¿Ha pensado qué prima en usted a la hora de leer un libro? Porque todo lector asiduo tiene sus preferencias, conscientes o no, para acercarse a un libro. Esas preferencias son, digámoslo de un modo arriesgado, su «talón de Aquiles». En unos prevalece el renombre del autor, en otros muchos el título y la temática, los hay que se deslumbran por el diseño de la cubierta. No se descarta a quienes hojean el interior y comprueban la calidad del papel, el tamaño de la letra y hasta el tipo. También están los que combinan varios de estos factores, y hasta algunos más que se nos escapen. Pero el título nunca es un simple «detalle».
Las bibliotecas públicas y estanterías familiares albergan un número mayor o menor de libros con títulos sugestivos, que lee uno de principio a fin para luego preguntarse el porqué del título. Tienen estos algo de decepcionante, de mañoso, que el lector no suele perdonar. La honestidad autor-lector es primordial para que el segundo vuelva a abrir las páginas del primero cuando se lo enfrente de nuevo en la biblioteca, la librería o la casa del amigo. No es necesario citar ejemplos. Ambos los recordamos con el sabor amargo de la decepción.
En la acera opuesta está el caso del título francamente «malo», con cuanto esta apreciación pueda tener de subjetiva y relativa. El autor, y cuando no el editor, los impresores, o el amigo que lo leyó de antemano, pueden y deben asesorar al respecto, aportar un poco de sentido común. El título, a veces, llega a ser determinante en el éxito del libro y su elección no es asunto de improvisar. Conozco a colegas periodistas, muy buenos, excelentes, que se reconocen «malos» en la titulación y prefieren dejar en manos de otro, en cuyas habilidades confíen, el asunto en cuestión.
En el orden personal, considero que los títulos demasiado extensos causan problemas en la comunicación con el lector promedio y son difíciles de memorizar y en tal caso, es el propio autor el causante de que esto suceda.
¡Y sin embargo, hay títulos extensos de libros antológicos! Por quien doblan las campanas, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, La vuelta al mundo en ochenta días… Como también los hay unimembres, en poemarios inolvidables: Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer; Nieve, de Julián del Casal; Azul, de Rubén Darío, Uno, de Ángel Augier…
El título, se esté consciente o no, guarda relación con el lenguaje publicitario. Debe englobar en su brevedad, pero necesita comunicar «algo», enganchar, ser sugerente. Título y diseño de cubierta no explican el contenido, aunque sí sugieren.
Sea lo primero en venirnos a la mente al escribir, o lo último, porque ya hemos terminado, el título —aun cuando resulte de un instante de inspiración— merece dedicación: va en el rostro, al igual que el nombre del autor y el diseño de cubierta.
Pese a lo anterior, nuestra propuesta será siempre acercarnos al libro, sea por su título, por el autor, por el tema… ¡Ah, y luego abrirlo, hacerlo nuestro! Porque no olvide que como dice un proverbio anónimo, «ni el libro cerrado da sabiduría, ni el título por sí solo da maestría».
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