Podemos sentir la simpatía de que Harold Bloom sugiera a una mujer, una autora, para el pentateuco: Betsabé, esposa de David y madre de Salomón. Al menos algunas feministas (grupo de la «Escuela del Resentimiento») podrían sentirse halagadas en medio de una teorización de la cultura que se ha tildado de «masculina», «varón-céntrica», y «elitista». La reina madre hitita pudo ser toda una erudita y legó nada menos que el Génesis, razón que puede ser atribuible a un pensamiento femenino de la jerarquización familiar.
Luego vamos a frenarnos de súbito ante un grupo de asertos: «La estética es irreductible a la ideología o a la metafísica», «Fue un error creer que la crítica literaria podía convertirse en un pilar de la educación democrática o de la mejora social», «Necesitamos enseñar más selectivamente, buscar a aquellos pocos que posean la capacidad de convertirse en lectores y escritores muy individuales. A los demás, a aquellos que se someten a un curriculum politizado, podemos abandonarlos a su suerte». La literatura, según Bloom: «no es un programa para la salvación social», y ofrece un rango congénito al asunto: «No puedes enseñarle a alguien a amar la gran poesía si no llega ya con ese amor. ¿Cómo puedes enseñar la soledad? La verdadera lectura es una actividad solitaria y no le enseña a nadie a convertirse en mejor ciudadano».
Para él, el canon se forma con «los escritores más importantes, de mayor personalidad o más arcanos». Shakespeare es el autor más original «que conoceremos nunca», el canon se cerró con él y no hay otro futuro canónico: «las artes no son progresistas». En fin, parece que entresaco aquellas citas que puedan no serme «simpáticas», típicas de la mala lectura de un clásico como Bloom. Ellas, de todos modos, inquietarían a una mirada general de su obra, que ha sido subrayada como propia de un elitismo implícito, aunque quisiera saber cuándo un crítico literario no puede ser acusado de tal asunto, a quién(es) dirige su labor crítica o incluso quiénes puedan ser sus lectores más asiduos.
Si el canon lo forman los propios escritores, se les da a ellos el papel de lectores decisivos para tal efecto, enfrentados al dilema de la sobreproducción de libros. Cuando esta cantidad aumenta de manera progresiva (por las mayores facilidades de impresión surgidas desde la segunda mitad del siglo xx), al crítico se le hace difícil establecer jerarquías incluso dentro de las obras particulares de autores definidos. A veces el crítico debe actuar a partir de la «fama» o el crédito (o premios) alcanzados por uno o varios autores, lo cual no siempre es proporcional a la calidad real de una obra literaria en un contexto determinado, ni tiene el crítico ocasión de revisarlo todo.
Bloom propone un canon latinoamericano, quizás influido, se ha dicho, por Roberto González Echevarría, y reúne en él a los siguientes escritores: Darío, Borges, Carpentier, Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Neruda, Nicolás Guillén, Paz, Vallejo, Asturias, Lezama, Donoso, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Drummond de Andrade. Debe ser el canon del siglo xx, porque no se explicaría dejar fuera a José Martí, al menos. ¿Pero en qué espacio de segunda fila dejamos a Gabriela Mistral, Huidobro, Jorge Amado, Cecilia Meireles, Lugones, Roa Bastos, Florit, Dulce María Loynaz… entre otros tantos? Me parece que definir el canon es tan problemático como establecer los escritores pertenecientes a «una generación». Las teorías generacionales y las canónicas se tocan en esa dificultad. Con el tiempo, fuimos abandonando de manera general el rigor de la crítica y de la historiografía literaria basada en la teoría de las generaciones, sin renunciar del todo a sus luces. Quizás valga la pena la crítica a fondo de la teoría canónica de Bloom, y ver qué nos queda de ella de utilidad exegética.
Nuestra especie, orgullosa y definidora, fija derroteros como si fuésemos completamente inmortales y como si el tiempo no corroyese las definiciones absolutas. La dictadura del aquí y el ahora hace errar incluso a los críticos más capaces de mirar hacia el futuro. Y uno de los campos más discutibles por el remolino del tiempo es el de las artes. Un canon que fijemos hoy será modificado con creces en el futuro incluso no demasiado distante. Quizás por ello Bloom puso su mirada en el más universal de los genios de las letras: Shakespeare, quien ha sido menos discutido que Cervantes, Hugo, Goethe e incluso el Dante.
Y detenernos en el canon occidental en épocas de globalización trae resultados muy discutibles, como dejar fuera grandes zonas de creación literaria como el lejano y el cercano Oriente, toda África o Australia (que produce sus grandes obras en inglés), en algunos de cuyos países se escribe en idiomas occidentales, por solo un ejemplo, Kalil Gibrán se queda fuera del reparto canónico, siendo como es uno de los autores cenitales del siglo xx. ¿Cuál podría ser el canon literario de la especie humana creativa? ¿La suma de los cánones nacionales, regionales, idiomáticos? ¿Existe un modo internacional de establecer un canon mundial? Parece que no, pero no por ello hay que tirar por la borda las ideas inteligentes de Harold Bloom.
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