el perfume De los que vamos entrando? Hora es de inventar Espléndido el Amor!
(p. 83)
Crucial es la religiosidad e, incluso, hay en la respiración del poeta como una investidura de Dios, del total Creador que dispone un mundo con sentido y misericordia. Por lo tanto, es un yo solemne y trascendente. Se nos representa el poder de Dios personificado en el carácter efímero de la existencia del hombre. Alguien se ha parado a ver la dimensión, la trascendencia del mundo a través de cantos que reproducen la naturaleza y el sentido de la religión y ensoñación de Dios:
SABANA INMENSA EN LA LUZ
Sudario mío
¿Qué para nombrarte?
Respírame.
(p. 92)
Esta poesía es un intento de apresar el decursar, el rapto de la vida en unos pocos versos, en unos pocos actos donde asciende inevitablemente el Dios de la naturaleza del que fuimos hechos a imagen y semejanza, y transitan las equiparaciones: es la parte de lo que clama de la naturaleza el todo, líneas como diagramas de la vida, de la existencia que es vida sobre muerte y muerte sobre vida. El universo simbolizado en sus partes. Signo pleno: signo esquivo. Asistimos a la personificación de Dios en el músculo finito del hombre —Dios invocado en el hombre—. Por eso en su poesía contemplo con asombro que Dios, el hombre y el país son una misma cosa. Estamos en el reino de Dios, pero profanando a Dios, lo que ya establece de por sí la tragedia del hombre. Es el canto hermoso de una pérdida, el cuento subyugante de una tragedia lo que atesoran estas páginas: «Estoy mirando / El dibujo en otra luz que no existe / Estoy mirando el polvo: / ¡Envidia! La creación / Un grito de clemencia», la falta, el pecado original, aunque el sacrificio debiera ser fructuoso —es la consagración del sacrificio—, y se contempla el carácter efímero de la existencia como algo también sagrado, eso que intentas apresar es bello porque se escapa, el imposible de ser transcurso y trascendencia, el equilibrio entre ilusión y decepción conforma la existencia del hombre, lo que se subraya con lo que esta poesía tiene de conjetura, misterio o ceremonia, oración, salmo, tono exultado, letanía, gesto alado, revelación bíblica y fe imantada; y con la manifestación del miedo como sentimiento paralizante que puede caracterizar lo humano y que impide conocer el sentido y la ley del universo:
FUEGO DE DIOS Cópula de Astros No quiero el fuego No quiero arder Soy hombre Repleto de varonía Humano hosco Dame tiempo Para la desgarradura. Los ojos quebrados.
(p. 95)
Se aspira a evaporarse y ser en la naturaleza porque a su perfección se canta. En este sentido el hombre atesora su religión, su Dios, pero es el encargado de salvarlo y de salvarse él mismo, porque ha perdido su verdadera naturaleza —el hombre ha sido expulsado de su paraíso por su propio discurso— y lo hace en territorios poéticos donde se unen comunión —concepto que caracteriza, quizá, toda la poética de Lozada— revelación y rebelión, y se tienta al hombre a cumplir sus deseos y aspiraciones, pues el ser que lleva la religión en los huesos está para cantar siempre el milagro. Vivimos ante Dios encarnado en el hombre, dibujando perfiles desde la opacidad, ante el mundo como proceso, como química y alquimia vuelta hombre, o ante la alabanza del reflejo: el brillo, la ceguera, la embriaguez de la luz.
Estamos ante una poesía de marcado carácter antropológico y esplendente que abraza los horizontes estéticos martianos —revestimiento ético de los ejes alto / bajo, y de la dicotomía sombra / luz y la gracia— y el afán cosmovisivo lezamianos, donde la ausencia de signos de puntuación, cuya función se suple con el empleo persistente, letánico de la mayúscula al inicio del verso, crea una especie de encabalgamiento que puede abrirse o cerrarse, y procura la autonomía del verso, dotándolo de intensidad. Estamos ante una poesía que aspira a la respiración de un solo poema. Este tipo de disposición estilística exige mucho del plano ideotemático, y puede llegar a no funcionar si los límites pierden sus proporciones.
De la existencia humana y su dibujo —es decir su misión— que debe ser descifrado por otros hombres, trata esta poesía, que atesora la cualidad hímnica, donde el viaje mítico se encara con los ojos del viaje material. Así como el mundo natural hizo de él parte consustancial al hombre: «y el cielo se mirará en el hombre», y dejaremos «que nos arrastre la armazón atlética del alma» en la «ciudadanía del árbol», así el hombre en sus manos tiene «el poder» de volver natural el mundo, de regresarlo a los comienzos, donde el verde y las aguas eran la bendición. Pero muchas veces este hombre que pretende ser Dios sabe que no lo es, y de ahí su vía crucis, entonces descubre que «el árbol impasible se quema».
Luego de la lectura de esta obra reunida, donde destacan por su belleza y eficacia expresiva los cuadernos Archipiélago, Los ojos quebrados, Sentado en el olvido y Canciones eslavas, nos percatamos que el poeta anhela que el hecho de personificar a la naturaleza también sea algo grande, poderoso, que dé una nueva dimensión a los frutos, donde la muerte es una parte perfecta de su conformación. El hombre que penetra los misterios es el emblema imposible de este libro.
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