Me ha parecido también ilustrativo Mutatis mutandi para establecer acá un paralelo –que tampoco aparece con mucha frecuencia en los estudios sobre el tema– entre la política lingüística que aplicaron los gobernantes de los grandes imperios amerindios en épocas precolombinas, no solo en función de los controles demográficos locales que garantizaran el asentamiento poblacional con arreglo a las etnias, de la consolidación de sus lenguas mayoritarias y de paso, del registro y preservación de su memoria, sino también la que inspiró a España para la Conquista con relación al castellano, –que por cierto, no introdujo dialectos en América– pues ambas se encaminaban justamente a hacer de la lengua un instrumento de sus imperios respectivos. ¿Qué pasó entonces con las diferentes maneras de abordar las partes enfrentadas en el problema del aprendizaje de la lengua del Otro en la conquista y colonización? Para el español, la utilización de las lenguas aborígenes fue un problema puntual que resolvieron coyunturalmente impuesto por las necesidades de la comunicación, pero destinado a reducirse en sus metas y prácticas dialógicas cuando el castellano pasara a ser la lengua oficial de la conquista. Todo lo demás era solo una bomba de tiempo. Pero en cambio, el aborigen que se vio compulsado a aprender y a adoptar a fin de cuentas el castellano y a llevar a un segundo plano, -cuando no a desestimar- sus lenguas originarias, y se operó un fenómeno que desde un primer momento fue muy palpable en los intercambios comerciales con el conquistador. El castellano que no aprendían en las escuelas por no tener acceso masivo a estas, les llegaba, no de manera formal, sino muy contaminado a través de las rudimentarias transacciones comerciales de su cotidiano con un interlocutor que tampoco poseía gran instrucción. Lo que aprendieron las clases menos favorecidas que jamás tuvieron ni han tenido nunca un real acceso a la escolarización fue un castellano sumamente empobrecido –una especie de pidgin o creol que ha dejado profunda huella en el español que -según los estudiosos– hasta hoy se habla en el continente. Este fenómeno también forma parte de la génesis del discurso americano y del drama de la conquista.
Para terminar, por falta de mayor espacio, veremos solamente qué medidas habían ideado los aborígenes en algunos territorios –los más evolucionados– para difundir las lenguas propias de mayor utilización, mucho antes que los españoles llegaran a las tierras del Nuevo Mundo. En el Incario, los curacas por ejemplo, como no disponían de grafía, expandieron el quechua por dos métodos: 1- en los territorios que iban anexando a sus imperios por las guerras de conquista, trataban de que los caciques y sus hijos aprendiesen el quechua en la misma capital; 2- en paralelo, fomentaban un movimiento de repoblación de los territorios conquistados con quechuas que iban a asentarse a esas tierras acompañados por sus mujeres.
Esa política no escapó a la sagacidad de su cronista: Pedro Cieza de León. “Señoreados estas gentes por los inzas, guardaron y mantuvieron las costumbres y ritos de ellos; e hicieron sus pueblos ordenados … y hablaban la lengua general del Cuzco, conforme a la ley y edictos de los reyes, que mandaban que todos sus súbditos la supiesen y hablasen”. De ahí que los nacidos en las capitales imperiales –Cuzco y Quito– consideraron extranjeros –al punto de no entenderse con ellos– a todo aquel que no hablara el quechua del Cuzco, que consecuentemente, se convirtió en la más importante lengua de civilización en América del Sur, en la época precolombina. En cambio el náhualt, en un proceso parecido al que ocurrió en la metrópoli con el castellano respecto del gallego, fue la lengua aglutinadora del imperio azteca que entrenó sus lingüistas y formó sus escribas. Tampoco puedo dejar de citar al chibcha, que fue la lengua más extendida entre los valles de Bogotá y Tunja. Por demás, la comunicación de los colonizadores se había circunscrito hasta entonces a los escasos intercambios con los indígenas de las clases bajas que servían en sus casas o figuraban en la dotación de sus encomiendas en calidad de esclavos o de intérpretes. De suerte que del lado de los españoles, Cortés, para evitar los continuos desplazamientos que restaban estabilidad a los propósitos de la conquista, decidió aplicar en la Nueva España una estrategia parecida: a los fines de la colonización ordenó que los españoles que se asentaran en los territorios conquistados permanecieran como mínimo ocho años en la misma zona, trajeran a sus esposas de España si eran solteros o se casaran en el término de año y medio si estaban solos aunque para ello fuera preciso modificar las ordenanzas.
CUADRO DE LA SITUACIÓN ACTUAL DE LAS LENGUAS ORIGINARIAS DE AMÉRICA
Las principales familias de las lenguas amerindias son: caribe, mayas, yutoaztecas, quechua, tupiguaraní y mapuche. El maya se subdivide en una veintena de dialectos que se hablan en México y Centroamérica, en tanto que la familia yutoazteca abarca 16 lenguas, la más importante de las cuales es el náhuatl, con un millón y medio de hablantes en México y que ha legado voces como aguacate, cacahuate, chicle o tiza.
El grupo quechua abarca 60 lenguas muy distintas entre sí que son habladas por diez millones de personas que habitan en Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina y Chile. Las lenguas quechuas han hecho una gran aportación de préstamos al español, como mama, papa, cóndor, chirimoya, mate, puma y vicuña.
Del grupo del tupiguaraní, que posee unos 40 dialectos, proceden voces como jaguar, en tanto que a la familia mapuche pertenecen guata (panza), poto (nalgas), pino (pajitas de cebada o trigo) o pololo (mosca que revolotea), de donde viene el chilenismo pololeo, que quiere decir noviazgo.
A la familia araucana pertenecen 126 lenguas y dialectos que se hablan desde la península de la Florida en Estados Unidos, hasta la Patagonia, entre las que figura el taíno- una de las lenguas cubanas que proporcionó la primera palabra aborigen incorporada al español –canoa-, junto con otras como hamaca y guacamayo.
De la rama caribe perviven actualmente medio centenar de lenguas que han legado palabras como cacique, caníbal y colibrí y que cuentan con 40 mil hablantes repartidos por las Antillas, Surinam, Venezuela, Brasil y Colombia.
Fuente: “El aporte de las lenguas indígenas al español “, extractos de la conferencia dictada por el vicerrector de la Academia Chilena de la Lengua. EFE.
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