En mi libro Los Cuadernos de Apuntes de José Martí o la legitimación de la escritura se dedica un acápite a estudiar la presencia del tema del dolor, desde sus primeras reflexiones hasta pensamientos y juicios de carácter original. En los Apuntes en hojas sueltas también asistimos «a un curioso proceso de confesión-convicción donde el poeta escribe primero en íntima reflexión lo que después será parte de sus excelsas ideas». Este sentimiento, considerado una de las tonalidades fundamentales de la vida emotiva, más precisamente la negativa, que a menudo es tomada como signo o indicación del carácter hostil o desfavorable de la situación en la cual se encuentra el ser viviente, aparece expresado en mucho de lo que escribió, ya fueran anotaciones íntimas —como algunas de las que aquí comentaremos— o en reflexiones imbricadas dentro de sus más afamados textos. Pues «a medida que la vida lo maltrata y su genio literario se desarrolla, su espíritu se depura y crece en este crisol, al mismo tiempo surge en su teoría literaria la significación creadora de este sentimiento tan reiterada por él».
La entereza ante el sufrimiento y el sentido agónico que recorre su pensamiento poético queda al descubierto en esta lacónica frase conservada en los Apuntes en hojas sueltas: «Conozco todas las amarguras», que puede considerarse una variante imperfecta de aquella: «Tengo miedo de morir antes de haber sufrido bastante», recogida igualmente en tales Apuntes y en los Cuadernos también. Dicha idea, donde nos confiesa que el dolor engrandece el alma del hombre, se encuentra estrechamente relacionada con esta cita ajena que recoge en las anotaciones aquí estudiadas: «Las raras prendas de que estaba adornada parece que tenían su complemento en otra forma de la distinción humana, la desgracia, privilegio de los seres que se avecinan a lo perfecto». [1]
La cual se vincula a su idea de que la experimentación profunda del dolor corresponde a espíritus superiores. Luego de dicha comprensión el poeta y la poesía vienen a ser, en su concepción, encarnaciones de esta grandeza y confesará en breves frases, muy ilustrativas de lo que venimos tratando, lo inevitable del desgarramiento y el dolor como irrupciones que acompañan al golpe creativo por encima del acento lírico o galante: «Canción de moribundo, más que de amante. Todo empieza como queja, y con los ojos arrasados».
Tal intuición se transformará en poco tiempo en una formulación de corte teórico que curiosamente resume todas sus ideas desplegadas a lo largo de su valiosa obra sobre el dolor: «El dolor, da ideas poéticas. No el dolor mismo, que las domina y sofoca, sino el crepúsculo del dolor, tan suave como el de la mañana». Estamos ante una aclaración sutil y esencial sobre el verso como fruto del dolor, sobre el dolor como padre del verso, y el papel decisivo o determinante de dicho sentimiento sobre la inspiración.
Luego de nuestro estudio del tratamiento del tema del dolor en los Cuadernos de apuntes y en los Apuntes en hojas sueltas podemos comprobar cómo las ideas esbozadas en uno y en otro se complementan, a veces se repiten con algún ligero matiz de diferencia, aunque en el último ejemplo citado se formulen a modo de resumen y como elemento esencial de su poética. Como afirmamos en nuestro libro anterior, el hecho de que el dolor anteceda como condición sine qua non a la escritura, y este se convierta en una forma privilegiada de conocimiento, despoja de carácter negativo a esta noción y explica los numerosos razonamientos de carácter encomiástico que le dispensa.
[1] Pérez Galdós, Benito en «La de Bringas».
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