Carlos Montenegro no nació en Cuba, sino en Galicia, en 1900. De padres cubanos, tuvo una infancia y adolescencia muy activas en las que se ganó el sustento en diversas latitudes, fuera ya en Argentina, en México o en Estados Unidos, realizando labores que entrañaban largas jornadas, esfuerzo físico y no exentas de riesgos. Fue minero, obrero, marino, estuvo preso debido a una riña en que murió su oponente. Entre rejas, donde la cuerda del tiempo tanta veces se quiebra, Montenegro halló en la escritura su «Violín de Ingres».
El primer libro lo tituló El renuevo y otros cuentos (1929) donde incluye algunos relatos escritos en prisión. A este le sucedieron Dos barcos (1934) también de cuentos; y Los héroes (1941) este último con relatos que se desarrollan durante las guerras independentistas. También trabajó el periodismo, una arista en la que probó la agudeza de su estilo.
Su novela Hombres sin mujer (publicada en México, 1938), señala no solo su mejor momento narrativo sino que le gana un reconocimiento que alcanza a nuestros días. La crudeza de las escenas, el estilo desprovisto de encajes y la fuerza de la trama, convierten esta obra en una descarnada representación realista, con sus miserias, abusos sexuales, injusticias y deshumanizaciones más atroces y al mismo tiempo verídicas. La novela clama por una vida más digna y equitativa en oportunidades.
Esta anécdota transcurre en Nueva York y la cuenta Julio Girona:
Hundido en el sillón con su aspecto de pájaro del norte (…) Carlos hablaba de sus días de marino mercante al final de los años ‘20. En uno de esos viajes, se quedó en Nueva York. Quería conocer la gran ciudad. Era época de hambre y desempleo. Montenegro buscaba la manera de sobrevivir, pero era difícil ganarse el pan.
(…) Frente a la fábrica, los hombres esperaban al capataz que, parado en la plataforma de cargar los camiones, escogía a cinco o seis entre los muchos que buscaban trabajo (…) El capataz, con una libreta y un lápiz decía:
-Tú, tú, tú, también tú… señalando hombres.
Un día vio que entre los hombres ansiosos de trabajar algunos tenían un ojo cerrado, y era a los que seleccionaban. Al día siguiente, Carlos cerró un ojo y el capataz lo seleccionó. Los que cerraban un ojo eran los que estaban de acuerdo en darle la mitad del salario al capataz. Así logró Carlos trabajar en una fábrica, debajo del puente de Brooklyn.
Personalidad para nada olvidable dentro de la narrativa cubana, Carlos Montenegro falleció en Estados Unidos, el 5 de abril de 1981. Su Hombres sin mujer ha sido reeditado en nuestro país por el Instituto Cubano del Libro; es un texto conmovedor, pero de lectura necesaria.
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