La literatura tiene el poder maravilloso de aunar realidades y de conjurar lo imposible. Los buenos libros nos hacen viajar hacia estadios diferentes y creernos que lo inimaginable está llamando a las puertas de nuestra casa.
Eso me lo demuestran siempre los autores para niños, que en su euforia creativa son capaces de hermanar universos distantes y darle a la realidad un nuevo derrotero que enriquece a los lectores.
Iliana Prieto Jiménez es una creadora poco conocida hoy en Cuba. En realidad, su andar por la literatura infantil cubana (o para niños como prefieren llamarle otros) fue allá por los años 80. Sin embargo Iliana es una escritora muy especial, que desde sus inicios con Querido diario (Premio Ismaelillo, luego Premios Pinos Nuevos) se proyectó con un acento diferente para la literatura infantil y juvenil (LIJ) cubana.
Sin estridencias ni deseos de epatar o mostrarnos nada, vino a ser una de las precursoras en cuanto a ir abordando el tema de las relaciones interpersonales entre los niños y su entorno más cercano, ya fuera familiar, escolar, social o hasta consigo mismo.
La niña del retrato y el dragón (antes La princesa del retrato y el dragón rey) historia que hoy nos ocupa, afortunadamente rescatada ahora por el sello editorial Cauce, resultó galardonada hace décadas con una mención en el Premio norma Fundalectura y presenta el clásico conflicto entre realidad y fantasía que tan traído y llevado ha sido por este tipo de libros desde años ha.
Una niña llamada Jenny trata de adaptarse a su cotidianidad pero no siempre lo consigue. Su madre es una investigadora científica apegada al microscopio que, tras años de divorcio, una vez encuentra un nuevo compañero para su vida. La abuela Alhelí y su gato Wenceslao serán el complemento ideal para Jeny, quien vive solitaria e imaginativa en medio de renuncias afectivas.
Un buen día sueña un dragón, que a su vez vive soñando con ella desde que accidentalmente su duende Gregorio le llevara el retrato de una princesita de aire pensativo y nostálgico. El dragón de nombre Vilvor vive situación semejante en un mundo paralelo. Padece del olvido de quienes se vuelven adultos y olvidan sus sueños de niñez.
Con una herencia innegable del legado de Peter Pan, Iliana Prieto entreteje en este relato una historia donde la fantasía es el mejor paliativo para conjurar las ofensas de la realidad. Esta corriente, por demás muy en boga en la LIJ contemporánea, le permite abordar con dulzura y sin rigidez o mordacidad la dura realidad de tantos niños que deben enfrentar solos el mundo, sin la comprensión adulta, porque sus mayores andan sumidos en su cotidianidad y no le prestan la atención requerida.
Desde la providencial intervención del retrato de la niña que es visto por la criatura fantástica surge una interesante relación entrambos, que nos regala esta hermosa historia de connivencias mutuas y afectos reencontrados.
Un crítica al adulto esgrime la autora ante la pérdida de fantasía de las personas mayores que en diversos episodios han olvidado su Edad de Oro para soñar. El pragmatismo cotidiano, el refugiarse en un mundo material y de habladurías o el hacer poco caso a los detalles matizan la historia de secuencias en las que Jeny va elaborando su propio modo de rescatar valores que le han sido escamoteados.
El bosque del olvido no es sino la adultez que avanza en nosotros y corroe los sentidos o los sentimientos más íntimos de cualquier persona y nos vuelve entes programados a nivel social para dar respuestas preconcebidas.
Con un realismo ingenuo, la autora nos tiende el puente hacia una aventura donde el rescate de la fantasía —que amenaza incluso con morir si desaparece el dragón de tres cabezas— es la meta más segura para la sobrevivencia de los afectos.
Iliana nos entrega una historia coherente, con el regusto de los más antiguos cuentos de hadas y donde las criaturas se metamorfosean a capricho y crecen y se transforman antes nuestros ojos.
El paralelo entre la abuela Alhelí y la célebre Wendy que en su adultez ya no regresará más al Nunca-Jamás, nos advierte de que nunca debemos dejar morir aquellos sueños de infancia que marcaron nuestros mejores momentos. Esos sueños son capaces de reivindicarnos de cualquier pena e incomprensión por increíble que nos parezca.
A la manera del mejor Michael Ende, la autora nos regala una novela que conmueve por su lirismo y sencillez. El asombroso poema que es el bosque en esta obra nos asombra y aterra a la vez. Siempre el bosque desde los clásicos. El sitio del peligro y las sombras, de los recuerdos perdidos y reencontrados, de las grandes pruebas y los mejores hallazgos. El hogar de los personajes más seductores cuanto más misteriosos y terroríficos. Debemos atravesar el bosque para crecer, una vez más y siempre, como mismo, les recomiendo leer este interesante libro para, sin dejar de volvernos mayores, rescatar el ápice de infancia que aún nos quede, como el humo de un fuego de dragón, en lo más recóndito de los recuerdos.
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