El 30 de agosto de 1887, a las siete y media de la mañana nacía en la casa nº 48, piso tercero de la calle de la Florida en Vitoria, Gustavo de Maeztu y Whitney. Su madre, doña Juana Whitney y Boné, natural de Niza, en Francia, era hija de don Juan Whitney, natural de Milán, Italia, comerciante y de doña Sara Boné, natural de Londres. Su padre, se llamaba don Manuel de Maeztu, propietario y natural de Cienfuegos, en Cuba. Era hijo de don Francisco Maeztu, natural de Alcanadre, provincia de La Rioja y su madre era doña Ana Rodríguez, natural de Cienfuegos, en Cuba.
El día 2 de septiembre era bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel. Fueron sus padrinos sus hermanos Ramiro y Ángela. Recibió los nombres de Gustavo Jorge Pelayo.
Será Gustavo miembro de una familia cosmopolita. Este aspecto será importante en la formación de Gustavo, pues su espíritu, siempre inquieto no se satisfizo con la presencia continuada en ningún sitio, ya que su quehacer creativo se iba a inspirar en el continuo contacto con gentes y paisajes diversos, que le llevarán a recorrer parte de Europa y toda la península ibérica.
Es el último vástago de una familia compuesta por otros dos hermanos, Ramiro y Miguel Ángel y dos hermanas, María Ángela y María Ana. Se completaba la familia con la presencia de un personaje muy importante para la formación de todos ellos, Magdalena Echevarria, o Madalen, como era cariñosamente llamada.
Por estos años se vivía en Vitoria gran riqueza de manifestaciones culturales que se proyectaba en la sucesión de eventos culturales, científicos y de comunicación. Esto último lo podemos observar en la abundancia de periódicos y revistas como: El Porvenir Alavés, El Fuerista, El Norte de España, La Trompeta, La Guindilla, La Gaita, El Contrabajo, diarios, donde se alternaba la seriedad con la sátira y en los que se foguearon como ilustradores artistas de la talla de Díaz Olano, buen amigo de Gustavo de Maeztu. Sin embargo, por su edad y su pronta partida de la ciudad no pudo gozar de estas actividades culturales.
Cuando don Manuel y doña Juana se asentaron en Vitoria su estatus social era el de unos indianos adinerados que alternaban con lo más exquisito de la ciudad, llevando una vida espléndida, que permitió, sobre todo a Ramiro, vivir en un ambiente doméstico de comodidad y opulencia.
Este ambiente de abundancia, donde se alternaba el castellano con el inglés, las atenciones de las niñeras, los paseos gozosos en el coche familiar o la posesión de la primera bicicleta llegada de París, terminó en bancarrota familiar.
En 1894 muere en Cuba don Manuel Maeztu, a donde había acudido para poder salvar algo de su patrimonio. La familia se trasladó a Bilbao.
Abandonaba Gustavo una ciudad, que para él solo significó juego y diversión y partía hacia un Bilbao industrializado, donde aprendería sus primeras letras y por lo tanto sus primeros sacrificios.
Apenas llegada a Bilbao doña Juana, fundará un centro docente que llevará por nombre Colegio de Señoritas Whitney de Maeztu. Academia Anglo Francesa. El colegio lo abrió gracias a la ayuda de un republicano rico, Horacio Echevarrieta.
Por este motivo, el colegio se vio pronto asediado por un agresivo clericalismo. ¿Cómo confiar la educación de niños a aquella inglesa, acaso protestante, quizás descreída, y cuyos hijos presumían de liberalotes y el mayor hasta se las daba de anarquista?
Pero doña Juana no se dejó vencer y su abnegación propició el triunfo. Abnegación que le llevará a escribir en febrero de 1901, a sus 43 años, a don Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca y amigo de su hijo Ramiro, solicitando las condiciones para presentarse a una cátedra de francés en esa Universidad.
Indalecio Prieto, que tuvo duras palabras para todos los miembros de la familia, excepto para Ángela, «la más inteligente, la más abnegada, la más modesta de los cinco hermanos, la única entre ellos refractaria al exhibicionismo», se deshacía, sin embargo, en elogios al hablar de doña Juana, destacando en ella, unos rasgos de singular belleza.
Entre tanto, probablemente ajeno a las penurias de su madre y a las inquietudes de sus hermanos mayores, Gustavo acudirá al Instituto de Bachillerato de Bilbao, y como un niño más de su edad, dedicará más tiempo a emborronar sus libros de dibujos (sobre todo con caricaturas de su hermana María) que a estudiar y, como no, a soñar.
Con el apoyo de su madre pasa a aprender dibujo en el taller del artista tolosarra, afincado en Bilbao, Antonio María de Lecuona y Echániz, quien fue pintor de Cámara de la Corte de Carlos VII. Con él, Gustavo, aprendió los rudimentos del dibujo y de la pintura.
Como nos cuenta Unamuno, discípulo del mismo pintor, en su estudio se podían contemplar copias de Teniers, donde se refleja el ambiente populachero. Pero también se hablaba del Greco, aunque «no más que como un loco y un extravagante».
Tras este breve período, sus inquietudes le llevaron a frecuentar el estudio de Manuel Losada Pérez de Nenin, quien también, en sus principios había acudido al taller de Lecuona. Mientras alternaba su deseo de aprendizaje pictórico con los estudios mercantiles.
La tradición que suponía el estudio de Lecuona se veía ahora rota en el taller de Losada, pues este había pasado una larga estancia, muy fructífera, en París, siendo asiduo de Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Ignacio Zuloaga, Pablo Uranga, Paco Durrio y James Mac Neill Whistler.
Las predilecciones de Losada se orientaron hacia la pintura de El Greco y de Velázquez y gracias a su magisterio, los pintores vascos, entre ellos Gustavo, comenzaron «a encontrar su camino completamente al margen de la académica pintura madrileña y romana de fines del pasado siglo, empalmando sus inquietudes con la herencia que habían dejado Goya, el Greco, Velázquez y Ribera».
El joven Maeztu, adquirió una clara impronta losadiana, pero no solo porque su pintura, (sobre todo la de tipos), tuviese el aire casticista de su maestro, sino porque además «siente el añejo arte español con vehemencia que no es pegadiza, sino que radica en un temperamento cuyos gustos y tendencias tienen mucho de común con la pintura que realizaron los viejos maestros».
En este estudio se le despertó una inusitada afición a la lectura del Guzmán de Alfarache, pensando en retratar toda la sociedad que se describía en el libro de Mateo Alemán. En su mente, aún joven, se bosquejaban infinidad de cuadros en donde se representaban escenas de la «andante picaresca». Pero aún no disponía de la habilidad técnica que le permitiese trabajar sus sueños en el lienzo.
En 1905 participa en la Exposición de Bellas Artes de Bilbao celebrada en los locales de la Sociedad Filarmónica, inaugurada el 16 de mayo. Era su cuarta edición. Gustavo tenía 17 años y exponía tres obras tituladas: «Un estudio», «Bodegón», «Estudio para un retrato».
Al año siguiente se repite la misma exposición de Bellas Artes, también llamada de Arte Moderno en la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Gustavo expone un total de cuatro cuadros: «Alcalde en traje antiguo», «Mujeres del Campo», «Aldeana» y «Bodegón».
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Tomado de Museo Gustavo de Maeztu.
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