Hace un tiempo en esta, mi columna de autor, publiqué un trabajo titulado “Para ser narrador hay que saber contar” y en él decía:
Considero que un escritor, o mejor dicho, un narrador, tiene en primer término que saber contar, y esta acción considero también que es un talento innato, que no se aprende en las universidades y academias. Otra de las condiciones que debe tener un narrador es una intensa vida vivida que contar, que falsear, metamorfosear, maquillar, negar; logrando con ello que el lector se convenza que eso que lee es la verdad. Es mezclar la veracidad (dudosa también porque la verdad absoluta no existe, existen las verdades, y tienen que ver con el punto de vista de quien escriba la historia); y la verosimilitud, que te acerca a la realidad sin realmente serla.
A estas ideas le agregaría la que sustenta el título de este trabajo, aquello que hace ahorita cincuenta años, cuando empecé a escribir, se le llamaba “garra”; es decir, apropiarse de la atención del lector y lograr que le cueste trabajo soltar el texto, y que cuando lo haga, enseguida le den deseos de volver a leerlo.
Y todo esto viene porque he estado conociendo de un encuentro de escritores celebrado en Arequipa, Perú, titulado “Hay festival, Arequipa” , efectuado entre el 9 y el 12 de noviembre, donde participaron un sinnúmero de escritores y se analizaron determinados conceptos que tienen que ver con la vida y desarrollo actual de la literatura, que en su fuero interno aborda una historia y la ofrece al lector, desarrolla críticas de variada textura y calibre, expone preguntas que no tienen respuestas, y saca a la luz las dudas que provoca la realidad transformada, adulterada, que se presenta.
En tal sentido, quiero referirme al librero y al bibliotecario, que tanto pueden hacer, o no, por la fomentación de la buena lectura y para ello quiero referirme a un librero peculiar, que es Javier Molea, uno de los participantes en el “Hay festival, Arequipa”. Molea es un joven uruguayo que fue librero en Montevideo, se ubicó en Nueva York en 2002, trabajó de fregador en un restaurante, sirvió en una cafetería, cuidó perros y gatos… y cuidó de plantas ornamentales ajenas, y una de ellas era propiedad de Sarah Mcnelly, una canadiense cuya familia tenía en Canadá una cadena de librerías, la Mcnelly Robinson, y al conocer Sarah de la afición por la literatura de Javier y su viejo oficio de librero, creó en el 2004 la McNally Bookstore, una librería que se dedica casi en exclusivo a vender libros en español, y organiza, desde hace una década, eventos, también en español, una vez por semana, donde invitan a buenos escritores y se logra una excelente tertulia.
El centro ha logrado que se publiquen en inglés a escritores latinoamericanos y españoles, para dar la idea al lector norteamericano que el boom no era solo el realismo mágico, que existía y existe una literatura viva y campante. En otra circunstancia, la librería ha organizado una suerte de club de lectores de literatura en español, que hace periódicamente una suerte de libro debate. Molea declara que lo que más le emociona son los chicos latinos que nacieron en USA, o llegaron de niños, y tratan de leer en español.
En relación con las ventas de determinados textos el librero es contundente, y plantea que el mejor consejo que le da a los libreros es que compren libros que se vendan. Y abunda que hay escritores que no piensan en sus lectores, que él mismo tenía una sección de poesía de muchos amigos, y en dos o tres años no vendió un ejemplar, que entonces sacó los textos de los anaqueles, los donó y trajo otros, porque el libro debe estar dos o tres meses en exhibición, y si no se vende hay que retirarlo y buscar otro. Dice también que es una gran diferencia el mercado norteamericano y lo que logra con los libros en español, que los americanos continuamente hablan de la técnica, la tensión dramática, del personaje, de vueltas de tuerca, y que la literatura no es un medio de transmisión de conocimientos, no es una terapia; la literatura es contar historias, para que escuchen al autor, y la gente entonces las escucha y las repite, imaginando otros mundos, otras historias.
Y por eso aparece la frase que le da título a este texto, y que es del escritor argentino Marcelo Cohen: “El escritor es como Sherezade. Si perdés la atención del lector, te cortan la cabeza”.
En Cuba existe una realidad diferente a la que vive Molea, usted va a la librería hoy y a las bibliotecas y casi nunca se encuentra a profesionales que le indiquen, que le sugiera, que le convenzan de llevarse un texto. Y en las librerías sucede que en una nueva visita usted ve los mismos libros que nadie compra, (cierto que los precios han subido), pero observa como los estantes están llenos de los mismos libros, y ello sucede, entre otras cosas, porque no hay promoción del libro. Pero este tema, al cual me he referido en este mismo espacio en varias oportunidades, prefiero que no sea de mi abordaje ahora, propongo que lo haga Graziella Pogolotti, que desde uno de sus trabajos cotidianos publicados en Juventud Rebelde ha dicho: “Silenciado, el libro dormirá en los anaqueles de librerías y bibliotecas. Un acercamiento elemental al problema revela graves insuficiencias en el orden de la información. El asunto concierne a nuestros medios de comunicación. Precisa caracterizar lo novedoso de cada acontecimiento y establecer las indispensables jerarquías.”
Pienso, coincidiendo con Graziella, que si los medios de información tuvieran la debida preocupación de buscarse, como sucedía antes en casi todos los periódicos y revistas, a personas que se dedicaran a promover literatura y estimular su lectura, se lograría un presupuesto más que necesario en estos tiempos convulsos, que es el gran objetivo de elevar la espiritualidad y sensibilidad del cubano común, y particularmente de la juventud, como incentivo para la elevación de la calidad de vida, Talento, eficiencia, y eficacia sobran, falta la voluntad de hacerlo.
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