La anécdota la contó tiempo atrás el escritor Emilio Comas en su columna de esta revista digital CubaLiteraria. Pero vale la pena reproducirla y disfrutarla:
“Fui compañero de trabajo de Onelio Jorge Cardoso durante muchos años. Fue un privilegio que tuve. Él tuvo muy buenos amigos en la Uneac y yo, entre ellos. Un día con mi locura, dejé caer mis espejuelos al piso y yo los necesito mucho para leer, no así para ver de lejos. Los espejuelos se cayeron y se rompieron. Todo el mundo sabe que la reparación de los espejuelos demora y yo estaba como mutilado. Entonces Onelio me dijo que tenía un par de espejuelos en casa que ya no usaba porque le quedaban largos y fuimos a su casa para ver si me servían. Cuando los vi, me di cuenta de que esos espejuelos aparecen con él en muchas fotos, son unos espejuelos con el aro dorado o de oro, no sé bien. Era muy simpático porque eran bifocales y yo podía leer por la parte de arriba, es decir, lo que a él le servía para ver de lejos, a mí me servía para leer. Me quedé con los espejuelos, incluso después de que repararon los míos. En eso llegó el accidente de Onelio y al cabo de unos días, yo fui y se los llevé a Cuca, la viuda y ella me los regaló. Los atesoro como el recuerdo de un amigo entrañable. (…) Hoy si usted visita mi casa, se encuentra que en uno de mis libreros, está la foto clásica de Onelio con los espejuelos dorados, e inmediatamente debajo están los propios espejuelos”.
Los personajes creados por quien es considerado El cuentero mayor, conforman una nómina peculiar en la cual descuella Juan Candela, protagonista de las tantas mentiras de El cuentero, quien “sacaba la palabra del saco de palabras y la ataba en el aire con un gesto y aquello cautivaba, adormecía”. Y es que se percibe a través de la lectura de los cuentos de Onelio Jorge Cardoso su respeto por el hombre y la mujer humildes, tratados con simpatía, con solidaridad, portadores de un mensaje de humanismo. La narrativa de Onelio, amena y reflexiva, revela su dominio del relato corto, de la síntesis, con una dosis grande de contenido no explícito, más bien sugerido.
No escribió poesía, pero insufló a sus relatos el hálito lírico que se consigue cuando el corazón y los sentimientos van entremezclados a las palabras. Su producción cuentística se recoge en varios cuadernos: Taita, diga usted cómo, publicado en México, 1945; El cuentero, El caballo de coral, La lechuza ambiciosa, Cuentos completos, La melipona, La otra muerte del gato, Abrir y cerrar los ojos, El hilo y la cuerda…
El manejo del idioma es magistral en Onelio, sus personajes hablan por sí mismos, con los modismos del oficio, de manera espontánea, con imágenes naturales que confieren a la prosa un encanto particular. Tales personajes tienen una peculiar filosofía de la vida y trasmiten un mensaje ético que llega sin moralejas explícitas, sino mediante tonos sugerentes, cargados de contenido.
“A un hombre se le sabe el oficio si se le mira con detenimiento. Cada quien tiene en la presencia de su cuerpo lo que de rechazo le fundió con sus días la pelea de vivir”. Estas palabras las pone Onelio Jorge en boca del personaje de Guadalupe, de su cuento En la caja del cuerpo. No podemos certificar si fue este el caso de Onelio, mas nos gustaría pensar que sí. En cualquier caso, aseguramos que su obra le garantiza su presencia como cuentero mayor de nuestra literatura.
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