¿Se consideró Harold Bloom (1930) como el crítico canónico del siglo xx? Probablemente. ¿Soy parte de lo que él llama «la Escuela del Resentimiento», formada por: 1) feministas, 2) marxistas, 3) lacanianos, 4) neohistoricistas, 5) deconstructivistas, 6) semióticos? ¿Comprenden esa «escuela» a las mujeres, los africanos, los hispanos y los asiáticos? ¿La contralectura de Bloom será la «mala lectura»? ¿Desde qué poder se yergue Bloom para dictaminar el canon? ¿Es ese canon abiertamente elitista?
Respondería con un sí a todas esas cuestiones. El canon occidental (Anagrama, Barcelona, 1994) me parece un libro escrito con gafas de sol en inglés, Bloom mira al mundo con esas gafas y reduce ese canon a unas treinta y seis figuras «originales», que luego reduce a una sola: William Shakespeare. Nos encontramos en su libro a un Pablo Neruda pasado o posado sobre los hombros de Walt Whitman, suerte de autor centro de América, cuya «originalidad» es el factor supremo canónico como primer motor de la individualidad del creador. Se debe ser «único» incluso cuando se atesoran y transforman las «influencias».
Quedemos en que Shakespeare tomó de todas partes para hacer sus obras, pero superó todas las influencias, aunque no sé bien si Whitman «superó» el influjo bíblico. ¿Hay canon? ¿O lo que existe en verdad es tractus, continuidad, tradición y ruptura trabajando en su par dialéctico? En la profunda contaminación mundial de culturas, ideologías, y de la propia poesía, ¿puede extraerse un grupo canónico que marque la verdad? La naturaleza no discrimina entre las flores exquisitas y las que podamos hallar como vulgares, pues somos nosotros quienes ponemos en pie la entidad valorativa: una orquídea ha de valer más (valor y precio) que una flor silvestre crecida entre miles en una pradera. ¿Una rosa puede ser «corriente» ante la artificiosa rosa azul y cuál entre las dos sería la canónica? Ciertamente, la azul es más «original».
Bloom tiene una intensa inteligencia corrosiva, ella cae sobre el «metal lírico» y lo oxida en favor de lo que considera «superior», como credo inapelable, incluso irrefutable, pues al refutar somos partes de la Escuela del Resentimiento. El sabio norteamericano se sitúa en posición de «ganador» frente a los «perdedores», con fondo de filosofía pragmática. No tendría yo mismo dudas de considerarlo el «más» inteligente crítico de la finisecularidad del siglo xx, como ha sido proclamado en los medios. Tras ello, la teoría del canon, por muy elitista que la hallemos, se nos hace inapelable.
Su inteligencia de crítico-profesor muchas veces dicta su conferencia como a un auditorio de sus estudiantes, de modo que sus lectores nos enfrentamos a su gran prestigio, en medio de una lectura que debe ser acrítica, porque a un maestro, a un profesor de su altura, no se le refuta, se le asimila. Bloom nos coloca como lectores-estudiantes ante su conferencia magistral. Cualquier rebelión del estudiantado lector puede ser vista como acto malcriado, se nos expulsaría de la «buena lectura», y entonces siempre como un clásico él es mal leído. Su canon resulta insustituible, lo ha fijado un sabio norteamericano. Shakespeare es Shakespeare, Dante se le acerca, Cervantes puede enfrentar al centro canónico pero no escribió en inglés (sí lo hicieron Borges y Pessoa). Pero Borges debe ser despiezado para ver si en efecto pueda figurar en el canon occidental.
¿Tal canon parece inmutable, es el canon sin apelaciones? Bloom escribe luego un listado de unos ciento cincuenta autores con mayoría de la lengua inglesa y la lista de norteamericanos o mejor sea dicho, estadounidenses es superior a cualquiera lista de lengua española. Pero admiro mucho a Harold Bloom aunque no lo parezca sobre la letra de este texto: él es osado, y mi irreverencia de mal estudiante sentado en la sexta fila me produce placer de lector sobre su obra, que no limito a El canon occidental. Su estudio Shakespeare (1999, donde de manera casi tangencial se opone a las teoría sobre Calibán de Roberto Fernández Retamar), o sus volúmenes sobre Shelley (1959) y Blake (1963) o sus El futuro de la imaginación (Anagrama, 2002) Anatomía de la influencia (2011) merecen subidos respetos. Cuando dice en El canon occidental: «La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles, pero estimula al genio canónico», hay al menos que sentarse a pensar en ello.
¿Politizo mis estudios sobre poesía? Creo que no, pero tampoco estoy excepto de «mala lectura». Las tesis de Bloom no dejan depender como espada famosa sobre las ideas de otros críticos. En Función de la poesía y función de la crítica (1933) ya T. S. Eliot había marcado con su inteligencia la idea de «poeta mayor y poeta menor», en que el mayor debe leerse en su obra completa y no en selecciones de ella porque todo es grande en su escritura. Sería uno mayor aquel que tenga cuatro libros, al menos, de altos relieves literarios, y serían menores todos los demás. Es una suerte de espíritu de «los mejores», «los elegidos», tan abundante en el pensamiento de lenguas inglesa y alemana. Quizás las gentes que hablamos lenguas de orígenes latinos somos más «democráticos» y no miramos al mundo, a las gentes, a los creadores con ese perfil eli(o)tista. Quizás veamos en toda creación desarrollo de la poiesis, como razón humana de ser, y nos preocupemos menos por la jerarquización.
Bloom es un jerarquizador. Ve en su función de crítico más que un «orientador», alguien que establece canon. Y no consiste en que neguemos las grandezas y las medianías, típicas de nuestra especie. Los humanos no formamos un valle, sino, lo dijo José Martí, la cordillera culmina en picos, igual que los seres humanos parimos genios. ¿Sirve la canonización de la cultura y en particular de la literatura? ¿A quién sirve? ¿Es útil o solo servil? De momento, hay que leer lo mejor posible a Harold Bloom, ignorarlo forma parte del oficio de los ignorantes. Su obra bulle plena del ejercicio de la inteligencia.
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