El principeño —gentilicio utilizado entonces para denominar a los nacidos en Camagüey— Esteban de Jesús Borrero fue la raíz de la cual emergió una familia de poetas y escritores ilustres en la cual se incluyeron su hijo Esteban Borrero Echeverría, al igual que las hijas habaneras de este último, Juana, Dulce María y Ana María, que integran una familia cuya simiente la localizamos en la primera mitad del siglo XIX y cuyas ramificaciones se extendieron al siglo XX.
Esteban de Jesús Borrero (1820-1877) fue, al decir del crítico José Manuel Carbonell y Rivero, «un espíritu libérrimo». Nació el 29 de enero de 1820 —hace pues, 200 años por estas fechas— y aunque el suceso tuvo lugar en Puerto Príncipe, a los 16 años se trasladó a La Habana en busca de amplitud para sus afanes de conocimiento. Luego enrumbó hacia Trinidad, donde vieron la luz sus primeras colaboraciones poéticas en El Correo, de esa villa, y después desanduvo el camino hacia el Camagüey natal; allí escribió artículos, poemas e hizo traducciones del inglés y del francés, revelando ya que aquella semilla, en desarrollo, habría de dar origen a un tronco poderoso.
Don Esteban de Jesús colaboró en las publicaciones El Fanal, El Aguinaldo, La Crónica, y algunas de sus composiciones fueron muy bien acogidas por la sociedad habanera de la época, entre ellas las tituladas «A Marta», «El huérfano», «Dos lágrimas» y «La violeta», de la cual presentamos a los lectores este fragmento:
Tímida, en su capullo replegada,
entre las verdes hojas escondida,
pasaba una violeta triste vida,
del Sol enamorada.
Como era usual entonces, Borrero utilizó un seudónimo, T. Besané, y alcanzó notoriedad como intelectual y pedagogo. Participó en el homenaje a Gertrudis Gómez de Avellaneda que se le rindió en su patria en 1860, ocasión en que leyó un canto homenaje dedicado a su célebre compatriota. En su exhaustiva antología La poesía lírica en Cuba, tomo 3, de 1928, el antólogo y crítico José Manuel Carbonell le dedica un merecido espacio. De entonces acá, el tiempo y el olvido se han encargado de desdibujarnos cada vez la memoria de un vate considerado menor por la crítica pero que en modo alguno puede ser ignorado.
Por último, emigró en 1868, se movió por Estados Unidos y México, y regresó a La Habana para morir años después, el 24 de noviembre de 1877.
No solo por su condición de poeta, en la que alcanza un delicado lirismo, se recuerda a don Esteban de Jesús. Se trató además de un partidario decidido de la libertad de Cuba y de un compatriota cuyas raíces han nutrido −más allá de las veleidades de la memoria− el fecundo tronco de la literatura cubana.
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