La Era victoriana es un periodo literario que pertenece a un momento histórico marcado por el gobierno de la reina Victoria desde 1837 a 1901. La literatura victoriana, que corresponde a este periodo, ha sido despreciada por algunos críticos debido a su excesivo conformismo y refinamiento.
No obstante, la poesía victoriana significó un adelanto sustancial en el formalismo literario. Su mayor aporte fue la defensa del soneto como herramienta poética el cual, hasta ese momento, se le consideraba el estilo menos desarrollado de la poesía.
Uno de los escritores más polémicos y misteriosos de la Era victoriana fue el Conde de Lautréamont, reconocido como Isidore Lucien Ducasse, quien nació en Montevideo, Uruguay en 1846 y muere muy joven en el año 1879 a los 24 años de edad, en París Francia.
Isidore Lucien Ducasse fue quien escribió los famosos Cantos de Maldoror, los cuales fueron prohibidos durante mucho tiempo. Son ellos una lectura importante para todos los amantes de la literatura oscura. El autor de estos cantos, utilizaba el pseudónimo de El Conde de Lautrémont para ocultar la verdad de esa vida sombría que devela en Los cantos de Maldoror. Su vida fue una de fracasos y desventuras para morir loco y de tuberculosis, enfermedad que lo aisló totalmente de la sociedad. Escribió un libro que sería el único en su clase, si no existiera la prosa de Rimbaud, un libro diabólico y extraño, que no se da a conocer pues nadie se atrevió a publicarlo, a menos en esos años cuando fue escrito.
Quien descubre verdaderamente al Conde Lautrémont es León Bloy.[1] En sus obras, Los cantos de Maldoror, está vertida la terrible angustia del infeliz y sublime montevideano, cuya obra le tocó a este hombre hacer de conocimiento público. La crítica surrealista cataloga a Lautréamont como el mayor poeta uruguayo-francés, más importante incluso que Artur Rimbaud. La muerte se lo llevó abruptamente una mañana de noviembre, se dice que de tuberculosis, dejando un gran misterio sobre su vida, que no era más que el reverso de su único y maldito libro, Los cantos de Maldoror.
El personaje del que habla Lautréamont en su obra, Maldoror, era una figura hermafrodita, una figura demoníaca suprema que aborrece a Dios y que se muestra bajo todas las formas de horror y corrupción. Su lenguaje es impactante y desagradable. Describe episodios de pesadilla, de pederastas, vampiros y criaturas misteriosas encontradas en la playa. La obra contiene una serie de imágenes delirantes, eróticas, blasfemas. Convierte su escritura en sobresaliente gracias al lenguaje y estilo.
La primera edición de Los cantos de Maldoror quedó terminada para 1868, pero nunca llegó a salir de la imprenta, debido a que el editor no se atrevió a ponerla en circulación. Esta obra estaba dividida en seis cantos. Posteriormente L. Genonceaux, editor en 1890, decidió hacer una primera publicación de los cantos. Estos están divididos en VI cantos.
No es hasta la reivindicación surrealista de Lautréamont, que su obra había pasado inadvertida. León Bioy, historiador antes mencionado, quien se ponía en guardia contra la intromisión de Francia de un libro monstruoso, obra sin analogía y probablemente llamada a tener resonancias. Desde ese momento el nombre de Lautréamont se ha visto asociado al espanto, el terror, la locura y lo siniestro.
No se trata de una obra literaria, escribió Rubén Darío en Los Raros, sino del grito, del aullido de un ser sublime martirizado por Satanás.
Los cantos de Maldoror han sido catalogados como epopeya en prosa, obra atípica y sorprendente de la literatura. La influencia de estas páginas escritas por Lautréamont ha ido creciendo a lo largo del siglo XX y XXI, particularmente con el impulso de André Bretón, que las consideró como expresión de una revelación total que parece exceder las posibilidades humanas.
Los cantos de Maldoror trastocan todas las reglas de la escritura poética, con ellos libra un combate general contra la moral y la religión, rehusando la idea del pecado original; contra las normas estéticas de su época, aceptando las visiones más negras del alma, con un humor feroz que lleva constantemente al lector a cuestionarse.
No hay duda que la novedad más importante de estos cantos es el uso de citas y frases de otros autores, como Pascal o El vuelo de los estorninos, de Jean Chenu, casi siempre alejadas de su sentido original. Estos cantos deben gran parte de su modernidad a que los presenta como un inmenso collage que se anticipa a la idea que obsesionará al siglo XX y a la técnica pictórica que los surrealistas practicaron en tantas ocasiones. A pesar de ser considerado por la crítica uno de los fundadores de la poesía moderna y como uno de los escritores más impactantes de su tiempo, el Conde de Lautréamont fue un plagiario.
Copió párrafos enteros del diario Le Figaro en sus cantos de Maldoror. La crítica había referido que en sus cantos había incrustado textos de otros autores sin citarlos. Fueron comentados en nombre de la intertextualidad. No obstante, Jean Jacques Lefrere, especialista en el enigmático y misterioso poeta descubrió que en el libro V de Los Cantos… hay un texto copiado literalmente de una crónica de sucesos publicada en Le Figaro de septiembre del 1868. Sin embargo, el descubrimiento del plagio por parte de Lautrémont no invalida de ninguna manera la genialidad radical de esta obra mítica.
Por otro lado, no solo los cantos son fundamentales para vincular la estética de los poetas simbolistas como André Bretón y el surrealismo, sino que constituye una pieza clave para entender la literatura contemporánea y su búsqueda de aquellos aspectos que la complacencia niega como indeseables. Lautréamont es uno de los genios malditos de la poesía moderna, su único libro, Los cantos de Maldoror, fue santificado por los surrealistas.
Desconocido durante toda su corta vida, llevó a extremos inéditos el culto romántico al mal y, aunque se le suele clasificar entre los poetas decadentistas, el Conde de Lautréamont es considerado uno de los precursores del surrealismo.
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Tomado de Academia
[1] León Bloy (1846-1917): novelista, ensayista, historiador y crítico francés que publicó su primer libro a los 40 años y aplicó métodos exegéticos sobre todo a la historia, donde perfiló, según sus palabras un simbolismo histórico.
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