El camino a casa (2020), poemario de la escritora cubana Caridad Atencio publicado por Selvi Ediciones, España, no es solo un conjunto uniforme de textos que dialogan en torno a un tema, como es común en estos tiempos. Se trata de una escritura pendular que vuelve una y otra vez, desde al inicio al fin del cuaderno, hacia los resquicios más profundos de los procesos escriturales con «Nubes dentro» y «Nubes fuera», al tratar de reflexionar sobre poiesis personal y colectiva y la identidad. Lo que la autora deja hacia el centro del recorrido pendular, son las partes «Acaso divisable» y «El camino a casa»: la primera mediada por la memoria ancestral de la opresión/esclavitud; y la segunda, por la memoria familiar como recurso contraopresivo, de resistencia, redentor…
En «Nubes dentro» se construye un metadiscurso poético individual acusado incluso desde la primera persona: «De la relación con el lenguaje ya he tratado en un libro, donde reclamo la condición de núcleo del entramado literario, cualquiera que fuese su dimensión» (p. 9). Se da por sentado que presuponer parece un esfuerzo imposible en materia de logos poético, pues solo «Con preguntar ya se han organizado las respuestas» (p. 10). Es precisamente esta oración de cierre, de acabado, la que da paso a la proyección de la memoria ancestral con «Acaso divisable».
«Acaso divisable» constituye un conjunto de textos performances, una profunda sucesión de represiones y liberaciones, sobrecodificado por lógicas y prácticas abyectas, siniestras [1] y objetos, cuerpos, acciones simbólicas, contentivas de la opresión sistémica que fue la esclavitud y que, en forma de ready made, han sido recontextualizados y convertidos en artísticos: carroña, víscera, cordón, dinero, quemada:
Mi traje fue alguna vez el de una monja
—convertido para la ocasión—.
Del cuello blanco sale una corbata o un cordón,
los restos de una víscera
chupada por un rostro
—el que destella éxtasis, no el asombrado—
de los que salen de mi traje negro. (2020, p. 16)
Se trata de negociar con lo siniestro, con el encerramiento y el asesinato simbólico del opresor en las percepciones del sujeto oprimido/recluido, para dar paso después con «El camino a casa» a la liberación/redención en el seno familiar, en la cobija de afectos matizados por el recuerdo y las huellas de seres queridos. Lo cual no es más que asestarle la muerte final a la trascendencia del yo, a partir de la somatización del dolor ancestral y la redención afectiva del entorno hogareño.
En ese recorrido pendular que hace el poemario, con «El camino a casa» se produce la oclusión de lo siniestro (re)contextualizado en «Acaso divisable», a través de la relación entre cuerpos, recuerdos y opresión; pues según Welchman, «la visión siniestra constituye una amalgama de lo familiar y lo desfamiliarizado, un híbrido del ver perturbado y racional, que complica o traumatiza las líneas de visión que se arremolinan entre cuerpos —reales e imaginarios—, pasados y presentes, viscerales y virtuales» (2003, p.2). Y lo que cierra lo siniestro de «Acaso…» con «El camino…», es justamente la liberación del ser oprimido a través de la memoria familiar y los afectos, mediante recursos como la relación de una parte del cuerpo con la ausencia, la interrupción del ego, la regresión, el narcisismo, el doble, el instinto de muerte, la repetición involuntaria (la compulsión de repetir), la omnipotencia del pensamiento, el Síndrome de la Mala Memoria para develar y ocultar lo que puede o no ser descrito, y la satisfacción de los deseos. Por ello, el sujeto lírico –femenino no– habla de la pulsión, la culpa, el miedo, el terror, la muerte, la quemada, la puñalada, pues «De la mente, que es como un cuchillo, resguardamos carne roída sepultada en el pecho» (p. 22).
La tercera parte, «El camino a casa», bajo pretexto de liberar ese cuerpo reprimido y espíritu enclaustrado, acude a la naturaleza como espacio simbólico de libertad y fe. La casa, el jardín, los árboles, las flores, la siembra son aguas que sellan lo siniestro y dan paso a la memoria afectiva familiar: son hipónimos de la cadena de sucesos vitales que marcan a los seres humanos en sus relaciones con la vida y la muerte:
Cuando mi padre murió el marpacífico rojo y moñudo, que había sido talado por él en forma abusiva, floreció. Cuando perdí a mi madre el árbol, que apenas daba flores, se derribó en el camino que, cerca del jardín, disponía la entrada y la salida de la casa (p. 29).
Tales relaciones semánticas del todo con la parte se instalan en el discurso como nexos entre sujetos, objetos y sus prácticas afectivas e identitarias. Resulta muy interesante, incluso, cuando dichas relaciones se tornan paradigmáticas, en ausencia, y simulan patrones o modelos de comportamiento patriarcal:
Después de los 90, cuando mi padre tuvo poco qué hacer —antes era incansable— se ponía a limpiar zapatos desde el amanecer. No importaba si era un solo par o si eran varios. El caso es que pasaba el día lustrándolos hasta que pudieras ver, a través de ellos, el brillo de su alma, que traspasaba por el negro o el marrón de su carácter, como el de los zapatos. No importaba que fueran de uso, al terminar los alineaba al centro de tu cama, y como una verdad que tus sentidos tenían que traspasar. (p. 31)
Esta poética de la memoria va dando paso en algunos momentos a vaivenes pendulares con la contramemoria, a partir del contrapunteo en la mirada del sujeto lírico femenino, oscilante entre el presente histórico y el futuro:
Después del silencio tejes una señal de para con mi vida. Nos damos cita a la entrada del cine, del Gran Cine, con su marquesina encendida, intermitente. Mi traje es tan azul como la suavidad que a este encuentro le falta. Y pasa el tiempo eléctrico, enervando mis venas. La gente sale, da sentido a su fábula con la película musical cubana. Devoro con la vista cada ser que recorre el lugar, cualquier vehículo. Se vuelven las canciones comentarios y comentarios las canciones. La gente entra, sale del cine y mi deseo se ahoga en mi propia sangre. En otro día como aquel cuando también le espero elegantemente vestida, en un rincón de la parada, quien mucho me querrá observa desde el ómnibus mi rostro joven, casi perfecto y lleno de fastidio. Contigüidad del cine y la parada y el anhelo imposible. Y la historia de amor que veo sola, como si fuera mía, templada por la música, sin saber que hay cosas que no volverán a protegerte, y el cuerpo va a donde vaya la memoria. (p. 33)
En otros momentos, la memoria se asocia a la nostalgia y se va produciendo una poética de la mirada que deconstruye los sujetos y discursos unitarios de géneros tradicionales como la autobiografía; lo cual provoca rupturas para hacer visibles los distanciamientos, las voces desautorizadas, lo fragmentado e invisibilizado en torno a la identidad individual, a la liberación del yo:
Por ustedes los árboles florecen. Con todas mis fuerzas pienso en el camino a casa, pero está vacía. Has hinchado mi correr. Has arrancado mi pequeña y seca alma. Y no soy si no invoco tu nombre, tu figura: como la majestad del árbol seco. Aquí todo tiene el sello de su historia. Me hizo carne, me hizo traje y memoria. (p. 49)
El camino a casa es un poemario de madurez, de experiencias y asideros, de saberes: una poética que, en su recorrido pendular, se construye a sí mismo y devela nuestros aprendizajes sobre el Otro. Es un libro que tamiza la memoria ancestral de la opresión; y nos permite, desde el pasado, la liberación del yo mediante los afectos y el círculo identitario familiar, con el propósito de
construir un cuerpo expresivo que produce goce. Goce sin límites, inexpresable y desprendido de toda referencia biológica o anatómica. Goce sinónimo de disfrute; pero no de un disfrutar develando o contemplando, sino de disfrute contestando, proponiendo, construyendo nuevas experiencias o trayectorias del ser, del existir más allá de los límites temporales y las lógicas binarias que fundamentan la identidad. (Pino, 2018, p. 93)
Notas.
[1] Uno de los primeros textos en reflexionar sobre la influencia de lo siniestro en el discurso, es “Sobre la psicología de lo siniestro” (1906) de Ernst Jentsch. Después Sigmund Freud dedicó amplios estudios al tema en “Lo siniestro” (1919). Sin embargo, en la literatura cubana, luego de algunos textos aislados pertenecientes al Romanticismo, lo siniestro ha venido a ser recurrencia textual y literaria solo a partir de la segunda mitad del siglo XX con la ciencia ficción, el policíaco, el realismo sucio, entre otros. En la poesía, han sido las poetas jóvenes de la llamada Generación Cero y otras cuya obra ha sido más visible después, quienes han desarrollado lo abyecto y lo siniestro como recurrencias conceptuales permanentes en todos sus poemarios.
Referencias bibliográficas
Ernst Jentsch: «On the Psychology of the Uncanny» (1906), trad. en Angelaki, vol. 2, no. 1, 1997.
Freud, Sigmund: «The “Uncanny”», en The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, XVII, ed. y trad. James Strachey, Londres, Hogarth Press, 1953, pp. 219–52 [ed. cast. “Lo siniestro”, en Obras Completas, vol. II, Madrid, Biblioteca nueva, 2004.]
Pino Reina, Y.:Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía). Col. Premio Casa de las Américas. La Habana: ed. Casa de las Américas, La Habana, 2018.
Welchman, John C.:«The Mike Kelleys», ensayo introductorio en Mike Kelley, Contemporary Artists Series, Londres, Phaidon, 1999.
______________: Sobre lo siniestro en la cultura visual, ensayo originalmente planteado para la exposición The Uncanny, Tate Liverpool, febrero a mayo de 2003.
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