Este jueves la Academia Sueca dio a conocer que el Premio Nobel de Literatura correspondiente al año 2023 se concedió al dramaturgo noruego Jon Fosse por sus «innovadoras obras de teatro y prosa, que dan voz a lo indecible», según declaraciones del jurado. A lo que se agregó que «su inmensa obra escrita en la forma Nynorsk del noruego, y que cubre una gran variedad de géneros, en un caudal de obras de teatro, novelas, colecciones de poesía, ensayos, libros para niños y traducciones».
Nacido el 29 de septiembre de 1959 en la ciudad de Haugesund (sudoeste), Fosse es un escritor polifacético y poco accesible para el gran público. Sin embargo, es uno de los autores vivos cuyas obras de teatro más se representan en Europa. Emergió como dramaturgo en la escena europea con su obra Alguien va a venir.
Comparada a menudo con Samuel Beckett, la obra de Fosse es minimalista, basada en un lenguaje sencillo que transmite su mensaje a través del ritmo, la melodía y el silencio.
El Premio Nobel de Literatura es uno de los cinco señalados en el testamento del filántropo sueco Alfred Nobel, quien pidiera que fueran entregados cada año desde 1901 «a quien hubiera producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal», seleccionados por la Academia Sueca, que los anuncia el primer jueves de cada octubre.
Como escribir un poema
Entrevisa realizada por Jaisy Izquierdo del diario Juventud Rebelde al dramaturgo noruego Jon Fosse, durante su visita a La Habana en 2011, para la puesta en escena de su obra Sleep, que estuvo a cargo del director cubano Juan Carlos Cremata.
¿Qué le pareció la versión cubana de Sleep?
Me llamó la atención la manera en que se puso en escena. Tanto la dirección como el trabajo de los actores y la coreografía fueron nuevos e interesantes para mí. A pesar de que no conozco el idioma español, a mí me gustó la producción. Y es algo extraño y hasta gracioso, porque se trata de mi propia obra y ni yo mismo entendía lo que se estaba diciendo.
Al mismo tiempo tengo la sensación de que la obra fue en parte la mía y a la vez la del director, por lo que de alguna manera me sentí con este trabajo partícipe de lo que suele ocurrir con los clásicos de Shakespeare o Ibsen, que siempre se están revisitando.
¿No le molesta que sus obras sufran variaciones al recorrer el mundo?
Es más bien una experiencia curiosa, ya que mis textos se han llevado a la escena en numerosas ocasiones, y resulta muy interesante notar cómo diferentes personas de diversas partes del mundo entienden una misma obra. Creo que uno debe de permanecer abierto a ello, pues permite advertir maneras diversas de trabajar: a veces te tropiezas con maneras muy leales de hacer el texto, mientras que otros directores prefieren permanecer más fieles a los conflictos generales y no serlo tanto con los contextos.
Por otra parte me sería imposible controlar tales variaciones, porque para que una obra llegue a China o Irán tiene que ser previamente traducida, por lo que yo solo puedo ser responsable de las versiones noruegas. Además, en el teatro siempre está presente este trabajo de la interpretación, y cuando la pieza se va a montar, hasta el actor hace su propia «traducción» del texto de su personaje, por lo que el significado siempre se estará moviendo y moviendo, en distintas direcciones.
¿Cómo concibió esta pieza?
Cuando empiezo a escribir trato de ir con la menor cantidad de ideas preconcebidas, sin ningún plan previo. Prefiero partir de cero, pero con una especie de presentimiento de que la obra que voy a escribir ya está terminada en alguna parte. Mi actitud hacia ese texto es, de alguna manera, dejarlo salir de dondequiera que esté. Tengo como máxima que el poema no debe significar, sino ser. La mejor definición que encuentro para esto es una cita de Federico García Lorca que dice que una obra es un poema que se levanta para caminar.
¿Por qué cree que una obra suya pueda funcionar en culturas tan diferentes?
No tengo la intención de escribir de una manera universal ni de una manera particular. Solo intento escribir a mi manera. Y a mí mismo me sorprendió que las cosas que escribía pudieran resultarle interesantes a otras personas en contextos tan diferentes. Esto es una gran interrogante, incluso para mí como autor.
¿En qué consiste su estilo que ha cautivado a directores y dramaturgos?
Es muy difícil entenderse a uno mismo. Para mí es suficiente con escribir y hacerlo bien. Pienso que es una especie de don.
¿Cuándo comenzó a desarrollarlo?
Las primeras cosas que escribí fueron poemas, cuando tenía 12 años de edad. Luego inventé pequeños cuentos y, a los 20 años escribí mi primera novela Rojo, negro. Fue entonces que me convertí en una especie de escritor, y comencé a trabajar una prosa muy poco convencional. En aquel tiempo no estaba interesado en el teatro, solo quería escribir y vivir de la escritura. Pero sucedió que no fue fácil y, como soy muy empecinado, pasé por momentos muy duros por ello.
Recuerdo que a principios de los años 90, cuando estaba prácticamente quebrado, me ofrecieron una buena cantidad de dinero para que escribiera una especie de proyecto para el teatro. Tenía que concebir solo el principio de una obra e incluirle una sinopsis.
Para mí aquella petición era un absurdo, pues como en la poesía no tiene ningún sentido redactar algún tipo de resumen a una obra de teatro, es algo tan imposible como tratar de escribir la sinopsis de una pieza musical.
Es por ello que empecé a trabajar el texto completamente, y fue un gran descubrimiento ver cómo podía manejar la escritura en el lenguaje teatral a partir de mi trabajo previo con la prosa y la poesía. Alguien va a venir fue la obra que salió de aquel primer acercamiento. Cuando la terminé me parecía que había logrado un buen texto, pero estaba un poco inseguro de que se pudiera montar en el teatro. La llevé, le hicieron unos arreglos y la pusieron inmediatamente. Y de pronto ya estaba, sin haberlo imaginado antes, en el mundo del teatro, con esta obra que se ha convertido, entre todas las que he creado luego, en la que más se presenta en el mundo.
La crítica vincula su obra a la llegada del posmodernismo a las tablas noruegas. ¿Qué piensa de ello?
Como escritor no me interesan los diferentes tipos de clasificaciones. De hecho me han catalogado como modernista, posmodernista e incluso como un escritor muy tradicional. Cualquiera de estas definiciones puede ser debatida, pero me seduce más pensar en cómo escribo mi obra, me enfrasco en ella y dejo a un lado todas estas teorías.
¿Cuál es entonces el teatro que desea hacer?
Un crítico que escribió sobre mis textos me llamó un extranjero en el mundo del teatro. Y yo me siento un poco así, como alguien que llega desde afuera a un mundo nuevo, y lucha por entrar, por lograr que la escritura funcione.
Y para mí el buen teatro es cuando ocurre ese momento sagrado en el que todas las cosas encajan perfectamente, en el que, como reza un dicho húngaro, un ángel atraviesa el escenario. Uno puede experimentar sensaciones al leer un poema o mirar un cuadro, pero los momentos mágicos, esos plenos de gran intensidad, solo se alcanzan en el teatro.
Resulta muy interesante el funcionamiento de las artes escénicas, pues incluye diferentes elementos trabajando en función de una unidad, y entonces el alma del espectáculo deviene en la combinación de todas las personas que intervienen en la obra. Es como un grupo de músicos que se las arreglan para tocar perfectamente con distintos instrumentos.
¿Qué siente cuando lo llaman el sucesor de Henrick Ibsen?
Uno está acostumbrado a ello y lo entiende porque no hay otra referencia en el teatro noruego. En lo personal, Ibsen me parece demasiado brutal, oscuro y hasta demoniaco. Realmente no soy un fanático suyo, aunque sí soy un gran admirador de su obra.
¿Quién es su escritor favorito?
Chéjov.
¿Qué recomienda a los más jóvenes escritores un gran admirador de Chéjov?
Amor y paz: soy también un viejo hippie redomado.
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