
El período que corre entre 1923 y 1935, además de bullir en el orden político con sucesos tan trascendentes como la Protesta de los Trece liderada por Rubén Martínez Villena, considerada como la primera irrupción pública de la intelectualidad cubana en las problemáticas más acuciantes que incidían en la sociedad cubana, fue también momento importante en el orden literario a partir de la irrupción en Cuba de las propuestas emanadas de los movimientos vanguardistas europeos. En esos años fructificaron ideas avanzadas en literatura y en arte, verificadas en libros, pero, sobre todo, en revistas literarias —Revista de Avance, atuei, Suplemento literario del Diario de la Marina, entre otras—, y también mediante la formación de grupos literarios que, como el bien conocido Grupo Minorista, llevaron adelante una labor de renovación y sirvieron como portavoz de las ideas de avanzada que se imponían con mucha fuerza.
En el mal llamado «interior» de la isla también hubo expresiones similares, como el Grupo Literario de Manzanillo, agrupado en torno a la revista Orto que, aunque surgida en 1912, se identificó con los nuevos tiempos que corrían; el Grupo H, de Santiago de Cuba; la Revista de Oriente; Ninfas, de Santa Clara; Antenas. Revista del Tiempo Nuevo, de Camagüey; el Grupo Proa, de Artemisa y su revista Proa, y la Revista del Grupo Minorista de Matanzas, entre otras muchas publicaciones surgidas al calor del ímpetu creador provocado por la aludida influencia vanguardista.
Representante también de este momento crucial para la cultura cubana fue El Chofer de Cuba, aparecida en Santiago de Cuba en 1927. Subtitulada «Revista mensual ilustrada. Automovilismo, literatura y variedades», comenzó a salir en julio como Órgano de la Asociación de Conductores de Automóviles, dirigida por Manuel González Borrero. En su primer ejemplar se expresa que:
El Chofer de Cuba, podemos decirlo sin jactancia, no solo viene a colmar las ansias nobles del chofer cubano, más que a eso, viene a ocupar un puesto en el plantel de las publicaciones cultas y a difundir por todo el hemisferio colombiano el arte y la literatura de nuestros pensadores.
La trayectoria de esta revista fue multifacética, pues publicó artículos y traducciones sobre automovilismo, aviación, historia y educación, además de las creaciones literarias de poetas y cuentistas hispanoamericanos y notas bibliográficas.
Entre sus colaboradores más asiduos estuvo el poeta, ensayista y periodista Ángel Augier, quien por entonces apenas se había iniciado en el manejo del verso y pocos años después, en 1932, publicaría su primer libro en este género, titulado Uno, con prólogo de Agustín Acosta. En estas páginas publicó, por ejemplo, un singular poema titulado «Estampa de viaje», que después recogería en su aludido libro, donde ofrece una novedosa expresión del momento vanguardista que vivía la poesía cubana, sin desentenderse de su conocida posición antiimperialista, y del cual presentamos este fragmento:
Ansiedad femenina
en los brazos tendidos de los muelles,
sonrisa en sol quebrándose en las olas.
Negras cargando sobre sus cabezas
los bultos pesados de los barcos.
STORES, GROCERIES, ICE-CREAM, BARS.
[...]
Consulado cubano
con una banderita desflecada.
Otros colaboradores fueron Ricardo Riaño Jauma, posteriormente activo luchador antimachadista, por lo cual cumplió prisión en la entonces llamada Isla de Pinos, y autor de ensayos como José Ingenieros y su obra literaria (1933), y el también poeta, ensayista y antologador Rafael Esténger, quien, a diferencia del anterior, estuvo muy ligado al régimen de Gerardo Machado y, posteriormente, al de Fulgencio Batista. Es autor de títulos como Vida de Martí (1934) y Amores de cubanos famosos. Miniaturas biográficas (1939).
En el número correspondiente a enero de 1930 se expresa que la revista:
(…) ha de mantener por sobre todas las cosas, la misma ideología que hasta aquí, es decir, sin perjuicio de observar la más pulcra selección en los trabajos de carácter literario que inserten, sostendremos en las páginas interiores, y como suplemento del nuevo título, el que la revista lleva en el presente momento, y seguiremos defendiendo con el entusiasmo de siempre la causa obrera general y a los conductores de automóviles en particular. Más claro, El Chofer de Cuba será inseparable suplemento, irá en las planas interiores del nuevo nombre que adopte la publicación.
A partir de mayo de ese año 1930 dio paso a Cuba. Revista de difusión cultural, de carácter mensual, con el subtítulo de «Artes, ciencias y letras». También dirigida por González Borrero, en su primer número consignaba su director que, a pesar del flamante nombre de la publicación, ni hemos de envanecernos por el humilde aporte que estos cuadernos signifiquen en la prensa literaria de nuestra patria, ni mucho menos figurarnos que esta labor nos haga merecedores a otros lauros ni a más títulos que los que, legítimamente, hasta ahora hemos ostentado.
Y más adelante añadía: «Prometemos seguir editando, como hasta aquí, una revista para trabajadores alertas y estudiosos, si bien, con un más definido concepto de nuestra responsabilidad en esta esfera».
En sus páginas aparecieron poemas, cuentos, artículos de crítica literaria y trabajos variados sobre arte y educación. Asimismo, dedicaban la parte final al suplemento «El Chofer de Cuba. Órgano oficial de la Asociación “Gremio de Conductores de Automóviles de Santiago de Cuba”». Temas sobre automovilismo y aviación volvieron a ocupar sus páginas, además de la colaboración de escritores de la etapa anterior, como Augier y Esténger, a los que se sumaron Manuel Navarro Luna, Emilio Ballagas, Rosa Hilda Zell, Ángel Macau, Ciana Valdés Roig, casi todos poetas.
De Navarro Luna, autor del primer libro de poesía cubana totalmente adscrito a la vanguardia, Surco —aparecido en 1928—, publicaron varios poemas anteriormente insertados en ese mismo libro, como el titulado «El fantasma», nacido de sus lecturas autodidactas de juventud, variadas y en cierto modo anárquicas.
¡Mira como traes la ropa...!
—«Vengo de los osarios».
¡Mira como traes los ojos...!
—«Vivo entre los gusanos».
Puso, ligeramente, su cabeza
en mi hombro. Entró el mar de la noche
por la ventana abierta
y empapados de sombra
quedamos. —Si deseas
exclamó, puedo marcharme ahora—.
¿No vienes al llamado,
respondí, de mi anhelo...?
—Sí: ¿mas no ves el traje
con que cubro mi cuerpo...?
Del historiador Leonardo Griñán Peralta reprodujo algunos capítulos de su obra Antonio Maceo; análisis caracterológico, aparecida definitivamente en 1936; y también colaboró en la publicación Arturo Clavijo Tisseur, considerado por el poeta español Francisco Villaespesa como el «cantor de la sinceridad y de la emoción prístina». Fue también novelista, con un título tan alucinante como La morfinómana de San Pedro. Escribió en 1928 un Himno a Santiago de Cuba. Sobre él corre una anécdota reflejada por Nidia Sarabia en su libro Días cubanos de Lorca. Allí se cuenta que durante la visita del poeta español a Santiago de Cuba, entre los días 1º. y 2 de junio de 1930, al terminar este una conferencia, inicia animada charla con unos amigos, que se vio interrumpida «por un personaje falto de talla pero no de pretensiones», que se introduce de esta manera:
—Fulano de tal, poeta.
A lo que de inmediato responde Federico, esbozando en sus labios una leve sonrisa de indulgencia:
—¿Local, no es cierto?”
Por su parte, Cuba. Revista de difusión cultural, contó con la colaboración del peruano José Carlos Mariátegui, una de las principales figuras promotoras de los ideales marxistas en el continente americano, fundador de Amauta, aparecida en 1926, y estimada como «una síntesis entre universalismo y nacionalismo, tradición y modernidad, equilibrio clásico y rebeldía vanguardista, emoción histórica y protagonismo revolucionario, e inclusive por el tono enfático y presagioso de sus postulaciones y definiciones».
Hacia comienzos del año 1932 desapareció esta revista, que representó, como afirmó en su momento su director, «una variante en marcha» y dio espacio a firmas que posteriormente se establecerían en el universo literario nacional.
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