Es la de Pablo de la Torriente Brau (1901-1936) una de las personalidades —humana y literariamente hablando— de las letras cubanas del siglo XX con rasgos más auténticos. Como escritor nos queda su impronta en varios géneros y siquiera muy someramente nos detendremos en ella.
Sus cuentos están recogidos en el libro Batey, de 1930, en coautoría con Gonzalo Mazas Garbayo, pero el citado volumen no recoge la totalidad de sus relatos cortos pues con fecha posterior redactó varios más.
Escribió una novela titulada Aventuras del soldado desconocido cubano, libro que Pablo no concluyó pero sí completó en su esencia, y que no se publicó hasta 1940, por Ediciones La Verónica, en La Habana. Es un texto que no ha sido debidamente insertado, como merece, dentro del ámbito de la literatura antibelicista y más exactamente, en la referida a la Primera Guerra Mundial. El humor, a través de la ironía, la crítica, el absurdo, entreteje la realidad y la ficción, dando cabida a una buena cantidad de personajes históricos (Julio César, Carlomagno, Guillermo el Conquistador, Napoleón…) pero también a escritores y artistas que pasan por la filosa disección de la palabra pabliana.
El periodismo, quizá la faceta más divulgada de Pablo de la Torriente Brau, lo revela como uno de los más audaces, amenos e innovadores cronistas de su época, la del decenio del ’30. Reportajes como 105 preso, Realengo 18, La isla de los 500 asesinatos y Chicola —aparecidos en los diarios El Mundo y Ahora— pueden y deben estudiarse como ejemplos de periodismo de investigación, de denuncia social y comprometimiento con las responsabilidades ciudadanas de quien escribe.
Súmense a la obra escrita de Pablo su extensa correspondencia, en que recoge sus inquietudes políticas y humanas, y algo de poesía, con lo cual se redondea la versatilidad de este autor, caído durante la Guerra Civil Española, en diciembre de 1936, conflicto al que asistió en condición de corresponsal y en el que por voluntad propia y deber para consigo mismo se incorporó como comisario político a una unidad de combate y murió.
Sin embargo, cualquier acercamiento a la figura de Pablo de la Torriente Brau nos queda incompleto si no le dedica un espacio que nos muestre su carácter, su sentido de la justicia, valor personal y particular toque de humor. He aquí, pues, al autor y la anécdota.
Llegan tres fotógrafos y preguntan por Generoso Funcasta, fotógrafo de la redacción del diario Ahora y compañero de Pablo y de José Zacarías Tallet, a quien ahora damos la palabra:
En la redacción se encontraba trabajando en su máquina de escribir Pablo de la Torriente Brau, y cerca de su mesa fue que se quedaron aquellos tres fotógrafos.
Pero Funcasta no llegaba y comenzaron a impacientarse los fotógrafos. No se sabe por qué causa, entre ellos —en alta voz— empezaron a lanzar improperios vejaminosos contra nuestro compañero Funcasta. Y Pablo, en un santiamén, se levantó de su puesto y arremetió él solo contra los tres tipos aquellos ¡a piñazo limpio!, y los dejó a los tres muy mal parados, casi que pudiéramos decir que quedaron molidos por los certeros puñetazos de quien, años más tarde, muriera valientemente combatiendo el franquismo —fascismo a la española—.
Quienes estaban presentes en el periódico aquel día quedaron anonadados de la forma tan rápida en que reaccionó Pablo, cuando saltó sobre esos tres, y lo único que les dijo a la vez que les daba los primeros golpes fue:
-Oigan, Funcasta no está aquí… ¡pero aquí estoy yo!
En el mismo momento en que aquellos tres se largaban de Ahora, Pablo recogió su silla, volvió a sentarse frente a su máquina y continuó trabajando.
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