
Preámbulo
La enmienda Platt, que cercenaba la soberanía nacional, y el Tratado de Reciprocidad Comercial, que comprometía la independencia económica, le fueron impuestos a Cuba por los Estados Unidos durante el periodo incierto de la ocupación y los primeros años de la república. Poco tiempo después del debut de la mayor de las Antillas como república formalmente independiente en 1902, sus políticos deseaban tener un comercio alternativo con Europa que los beneficiara y por ello negociaron un tratado de comercio y navegación con Gran Bretaña. Los cubanos temían que los Estados Unidos monopolizaran la navegación marítima con la aplicación del derecho al diferencial de banderas que los beneficiara. Ese sistema de control comercial había sido uno de los más detestados por los patriotas que lucharon contra la antigua metrópoli española. El tratado de comercio y navegación con el Reino Unido, por lo beneficios que le ofrecía a la marina británica, podía ser un antídoto al diferencial de banderas que Washington pretendía exigirle.
Los aranceles. Una puerta abierta
El primer arancel que rigió en Cuba después del cese de la soberanía española lo ordenó el presidente McKinley según el Bando del Secretario de Guerra norteamericano de fecha 17 de diciembre de 1898.[1] El segundo arancel lo decretó el propio McKinley el 31 de marzo de 1900;[2] en este último se establecieron seis tipos de mercancías: las que pagaban por peso bruto, por peso neto, por tara, ad valorem, por unidad, y las que estaban libres de derechos.
Aunque a estos dos aranceles se le hicieron ciertas modificaciones debido a órdenes militares aprobadas por el poder ejecutivo norteamericano, podemos decir que sus postulados básicos rigieron la nueva era de las relaciones cubanas con el mundo. Por primera vez en nuestra historia, aunque los ingresos fiscales del arancel los administraba el gobierno interventor, la nación se abrió al mercado mundial sin las cortapisas de barreras arancelarias prohibitivas que desestimulaban el desarrollo socioeconómico. Según Leopoldo Cancio y Luna, quien durante el período de la intervención norteamericana ocupó los puestos de subsecretario y secretario de Hacienda respectivamente, atrás quedaba el arbitrario arancel español:
- Salimos de los laberintos arancelarios, de la histórica red de las cuatro columnas —derechos diferenciales de procedencia y de bandera, de cabotaje unilateral y de factores especiales— y entramos en un verdadero arancel fiscal.[3]
Con esos ingresos se pagaban los gastos de la administración norteamericana, incluidos los del ejército de ocupación. Los nuevos aranceles permitieron diversificar nuestro comercio y obtener algunos recursos para los ayuntamientos provinciales y municipales. La economía cubana había recibido el impacto negativo de la guerra del 95 y requería de auxilios mayores; los Estados Unidos se negaron a conceder préstamos para reanimar nuestra agricultura. No obstante, Robert Porter, quien fuera emisario personal del presidente McKinley y luego secretario de Hacienda en el gobierno militar, señalaba que estos aranceles los había redactado «con el propósito de proveer al gobierno que se habría de inaugurar el primero de enero de 1899 de recursos monetarios suficientes para atender los servicios públicos».[4]
El atractivo que representaba Cuba para el capital extranjero como mercado ávido de recursos para la reconstrucción nacional hizo que la reducción arancelaria generase suficientes ingresos. Ciertamente los Estados Unidos, mediante algunas circulares, pudieron beneficiar a sus tropas e inversores pero en general la apertura era tan inusitada y amplia que los capitalistas de otras naciones aprovecharon bien la oportunidad. Por esa razón los productos europeos que podían competir con los norteamericanos se abrieron espacio en el mercado cubano en el momento en que España perdía su posición privilegiada como metrópoli.
Durante el período de ocupación (1898-1902) los norteamericanos efectuaron un interesante experimento que si bien los benefició económicamente y permitió cubrir los gastos de su ejército, también les hizo comprender que en un régimen de puertas abiertas sus productos no podían desplazar en toda la línea a los productos europeos. Sobre esa base tampoco podían aspirar a que hubiese un equilibrio en la balanza comercial con Cuba ya que el monto de las exportaciones de azúcar cubana a su mercado era muy superior al monto de las mercancías norteñas en la isla. Según Tasker Bliss:
- Casi desde el principio los canales de comercio estaban bien definidos y parecía evidente que los volúmenes procedentes de cualquier dirección, como por ejemplo desde los Estados Unidos, no podían ser absorbidos sin alguna obstrucción artificial que impidiese el flujo de otros canales.[5]
Sin embargo, los Estados Unidos habían sido uno de los más beneficiados en el primer año de ocupación: duplicaron sus exportaciones al país y se confirmaron como el primer socio comercial de la Isla.
En cuanto al equilibrio de la balanza comercial de Cuba con este conjunto de países vinculados a su mercado podemos afirmar que el único con un saldo adecuado era Alemania. El resto de los países europeos exportaba a Cuba más de lo que importaba. Con los Estados Unidos sucedía lo contrario: importaban mucho más de Cuba de lo que exportaba a ese destino. Estudios hechos en la época lamentaban que esa diferencia entre Cuba y Estados Unidos se estuviese desviando hacia los países europeos y que «solo mediante un precio diferenciado, o una rebaja de la tarifa en las aduanas podía el comercio con los Estados Unidos escapar de esas condiciones».[6] En un informe de la delegación estadounidense en La Habana de 22 de abril de 1903 se reconocía que los productos europeos resultaban muy atractivos a los compradores cubanos porque: «En general, las mercancías europeas se pueden comprar en un plazo de seis meses, mientras que esto es inusual para los comerciantes norteamericanos que no venden nada si no es al contado y contra los documentos de embarque».
Y se recomendaba: «la extensión de los créditos, debido a las dificultades de la recaudación, debía ser asunto de un análisis cuidadoso».[7]
[1] Fue publicado en la Gaceta de La Habana del 7 de enero de 1899.
[2] Fue publicado en la Gaceta de La Habana del 15 de mayo de 1900.
[3] Julio Le Riverend: Historia de la nación cubana, tomo IX, Ed. Historia de la Nación Cubana S. A., La Habana, 1952, pp. 247.
[4] Ibídem.
[5] s/a: Commercial Cuba in 1903. Area, population, production, transportation systems revenues, industries, foreign commerce and recent tariff and Reciprocity arregements, 1903, s/e, pp. 1197.
[6] Ibídem, pp. 1193.
[7] Ibídem, pp. 1222.
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